SOCIEDAD DE BIBLIÓFILOS CHILENOS, fundada en 1945

Chile, fértil provincia, y señalada / en la región antártica famosa, / de remotas naciones respetada / por fuerte, principal y poderosa, / la gente que produce es tan granada, / tan soberbia, gallarda y belicosa, / que no ha sido por rey jamás regida, / ni a extranjero dominio sometida. La Araucana. Alonso de Ercilla y Zúñiga

My Photo
Name:
Location: Santiago de Chile, Región Metropolitana, Chile

Editor: Neville Blanc

Saturday, December 15, 2012

GUATEMALA

domingo 9 de diciembre de 2012 El Mercurio Revista del Domingo 9 de diciembre de 2012
Viaje al origen del fin
Estar en Guatemala es volver al origen. A mercados llenos de bordados y tejidos coloridos, a pirámides mayas que se mantienen intactas en mitad de la selva, a un lago majestuoso y verde, y a Antigua, una ciudad detenida en el tiempo. En Guatemala, los mayas calendarizaron el fin de esta era. Y lo que sigue es un viaje por el tiempo y sus transformaciones, un poco después del terremoto que afectó a este país y un poco antes del fin que tantos esperan.

Texto y fotos: Pepa Valenzuela, desde Guatemala. Navego en la mitad del tiempo. Unas pocas semanas después del terremoto y unas pocas semanas antes del fin de esta era. Estoy en el corazón del mundo maya, atravesando el majestuoso y quieto lago Atitlán, rodeado de cerros verdes, volcanes y 12 pueblitos guatemaltecos, en una lancha que salta sobre el agua turquesa. Aquí los mayas predijeron para este 21 de diciembre el fin de una era, el último día del 13 B'ak'tun, según su calendario. Es decir, el fin de un ciclo de más de 5 mil años, cuando el sol se alineará con los planetas. Estoy en la mitad del origen del fin. Justo ahí estoy. Justamente yo. Al final, nada llega a tus manos por pura y simple casualidad: de alguna manera, también estoy en la mitad de mi tiempo. Justo después de un terremoto personal gracias al cual se derribó el mundo que creía real hasta ese momento. Un mundo donde trabajaba como enajenada, quejándome con Dios como si fuera un mesón de atención al cliente, rabiando en la porfía y la ceguera, repitiendo los mismos errores una y otra vez. Y justo un poco antes de entender por completo la matrix que vi después de ese sismo y que finalmente me abrió las puertas hacia una nueva conciencia de mi vida. Un viaje que me ha permitido ir desanudando las trabas que no veía y que al final estaban sólo en mi corazón. Eso pienso en el corazón del mundo maya. También, que nada llega a tus manos por pura y simple casualidad.

Mientras las gotas de agua nos salpican en el trayecto, Haroldo, nuestro guía turístico guatemalteco, con un chaleco sin mangas con chapitas de todos los países latinoamericanos (menos la de Chile porque dice que un diplomático chileno se la quitó para pegársela en su solapa), dice:

-Mel Gibson. Y su película Apocalypto. Ése es el culpable de esta psicosis del fin del mundo. ¡Pero el mundo no se va a acabar! Los mayas no dijeron eso. Dijeron que el 21 de diciembre será el fin de la era del poder, ambición y guerras. Y que la próxima era será de paz, conciencia, tranquilidad y amor. ¿El terremoto? El terremoto es la Tierra que reclama.

Cuando viene un terremoto, algunas cosas se caen. Cae lo que no aguanta más en pie. En mi caso, se derrumbaron relaciones sin peso, un amor perro y una manera de entender el mundo limitada, dolorida y cómoda. En el caso de Guatemala, cayeron personas, vidas, casas. Cuando las cosas caen, hay que reconstruir sobre terreno fértil. Eso fue lo que dijeron los mayas: renacer es poner los pies sobre la tierra y echar raíces sobre terreno fértil. Y no hay terreno más fértil que el amor y la paz. Eso creían los mayas. Eso mismo creo yo.

El fin parte en el origen. El fin parte en Guatemala. Guatemala significa lugar de árboles. Es el segundo pulmón del mundo después del Amazonas. Y eso es lo que veo apenas desembarco sobre un delgadito muelle en Santiago de Atitlán: árboles, vegetación abundante, flores, edificios coloridos sobre el cerro, y origen. Un viaje hacia el pasado. Las mujeres deambulan con su largo pelo negro en trenzas largas, con canastos con frutas y artesanías sobre sus cabezas, envueltas en unas faldas bordadas a mano que se ponen como si fuera una toalla a la cintura y sus coloridas blusas con florecitas sobre el pecho. Algunas van descalzas, hablando entre ellas en su lengua nativa, el quiché, acercándose a los extranjeros para ofrecerles sus artesanías en español: "Amigo, amiga, compra para mí. Buen precio para ti". También, muchos niños descalzos, con su canasto con lápices, separadores de libros y manteles bordados. Y muchos pequeños puestos de artesanías multicolores donde los habitantes de Santiago de Atitlán venden a puro regateo collares, pulseras, aritos de mostacilla, manteles, colchas, individuales, cinturones bordados a mano con figuras de quetzales -el ave típica de Guatemala-, niños, calendarios mayas, soles luminosos, flores, frutas y aves.

Al internarme en el pueblo veo a las mismas mujeres vestidas con sus trajes típicos vendiendo frutas y verduras sentadas sobre las veredas, en frente de la plaza central. Se tapan la cara cuando les tomo una foto.

-Creen que les puedes robar el alma -explica Haroldo.

El alma tiene un precio: después del disparo, algunas levantan la mano y dicen: "Foto: 10 quetzales". Mientras en la catedral de Santiago de Atitlán, un grupo de mujeres con sus mantas bordadas sobre la cabeza reza de rodillas frente a la figura de un Ibis, un pájaro blanco y luminoso que -dicen- puede sacarse el corazón para darle de comer a sus hijos (como Jesucristo, dicen), en una pieza de madera de una casa a la cual se accede por pasadizos estrechos un grupo de siete hombres, tres niños, un abuelo de lentes oscuros, dos hombres de mediana edad, escoltan una figura de madera de un metro que ostenta varios pañuelos, ofrendas en quetzales, sombreros y un puro en la boca. La figura representa a Maximón, una deidad sincrética guatemalteca que reúne conceptos del catolicismo y también de la fe maya, al que los locales le piden favores en salud, dinero y amor y le hacen ofrendas. Ahora Maximón yace en esta habitación oscura llena de volantes de papel colgados al techo. Haroldo le explica en qué andamos. Entonces uno de los hombres se inclina de rodillas frente a Maximón y reza en quiché. Lo único que le entiendo es cuando pronuncia mi nombre. Yo me quedo en silencio. Antes le habría pedido muchos favores a Maximón. Ahora sólo pido lo que le pido siempre a la divinidad: que me guíe hacia mi destino. Más conciencia para identificar mi camino, sin empecinarme en seguir otros que no están hechos para mí. Amor y paz. En el formato que me correspondan.

Al día siguiente, estoy de nuevo en el origen, como si se repitiera el día: en el mercado de Chichicastenango, otro poblado a orillas del lago Atitlán, rodeada de estos puestos de artesanías y bordados de colores alegres mientras Edwin y Romelia, dos niños de 10 años, me persiguen incesantemente para que les compre alguna de sus chucherías. "Amiga, compra para mí. Buen precio". Me siguen hasta las escalinatas de la iglesia del pueblo donde decenas de mujeres venden flores de colores brillantes, sentadas sobre un lugar que muchos siglos atrás fue un templo maya. El fin se parece al origen: gringos altos, de shorts y zapatillas se pasean con sus enormes cámaras, mirando todo con curiosidad mientras los locales, en sus trajes típicos, les ofrecen su mercadería bajándose el precio, intentando vender a toda costa para la sobrevivencia.

Cerca de ahí vive un sacerdote maya. El sacerdote maya se llama Luiz Ricardo y convirtió su casa en un museo de máscaras ceremoniales que él y su familia trabajan desde hace años, el Museo Morerías. El sacerdote maya tiene las paredes llenas de sus máscaras de venados, monos, chanchos, diablos, jaguares, vacas y señores de bigotes talladas en cedro y caoba, y dice que también hace ceremonias con fuego en las que puede ver futuros posibles, que tiene sueños premonitorios y que no cobra porque un verdadero sacerdote maya no debiera nunca cobrar. Le pregunto por el fin del mundo y apunta a un responsable: Mel Gibson. Dice que el 2000 fue lo mismo. Que en la noche de año nuevo salió a la calle y se encontró con gente despavorida que le preguntaba cuándo se iba a apagar la luz.

-Pero el mundo no se va a acabar.

Le pregunto cómo será la próxima era.

-Puede ser peor, mejor o igual.

Le pregunto dónde estará él el 21 de diciembre y responde:

-En Texas, dando unas conferencias.

Entonces, luego de una vuelta por su museo personal repleto de máscaras, fotos familiares y tres figuras de Maximón, dice:

-Son 25 quetzales -y se dirige a una caja, hace boletas y factura como una máquina.

Recuerdo un libro que vi sobre el cambio de era maya en un puesto de artesanías. Decía: el cambio del amor por el poder, al poder del amor. Definitivamente el fin se parece mucho al origen. En el origen, lo sagrado también tiene su precio. En el fin, los precios ya no importan tanto: Edwin me ha esperado afuera de la casa del sacerdote. Entonces, aunque no le he comprado nada, estira su mano diminuta y me dice:

-Gusto en conocerte, amiga. Que tengas un buen viaje.

-Tú también, corazón. Que tu viaje sea hermoso -le respondo yo.

En el camino hay letreros de tránsito donde se dibujan jaguares, monos, serpientes y cocodrilos. Uno dice: "Cuidado: cruce de animales". El camino al parque Tikal en Petén -a donde llegué después de una hora en un avión desde Ciudad de Guatemala hasta Flores- es la selva misma. Y en la selva está el centro del corazón del mundo maya: pirámides y ruinas milenarias que los mayas levantaron piedra por piedra y que ahora vengo a ver con mis propios ojos. Me interno en el parque. La vegetación es tan tupida que apenas se puede divisar el cielo. A lo lejos se escuchan los aullidos de unos monos que trepan por las alturas. Pasitos de animales que no se dejan ver. Avanzo sobre el suelo resbaloso de musgo por una selva que, si no fuera por estos senderos, parecería totalmente virgen. En un claro, una visión majestuosa: una pirámide enorme hecha de piedras, con escalinatas eternas en sus cuatro costados y nueve altares de rocas talladas sobre sus pies. Los mayas fabricaban estas estructuras cada veinte años para rendirle homenaje al tiempo y a la fertilidad: por eso cada pirámide es una elevación con una cueva en la cima, que representan lo masculino y lo femenino. Demoraban casi 8 años en cada una. Y hacían sus nueve altares porque el nueve era un número sagrado: el número de la gestación de la vida, la cantidad de tiempo que demora el maíz en germinar. El fin se parece al origen aquí también: ahora por las escalinatas de piedra de los templos ceremoniales, varios turistas trepan para sacarse fotos. Y siguen avanzando por los senderos de árboles tupidos hasta llegar a más y más pirámides. Hasta llegar al Mundo Maya, siete solemnes templos de piedra en formas piramidales en mitad de la selva. Algunas de ellas aún están cubiertas de tierra, pasto y árboles. Otras se muestran intactas al tiempo, elevándose hasta el cielo. Subo por unas escalinatas de madera hasta la cúspide de una de las pirámides más altas del parque Tikal. Sentada en el último escalón, se pueden ver a lo lejos las puntas de otras pirámides mayas. Y todas las copas de los árboles de esta selva. Abajo, en medio de la frondosidad, no cuesta mucho imaginar a los mayas hasta 900 años después de Cristo mirando el cielo, estudiando las estrellas, rindiéndole culto a lo único que tenemos: el cielo, la Tierra, el espíritu y el tiempo. El tiempo que enseña todo. El tiempo que hace que algunas cosas mueran y que lo firme perdure, como las pirámides, incólumes al paso de los años y a los movimientos de la Tierra. Así es: cuando viene un terremoto, algunas cosas se caen. Pero las fuertes, a pesar de todo, siempre permanecen en pie.

María (29) lleva a su sobrino envuelto en una manta bordada sobre su regazo. El niño llora porque tiene hambre. María lo pasea de un lado a otro en las afueras del mercado de Antigua, mientras su marido le cuida su puesto de bordados. El 7 de noviembre, cuando vino el terremoto, María estaba trabajando, como lo hace desde los cinco años, en el mercado. Salió corriendo y rezó. "Pero no pensé que se estuviera acabando el mundo, señorita. Sólo me asusté porque no quería que se nos cayera algo encima". En otro mercado de artesanías, Matea (82) ovilla lana sentada en el suelo, descalza, al lado de su nieta de 18 años que le traduce del cachiquel al español. Está ciega, pero este trabajo lo hace de memoria, desde que tiene uso de razón. Dice Matea que se asustó con el terremoto. Pero no sabe nada acerca del fin del mundo. Sólo atina a encogerse de hombros, poner las manos cruzadas sobre su pecho y seguir ovillando lana minuto a minuto, semana a semana, año tras año. En Antigua, los guatemaltecos viven el día al margen de predicciones e interpretaciones apocalípticas. Sí saben una cosa: de los terremotos nacen tesoros. El Museo del Jade es una casa verde como la piedra preciosa donde tienen un pequeño museo y se pueden comprar collares, aros, figuras hechas en jade. El jade se forma gracias a los movimientos tectónicos. Este último terremoto debe haber formado cientos de jades. De mi último terremoto personal surgió el tesoro de encontrar el inicio de mi camino hacia la felicidad. Los mayas sabían que algo que nace de un desastre es un milagro. Por eso, adornaban sus tumbas y lenguas con jade: creían que la piedra los ayudaría a pasar al inframundo. Que el jade los ayudaría a respirar. Todo tesoro que nace de un terremoto, de alguna manera es nueva vida. De alguna manera, implica renacer. Pero en Antigua no hay renacimientos, reconstrucciones ni derrumbes. Todo pareciera estar detenido en el tiempo. Las casitas de un piso pintadas de colores. Las ventanas con sus barrotes adornadas con flores. Las casas convertidas en tiendas de dulces y chocolates, cafeterías, hoteles boutiques, peluquerías con spa, jugueterías, el mercado de bordados multicolores, las ruinas de edificios antiquísimos que se sostienen contra toda inclemencia, los cerros verdes que se ven desde todas partes de la ciudad, resguardándola del paso de los años. En la plaza principal, los guatemaltecos esperan el atardecer sentados en las bancas mientras las indígenas venden sus artesanías en el mercado multicolor, y los turistas se pasean de un lado a otro con sus ropas de excursionistas y cámaras de fotos y varias parejas de novios y sus invitados de gala pasan por las calles para llegar a los festejos. En Antigua, mucha gente viene desde todas partes del mundo para contraer matrimonio entre las ruinas y decir que sí, hasta que la muerte o un terremoto de a dos los separe. En Antigua, donde el tiempo pareciera no avanzar hacia ningún final, todo parece perdurable, incluso las promesas de amor.

En Antigua no hay tiempo. No hay después ni antes. Nada envejece ni se transforma. Son como los finales y comienzos importantes: invisibles a simple vista. Sin meteoritos, días de oscuridad, caos ni apagones. Sin derrumbes estrepitosos ni terremotos amenazantes. Simplemente imperceptibles, como abrir los ojos y asentarse donde sí se puede germinar. Eso fue lo que dijeron los mayas: renacer es poner los pies sobre la tierra y echar raíces sobre terreno fértil. Y no hay terreno más fértil que el amor y la paz. Eso creían los mayas. Eso mismo creo yo, aquí, firme y de pie, en paz, después del comienzo y un poco antes del fin.
La ciudad maya de tikal fue redescubierta en 1858.
LlegarDesde Santiago, Avianca-Taca (www.aviancataca.com) tiene vuelos hacia Ciudad de Guatemala con escalas en Lima y San José de Costa Rica. También vuelan Copa y Lan.

DormirEn Panajachel está el hotel Atitlán, frente al lago, con jardines, piscinas, es una preciosidad (www.hotelatitlan.com). Y también puede ir a la Posada de don Rodrigo (www.posadadedonrodrigo.com).

En Ciudad de Guatemala, el imponente y elegante hotel Vista Real (www.vistareal.com) es un real lujo.

En Petén, para ir al parque Tikal, está Jaguar Inn, que funciona con carpas y cabañas (www.jaguartikal.com), o la acogedora Casa de Don David, con vista al lago (www.lacasadedondavid.com).

En Antigua, dos hoteles sobrecogedores: Mil Flores (www.hotelmilflores.com) y Casa Santo Domingo (www.casasantodomingo.com).

VisitarEl lago Atitlán y el mercado de Chichicastenango, a tres horas en auto desde Ciudad de Guatemala. En el mercado se puede regatear y comprar los más lindos y coloridos bordados.

El Parque Nacional Tikal en Petén para ver las pirámides mayas y sus tesoros arqueológicos (la entrada al parque cuesta casi 10 mil pesos chilenos; el traslado del aeropuerto de Petén hasta el parque, 3 mil pesos chilenos en bus).

En Antigua, el Museo del Jade, el mercado, la comida típica de La Cuebita de los Urquizú, las iglesias, la ciudad entera, las ruinas, los matrimonios, y el hotel museo Casa Santo Domingo.

Texto y fotos: Pepa Valenzuela, desde Guatemala..

Circuit City Coupon
Circuit City Coupon