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Chile, fértil provincia, y señalada / en la región antártica famosa, / de remotas naciones respetada / por fuerte, principal y poderosa, / la gente que produce es tan granada, / tan soberbia, gallarda y belicosa, / que no ha sido por rey jamás regida, / ni a extranjero dominio sometida. La Araucana. Alonso de Ercilla y Zúñiga

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Location: Santiago de Chile, Región Metropolitana, Chile

Editor: Neville Blanc

Tuesday, August 04, 2009

LA CORTINA DE HIERRO DE CHURCHILL QUE TERMINO COMO MURO





Roberto Ampuero, a tres meses de cumplirse 20 años de la caída del Muro, vuelve a la ex RDA
Berlín: pobre, pero sexy
La ciudad encierra una poderosa lección para Chile: muestra que, 20 años después del epílogo de una profunda división, es posible reinventarse, unirse y construir el futuro sobre fundamentos realistas, ajenos a ideologías, prejuicios y odiosidades añejas.
Reportajes El Mercurio
Roberto Ampuero desde Berlín
Donde hace veinte años corría la frontera con su franja de la muerte, alambradas, torres de vigilancia, perros adiestrados, campos minados y obstáculos antitanques, hoy, al menos los días domingo, tiene lugar el vibrante Mercado del Muro (Mauermarkt), del Prenzlauer Berg, el legendario barrio obrero y de artistas disidentes de Berlín Este. La zona colindaba con la frontera intraberlinesa, y de sus balcones muchos miraban hacia Occidente soñando con alcanzar "el otro lado", aunque estaban condenados a permanecer en el socialismo realmente existente hasta cumplir 65 años. Justo en esa tierra antes yerma palpita ahora la porfiada vida con su vasto abanico de expresiones.
Gente de razas, culturas e idiomas diversos, vestida y peinada de forma alternativa, recorre ahora el mercado, donde encuentra comidas y bebidas exóticas, resuena la música de Oriente y Europa, de América Latina, África y Estados Unidos, y se vende ropa y bicicletas, libros y revistas, vajilla y alfombras, instrumentos musicales y muebles -todo usado y barato-, o simplemente alguien da masajes o ve la suerte, a ver qué te espera en esa ciudad reunificada que, a pesar de la crisis económica, bulle con entusiasmo y originalidad. Bella resplandece Berlín bajo el sol de verano. La diversidad del Mauermarkt nos recuerda el bar intergaláctico de Star Wars. Nada expresa tan bien el fracaso del socialismo real como ese espectáculo abigarrado, vital y anárquico que se entrevera gozoso donde ayer los guardafronteras imponían silencio y distancia.
Desayuno hasta las seis de la tarde
He regresado a Berlín, a su parte oriental, adonde llegué por primera vez hace 36 años huyendo del régimen de Pinochet y buscando mi utopía. Ahora busco mis amigos y viviendas de antes, las calles y evocaciones que me permitan escribir la continuación de Nuestros años verde olivo y narrar esa etapa de exilio detrás del Muro que modificó para siempre mi Weltanschauung ( cosmovisión ).
¿Qué fue de los berlineses orientales de entonces, gente más bien reservada, algo inflexible y ensimismada, abrumada por la omnipresencia de los reglamentos? Hoy me resultan afables y cosmopolitas, seguros de sí mismos. No veo casi policías, y los restaurantes aceptan sustituir ingredientes en sus platos y numerosos cafés ofrecen "desayuno hasta las seis de la tarde", herejías extremas en los antiguos locales estatales.
¿Adónde fue esa gente de antes, con ropa opaca y ajena a la moda, que ahora veo a tantos conversando en las mesas al aire libre de restaurantes, bajo la sombra de los tilos o en las esquinas? ¿Cómo esos berlineses, que en el socialismo desaparecían presurosos detrás de sus puertas en cuanto salían del trabajo, se convirtieron en los nuevos mediterráneos de Europa, gozan hoy la vida y animan una ciudad que celebra hasta más tarde que Madrid o París?
A mí nadie me viene con cuentos. Entre 1979 y 1983 transité a diario por el Prenzlauer Berg en el viaje entre mi vivienda y la Humboldt Universität. En Schönhauser Allee cambiaba del tren urbano ( S-Bahn ) al metro ( U-Bahn ). Era un viaje de una hora y veinte minutos hasta la magnífica avenida Unter den Linden, y los carros viejos, que traqueteaban como trenes de películas de la Segunda Guerra Mundial, fueron mis mejores salones de lectura. Entonces el Prenzlauer Berg tenía calles adoquinadas y desiertas, fachadas cariadas y sin pintura, muchas de ellas con el impacto de las balas de la batalla por Berlín, y el barrio entero, pese a sus atractivos edificios estilo Gründerjahre, lucía monótono, pues no había restaurantes ni cafés con mesas a la calle, y las escasas tiendas exhibían deprimentes vitrinas mal abastecidas.
He regresado después de mucho a instalarme con mi esposa en un departamento renovado de la Oderberger Strasse, en Prenzlauer Berg, a pasos de donde antes se alzaba el Muro, porque siempre anhelé vivir en la frontera, que era como levitar entre los sistemas que dividían al mundo en una Guerra Fría que parecía eterna.
Pero la división sigue existiendo. Persiste en las cifras económicas, en la tasa de desempleo y en el evidente desnivel material entre el rico Berlín occidental y el Berlín oriental aún marcado por su atraso de la era socialista. Los problemas sociales de un Berlín con historias paralelas y balances diferentes llevaron al alcalde, Klaus Wowereit, a definir la ciudad como "pobre, pero sexy", lo que es cierto. La división persiste también en la actitud y la memoria de quienes vivieron bajo el sistema comunista, sin derecho a viajar al extranjero, que vieron azorados cómo, el 9 de noviembre de 1989, caía el Muro y se desplomaba el sistema.
Si bien viví cuatro años en esa ciudad, al caer el Muro llevaba yo seis en Alemania Occidental, desde donde me enviaron a reportear el acontecimiento. La división sigue existiendo, sobre todo en los germano-orientales mayores de cuarenta. Pervive también entre quienes, junto con aplaudir el fin del comunismo, sienten que la reunificación fue una anexión materializada por el rico Oeste. Es una ciudad donde la historia late comprimida. En los más ancianos conviven las imágenes del Berlín nazi y del Berlín que se rindió a los ejércitos aliados, del Berlín dividido y el Berlín de la revolución de 1989, y este Berlín unido, multicultural, democrático y pujante de hoy.
El espía y los archivos destruidos
Viajo a Wandlitz, elegante pueblo junto al lago del mismo nombre, en el noreste de Berlín, y me reúno con Tanja -hija de Markus Wolf, el legendario jefe de espías germano-oriental, conocido durante 30 años en Occidente sólo como "el hombre sin rostro"- y con su esposo, el ex teniente coronel Bernd Troegel, encargado de infiltrar al espionaje germano-occidental. La Guerra Fría y la RDA son historia, y si en el pasado estuvimos en bandos opuestos, hoy cenamos bajo el cielo berlinés cuajado de estrellas, en un ambiente como de novela de John Le Carré. Troegel me cuenta que su departamento se pasó los últimos días del país destruyendo archivos para que no cayesen en poder del enemigo, y que el día de la reunificación, a primera hora, agentes occidentales tocaron a su puerta para allanar su casa. Él ya se había refugiado en Moscú. Al volver fue juzgado y amnistiado. Me cuenta que su jubilación es mínima y se enorgullece de que no traicionó. Tanto de él como de Stephan Heym, célebre escritor germano-oriental disidente, muerto hace años, viene el mismo mensaje: no se puede arrojar por la borda la causa que se abrazó toda la vida.
El conflicto Este-Oeste enfrentó a gente que podía compartir en torno a una mesa bien servida. Llegué a Berlín a buscar datos para mi novela, y constato de pronto -entre mojitos y vodkas, entre el pescado vietnamita y el postre ruso que generosamente me brindan- que mi anfitrión, protagonista de la Guerra Fría, destruyó quizás precisamente los archivos que debían nutrir mi novela. Me despido de Tanja y Bernd con la sensación de haber cruzado la frontera que dividió al mundo por más de medio siglo.
¿Qué quedó al final de la RDA, que se presentaba como "primer Estado de obreros y campesinos en suelo alemán", y que tenía el mejor nivel de vida en el bloque comunista? Tan profundo fue el rechazo del pueblo contra el sistema que lo privó de libertad, que poco se rescata hoy de ese pasado. El gigantesco Palacio de la República, mayor emblema estatal, que albergaba el Parlamento sin oposición, fue desmontado, pues estaba infestado de asbesto. Tampoco existe el edificio de la cancillería germano-oriental, y muchas calles perdieron sus nombres del socialismo. Nadie habita hoy por gusto los monótonos barrios prefabricados. Las antiguas industrias estatales desaparecieron o fueron privatizadas y modernizadas. Las sedes de gobierno y partido fueron vendidas o son hoy modernos edificios públicos. Sólo por nostalgia busca hoy alguien productos de la RDA. Apenas uno que otro bus o tranvía es de antes. La RDA está hoy en un museo junto al río Spree, atestado de objetos de un país que su pueblo sepultó: libros con fotos de la época, CDs con hits de entonces y miniaturas de los vehículos que la RDA fabricaba. De entonces sólo quedaron, curiosamente, los símbolos de los semáforos peatonales, el cuartel central de la temida Stasi y una cárcel política con sus tenebrosas celdas de encierro y tortura, que pueden visitarse; la escuela donde se formaba ideológicamente a la juventud, y tramos del Muro. Quedó también una sensibilidad que demanda equidad social, subrayan amigos del Este.
La casa de Goebbels
Viajo también al lago Bogensee, donde se hallaba, entre abedules y pinos, a orillas de un lago, la escuela superior de la juventud, Wilhelm Pieck. Allí estudié un año. Hoy es una ruina a la que no devora la historia, sino la naturaleza, como a las pirámides mayas. Es un escenario importante en mi novela El caso Neruda . Nadie se interesa hoy por ese sitio oneroso de mantener. Allí llegaban cada año miles de alemanes y centenares de revolucionarios extranjeros. Debían convertirse en activistas en sus respectivos países. La escuela estaba en las tierras de la mansión de verano del criminal de guerra Goebbels. Fue tomada en 1945 por las tropas soviéticas, quienes la cedieron a los alemanes para que desnazificaran y luego adoctrinaran a jóvenes. Viví un año en la que fue la casa de Goebbels, detalle que ignorábamos, aunque algo tenebroso flotaba allí entonces.
A Chile le falta ser sexy
Se aproxima el vigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín, acontecimiento que inició la etapa de post Guerra Fría.
¿Conmemorará nuestro gobierno de algún modo el levantamiento popular pacífico que contribuyó a derribar al segundo gran sistema totalitario del siglo XX? ¿Cómo lo celebrará la centroderecha, parte de la cual se identificó en el pasado con un régimen dictatorial, y cómo lo celebrará la izquierda, en que hay sectores que aún no condenan a los regímenes estalinistas y partidos que siguen simpatizando con los reductos del socialismo realmente existente? ¿Haremos nuestro el "Wir sind das Volk!", que coreó el pueblo germano-oriental contra el régimen del SED, o cambiaremos de tema el 9 de noviembre? ¿La izquierda chilena lamentará con los antiguos apparatchiks el desplome del socialismo real, o festejará con el pueblo el final de ese régimen? ¿Primará la solidaridad con el partido gubernamental, que nos brindó asilo, o con el pueblo que se rebeló contra ese partido?
Berlín encierra una poderosa lección para Chile: muestra que, 20 años después del epílogo de una profunda división, es posible reinventarse, unirse y construir el futuro sobre fundamentos realistas, ajenos a ideologías, prejuicios y odiosidades añejas. Berlín es pobre, pero sexy.
A Chile le falta ser sexy.
El autor de Nuestros años verde olivo
Escritor, doctor en filosofía, columnista y profesor de la Universidad de Iowa. Dejó Chile en 1973, y vivió en Cuba de 1974 a 1980, donde estudió en la Universidad de La Habana y renunció a la Juventud Comunista en 1976, decepcionado del régimen, lo que narra en su novela autobiográfica Nuestros años verde olivo (2000).
Vivió hasta 1983 en Berlín, donde cursó estudios de posgrado en la Universidad Humboldt y fue traductor e intérprete. En 1983 se muda a Alemania Occidental, donde trabaja como periodista. En 1993 regresa a Chile y publica su primera novela en español: ¿Quién mató a Cristián Kustermann? En 1997 se instala en Estocolmo, y desde el 2000 reside en Estados Unidos con su familia. Entre sus novelas, traducidas a una decena de idiomas -entre ellos mandarín, alemán, francés, italiano, croata y portugués-, figuran El caso Neruda, Los amantes de Estocolmo, Pasiones griegas, La guerra de los duraznos y la saga del investigador Cayetano Brulé.
Ampuero trabaja en la continuación de Nuestros años verde olivo, por lo que este verano bo-real se trasladó a Berlín, desde donde redactó este artículo.

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