NICANOR PARRA CUMPLE 99 AÑOS
El poeta escondido
Está a punto de cumplir 99, pero no permite que su mente jubile.
Nicanor Parra lee el diario, escribe en cuadernos de croquis y sigue obsesionado
con el lenguaje. A su vida en Las Cruces sólo acceden unos pocos amigos y su
familia. Y eso pasa porque Parra dice que quiere desaparecer. Por eso no permite
fotos ni que lo graben. Pero aceptó que entráramos a su casa y conversáramos
cuatro horas con él. Así transcurren sus días con vista al mar.
por Andrew Chernin y Marisol Olivares
http://diario.latercera.com/2013/09/01/01/contenido/la-tercera-el-semanal/34-145331-9-el-poeta-escondido.shtmlEntonces aparece el antipoeta.
Es casi el mediodía y Nicanor Parra está vestido con un pantalón de cotelé, la parte de arriba de un pijama de franela celeste, un chaleco beige con hoyos en las mangas y, encima de todo, una camisa escocesa blanca con colores tierra. Sobre la cabeza, un gorro de lana chilota le cubre hasta las cejas. A menos de una semana de que cumpla 99 años, Parra sostiene un bastón con la mano izquierda, que bien podría ser una rama de un árbol que cayó al suelo. Después de unos minutos, pregunta bajo el marco de su puerta de roble.
-¿Qué quiere?
Varias personas que visitan a Nicanor Parra en su casa en la playa cuentan que su último antipoema trata de política. Que dice: “Miche- lle y Evelyn/ Dos gringas a la presidencia/ Aquí hacen falta dos candidatas/ la Fresia y la Guacolda”.
Recurrir a esos versos puede ser entonces un salvoconducto para entrar al mundo de Parra:
-¿Por qué Fresia y Guacolda?
Nicanor Parra se acerca la mano al oído izquierdo y pide que le repitan eso. Cuando entiende, mira con esos ojos marrones que la vejez cubrió con una nube gris. Abre la puerta. “Adelante”, dice.
Una vez adentro, explica que no da entrevistas. Parra no acepta cámaras ni grabadoras ni celulares, pero es amigo de la libreta y el lápiz: deja tomar nota para recordar. Podría parecer un acto vanidoso de su parte, pero aclara que es todo lo contrario. Y para eso se remonta a la India y habla del Código de Manú, un texto escrito dos siglos antes de Cristo que describe las cuatro etapas del hombre: neófito, galán, anacoreta y mariposa resplandeciente. Parra dice que desde que se fue a vivir a Las Cruces, en 1990, es anacoreta. Según Manú, en esa fase, el hombre debe renunciar al ego, a la hembra, a los bienes materiales, a la fama y esconderse en el bosque.
-Por eso me vine a Las Cruces. Por eso se acabaron las entre-vis-taas.
Después vuelve a Manú y a la etapa de “mariposa resplandeciente” que, aclara, no es más que la muerte. Quien haya vivido las tres primeras etapas, dice, va a lograr desaparecer. El que no, va a resucitar. Y Parra ya no quiere eso.
-No hay mayor castigo que ex-is-tir.
Nicanor Parra no quiere contestar preguntas, pero sí hablar. Sentado en una mecedora de madera -que no se mueve- en el living de su casa, hablará cuatro horas sin siquiera pararse al baño. Cada cierto rato repetirá la frase Pity she is a whore (“Lástima que sea puta”), que es el nombre de una comedia escrita por John Ford.
Pero a veces, también se quedará en silencio. En esos momentos será como si Parra ya se hubiese ido de este mundo.
Cristóbal Ugarte, su nieto conocido como “Tololo”, dice que a Parra le quedó mucho de inglés. Allá vivió entre 1946 y 1951, cuando hizo un doctorado en Cosmología en la Universidad de Oxford. Su cualidad británica está en la puntualidad excesiva y su gusto por hablar en inglés, las chaquetas de tweed, los desayunos con avena, leche o huevos a la copa y en no demostrar sus sentimientos. Cuando quiere hacer cariño, toma la cabeza del interlocutor y la aprieta. “Para él es como si estuviera dando un abrazo”, cuenta su nieto.
Es pasado el mediodía en Las Cruces y, como de costumbre, Parra camina poco. Un lumbago lo echó a la cama a comienzos de año y hoy lo hace desplazarse con bastones de los que puede prescindir cuando quiere. Hace la demostración de caminar con uno y después con ninguno. Sus pasos son lentos, con la espalda levemente agachada. La mayor parte de su tiempo la pasa sentado sobre un sillón café, que mira a un ventanal que construyó su hija Colombina Parra, cantante y arquitecta. Una tarde, ella llegó con un chuzo, botó el muro y dejó pasar la luz.
Allá afuera, cerca de una escalera, está la Venus de Milo en loza blanca. Tiene un papel que el antipoeta escribió con caligrafía de profesor: “Soy Frígida, sólo me muevo con fines de lucro”. Sobre las paredes de la casa ha construido un índice telefónico donde tiene anotados los números de sus hijos, sus nietos y uno que otro anti verso que se le ocurre.
El refugio de Parra se centra en una mesita de madera, donde se encuentra el diario subrayado, varios lápices Bic, una lupa y un cuaderno universitario de hojas blancas en el que escribe todos los días. Parra dice que “es el anti diario”. Los cuadernos dan vueltas por toda la casa. Están en la pieza, en la cocina y en un frutero que en vez de manzanas tiene libros. También sobre la mesa, abierto en la página 10, está el “Quijote” del Centro de Estudios Públicos. Allí, más de 20 autores, como Vargas Llosa, Juan Villoro y Carlos Fuentes, escriben sobre el caballero andante.
-Uhhh, con eso yo me encierro no sé cuánto tiempo a leerlo con lupa- dice.
Advierte que a veces descarta los libros en la primera frase. Ahora está a punto de someter a prueba el prólogo, leyendo en voz alta.
-Tras resumir las múltiples facetas del Quijote…
Parra se detiene. Deja de leer.
-Listo, listo. Déjeme hasta ahí, compadre. Sintaxis cero, sacó nota cero.
Parra siempre califica. Cuando habla, interroga al interlocutor, apunta con el dedo, hace preguntas: ¿quién inventó el Volkswagen?, ¿qué escritores llegaron en el Winnipeg?, ¿quién fue Jorge Millas?, ¿cómo se define el gobierno de las mujeres? Si la respuesta es incorrecta, alza la mano y dice “uuuffff”. Si es correcta, aplaude. Parra dejó de hacer clases en 1994, pero como explica uno de sus cercanos, “él se sigue considerando un profesor. De hecho, hace décadas tiene una relación con Carlos Peña, rector de la Universidad Diego Portales (UDP)”.
Algo de eso pudo verse en junio recién pasado.
Rodrigo Rojas, director de la Escuela de Literatura Creativa de la UDP y profesor del Seminario de Shakespeare, tuvo problemas explicándoles a sus alumnos el verso blanco, que es una forma de escribir de Shakespeare que Parra había adaptado al español. Entonces, Rojas subió a sus 25 estudiantes a un bus, llamó a Parra -a quien visita regularmente- y le dijo que quería ir con su clase a resolver una duda. Cuando llegaron a la calle Lincoln, Parra los hizo esperar en la vereda y al rato apareció con chaqueta de tweed, camisa Oxford abrochada hasta el cuello, pantalón de cotelé y pantuflas de conejo. Para explicar el verso blanco recitó un poema en griego, en inglés y después les demostró lo que él había hecho en la traducción del Rey Lear. Apoyado en su formación de matemático, hizo que los alumnos contaran las sílabas de cada verso.
Recuerda Rojas: “El nos hizo una clase de dos horas. Sin ningún tipo de preparación. Vinculándolo con temas de las protestas estudiantiles en ese minuto. Luego termina diciendo, ‘bueno Rodrigo, yo creo que eso es suficiente’. Saca la llave del Volkswagen, se sube al escarabajo, lo prende, hace rugir el motor. En esto los alumnos se espantan, le hacen una especie de pasillo y él acelera, saliendo de escena teatralmente. Los alumnos y los turistas que se habían reunido se quedaron aplaudiendo”.
El 5 de septiembre, Parra cumplirá 99 años. Ya no toma remedios ni usa inhalador contra el asma. Cuando le vienen las crisis bronquiales, se va a la orilla de una rompiente y sigue la teoría de Lynus Polling, premio Nobel de Química, quien escribió el libro How to feel better and live longer.
-Ahí dice que eso se consigue con megadosis de ácido ascórbico -cuenta Parra. Por eso toma 5.000 gramos diarios de vitamina C, que sus hijos y nietos le traen de Santiago.
Durante los primeros días de septiembre, por una mezcla de circunstancias, que incluye el cumpleaños, las obsesiones de Parra adquieren otro volumen. Rodrigo Rojas cuenta: “Yo pasé el último cumpleaños con él, en su casa, con un asado. Por lo general, se esconde y esa vez fue muy gracioso porque terminó así, escondido. Porque claro, fue mucha gente. Incluso se sintió mal. El tiene alergia y en septiembre se le hinchan los ojos. Además, llega gente patuda a su cum- pleaños. Muchos frescos, mucho oportunista”.
Durante el último tiempo, la cabeza de Parra se entretiene con temas tan disímiles como los mapuches, la historia del tango y las cartas de Diego Portales que le divertían, cuenta un amigo, por los giros coloquiales que hacía en ellas el ex ministro del Interior. Parra, dice un cercano, sigue escribiendo todos los días, buscando la pureza del lenguaje: “Escribe una cosa y la reescribe mil veces”.
Aunque esa es una idea que mantiene desde hace años.
Parra anota las frases de los niños y de la gente humilde y se las aprende de memoria. Es lo que él llama el discurso infantil y el discurso limítrofe. De su nana antigua, Juanita Ramírez, recogió la palabra Tata y la usó en la traducción del Rey Lear. Ahí, esa es la palabra que el bufón usa para dirigirse al rey. De un antiguo jardinero, Ariel Bascur, aprendió el sentido de la paternidad. La historia es así: hace 20 años, cuando Bascur iba de regreso a casa, un maestro con el que había peleado le gritó: “Ahí va el huevón del Ariel Bascur. El pelotudo cree que es el papá de sus niñitos”, poniendo en duda la paternidad sobre sus hijos. Bascur le respondió: “Cero problema, yo me conformo con el bono familiar y que los cabritos me digan papá”. Parra le encuentra toda la razón: para él, la paternidad, más que de pruebas de ADN, debería tratarse de eso.
Aunque el léxico que aprendió no se acaba ahí. Esta tarde en Las Cruces recuerda expresiones como “apagalú”, que fue la primera palabra que pronunció su hija Colombina, y “guatete”, que fue como el “Tololo” expresó su alegría de niño, colgando de una baranda sobre un cerro.
Esa lucidez, explican quienes lo rodean, se debe a que Parra no detiene su mente. Lee el diario todos los días. Subraya las noticias con lápiz pasta y dice que detesta las cifras en los periódicos. “Para que vea que yo sigo en órbita todavía”, explica el poeta.
De acuerdo con las noticias de la semana, nacen nuevas obsesiones. Hace dos años, la Primavera Arabe le quitaba el sueño. Hace uno, la biblioteca del Quijote. Hace dos meses, los gladiadores. Hoy piensa en política.
Después de dos horas de conversación, Parra recién retoma el tema que inició esta charla y habla sobre Evelyn Matthei y Michelle Bachelet, a quien llama “las dos gringas”.
-Hay que preguntarle a la Bachelet qué va a hacer con las niñas adolescentes de los barrios bajos, y también con los ñatos y los viejos y los viejos verdes.
-¿Usted cree que salga Michelle Bachelet?
-La voz de la cifra dice eso, qué voy a discutirle yo.
-¿Le gustan las gringas?
-Ya sabe mi respuesta. En esta lista de candidatas faltan dos: Fresia, de Caupolicán, y Guacolda, de Lautaro. Yo prefiero un gobierno gobernado por las mujeres.
-¿Votó por Bachelet?
-Sí, claro.
-¿Va a votar por ella ahora?
-El voto en Chile es un secreto. Aquí hay que conseguirse una mapuche y enchufarla, pero ya pasó el momento. Hay tantos candidatos que esto es una comedia, las elecciones son un circo.
Nicanor Parra almuerza a las cinco de la tarde. Son pasadas las 2 y se queja de que no hay nadie que le prepare un té, porque su nana, Rosa Avendaño, está en San Antonio. La cocina de Parra es pequeña. Tiene microondas, un hervidor de agua, tazones de diferentes colores y varias bolsas de té recicladas. La loza está a medio lavar y sobre los mesones hay mantequilla y miel. Pide que le sirvan un té.
-¿Lo quiere con azúcar?
-No -responde- sweet, but dangerous.
Ya servido, Parra espera que el té se enfríe. Pide que le pasen las bolsitas. Las humedece y se las pone sobre uno de sus ojos, sin dejar de hablar.
Parra dice que no recibe nada de nadie y por eso, a veces, le da por salir. Toma su Volkswagen, se va a pasear por Cartagena y se baja en “Los Chinos”, un restorán que fusiona la comida oriental y la chilena: allí pide cazuela de vacuno. Antes iba a comprar el pan donde “Juan Carlitos”, a 20 metros de su casa, y todos los veranos encarga 40 humitas a la “Tía Paty”, que se las va a dejar a su casa. Cuando el lumbago no lo azotaba, iba al bar Puerta del Sol (se llama "Puesta de Sol", nota del Editor del Blog SBCH) a tomar una cerveza Royal a temperatura ambiente.
Aunque en Las Cruces lo ven poco, el pueblo lo reconoce. Hablan de antipoesía aunque nunca hayan leído un solo antipoema. Parte de las rejas blancas de madera de su casa están hechas pedazos. Pero él se niega a arreglarlas “Yo me entiendo con los bajos fondos”, dice. Una vez le advirtieron que no volviera a borrar lo que los grafiteros escribían afuera de su casa, porque se lo iban a rayar de nuevo y podían asaltarlo. “Dejé de borrar”, asegura. Hoy, afuera de la puerta de roble en la entrada está escrita con spray la palabra antipoesía. “Yo soy grafitista, yo hago grafitis antes que ellos”, agrega Parra.
Es un personaje conocido en Las Cruces. Rodrigo Rojas da cuenta de ello: “Cuando estamos en un restorán, todo el mundo lo saluda. Uno se da cuenta inmediatamente de quiénes lo conocen, porque no lo interrumpen para saludarlo. Le hacen una seña. Le dan la mano. Pero no se acercan a la mesa a interrumpir su conversación. También le aburre que le pidan dedicatorias. Cuando le pasan un libro y le dicen ‘Nicanor por favor, hágame una dedicatoria’. Y él dice sí, por supuesto. Y pone ‘te quedo debiendo la dedicatoria. Nicanor Parra’. Que es, a su vez, una antidedicatoria. Pero lo hace porque llega un minuto en que se agota. Ahora se cansa más fácil. Es un genio que duerme más siesta y que funciona a otra velocidad. Pero sigue siendo el mismo”.
Otro cercano dice que a Parra se le han acercado de todas las candidaturas presidenciales para ver si quiere participar. Y él no ha aceptado, porque no quiere cámaras.
El 6 de abril pasado, el Presidente Sebastián Piñera fue a visitarlo a Las Cruces, junto a Cecilia Morel, quien le regaló un poncho.
Rodrigo Rojas, que presenció ese encuentro, lo recuerda así:
-Entré a su casa y estaba el Presidente, su hermana, su hija. Estaba el “Tololo”. No conviene que cuente el contenido de la conversación, pero fue una historia muy graciosa. Lo interesante es que se da una negociación entre Parra y Piñera. Nicanor, con su habilidad lingüística, termina desestabilizando al Presidente. Y eso es muy habitual. A todos nos llega ese minuto en que te sientes tonto, porque no sabes si Nicanor te está tomando el pelo o no.
Parra ahora está en silencio. Sigue con las dos bolsas de té sobre los ojos. Luego va a su pieza, un dormitorio oscuro, repleto de libros, y saca dos fotos. En ambas aparece Colombina y Juan de Dios, sus hijos menores. Cuando la ve, exclama: “Colombinita, Colombinita, mi guagua”. El hombre que no solía expresar sentimientos, dice que quiere agarrar la foto y “besuquearla”. Se queja como un niño. Sin saber si es broma o es cierto, repite: “Dejan solo al papá”.
Hace dos semanas, antes que el “Tololo” partiera de vuelta de Las Cruces a Santiago, Rosa Avendaño le entregó un papel. “Se lo manda don Nicanor”, le dijo. Al leerlo, a Cristóbal se le apretó la garganta. Esto decía:
“Si vas a La Reyna/ Te ruego viajero/ Que le digas a ése que de amor me muero/ A donde viven mis nietos/ que vive en una casita muy linda y chiquita/ que está en la falda de un cerro enclavado/ la pueblan las parras, se escuchan guitarras/ y al fondo hay un sauce que ríe y que llora porque yo los quiero/ Si vas a La Reyna, te ruego viajero/ Le digas a esos, que de amor me muero/ El niñito se llama Bartolo/ Y su perro se llama Tololo/ Si llegaras a verlo le dices que sin él me siento muy solo/ La niñita se llama alcachofa/ Y su gata se llama Josefa”.
Parra vuelve a hablar sobre Manú y la etapa anacoreta. Dice que debería bombardear la Biblioteca Nicanor Parra de la Universidad Diego Portales, el Centro Cultural, la fundación que quieren hacer y borrar todo lo que lleve su nombre.
-Porque humillación más grande que existir no hay. No hay.
-¿Y cómo desaparece un poeta que ha dejado todo por escrito?
-Esto parece entrevista personal. Mande las preguntas por correo.
A Nicanor le cuesta hablar de la muerte, de la de sus cercanos y la propia. Del suicidio de Violeta Parra, sólo ha contado de la noche antes de pegarse un tiro. Violeta le cantó la canción Domingo en el cielo y le lanzó: “Ahora vai a tener que cantarla tú, guachito culebra”. Cuando Parra escucha un disco de su hermana, entona las primeras canciones. Luego se queda callado, se va a acostar y duerme hasta el día siguiente.
- ¿A usted le da miedo morirse?
-Las preguntas difíciles las respondo sólo por escrito, las preguntas personales. Porque ahí el viejo se pone a bailar la cumbia. Y se acabaron los bailoteos.
Pero más allá de esas evasivas, sus cercanos saben que el tema le da vueltas. Dice Rodrigo Rojas: “Muchas veces, uno lo llama y le dice ‘Hola Nicanor, ¿en que estás?’. ‘Aquí pues -responde él-, esperando el momento’”. Hace pocas semanas le habló al “Tololo” sobre esto. De lo que realmente significa ser un anacoreta.
-Mi abuelo dice que ahora se retira al bosque. Que se acabó la vida, la mujer, todo. Dice que los monjes chinos se queman antes de quedar gagá y que el mejor premio es borrarse del mapa. Pero a mi abuelo le complica morirse y dejar un cuerpo. Dice que hay que vestir a ese cuerpo, maquillarlo, transportarlo. Mejor desaparecer nomás, “mejor me voy a tirar al mar”, dice.
La idea plantea una imagen trágica. El poeta desapareciendo para siempre en el océano. Pero entonces hay que pensar en lo decía su amigo Rojas. Que con Parra, uno nunca sabe cuando está hablando en serio.
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