Ulises y yo
4 de noviembre de 2010
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Hemingway, Shakespeare and Company, Ulises y yo
.
Post un poco (muy)
personal
por
UNO. La historia se remonta al turbulento año
argentino de 2001. Yo cursaba en la Facultad de Periodismo una materia que era
en realidad un taller de escritura (periodística, pero con mucho de literaria).
Al profesor, un personaje al que quizá podría calificarse de inefable, le caben
los adjetivos que Rodolfo Walsh usó para referirse a la Revolución Cubana:
“contradictorio, a veces épico, a veces fastidioso”. Tal profesor es un fanático
de Hemingway, y prácticamente desde la primera clase nos habló de un libro, una
de las lecturas básicas para aquella asignatura: París era una fiesta.
Nos adelantaba algunos de los pasajes que él más admiraba, aquello de que una
chica “tenía la cara fresca como una moneda recién acuñada”, o la descripción de
la comida en ese capítulo titulado “El hambre era una buena disciplina”.
Algunas semanas
después de comenzar la cursada, nos pidió que leyéramos no el libro completo
sino algunos capítulos. Leíamos fotocopias, por supuesto, porque los libros son
muy caros y, además, este título estaba descatalogado y era muy difícil de
encontrar. Los capítulos que debíamos leer eran el mencionado del hambre como
medida disciplinar y otros titulados: “Un buen café en la Place Saint-Michel”,
“Shakespeare and Company” y “Los gavilanes no comparten nada”. Si no recuerdo
mal, esos fueron los primeros. Y, la verdad, no me parecieron gran cosa.
En una de ésas haya
sido que llegaba con demasiadas expectativas a aquellos textos simples, llanos,
sin artificios retóricos ni peripecias deslumbrantes. Pero precisamente de eso
se trataba. Fue una lectura-siembra: apenas terminada, uno echaba la vista atrás
y sólo veía líneas de tierra removida. Pero a poco que pasó el tiempo empezaron
a verse resultados, y de la tierra surgió el verde, los brotes y las flores y
los frutos. Después leí el libro entero y me enamoré de él como uno sólo puede
enamorarse de un libro, desde la maravillosa frase que lo abre (“Para colmo, el
mal tiempo”) hasta ese final en que el viejo Hem afirma que París no se acaba
nunca, al menos aquel París de “los primeros tiempos, cuando éramos muy pobres y
muy felices”.
Por qué uno decide
comprar un libro en un determinado momento, es algo que desconozco. Me
refiero a cuando uno se compra un libro sabiendo que no lo va a leer de
inmediato; es más, que no tiene idea de cuándo lo va a leer. Pero uno siente que
es el momento de comprarlo, así como en ocasiones siente que es el momento de
leer un libro, y luego de varios intentos fallidos lo lee de un
tirón.
Así fue como me compré
el Ulises en la preciosa edición de Tusquets y lo guardé a la espera del
momento. Sabía que ese momento llegaría; no sabía cuándo, pero llegaría. No por
nada, fue uno de los poquitos libros que me traje de la Argentina cuando me vine
a instalar en Madrid.
TRES. Distinto fue cuando me compré otra
edición de la novela de Joyce. La encontré de casualidad, hace un par de años,
revolviendo libros viejos en una galería de la calle Montera, en pleno centro de
Madrid. Es una edición en inglés, de la Oxford World’s Classics, que se presenta
como “The 1922 Text”. Es decir, el texto tal como se publicó originalmente,
facsímil de la primera edición, sin las enmiendas de las ediciones
posteriores.
Esa primera edición
del Ulises constó de mil ejemplares, numerados: la que compré en la calle
Montera se basaba en el ejemplar Nº 785. Costaba 2 euros, al igual que todos los
demás del montón del que formaba parte, aunque me llevé tres por 5 euros, así
que el precio real fue de 1,66.
En la apertura de
aquel original se leía:
ULYSSES
by
JAMES
JOYCE
SHAKESPEARE
AND COMPANY
12, Rue
de l’Odéon, 12
PARIS
1922
CUATRO. El momento de leer el Ulises me llegó este año, de una manera tan imprevista como arbitraria. Llegó porque sí. Y allí fui, y tardé un mes, y lo leí de un tirón, porque era el momento. Acerca de la novela escribiré en otra oportunidad; lo que aquí diré es que me sorprendió mucho enterarme —leyendo el extenso prólogo de la edición de Tusquets— de la importancia trascendental que tuvieron para la publicación Shakespeare and Company y, en particular, Sylvia Beach, la dueña y responsable de la librería. Esta mujer se tomó como un compromiso personal y una misión lograr que ese cliente y amigo llamado James Joyce pudiera publicar la obra que estaba llamada a cambiar la historia de las letras.
Fue el debut y despedida de Sylvia Beach y la Shakespeare and Company como editora. Seguramente, el caso de mayor éxito —al menos en la relación libros relevantes/total de libros publicados— de la historia editorial.
CINCO. Hace un par de años, un amigo argentino
que estuvo unos meses viviendo en Madrid me contaba su viaje a París.
—¿Conocés una librería
que se llama Shakespeare and Company? —me preguntó.
Le dije que sí, que
era famosa por Hemingway y París era un fiesta y aquella “generación
perdida” y por haber publicado el Ulises. Entonces él me contó que había
estado allí. Así me enteré de que todavía existe, y desde entonces supe
que, cuando conociera París, visitar esa librería sería una de mis
prioridades.
(En realidad, decir
que Shakespeare and Company “todavía existe” no es del todo exacto. La
librería de Sylvia Beach, en la rue de l’Odéon, cerró sus puertas en 1941, en la
París ocupada por los nazis. Una década más tarde, George Whitman abrió en la
capital francesa otra librería, llamada Le Mistral, que recuperaba el
espíritu de aquella. Cuando Sylvia Beach murió, en 1962, Le Mistral
cambió su nombre por Shakespeare and Company. Y allí sigue, desde hace
medio siglo, esa verdadera reencarnación, en el 37 de la calle de
Bûcherie.)
SEIS. Hace un mes, recorría los stands de la
Feria de Otoño del Libro Viejo y Antiguo de Madrid, y un volumen se puso a dar
saltitos entre los demás libros y a gritarme: “¡Mirame! ¡Mirame! ¡Estoy acá! ¡Te
estoy esperando!”. Era un libro cuya existencia yo desconocía. Su autora, Sylvia
Beach. Su título, Shakespeare and Company. Por supuesto le hice caso y lo
compré, y ahí sí que no tuve dudas de que el momento de leer era de inmediato.
Sobre todo porque en ese momento ya tenía comprados mis pasajes para conocer
París.
SIETE. Los pasajes son para este fin de
semana. Así que en un par de días me llegaré allí, a la librería, y me sentiré
un poco dentro de todas las historias que, como una espiral, se fueron dibujando
en torno a mi relación con ella. Incluso sin que yo lo supiera. La película
Antes del atardecer —que vi por recomendación y en compañía de mi amigo
Facundo, poco antes de mi mudanza a España, y que me gustó mucho y en aquel
momento fue muy significativa para mí y mis proyectos españoles— comienza con
una escena en la librería.
OCHO. París era una fiesta está agotado en las
librerías de Madrid, pero la encontré, cuando ya había perdido casi todas las
esperanzas, en el último de los puestos de la Cuesta de Moyano. Necesitaba
releerla una vez más. Terminé de hacerlo minutos antes de sentarme a escribir
este artículo. Es uno de los libros más maravillosos que leí en mi vida, y
cuanto más lo leo más me gusta.
Por eso, cuando tenga
la fortuna de andar por allí, me tomaré un vino a la salud de Hemingway y de
Scott Fitzgerald y de Joyce y de Sylvia Beach. Y en París pensaré en mi París
personal, o en mis Parises, esas cosas que no tienen que ver con la capital
francesa —en la que hasta ahora no he puesto mis pies— sino con eso que, en
palabras del viejo Hem, me acompañará, vaya donde vaya, el resto de mi vida,
porque París es una fiesta que nos sigue, porque París siempre vale la pena, y
uno siempre recibe algo a trueque de lo que allí deja, porque París no se acaba
nunca.
posted by EDITOR | 8:22 PM
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