EL MERCURIO. EDICIÓN 17.08.12.
Instituto de Conmemoración Histórica de Chile

Desde los romanos, con sus estelas y arcos conmemorativos, el europeo aprendió a recordar los hechos y personajes notables instalando obras que hablaran al transeúnte en el espacio público, como si fueran mensajes de la nación para el ciudadano. Así se ofrecerían modelos a las nuevas generaciones, que tratarían de emular a sus antepasados.
En Chile, hace 75 años comenzó a cumplir ese rol un grupo de amantes de nuestra historia, como Ricardo Montaner Bello, Alberto Mackenna, Guillermo Feliú Cruz, Tomás Thayer Ojeda y Sady Zañartu. Sintieron que el presente no debe ser mal agradecido con el pasado, y que no se debía romper el hilo que une a los hitos mayores de la identidad nacional.
El año último, por ejemplo, esta institución colocó una placa en Paine, lugar del gesto heroico -y luego de su vida ejemplar, en favor de los reos- de Paula Jaraquemada; otra en Peñalolén, para recordar a los Arrieta, filántropos impulsores del arte y la cultura; en Andacollo, como lugar natal del cirujano Videla, el médico de la Esmeralda; en Santiago, para celebrar el centenario de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía; en Mallarauco, por los 100 años del canal que le llevó el riego gracias a una proeza de la ingeniería, y en el Cementerio General capitalino, al general Las Heras, héroe de la independencia en varios países.
En su sede, del barrio París-Londres, esa entidad conmemorativa organiza, asimismo, homenajes para reconocer aportes al país, incluso de extranjeros, como el reciente al gran exportador hortofrutícola David del Curto, italiano.
La próxima placa, en Compañía esquina de Morandé, donde un nuevo edificio conservó la fachada del palacio Larraín Zañartu, que ocupara este diario por décadas, recuerda este hecho y a la familia que habitara el lugar por 170 años, la de los marqueses de Montepío, creadores de la Casa de Huérfanos que da este nombre a la cercana calle céntrica. En total suman más de mil placas en 75 años, más algunas en el extranjero.
Con ello, la historia va tomando forma en las ciudades y campos, los lugares cobran vida y sentido, los habitantes actuales se descubren herederos de un patrimonio que los hace partícipes de una comunidad en un mismo territorio, insertos en un común proyecto de nación.
Con 30 miembros de número, generosos, y la tesonera gestión del historiador Sergio Martínez Baeza, esta entidad ha cumplido su misión trascendente sin ninguna ayuda oficial.
Miguel Laborde