EL INGENIERO DE LA TRANSICION
El Mercurio La Revista del Sabado sábado 21 de marzo de 2009
El libro que revela su vida:
Secretos de Boeninger
El abandono de su madre y su difícil niñez, los secretos de su vida política, su relación con Pinochet, el amor por su mujer, su cáncer. Los capítulos más desconocidos de la vida de quien es considerado el cerebro de la transición son parte de un libro que lanzará la periodista Margarita Serrano después de entrevistarlo durante un año. Aquí, algunos episodios de esa investigación. POR MARGARITA SERRANO
El libro que revela su vida:
Secretos de Boeninger
El abandono de su madre y su difícil niñez, los secretos de su vida política, su relación con Pinochet, el amor por su mujer, su cáncer. Los capítulos más desconocidos de la vida de quien es considerado el cerebro de la transición son parte de un libro que lanzará la periodista Margarita Serrano después de entrevistarlo durante un año. Aquí, algunos episodios de esa investigación. POR MARGARITA SERRANO
"No, no le voy a dar una entrevista para que escriba un libro sobre mí". Se pone muy serio en su oficina de Cieplan. Y tajante. "La razón es simple: soy un tipo fome, no tengo anécdotas entretenidas para contar y no quiero hacer de mi vida algo memorable". La aventura había llegado a su fin, antes de empezar. Mis argumentos iban perdiendo brillo frente a la simplicidad de los suyos. Le mencioné las contradicciones que se ven en su vida ? es democratacristiano y es agnóstico, divorciado y liberal?, y de lo interesante que sería desmenuzarlas para la opinión pública. También recurrí al cáncer de hígado y páncreas que lo aqueja desde el año 2007 y que ahora está aparentemente detenido. Quise que él hiciera la asociación entre ese hecho con la urgencia de escribir su historia aquí y ahora. Pero no la hizo. Su actitud está muy lejos de la vejez y de la enfermedad. Para qué decir de la muerte. Hablamos de política y amores, pero, en definitiva, nada le resultó muy convincente. Sin embargo saltó una chispa al final, que hizo tambalear mi fracaso: "Dele una vuelta al tema, háblelo con su mujer. Lo llamo mañana". "Me fue mal…", me dijo por teléfono al día siguiente. "La Martita (Gómez) considera que debo hacerlo". Y se río, derrotado y poco convencido. A la primera sesión llegó con chaleco de cachemira rojo. Animado, peinado con gel o gomina. Muy delgado, aún más que siempre. Pero contento. Con buena memoria y advirtiendo que su vida comienza a los 12 años, porque no existen recuerdos previos.Bien. Esta será una historia sin infancia. Pero por ahí salen fragmentos de ella. De su adolescencia marcada por la curiosidad y la libertad. De su amor a las mujeres, su debilidad y su inspiración. De su vida sin Dios. De su espíritu competitivo. De la facilidad para las matemáticas, del juego de la planificación, de la estrategia política y la negociación para lograr acuerdos. De lo poco que le gusta el poder. De lo mucho que ha bailado y viajado. Después de comenzar, le gustó recordar. Sin restricciones. Con bastante crudeza, toda la que tiene el que dice rigurosamente su verdad, porque no tiene ya nada que temer. Ni perder. Y así, desordenadamente, sin saber cómo, fue marcando con tinta indeleble los trazos de su historia.Una sinopsis de esos trazos es lo que daremos a conocer aquí.
Infancia sin mamá
Sus padres, Edgar y Lilli, se casaron en Santiago en octubre de 1924. Vivían en la calle Compañía 3129, cuando el 23 de agosto de 1925 nació el único hijo de la pareja. Se llamó Edgar Arnold Dagmar Hanz Heinz Böninger Kausel. El niño fue matriculado en el colegio británico The Grange School. Tenía como 10 años cuando se fue su madre de la casa y quedó solo con este papá que se había vuelto muy autoritario y violento. Ella no pudo resistirlo más y ni siquiera se atrevió a llevarse al niño para no causar más cólera en un hombre con esos niveles de rabia incontrolables, quien advirtió que él se quedaba con el hijo. Padre e hijo se quedaron solos, sin diálogo y sin muchos recursos. Suponemos que la casa se vendió, porque al poco andar estaban viviendo ambos en una pensión en el barrio Brasil. Luego en otra en la calle Riquelme, y así en varias pensiones. El niño partió al colegio público más cercano, el Instituto Nacional, donde cursó Tercero y Cuarto año de Humanidades. El año 40 y 41 terminó sus estudios secundarios en el Instituto Alonso de Ercilla. Pero el colegio no fue nunca su problema. Era su espacio de recreo, de posibilidad creativa, de aprendizaje, de entretención, tanto con el álgebra, el deporte como la chacota con sus compañeros. Paralelamente, la vida en la pensión era un calvario. Las discusiones con su padre eran permanentes. Nunca estaban de acuerdo. Llegaba muy tarde, suponemos que con varios tragos de más. Hay un solo recuerdo que le sale entero: durante un tiempo dejaron la pensión de turno porque su padre tomó el trabajo de administrador en una fábrica enorme enclavada en una manzana de superficie, en Gran Avenida. Le parece que puede haber sido una fábrica de cartones. La pieza donde dormían estaba muy lejos del portón principal que daba a la calle. A unos 30 metros. Cuando llegaba del colegio, veía al papá terminar su trabajo y salir de fiesta, supone. Lo que más recuerda es el miedo que lo invadía cuando terminaba de oscurecer. Un miedo que se iba haciendo infinito cuando ya el silencio reinaba en aquella construcción gigantesca y helada. Y ahora vacía. A veces no podía dormirse porque estaba solo, y cruzaba ese inmenso patio hasta el portón y allí se sentaba, en el frío y la oscuridad, a esperar a su padre. Esos momentos eran dramáticos. El ruido de la calle era más consolador que la soledad de su habitación. Prefería la calle a la casa. No sabe a qué hora llegaba su padre, sabe que se enojaba al verlo acurrucado en la vereda, tal vez llorando.A los 13 años, más o menos, ya nuevamente en una pensión, un día de discusiones, su padre lo amenazó con una pistola que guardaba siempre consigo. El niño lo veía ya como un tipo loco. Al poco tiempo le dijo que prefería vivir solo. Su padre agarró sus cosas y se fue.polola pensionistaNo tuvo niñez este personaje. Esa es la verdad. No tuvo madre. Ella le siguió pagando la pensión durante algún tiempo. No iba a verlo, nunca pisó la pensión, pero le entregaba un dinero cuando él la iba a ver a su casa del barrio alto. Las visitas eran sólo de vez en cuando, porque ella se había casado con un médico de prestigio y vivió para él y su hijo ?ella no tuvo otro después de Edgardo? como una familia formal y de buena posición. Edgardo nunca la sintió madre; tenían una relación de amistad formal. –Por lo tanto, la dueña de la pensión tiene que haber sido lo más cercano a una madre para usted... –Sí, en el sentido de que fui acogido por ella. Pero para ser honrado, terminó siendo más polola que mamá… (Explota en un ataque de risa). En 1942 ingresó a la Facultad de Ingeniería Civil de la Universidad Católica. El mundo se le agrandó. Se hizo de muchos amigos con los que armó pequeñas empresas y grandes proyectos. Accedió al barrio alto y a los campos de la zona central, a las familias católicas, con su bondad, prejuicios y tradiciones. No estaba deslumbrado, ni tampoco acomplejado. Era el único que se tenía que mantener, sin embargo no acunaba ningún resentimiento. Consiguió muy luego que por su facilidad para las matemáticas ? heredada de su abuelo materno? los profesores le dieran ayudantías y clases incluso en otras facultades.? Es cierto que no tenía conexiones sociales, pero como era buen alumno, no me sentía desamparado. Sabía que tendría oportunidades para salir adelante. Por otro lado, quería mucho a mis amigos de la pensión, el pescadero, el detective en servicio activo, una niña que trabajaba en Cocha. Así como también quería a Osvaldo Ortúzar Montes, compañero de Ingeniería, con quien iba a pasar algunos fines de semana al fundo La Montaña con su familia. "Llegué a querer mucho a estos dos mundos y al quererlos, los entendía. No veía nada pecaminoso en los de arriba, ni rencoroso en los de abajo. Me di cuenta temprano del desconocimiento de la clase alta chilena respecto de sus congéneres. Es brutal. Yo tenía la ventaja de conocer ambos mundos". Entró a Economía en la Universidad de Chile en 1955. No podía asistir a clases porque trabajaba en la Dirección del Tránsito, y en sus dos mini empresas. Pero se leía los libros y daba las pruebas. Los profesores se preguntaban quién era este alumno que se sacaba muy buenas notas y a quien ellos no habían visto nunca.Cursaba quinto año de Economía, a comienzos de 1959, cuando Sergio Molina, que era Director de Presupuestos del gobierno de Jorge Alessandri, le pidió al decano Luis Escobar Cerda que le recomendara al alumno más notable de la facultad. Ahí conoció a Boeninger y se lo llevó como asesor económico de la Dirección de Presupuestos. Y la vida laboral fue de más en más, siempre en el sector público. –¿Quiénes lo han inspirado a lo largo de su vida? Jorge Ahumada fue, para mí, un tipo extraordinario. El cardenal Silva Henríquez era distinto a mí. Sergio Molina era tan amigo, que era difícil que fuera inspirador. De los presidentes de Chile no creo que ninguno me haya inspirado. Les tengo respeto. Eduardo Frei Montalva era un estadista extraordinario. Patricio Aylwin es un ser excepcional, con cualidades humanas en su relación con los demás nunca vistas. Pero era demasiado distinto a mí. Para él la política, el partido, la justicia social, son sus razones de vida; eso no me resultaba una fuente de inspiración. "La Martita (su mujer) me ha inspirado toda la vida, hasta hoy. Cuarenta años de convivencia opacan el tema de la inspiración, porque estamos todos los días juntos, pero probablemente le tengo más respeto que a ningún otro ser humano vivo. Todo lo que esperé para encontrar la oportunidad de armar la vida con ella, era porque había, junto con el afecto y la atracción, un elemento de inspiración. Era una persona a la que yo admiraba. Lo mejor de mi vida es la relación con la Martita. Absolutamente. Absolutamente". ?Usted bailaba con la Martita hasta hace pocos años, todas las semanas, en Las Brujas. Es harta gracia que a los 70 y hasta los 80 años saliera a bailar con su mujer…? No se me había ocurrido pensar eso, es lo más natural. Cualquier día salíamos a tomar un trago y a bailar. Específicamente en Las Brujas, nos sentábamos en unas mesitas con vista a una laguna que había ahí, tenía unos rinconcitos oscuros, muy íntimos. La última vez que salimos solos a bailar con la Martita, la última vez que fuimos a Las Brujas, fue poco antes de que se cerrara, el año pasado (2007), cuando yo estaba en medio del tratamiento oncológico. Bailamos un par de cosas lentas.
Su cáncer
¿Podemos hablar de su enfermedad? Por supuesto. Parte en el año 96, dos años después de que yo había terminado en el ministerio del gobierno de Aylwin. En un chequeo me descubrieron un tumor en el riñón izquierdo, ¿o derecho? (Se toca a ambos lados.) Izquierdo, siempre se me olvida. ?No es que le duela, entonces…? No, nada. Me lo sacaron y el doctor me dijo que lo importante era sobrevivir los cinco primeros años. Y además, me dijo que en cuanto a los riñones, dos es igual a uno. Le dije a la Martita, 'no quiero irme todavía'. No era por miedo a la muerte, sino por apego a la vida. Me fui habituando a un solo riñón. En el año 2002, en un chequeo, me detectaron una probable metástasis en el hígado y en la punta del páncreas. Me comprometí a hacerme controles semestrales. Así lo hice el 2002, 2003, 2004… Efectivamente fueron creciendo de a poco. Había que hacer alguna acción contra esta metástasis. "Con mi optimismo, me quedé en la duda de que fueran malignos. Mi urólogo me decía que no hiciera nada. Entonces, seguí sin hacer nada. Si no había un riesgo inmediato, prefería esperar porque tenía muy poca disposición a que me intervinieran el cuerpo con efectos bastante atroces como la quimioterapia y otras cosas. Ahí se me empezó a dibujar en la cabeza una idea: prefiero la calidad de vida a la cantidad. Sé que tengo que morir de todas maneras, pero el cáncer era una amenaza más inmediata. Pero pretendo pasar lo que me quede de vida, sean seis meses o seis años, en las mejores condiciones posibles."En marzo de 2007, se notó un crecimiento más acelerado de los tumores y me descubrieron una lesión en el cerebelo. Ahora, el cerebelo no es el cerebro, es lo que mantiene el equilibrio. Pero una metástasis ahí significaba el riesgo de que podrían haber más cosas en la cabeza. Ahí me preocupé. Yo quería seguir viviendo. El doctor me dio una droga moderna, que mata sólo las células malas. Eso era para los tumores del cuerpo. Pero el problema era el cerebelo. Había una radioterapia tradicional de cinco semanas, cinco días a la semana, o una droga nueva que casi no se hace en Chile, sólo en la Católica, y que consiste en operar con un rayo Gamma. En Argentina se hacía. Nos fuimos a Buenos Aires a la casa de la Iris, mi hija, y me intervinieron a la mañana siguiente. Me afirmaron la cabeza en una especie de corona metálica y comenzaron a bombardearme con rayos, mientras yo estaba totalmente consciente. A la mañana siguiente me dieron de alta y me dijeron que podía hacer mi vida normal. "Cuando volví a Chile, acepté hacer el tratamiento para los otros tumores del hígado y el páncreas con la famosa droga Sutent.Al final, igual me salieron ampollas en los pies, en las manos, en la boca. Me empecé a sentir muy mal. El oncólogo me la disfrazó un poco, pero es una quimioterapia que me hizo sufrir. "Los últimos exámenes demostraron que esos tumores no habían crecido más. Y con respecto al cerebelo, los argentinos dijeron que la lesión en el cerebelo había dejado de ser una amenaza. ?¿Le teme a la muerte?? No sé si es a pesar de ser agnóstico, o porque lo soy, pero no le tengo ningún miedo a la muerte. Tengo una profunda convicción de que con la muerte se termina todo. Se acabó. Nunca se sabe más nada de nada. Yo no creo en la experiencia del alma, más bien tengo la convicción de que eso no existe. A pesar de que no puedo probarlo, porque no soy ateo. ?¿La nada no lo horroriza?? No. La vida se termina. Pero lo único que he hecho para continuar es que, hace bastantes años, nos compramos un pedacito de terreno en el Parque del Recuerdo. Estamos de acuerdo los dos con ser cremados, cada uno en su momento. Le dije a la Martita que eso de 'esparcir las cenizas al viento, puede ser muy bonito, pero yo no lo quiero, no quiero que esparzan las mías, porque quiero saber de antemano que voy a estar al lado tuyo'.(Las lágrimas se asoman y se enredan con su risa. Hay un silencio largo). "No sé si es a pesar de ser agnóstico o porque lo soy, pero no le tengo ningún miedo a la muerte". "La Martita me ha inspirado toda la vida, hasta hoy. Lo mejor de mi vida es la relación con la Martita. Absolutamente", dice de su mujer, Marta Gómez.
MARGARITA SERRANO.
MARGARITA SERRANO.
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