lectura digital
Blog de Adriana Villanueva
Apología a la lectura digital,
por Adriana Villanueva
Por Adriana Villanueva | 25 de Mayo, 2013
El año pasado el escritor norteamericano Jonathan Franzen despotricaba en el Hay Festival de Cartagena contra el libro electrónico, decía que era una perversidad del capitalismo leer en un aparato que si le caía un vaso de agua, se arruinaba. Franzen, cuyas novelas están a la venta digitalmente, siente una justificada antipatía por la lectura electrónica: “Da angustia que dentro de 50 años los libros impresos estén obsoletos”.
Amo mi biblioteca impresa recopilada desde hace más de treinta años, y estoy encantada con la lectura electrónica, no abandonaría una por la otra, ambos formatos tienen sus ventajas y desventajas, por ejemplo:
Espacio: no me caben los libros en el apartamento: hay libros debajo de las mesas, torres sobre ellas en el baño, en el cuarto de los muchachos, en la cocina, empiezan a tomar las esquinas. He tratado de donar algunos pero ya ni en el Banco del Libro los quieren, y si encuentro quien los acepte, cuando voy a hacer la selección, soy incapaz de decidirme de cuáles libros prescindir. Apenas he logrado regalar libros de cuentos de cuando mis hijos estaban pequeños, y no todos, ¿cómo desprenderme de la colección de Anthony Browne?
Formamos un estrecho vínculo con nuestra biblioteca, deshacernos de alguno de nuestros libros, hasta de la novela más latosa, es como deshacernos de un pedacíto de nosotros… y me perdonan la intensidad.
En cambio los libros electrónicos están en nuestro cloud (archivo virtual) sin ocupar espacio físico, aún si cae encima de la tableta digital el temible vaso de agua sobre el cual amenaza Franzen, el contenido de nuestra biblioteca digital queda grabado en el inframundo de la Web esperando para ser bajado en una nueva máquina. Sería como cambiar un libro de una biblioteca a otra.
Quizás estos libros electrónicos no son tangibles, se hacen tangibles en el aparato, pero allí están.
Peso-volumen: Tomemos por ejemplo dos novelas de Franzen: Las correcciones (2001) y Libertad (2009), ambas se acercan a las seiscientas páginas. A quienes nos gusta llevar un libro en la cartera para mitigar las horas muertas, el tamaño sí importa, y en ese caso los libros, mientras más pequeños, mejor. Las correcciones y Libertad son novelas que de leer impresas, de lo grandes que son, solo leeríamos en casa o en unas vacaciones. Digitalmente la prosa de Franzen nos acompaña a donde sea. O lo haría, de no vivir en una ciudad con la eterna sensación de ser la próxima víctima del hampa, como se verá más adelante.
Biblioteca Portátil: Cuántas parejas de bibliófilos, cuando los hijos se van, sienten que les llega la hora de mudarse a apartamentos más pequeños, y no saben dónde meter la catajarra de libros que tienen. Se ven obligados a hacer una reducción de sus bibliotecas con una encrucijada tipo la decisión de Sofía: “¿Cuáles libros se mudan con nosotros y cuáles vender o regalar?”. Un vecino jubilado se mudó a un apartamento más pequeño, viviría de la renta de alquilar su apartamento de 360 metros cuadrados que tenía una hermosa biblioteca con la más espectacular colección de libros de Política, Historia y Literatura venezolana. En ella no había novelas de Barbara Taylor Bradford ni de Sidney Sheldon, era una biblioteca de coleccionista con énfasis en lo nacional. El vecino trató subirle el precio al inquilino si le dejaba el contenido de la biblioteca, recibiendo como respuesta: “Llévese sus libros”. Ahí los tuvo que dejar, donde se mudó no cabían, rogándole a los inquilinos que se los cuidaran para cuando les encontrara mejor destino.
Qué decir de la ola migratoria estos últimos años de Venezuela, ¿cuántos libros han sido abandonados en cajas? ¿Cuántas bibliotecas desmembradas? Un amigo radicado en los Estados Unidos me cuenta que no está dispuesto dejar atrás un libro más, desde que se fue de Venezuela casi todas sus lecturas son digitales, su biblioteca está en su Kindle y se puede mudar con ella a donde sea.
El tamaño de la letra, pantall iluminada y diccionario incorporado: Una de mis ventajas favoritas de la lectura en formato digital es que los lectores adaptamos la letra a nuestra vista, y para quienes la presbicia comienza a atacar, poner la letra a la medida de la ceguera es de los inventos más prácticos desde el lavaplatos automático. El diccionario incorporado también es de gran utilidad sobre todo si estamos leyendo en un idioma que no es nuestra lengua materna: al toparnos con una palabra desconocida la presionamos levemente con el dedo, y ahí está la definición. Y ni se diga la pantalla iluminada, se acabó el “¿Cuándo vas a apagar la luz?” de un cónyuge encandilado, además, la pantalla iluminada que dura horas en las tabletas digitales, y hasta días en los kindles más sencillos, resulta propicia en países donde debido a la crisis eléctrica no sabemos cuándo nos puede sorprender un apagón.
Descargas gratis de clásicos: Los libros de dominio público (los derechos de autor expiran entre 50 y 70 años después de su muerte) se descargan gratis en su forma más elemental: portada simple y texto. Si se desea una edición ilustrada, con prólogo, notas al margen y portada más bonita, hay que pagar, pero no mucho. Esto no solo es positivo por el dinero ahorrado, sin regresar al tema “espacio”, sino porque podemos hacernos de una biblioteca que ni la de Alejandría: los Antiguos Griegos, Las mil y una noches, todo Shakespeare, todo Dickens, todo Tolstoi, todo Dostoievski, todo Chéjov, todo Balzac, todo Víctor Hugo, todo Dumas. Leer cada una de las obras de los grandes escritores sería tan ambicioso como quienes quisieron construir la torre de Babel, pero qué bueno saber que tenemos a los clásicos a un descargar de distancia.
Ir a Barnes y Nobles sin salir de casa: ¿Cuántas veces nos enteramos por Internet de un libro que acaba de salir en los Estados Unidos o en Europa, alguna novela que quisiéramos leer pero de tan voluminosa que es habría que ser bien cara e’ tabla para encargársela a un amigo que se va de viaje? Gracias a la lectura digital, raspando la tarjeta Cadivi de dólares de Internet, en menos de lo que tomaría hacer la cola para pagarla en cualquier Barnes & Noble, podemos empezar a leer la última novela de aquel autor que tanto admiramos que tardaría meses y hasta años, si acaso, en llegar a las librerías de Caracas.
Adriana Villanueva
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