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Editor: Neville Blanc

Monday, September 07, 2009

95 AÑOS

Vanguardista.
Nicanor Parra, cerca de su centenario, sigue sorprendiendo por su capacidad para descolocar a los lectores y por mantenerse alejado de toda clase de solemnidad. Toda su obra respeta estos principios.
Nicanor Parra cumple 95 años
El poeta que nunca estuvo en el Olimpo
El creador de la antipoesía, el hermano de Violeta, sigue tan vital como en los tiempos en que despertaba la admiración de Neruda o se llevaba un premio nacional chileno contra la opinión de todos. Las razones de su imperecedera actualidad.
Horacio Salas
Clarin.com 05.09.2009
Vanguardista. Nicanor Parra, cerca de su centenario, sigue sorprendiendo por su capacidad para descolocar a los lectores y por mantenerse alejado de toda clase de solemnidad. Toda su obra respeta estos principios.
Eran los primeros días de julio de 1968, y también mi primer viaje periodístico fuera de la Argentina (como ya he contado en algún libro). La experiencia resultó el sueño del pibe, al menos para mí. Convivir durante días con Pablo Neruda, conocer a Salvador Allende, acompañarlo una noche al teatro y pasar un día, de la mañana a la noche, con Nicanor Parra en su casa de La Reina, en la calle Macul, en los cerros de Santiago, representó una experiencia periodística, pero sobre todo vital e inigualable, y aún guardo fulgores que me acompañan cuatro décadas más tarde. Chispas de vida que guardo desde entonces.LECTURAS. Para mi generación poética, Parra era un descubrimiento desde 1954, cuando aparecieron en las viejas librerías porteñas los primeros ejemplares de Poemas y antipoemas. Era la poética que los más jóvenes andábamos buscando desde algún tiempo. Se hablaba de Parra de manera casi secreta, clandestina, porque en los círculos literarios porteños, en los grandes suplementos de Buenos Aires, directamente se lo ignoraba. Sólo los lectores más avisados habían oído hablar de este ignoto profesor de matemáticas, de quien Neruda había dicho: “Su madurez lo lleva a las exploraciones más difíciles, manteniéndolo entre la flor y la tierra y entre la noche y el sonido, pero regresa con pies seguros. En toda la espesura de la poesía quedarán marcadas sus huellas australes”, para concluir contundente: “Es enteramente claro que Nicanor Parra es uno de los grandes nombres de la literatura de nuestro idioma”. (Después ambos poetas se distanciaron por esos temas menores que hacen más a la vanidad y la competencia que a la poesía). Los argentinos conocedores de la obra de Nicolás Olivari le sentían a la nueva antipoesía de Parra cierto regusto de la obra del autor de La musa de la mala pata, un aire de cinismo amable que los emparentaba. Una vez difundida la poética del chileno por todo el continente, el crecimiento de Parra se hizo imparable. La generación argentina del sesenta (hoy tan denostada) le dedicó extensos artículos y estudios. Para muchos Parra era un adelantado que no se sonrojaba por utilizar el lenguaje cotidiano y desembarazarse de anacronismos que aún subsistían escondidos en versos que todavía recogían el polvo de los cajones modernistas.Otra de las características de aquel Parra de los cincuenta, que se conservó prácticamente hasta hoy, fue –es– su tendencia a burlarse de todo, en especial de la solemnidad profesoral (que él conocía bien, por sus años de ejercicio de la cátedra). Y hasta se burlaba de sí mismo. Así escribió a manera de autocrítica: “Según los doctores de la ley este libro no debería publicarse:/ La palabra arco iris no aparece en él en ninguna parte,/ Menos aún la palabra dolor,/ La palabra Torcuato,/ Sillas y mesas sí, figuran a granel,/ Ataúdes, ¡útiles de escritorio!/ Lo que me llena de orgullo/ Porque a mi modo de ver,/ el cielo se está cayendo a pedazos”.PRIMERA NECESIDAD. “Cuando en septiembre de 1969 Chile le impuso a Parra el Premio Nacional de Literatura, hubo chirridos de dientes y retortijones varios de bardos trasandinos porque se consagraba a un poeta en plena actividad, algo que estaba vedado (salvo en el caso de Neruda) en los hábitos de la literatura chilena”, me contó alguna vez Antonio Skármeta. “Muchos señores calvos y melenudos creyeron que la poesía de Parra les estaba tomando el pelo. Y otorgarle además la consagración del Premio Nacional era un subrayado que los dejaba en ridículo”, reía el autor de El cartero al narrar el episodio.La realidad sobre el tópico vanguardista de Parra no es un lugar común. Es una verdad del tamaño de un piano cósmico, para decirlo con sus propias palabras. Que todavía hoy, en el borde de los 95 años, continúa sorprendiendo sin recurrir a recetas. Pero la definición de la poética de Nicanor Parra aún restalla en los versos de su “Manifiesto” de 1968: “Los poetas bajaron del Olimpo. (…) La poesía fue un objeto de lujo./ Pero para nosotros/ Es un artículo de primera necesidad./ No podemos vivir sin poesía./ A diferencia de nuestros mayores/ –Y esto lo digo con todo respeto–/ Nosotros sostenemos / que el poeta no es un alquimista./ El poeta es un hombre como todos./ Un albañil que construye su muro/ un constructor de puertas y ventanas./ Nosotros conversamos en el lenguaje de todos los días (…) Los poetas bajaron del Olimpo.”

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