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Editor: Neville Blanc

Thursday, November 01, 2012

Canetti, sus aforismos, La provincia del hombre, El corazón secreto del reloj, El suplicio de las moscas, Hampstead...

El País Archivo sábado, 16 de julio de 2005
 
Reportaje:CENTENARIO DE ELIAS CANETTI

El aliento del superviviente

 
 
 
 
 
 
 
 
 



La vida, el sentir, el pensar y el actuar a través de aforismos. Pocos escritores y pensadores como el autor de La provincia del hombre supieron expresar en tan pocas palabras la existencia, sus significados. Una capacidad de síntesis admirable que siempre invita a la reflexión.

Oí hablar de él por primera vez en diciembre de 1974: estoy seguro de la fecha porque venía de la clínica en la que acababa de nacer mi hijo y apunté su nombre (el del escritor, no el de mi hijo) en lo alto de la primera página del periódico que llevaba bajo el brazo ("Di tus cosas más personales, dilas, es lo único que importa, no te avergüences, las generales están en el periódico"). El agente transmisor -¿diré "infeccioso"?- fue Ludwig Schajowicz, profesor de la Universidad de Río Piedras, en Puerto Rico, con quien he compartido el interés por Cioran. Schajowicz volvía precisamente de París, de entrevistarse con Cioran, y me traía noticias suyas. Charlamos sobre mi rumano, demasiado rumano favorito en el bar del céntrico hotel madrileño en que se alojaba y yo le comuniqué algo nerviosamente que acababa de tener un hijo, noticia que como es natural no le impresionó demasiado. La conversación se centró sobre los aforismos de Cioran, algunos de los cuales yo estaba entonces traduciendo. Envidiable capacidad, la de la síntesis aforística, que siempre he admirado y nunca he tenido, porque los Silogismos de la amargura de Cioran... El profesor de Puerto Rico observó perentorio que estaban muy bien, aunque naturalmente no podían compararse con los de Canetti. Mi cara fue todo un poema, titulado: Las desventuras de la ignorancia. Lenta, dolorosamente, paladeando su decepción, Schajowicz comprendió: "De modo que usted no ha leído a Canetti". Ni siquiera venir de saludar a mi primer hijo podía redimirme de tal carencia, pero la asumí con irresponsable euforia. Y anoté en la cabecera de aquel diario, tan perecedero como inane, el nombre persistente sobre el que a partir de entonces debía volcarse mi afición aforística: Elias Canetti.

"¿Un amor... libre de un miedo cerval por lo que pueda ocurrirle al ser amado? Si tal cosa existiera, ¿merecería llamarse amor?"

"Nombrar es el mayor y más serio consuelo del hombre"

"Quien por honestidad no hace sino pregonar que sólo existe la muerte, la fortalece"
"¿Escribir en puñales o en ritmos respiratorios?". Canetti preferirá el ritmo respiratorio, y así denomina al conjunto de sus aforismos: un modo de respirar. El puñal es la opción opuesta, la del superviviente que opta por el poder. Porque lo que cuenta ante todo es la supervivencia: mientras contamos es porque sobrevivimos. Aquel personaje de Shakespeare, Hotspur, vivía pisoteando cabezas de reyes caídos: los demás nos contentamos con vivir encaramados sobre los muertos que nos sirven de peana y sustento. Caben dos actitudes ante la presencia flagrante de la muerte que nos convierte en supervivientes, en paradigmas y profesionales de la supervivencia (saberse mortal es constatar cómo uno sigue viviendo mientras los demás mueren). La primera es rentabilizar la muerte, obtener poder gracias a ella: el tirano no sueña tanto con esclavizar a todos como con ser el último que queda vivo... Incluso la simple denuncia enfática de la muerte es una forma de complicidad con ella: "No basta con decir que todo es muerte. Por supuesto que todo es muerte. Pero también hay que decir que, por inútil que parezca, nos oponemos con dureza y encarnizamiento a la idea de que todo es muerte. La muerte -sin ningún engaño trivial- debe perder su prestigio. La muerte es falsa. Y es propio de nuestra condición encontrarla falsa. Quién por honestidad no hace sino pregonar que sólo existe la muerte, la fortalece". Adiós pues, Cioran: bienvenido, Canetti. Cabe otra actitud del superviviente: no la del amante del poder sino la del escritor que se niega a salvar su pellejo y no quiere abandonar a los demás a su triste suerte letal o a la esclavitud de los súbditos perecederos: "No puede ser tarea del escritor dejar a la humanidad en brazos de la muerte". Negar la muerte es un disparate, pero no carece de precedentes, que Canetti conoce: "Unamuno me gusta: tiene los malos atributos que conozco por mí mismo, pero jamás se le ocurriría avergonzarse de ellos".

Y, si el superviviente se niega a

celebrar a la muerte o aprovecharla como fuente de poder, ¿qué camino le queda? Para empezar, buscar los nombres de lo que constituye nuestro destino: "Nombrar es el mayor y más serio consuelo del hombre". Pero los nombres no significan aceptar ni acatar. El hecho de vivir es fuente de tierno apego por la existencia en cuanto tal pero no de refrendo ni caución de todo lo que existe: "Esa ternura por todo cuanto se ha visto alguna vez; esa aversión hacia tantas cosas que se ven". Lo que el escritor debe mantener activo y presente en su respiración es lo que resiste ante la esclerosis de la muerte que avanza: "Gracias a un don que antes era universal y ahora está condenado a atrofiarse, pero que ellos debieran conservar con todos sus recursos, los escritores deberían mantener abiertos los canales de comunicación entre los hombres". Y lo primero que debe ser comunicado es el amor por lo que ya estamos quizá perdiendo (en el titilar del "quizá" se esconde precisamente nuestro apego): "¿Un amor... libre de un miedo cerval por lo que pueda ocurrirle al ser amado? Si tal cosa existiera, ¿merecería llamarse amor?". Sólo hay amor por la criatura y precisamente en cuanto tal: amar a dioses sería "amar" la supervivencia invulnerable de los más poderosos. "¡Cómo me agrada la justicia que exigen los hombres, su paciencia y, a menudo, su bondad! ¡Pero siempre aborrezco esa interminable amenaza que es Dios! (...) Pero... ¿es acaso posible oponerse a los amos visibles sin ningún amo invisible?".
¿Cuál es la mentira del que respira en aforismos? "Volverse impreciso, ocultar la opinión propia, decirlo todo aproximadamente, degenerar en oráculo". O en Heidegger, que para el caso es más o menos lo mismo. También puede darse otra enfermedad, la moderación de tono, la sensatez incluso ante lo insensato. En su 'Diálogo con el interlocutor cruel' (incluido en La conciencia de las palabras), Canetti reconoce que sus apuntes más personales se nutren de exageraciones y en El corazón secreto del reloj establece este plan de estilo: "Salvar la exageración. No morir sensatamente". Y luego aclara: "Mi melancolía nunca está libre de rabia. Me cuento entre los escritores que se enfurecen. No quiero demostrar nada, pero siempre creo con vehemencia y propago mi fe". ¡De modo que, a fin de cuentas, vuelve de nuevo Cioran y su talante de vitriolo! En cualquier caso, para nada se pretende una autoscopia a lo Montaigne porque el superviviente en sí mismo no es el sujeto primordial de su ciencia: "A quien menos entiendo es a mí mismo. Pero es que no quiero entenderme. Sólo quiero utilizarme para entender todo lo que existe aparte de mí". Comunicar el mundo sin cesar, en sus detalles, con sus innumerables metamorfosis: reanimar a los hombres enviándoles el mensaje de que el triunfo de la muerte es nada. Nada es tu victoria.
¿Los maestros? Lichtenberg, Joubert (el más plácido e improbable pero quizá el más próximo), el maestro de resistencia Karl Kraus... Pero él no se confunde con ninguno. A veces sabe improvisar una narración brevísima en tres líneas: "Uno se duerme', le dice él a la niña, 'pero no vuelve a despertarse'. 'Yo siempre me despierto', dice la niña muy contenta". De pronto me emociona con una orden para el futuro que confirma mi propia mitología: "Implantar otros corazones, de caballos en vez de hienas". Y la capacidad de síntesis, la revelación de la que no sobra ni falta, ay, nada: "Cuánto ama uno y cuán vanamente, ésa es la realidad". Canetti, sus aforismos, La provincia del hombre, El corazón secreto del reloj, El suplicio de las moscas, Hampstead...
apuntes. Apuntes nada más.

BIBLIOGRAFÍA

Desde que, en 1977, Mario Muchnik descubrió a Canetti al lector español con la publicación de Masa y poder, su obra ha despertado no poca pasión editorial. Bajo diferentes sellos -Muchnik Editores, El Aleph y Anaya & Mario Muchnik- se ha dado a conocer casi en su totalidad. A partir de la concesión del Premio Nobel, en 1981, otras editoriales, Pre-Textos, Labor, Taurus, Plaza & Janés y Alianza, se implicaron en la edición de algún título del extravagante desconocido, pero sólo Círculo de Lectores ha difundido tantos títulos como Muchnik. Se han traducido, además de los textos narrativos y Masa y poder, los sucesivos tomos de apuntes, los ensayos literarios (El otro proceso de Kafka) y las obras de teatro. Y, si bien algunos de estos libros están hoy agotados, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores está remediando definitivamente este vacío con la edición comentada de las Obras completas, que ya alcanza el IV tomo.
De la autobiografía en tres volúmenes, de Auto de fe y de Las voces de Marrakesch, los libros más solicitados de Canetti, existen un sinfín de ediciones, pero ¿cuál es la buena? Ahí las traducciones juegan un papel decisivo; entre ellas destaca, sin duda, la labor meticulosa de Juan José del Solar, que contó con la ayuda directa del autor, y ahora dirige la edición de las Obras completas, un verdadero lujo de rigor y buen gusto. Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores ha celebrado el centenario de Canetti con un álbum de fotos, Imágenes de una vida, y con la inconclusa narración autobiográfica Fiesta bajo las bombas. Para el año que viene se esperan tres libritos monográficos, Sobre los poetas, Sobre los animales y Sobre la muerte, que reúnen los escritos publicados de Canetti sobre tres de sus temas fundamentales, a los que se sumará la biografía monumental de Sven Hanuschek, que aprovecha por primera vez el ingente material del legado.

C. D.

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