JORGE EDWARDS
Jorge Edwards y las trampas de la vocación
El Mercurio Revista de Libros Domingo 7 de abril de 2013
Esta semana llega a librerías "El descubrimiento de la pintura", una novela breve que, a pesar de sostenerse por sí misma, es deudora de "Los círculos morados". Jorge Rengifo, un personaje secundario del primer tomo de memorias publicado por Edwards, exigió convertirse en protagonista.
María Teresa Cárdenas
Sigue en París, cumpliendo sus funciones de embajador, pero como la diplomacia la lleva en la sangre, Jorge Edwards se mueve a sus anchas y le saca partido a las 24 horas del día. Solo así se explica cuán prolífica ha sido su misión para la literatura.
Porque si en octubre de 2012 vino a Chile a presentar Los círculos morados , el primero de los tres tomos de sus memorias, ahora ya anuncia una novela breve, que llegará esta semana a librerías: El descubrimiento de la pintura (Lumen). En 2011 había publicado otro proyecto mayor, La muerte de Montaigne . Y cuenta, pero sin dar más detalles, que ya terminó la segunda revisión de otra novela. Todo un récord para este país con larga tradición de escritores diplomáticos.
Tal como lo hizo con Joaquín Edwards Bello en El inútil de la familia , Jorge Edwards vuelve a convertir a un personaje de su familia en protagonista. "Porque la familia es una de las canteras principales de un escritor, o la cantera principal", explica. Pero si antes se trató de un autor con una obra sólida en la ficción y la crónica, reconocido con los premios nacionales de Literatura y Periodismo, reeditado y leído con entusiasmo a más de cuarenta años de su muerte, ahora el personaje es un pintor de fin de semana, ensimismado en la contemplación de sus propios cuadros, sobrino de las hermanas Mira, pero de quienes no ha heredado la fama ni el talento (o la aprobación social de ese talento). Jorge Rengifo Lira, "pariente de mi madre por los Lira" -escribe en Los círculos morados - es, En el descubrimiento de la pintura , Jorge Rengifo Mira, a quien -tal como en las memorias- llaman de manera cariñosa pero también burlona, Rengifonfo o simplemente Fonfo. "Un hombre alto (...), de movimientos sincopados, nerviosos, de andar un tanto rígido y torpe, de olor indefinible, a tela un poco sucia, a frascos mal cerrados, a interiores rancios", se lee. Oscuro funcionario de una sociedad comercial, había sido expulsado del Ejército, al que pertenecieron sus ilustres antepasados, por causas que se suponen de índole sexual. Era "p'al otro lado", escucha por ahí el narrador, una voz que podría ser la de Jorge Edwards memorialista, quien parece cada vez más cómodo transitando entre la realidad y la ficción.
-¿En qué momento este personaje secundario se convirtió en protagonista?
-Esta novela breve fue primero un cuento largo, de más de cuarenta páginas. Jorge Rengifo surgió de mi memoria, pero es otro. No se llama Jorge Rengifo Lira, sino Mira, y es pariente de esas hermanas Mira legendarias. Es decir, es un invento, con un modelo en la realidad parecido, pero no idéntico. El tema: la vocación artística y sus trampas. Y en un ambiente, el chileno, que tiende a destruirla. En este aspecto tiene más de algo de autobiografía.
-El ambiente y en particular la familia, ¿no?
-Cuando hablo del ambiente, hablo, por supuesto, de la familia y de todo eso. Mis memorias fueron la historia de una lucha por escribir. Aquí es el artista menor, el arte menospreciado, y que al final, en el gran arte descubierto, se impone. Y destruye al artista provinciano, pero auténtico, que era Rengifonfo.
-¿Por qué publica "El descubrimiento de la pintura" después de las memorias si en ellas cuenta que tiene la novela terminada? ¿Fue una decisión editorial?
-Las páginas de las memorias descansaron primero y pensé que ya se podían publicar. Fue una decisión propia. Siempre trato de evitar que las editoriales se metan en estas decisiones, pero no siempre se consigue.
-¿Hay otros personajes de sus memorias que le estén "exigiendo" un retrato?
-Sí, pero son de mis memorias futuras, de las que todavía no he escrito.
En los recuerdos y en la ficción, Fonfo, Rengifonfo, participa de pequeñas reuniones semanales organizadas en la casa del narrador para oír música clásica en "discos de setenta y tantas revoluciones". "Se detenía Fonfo en el centro de la pieza, respiraba hondo, cruzaba los brazos y movía la cabeza en un estado de éxtasis, casi de dolor, como si el genio de aquellos personajes fuera un latigazo, un martillazo en su cabeza agobiada", escribe Edwards en El descubrimiento de la pintura .
-¿Cuánto le debe su literatura a la música, que en parte conoció por Rengifo?
-La formación musical, en la que Rengifonfo, pintor de fin de semana y melómano apasionado, fue un personaje decisivo, influyó sin ninguna duda en mi manera de escribir. Los correctores de pruebas, que no resisten a la tentación de convertirse en correctores de estilo, no lo entienden. Acabo de leer en los diarios de André Gide un comentario suyo de los versos de Racine. No le importaba un pepino repetir palabras, dice, porque lo que le interesaba era el ritmo. Lo mismo digo, modestia aparte.
-Usted ha dicho que se siente obligado a cruzar el límite entre la ficción y la no ficción. ¿Es cada vez más difuso ese límite?
-No es difuso, pero es muy transitable. Y las zonas de nadie intermedias me atraen especialmente. Escribo memorias a la manera de la ficción y ficción a la manera de las memorias. Esto ya lo dijo hace cuarenta años Emir Rodríguez Monegal, que era el mejor crítico de la lengua en esa época.
-El lector tiende a buscar la verdad en la ficción, pero usted desafía también al lector de memorias a que dude.
-Desafío siempre y hago bromas. No me gustaría andar por ahí "triunfando" y dictando cátedra. A mí el lector me busca en una parte y yo aparezco en otra. Machado de Assis decía que escribía "con a pena da gallofa e a tinta da melancolía": la plumas de la broma y la tinta de la melancolía. Se habría podido decir lo mismo de Cervantes. Y de Laurence Sterne. Con el perdón de ustedes, son mis modelos literarios.
-En "El descubrimiento..." hay un sentido de pérdida de un mundo "que no podrá volver, con Rengifonfo y con mi santa madre incluidos". ¿Cómo es su relación con el mundo actual, con esta "desolada y globalizada modernidad"?
-No puedo negar que el sentimiento de pérdida es grande, y que las novedades son poco atractivas. Pero encuentro "fallas" de la actualidad donde consigo refugiarme. Agrego algo: no habría podido hacer carrera en la diplomacia chilena de estos días.
-¿Por qué?
-Le cuento algunos casos. Don Tulio Maquieira, el abuelo de Diego y todos ellos, cónsul general en Madrid, le dijo al joven Neruda: usted no es para cuentas consulares. Deme su dirección para mandarle el cheque todos los meses. Ese gesto sería imposible hoy. Entraría en juego la Contraloría, etc., y Chile sería más pobre sin un Neruda. Claro, no todos los funcionarios consulares son poetas, felizmente. Otra historia: en la diplomacia brasileña, Vinicius de Moraes parecía un caso perdido, poeta, melenudo, aficionado al whisky, rodeado de "garotas de Ipanema", cantando en boîtes de Copacabana... Por eso, nunca lo ascendieron en vida. Pero hace tres años, en un acto solemne, Itamaraty (el ministerio brasileño) lo ascendió a embajador en forma póstuma. ¿Ve usted? Un ministerio inteligente, que reconoce la necesidad y la importancia de la excepción. Las pensiones de las viudas y las hijas de Vinicius mejoraron. Yo lo recuerdo en la misma sala donde escribo estas líneas, tocando su guitarra.
-En un texto de ficción ("La mujer imaginaria") y otro de memorias ("Adiós, poeta...") usted reconoce haberse autocensurado; por su madre, en el primer caso, y razones políticas en el segundo. ¿Estaría dispuesto a reescribirlos?
-De hecho, tengo el proyecto de reescribir ambos. No sé si me alcanzará el tiempo. La señora de La mujer imaginaria tendrá amores carnales con el callampero del otro lado del canal. Y el Neruda de Adiós, poeta... escribirá unos versos que en la realidad escribió y que se me pasaron al escribir ese libro: "He escrito tantos versos sobre el primero de mayo/ que a partir de ahora sólo escribiré sobre el día dos de ese mes...".
-En "El descubrimiento de la pintura" se siente tentado de retratar a Fonfo a la usanza de antes, "como un narrador omnisciente, de mediados del siglo XIX", pero admite que si no fuera por esas señales demasiado sutiles que ni siquiera usted es capaz de captar, no habría relato. ¿Necesita resolver en la escritura misma ciertos enigmas?
-Toda escritura interesante tiene lados enigmáticos. Si no hay enigma, no hay vuelo, no hay poesía. La prosa sin poesía solo sirve para hacer informes ministeriales o empresariales.
-Y a estas alturas, ¿le cuesta más o menos que antes dejar la poesía fuera de sus informes diplomáticos?
-Hago menos informes que antes y soy escéptico con respecto a la lectura de esos informes. A veces, aprovecho mi columna de los viernes en La Segunda para decir lo que pienso. En la de esta semana di mi impresión personal de tres días en Roma. Digo que no fui a seguir los pasos de Berlusconi sino los de Stendhal, bastante más interesantes. Pero he podido estar en algunos períodos en la burocracia porque nunca la he confundido con la poesía. Creo que la mejor escritura sobre la burocracia y sus mediocridades en el siglo XX es la de Franz Kafka y la de Italo Svevo.
-"Estamos en Chile", se decía Rengifonfo, frente a la indiferencia y la incomprensión de su arte. ¿Qué alcances tiene para usted esa frase?
-Decir "estamos en Chile" es como decir que estamos en la limitación, en la mezquindad. Es una crítica y un desahogo. Podríamos estar en otra parte, o en otro Chile.
-¿En qué siente que Chile ha sido mezquino con usted?
-Tengo sentido del humor y no dramatizo nada. Trabajo mucho, con disciplina, y eso me da independencia. No ando por ahí pidiendo becas ni consulados vitalicios. Me levanto a las 6 de la mañana y esa es la única explicación de que esté terminando una novela de trescientas y tantas páginas, y haya escrito las memorias y El descubrimiento de la pintura en tres años de embajada. Me gusta el amanecer, me encanta escaparme temprano de los lugares, sin que me vean cuando desaparezco, etcétera. Ya existe una primera versión de la traducción francesa de El descubrimiento... , hecha por Bernardo Toro, y estamos trabajando en cada detalle para que sea impecable. Y hay editores interesados. ¿Qué más puedo pedir?
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