SOCIEDAD DE BIBLIÓFILOS CHILENOS, fundada en 1945

Chile, fértil provincia, y señalada / en la región antártica famosa, / de remotas naciones respetada / por fuerte, principal y poderosa, / la gente que produce es tan granada, / tan soberbia, gallarda y belicosa, / que no ha sido por rey jamás regida, / ni a extranjero dominio sometida. La Araucana. Alonso de Ercilla y Zúñiga

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Editor: Neville Blanc

Monday, October 19, 2009

Hernán Loyola




Vol. 5, No. 1, Fall 2007, 12-28
www.ncsu.edu/project/acontracorriente

La dimensión científica en la obra de Neruda 1

Hernán Loyola
Università di Sássari, Italia

Los primeros poemas que conocemos de Neruda los escribe en 1918,
a sus 14 años de edad. 1918 marca en Europa la conclusión de la Gran
Guerra con un pésimo armisticio que determinará muy pocos años después
la erupción devastadora del fascismo en Italia y del nazismo en Alemania,
hasta desembocar en la Segunda Guerra Mundial de 1939-1945 con sus
cincuenta o más millones de cadáveres. Pero 1918 es también el año central
de la crisis de la confianza pública en la capacidad de la ciencia y del
progreso tecnológico para fundar el mundo de justicia, de fraternidad y de
bienestar común que habían soñado los hombres del siglo XIX.
Es difícil imaginar hoy el horizonte de expectativas sociales
generadas por Pasteur y su vacuna, por Semmelweiss y sus jofainas, por
Franklin y su pararrayos, por Edison y su bombilla, por Morse y su toc-toctocotoc,
por Bell y su corneta, por Volta y su rana, por Darwin y su
chimpancé, por Henry Ford y su modelo T. Hoy día el desarrollo científico y
tecnológico ha divorciado del viejo proyecto histórico-político del bienestar
común para casarse con las multinacionales y sus cuentas bancarias. En

1 Esta fue la conferencia inaugural al Congreso Internacional de Nefrología
e Hipertensión en Pucón, Chile, el 26 de septiembre del 2007.


cambio ayer—aquel inimaginable ayer de fines del siglo XIX—los héroes del
progreso, de la ciencia y de la tecnología parecían a punto de materializar el
decisivo salto en la calidad individual y social de la vida humana, ese salto
que habría cancelado todos (o casi todos) los residuos de injusticias y
sufrimientos. Al cabo de tanto camino recorrido, la Utopía, la Ciudad
Futura estaba por aparecer tras la colina.
Pero sabemos cómo el siglo XX desmintió rápidamente tales
expectativas. La guerra ruso-japonesa de 1905 y el desastre del Titanic en
1912 fueron sólo lúgubres advertencias de la más colosal catástrofe vivida
hasta entonces por la humanidad, la Gran Guerra 1914-1918 con sus 6 ó 7
millones de muertos. Habituados como estamos al horror bélico masivo de
los últimos decenios, habituados a un hoy en que los 20 ó 50 ó 100
cadáveres cotidianos en Irak ya dejaron de hacer noticia, nos es cada día
más difícil imaginar siquiera el impacto traumático provocado por la
Primera Gran Guerra sobre una conciencia pública internacional que aún
no se reponía del espanto por las 150.000 víctimas de la guerra francoprusiana
de 1870-1871, la más sangrienta del siglo XIX.
Esta crisis de confianza en el progreso va a determinar
contradicciones en campo literario. Por un lado rechazo del prosaísmo
científico materialista, por otro una exaltación de máquinas, hélices,
aeroplanos, velocidad, en suma, de la maravilla tecnológica moderna. En
Temuco, el 12 julio 1920, día de su 16º (decimosexto) cumpleaños, el
estudiante Neftalí Reyes escribe estos versos alejandrinos:

El Liceo, el Liceo! Toda mi pobre vida
en una jaula triste… Mi juventud perdida!
Pero no importa, vamos!, pues mañana o pasado
seré burgués lo mismo que cualquier abogado,
que cualquier doctorcito que usa lentes y lleva
cerrados los caminos hacia la luna nueva…
Qué diablos, y en la vida como en una revista
un poeta se tiene que graduar de dentista!

[de “El Liceo”, en OC, IV, 161]

Algunos días después nuestro adolescente Neftalí ensaya un soneto
en la misma línea del rechazo y del aburrimiento frente al aprendizaje de
nociones que lo apartan de su ya definido destino de poeta: “Clase de
Química en ultragris”. Leamos sus dos cuartetos:

Los alumnos hacen paralelepípedos
o copian grabados del libro de Química,
me roe el fastidio mordiente del bípedo
que siente la herida de la metafísica.
Odiosa ganguea la voz pedagógica! …
ácido esteárico… química sintética…
tantas endiabladas curvas psicológicas
en la gelatina de mis energéticas!

[en OC, IV, 165]

A primera vista se trata sólo de variaciones sobre el tópico
romántico del artista sofocado por la sociedad burguesa, ávida de dinero y
anclada a la terrestre sordidez del trabajo mecánico e industrializado.
Pareciera que estamos ante un caso más del aspirante a poeta que rechaza
el prosaísmo de la ciencia teórica y aplicada, cómplice de la degradación
burguesa del mundo. Y sin embargo no, no es así. Porque por esos mismos
años, muy significativamente, Neftalí Reyes está viviendo una auténtica
“iniciación científica”, una experiencia personalísima, secreta, que será
decisiva para la definición futura de su poesía y de su visión del mundo.
El involuntario productor de tal iniciación es su padre don José del
Carmen Reyes, el rudo ferroviario, que habiendo verificado la propensión
de su hijo hacia la literatura, y en particular, para colmo del horror, hacia la
poesía—esa notoria actividad feminoide—, decide educarlo espartanamente
para que en cambio se haga hombre. Nada mejor entonces que hacerlo
madrugar y que se embarque con él y con sus peones en el tren lastrero a su
cargo, ese tren de mantenimiento indispensable en la Frontera, región de
grandes vendavales y lluvias que se llevarían los rieles si los espacios entre
los durmientes no fueran continuamente reforzados con cascajo o
piedrecillas. En busca de aquel material el tren de don José del Carmen se
internaba por los ramales hasta el corazón mismo de la selva austral, como
Neruda recordará muchos años después:
Debiendo excavar el lastre de las canteras, ese tren de mi padre
permanecía en cualquier rincón selvático por semanas completas. El
tren era novelesco. Primero, la gran locomotora antigua, luego los
innumerables carros planos en los que la pala excavadora
depositaba las pequeñas montañas de la entraña terrestre, después
los carros de los peones, por lo general rudos gañanes de vida
desordenada, y luego el vagón en que vivían sobre ruedas mi padre y
el telegrafista. Todo esto en medio de faroles de vidrios verdes y
rojos, de banderas de señales y mantas de tempestad, de olor a
aceite, a hierros oxidados, y con mi padre, pequeño soberano de
barba rubia y ojos azules, dominando como un capitán de barco la
tripulación y la travesía.
Viajé muchas veces por los ramales en esta casita de mi
padre que se detenía junto a la selva primaveral, selva virgen que
me reservaba los más espléndidos tesoros, inmensos helechos,
escarabajos deslumbrantes, curiosos huevos de aves silvestres.
—Neruda , VDP, 1962, en OC, IV, 1279-1280
Cuando el tren se detiene junto a las canteras próximas a Boroa, a
Hualpín, a Carahue, a Vilcún, el niño vaga entre los árboles mientras los
peones pican piedra. Sus exploraciones despiertan la curiosidad de estos
hombres rudos que vienen de aldeas perdidas, de suburbios miserables o de
varios años de cárcel, y que pronto comienzan a ayudarlo. Al menor
descuido de don José del Carmen dejan la cantera y entran en la selva para
volver con las alimañas que fascinan a Neftalí, como ese enorme coleóptero
que en Chile llamamos la madre de la culebra, un titán acorazado. A veces
el niño, habiéndose alejado del tren paterno, se encuentra de pronto solo y
perdido en medio de la densa foresta, indeciso entre el pavor y la
curiosidad. Lo recordará incluso al final de su vida, en el pórtico de sus
memorias:
Se hunden los pies en el follaje muerto, crepitó una rama
quebradiza, los gigantescos raulíes levantan su encrespada estatura,
un pájaro de la selva fría cruza, aletea, se detiene entre los sombríos
ramajes. Y luego desde su escondite suena como un oboe… Me entra
por las narices hasta el alma el aroma salvaje del laurel, el aroma
oscuro del boldo… El ciprés de las Guaitecas intercepta mi paso… Es
un mundo vertical: una nación de pájaros, una muchedumbre de
hojas… Tropiezo en una piedra, escarbo la cavidad descubierta, una
inmensa araña de cabellera roja me mira con ojos fijos, inmóvil,
grande como un cangrejo… Un cárabo dorado me lanza su
emanación mefítica, mientras desaparece como un relámpago su
radiante arco iris… Al pasar cruzo un bosque de helechos mucho
más alto que mi persona […] Un tronco podrido: qué tesoro!...
Hongos negros y azules le han dado orejas, rojas plantas parásitas lo
han colmado de rubíes, otras plantas perezosas le han prestado sus
barbas, brota, veloz, una culebra desde sus entrañas podridas, como
una emanación, como que al tronco muerto se le escapara el alma…
—Neruda, CHV, “El bosque chileno”, en OC, V, 399-400
Espero adviertan ustedes la sustantividad y la precisión del lenguaje
de Neruda, lejos de los vagos ditirambos y de la retórica de exaltación a que
nos han habituado no pocos poetas al intentar la representación lírica de la
naturaleza. Lo cual reconoce origen en aquellos extravíos de niño en la
selva austral, que fueron para Neruda una doble experiencia fundacional,
una doble iniciación. Por un lado, iniciación estética y sensorial, escuela de
formas y texturas, el ingreso a una mentalidad poética sustancial; por otro
lado, iniciación al conocimiento objetivo del mundo, a la observación
minuciosa y precisa de lo real, al apasionado interés por los seres vivientes
y por los objetos que pueblan el escenario del hombre, en suma, el ingreso
al rigor de la mentalidad científica.
Nunca supo don José del Carmen que fue su propia locomotora la
culpable de haber logrado el efecto contrario al que buscaba, puesto que
precisamente de las incursiones a la selva austral nació el poeta Neruda.
Menos pudo imaginar que de esas mismas incursiones nacerán igualmente
el botánico Neruda, el entomólogo Neruda, el ornitólogo Neruda, y que más
tarde, cuando llevará a su hijo al océano de Puerto Saavedra, siempre
tratando de alejarlo de la poesía, estará creando las condiciones para que
años después nazca también el malacólogo Neruda, o mejor, el oceanólogo
Neruda con especialización en malacología, experto conocedor y
coleccionista de caracolas de todas las costas del mundo. Para decirlo de
una vez: en aquellas primordiales experiencias de infancia y adolescencia—
la selva y el océano—reconocen su origen no sólo la dimensión poética de
Neruda sino también su dimensión científica.
A esta altura de mi discurso importa aclarar que no estoy
inventando o inflando un aspecto marginal de nuestro poeta, con ánimo—
por ejemplo—de congraciarme con los médicos que me escuchan o para
solicitar que le perdonen la vida a un hombre que la dedicó a un asunto tan
vago y poco científico como parece ser la poesía. De verdad, la ciencia no le
fue ajena a Neruda. Más aún, lo que definirá su grandeza como hombre y
como escritor, es que ambas mentalidades, la poética y la científica, en él
tenderán a fundirse, a funcionar unidas, a ser una sola, inseparablemente
(como debe ser). Tenderá a superar la tradicional dualidad de las dos
culturas. Por eso el botánico, el ornitólogo, el entomólogo, el malacólogo
Neruda no serán extravagancias del poeta, sino figuras plenamente
integradas a su identidad nuclear, la del poeta.
La iniciación científica fue en Neruda iniciación telúrica, la primera
gran lección de la materia viva. El bosque chileno introduce a Neftalí en el
misterio de la interdependencia vida/muerte que más tarde estará siempre
en su mejor poesía, en textos como “Galope muerto” de 1926, “Entrada a la
madera” de 1935 o “Alturas de Macchu Picchu” de 1946. En la prosa citada,
notar el curioso énfasis sobre un aspecto que no suele interesar a los
poetas: «Un tronco podrido: qué tesoro!» Al recordar su entusiasmo de
niño frente a un proceso de biodegradación, Neruda nos visualiza el precoz
origen de una intuición que devendrá clave en toda su obra, vale decir, la
dialéctica vida/muerte como condición y dinámica de la Vida.
Ahora bien, las experiencias adolescentes del bosque y del océano
no se proyectan de inmediato a la escritura de Neftalí sino en modo vago y
convencional. Sólo desde los Veinte poemas de amor la presencia del sur
alcanza una primera traducción lírica verdadera, auténtica y personal. Pero
la vivencia profunda y objetiva de la naturaleza austral, aquella experiencia
táctil, visual y auditiva, interiorizada por el muchacho gracias a las
excursiones a que lo obligó su padre, todo ese íntimo bagaje permanece
latente, subconsciente, reprimido, y comienza a aflorar sólo diez años más
tarde, cuando Neruda vive en España. Subrayo aquí el rigor, llamémoslo
‘científico’, de tal silencio, en cuanto el poeta calla y expresará aquella
vivencia primaria sólo cuando siente que ha adquirido el lenguaje y la
forma estructurante adecuados a su formulación. A este nivel Neruda fue
siempre un escritor de una autenticidad, de una honestidad artística de
veras excepcional en nuestro medio.
Las crónicas de viaje escritas entre 1927 y 1930 para La Nación de
Santiago suponen la segunda iniciación poético-científica de Neruda. Esas
crónicas despliegan una nueva cuanto extraordinaria capacidad de
observación y de atención minuciosa, y precisa, a los detalles de una
realidad desconocida o diversa. Por primera vez escribe Neruda el
inventario de un mercado, el de Colombo en Ceilán. Hay otra crónica cuyo
título, “Contribución al dominio de los trajes”, sugiere ya el entusiasmo
descriptivo del vestuario multicolor de las mujeres en Ceilán y en Birmania.
Y aún hay otra, “Madrás: contemplaciones del Acuario”, que se puede leer
como la introducción de Neruda a la oceanografía. En noviembre de 1927, a
pocas semanas de haber desembarcado en Rangoon, Neruda y su amigo
Álvaro Hinojosa atraviesan de nuevo el Golfo de Bengala hasta Madrás,
ciudad situada sobre la costa oriental de la India.
La razón del viaje es visitar el famoso Acuario de Madrás. Para
Neruda es su primera lección sistemática de oceanografía. Hasta entonces
el mar que conoce es la costa de Bajo Imperial o Puerto Saavedra, el mar
fronterizo que forma parte del territorio sentimental y subjetivo de los
sueños del poeta, y el mar de Valparaíso. En Madrás lo espera la
introducción al mundo oceánico en sí mismo.
Vamos al Acuario Marino… Hay no más de veinte estanques, pero
llenos de excelentes monstruos…hay inmensos peces caparazudos y
sedentarios, leves medusas tricolores, peces canarios, amarillos
como azufre… pequeños seres elásticos y barbudos, graciosos
maderas que comunican a quien los toca un sacudimiento eléctrico,
peces dragones trompiformes, aletudos, enjaezados de defensas,
parecidos a caballeros de torneo medieval, con gran ruedo de
cachivaches protectores… Los hay como cebras, como dominós de
un baile subterráneo, con azules eléctricos, con grecas dibujadas en
bermellón… Ahí están las siniestras cobras del mar, iguales a las
terrestres y aún más venenosas… Al lado de ellas, metidas todas en
una pequeña gruta, las murenas del Océano Índico, crueles anguilas
de vida gregaria… inútil intentar separarlas… Son un feo montón de
brujas o condenadas al suplicio moviéndose en curvaturas
inquietas, verdaderas asambleas de monstruos viscerales… peces
que caminan en dos pies como humanos; habitantes del mar
nocturno… dan idea de un mundo desconocido, casi humano:
condecorados, guerreros, disfrazados, traidores, héroes, se
revuelven en un coro mudo y anhelante de su profundísima soledad
oceánica… colores en movimiento, con sus bellas formas de bala o
de ataúd.
—Neruda, noviembre 1927, en La Nación del 05.02.1928
Antes de dejar Chile en 1927, el mar era en los textos de Neruda sólo
uno de los escenarios de su intimidad. En la prosa que acabo de citar, en
cambio, el lenguaje poético se subordina al objeto descrito, se pone al
servicio de la visualización exacta de lo real apelando a la experiencia y a la
capacidad imaginativa del lector. Que es lo que hacen, no siempre con tanta
gracia, los libros de divulgación o de explicación científica.
El oceanógrafo Neruda tendrá menos problemas que el botánico o el
ornitólogo Neruda, precisamente porque el mar establecía una distancia
que facilitaba la visión y la traducción verbal del poeta. Durante 1929 vivió
a pocos metros del mar en Wellawatta, isla de Ceilán, en un lugar que el
tsunami de la navidad 2004 arrasó, menos mal que no hubo uno similar
durante la navidad de 1929. Probablemente entonces inició Neruda a
recoger las caracolas, tarea que crecerá durante los primeros años ’40 en las
costas mexicanas de Baja California y en las de Varadero en Cuba, donde
trabó amistad con el malacólogo cubano de fama mundial, don Carlos de la
Torre. Se sabe que años después el gran biólogo Julian Huxley, hermano
del novelista Aldous, llegará a Chile y querrá conocer no al poeta sino al
malacólogo Pablo Neruda. Hacia 1939 un bellísimo poema, y diez años más
tarde, durante su exilio en Europa, un entero capítulo del Canto general (el
XIV con sus 24 poemas) dedicará Neruda a desarrollar su cartografía
poética y científica del Gran Océano. El mar era lo único que este omnívoro
coleccionista de las cosas del mundo no podía meter en su casa, de ahí que
su residencia principal fue siempre la nave terrestre de Isla Negra. En 1972,
debilitado por su enfermedad terminal, el embajador Neruda invocará
desde Francia al océano de Chile para que lo ayude a revivir:

No, yo me niego al mar desconocido,
muerto, rodeado de ciudades tristes,
mar cuyas olas no saben matar,
ni cargarse de sal y de sonido.
Yo quiero el mío mar, la artillería
del océano golpeando las orillas,
aquel derrumbe insigne de turquesas,
la espuma donde muere el poderío.
No salgo al mar este verano: estoy
encerrado, enterrado, y a lo largo
del túnel que me lleva prisionero
La dimensión científica en la obra de Neruda 20
oigo remotamente un trueno verde,
un cataclismo de botellas rotas,
un susurro de sal y de agonía.
Es el libertador. Es el océano,
lejos, allá, en mi patria, que me espera.

[“Llama el océano”, en OC, III, 819-820]

La configuración poético-científica de la selva y sus habitantes será
más lenta y más difusa. Justamente la temprana familiaridad con que el
niño Neftalí vivió su experiencia forestal hacía más difícil su formulación.
Para lograr esa formulación los muchos modelos convencionales o
habituales establecidos por la tradición literaria (y que la escuela nos hace
conocer) eran insuficientes para la ambición expresiva de Neruda, que
instintivamente buscaba traducir la especificidad única de aquella
experiencia personal. A la resolución de este problema contribuirá en modo
decisivo el proceso de redefinición política que atraviesa Neruda durante
los años ’30, vale decir, el tránsito desde el anarquismo juvenil al
antifascismo y a la militancia comunista. La vocación científica del
marxismo va a hacer buenas migas con la natural propensión materialista
que el bosque había desarrollado desde muy temprano en Neftalí.
A fines de los años ’30 inicia Neruda la escritura de un Canto
general de Chile, cuyos primeros poemas incluyen algunos que se titulan
“Botánica”, “Araucaria”, o los trípticos “Peumo—Quilas—Drymis Winterei”
por el lado del botánico, y “Chercanes—Loica—Chucao” por el lado del
ornitólogo. Nos llevaría horas sólo citar los títulos de los textos en que
Neruda elaboró con su mentalidad totalizante, poética y científica a la vez,
la representación verbal de flores, arbustos, árboles, de insectos, pájaros,
bestias de todos los tamaños, desde la lagartija al elefante. Basta hojear sus
varios libros de odas elementales para recorrer un abundante repertorio
vegetal que incluye odas a la alcachofa, a la cebolla, a flores azules y
amarillas, al tomate, a la papa, al trigo de los indios, al algarrobo, a la
ciruela, al limón, a la magnolia, al maíz, a la manzana, a la naranja, al
alhelí, al aromo, a un ramo de violetas. En campo ornitológico
encontraremos odas al pájaro sofré, a la gaviota, al picaflor, y años más
tarde un entero libro, Arte de pájaros de 1966, con poemas cuyos títulos
son nombres de pájaros reales y pájaros imaginarios, inventados, pero
todos con sus nombres científicos en latín (reales e inventados también
ellos) a modo de subtítulos. En campo ictiológico hay muchos poemas y
algunos enigmas, como el que concierne al pez entre anillos armilares que
caracteriza al logo nerudiano. Aconsejo por último no olvidar el extenso
“Bestiario”, poema del libro Estravagario (1958), que si bien fue escrito en
clave lúdica y posmoderna, es decir ajena al tono de seriedad de los textos
antes citados, supone de todos modos un notable bagaje de zoología.
En suma, no dispongo de tiempo para señalar a ustedes todas las
huellas textuales de la dimensión científica en la obra de Neruda. Pero no
resisto a recordarles un síntoma particularmente significativo, una explícita
prueba de mis afirmaciones. A comienzos de los años ’60 el poeta escribe
un prólogo a un libro publicado en 1963. Ese prólogo de Neruda trae el
siguiente título: “El hombre más importante de mi país”, refiriéndose al
autor del libro. Ahora bien, les puedo asegurar que nunca una frase de tal
calibre habría sido escrita por Neruda sin plena responsabilidad y
convicción. Y tanto menos si era el título de un texto suyo. Neruda tomaba
muy en serio cada palabra que salía de su pluma.
Y entonces, ¿quién era esa persona a la que Neruda consideró
adecuado llamar el hombre más importante de mi país? Pues era un
médico, un hombre de ciencia, de ésos que en otros tiempos eran
reconocidos con el epíteto sabio por la amplitud y universalidad de sus
conocimientos: era el profesor doctor Alejandro Lipschütz, médico de
origen lituano que llegó a Chile huyendo del horror nazista, que enseñó
durante algunos años en la Universidad de Concepción y después en
Santiago, y que en paralelo a sus investigaciones en campo oncológico
dedicó un notabilísimo esfuerzo a la antropología. El libro prologado por
Neruda era en efecto de esta índole, su título: El problema racial en la
conquista de América y el mestizaje (1963). Cito algunos momentos
dispersos del prólogo de Pablo:
El hombre más importante de mi país vive en una vieja casa que
enfrenta la gran cordillera… aunque nórdico originario, tiene poco o
nada que ver este gran hombre frágil con la nieve. Más bien podría
buscársele parentesco con el fuego… El fuego es impaciente, devora
sin continuidad. Pero nuestro amigo, en su vieja casa de Los
La dimensión científica en la obra de Neruda 22
Guindos, no sólo reduce a cenizas la necedad y la mentira, sino que
establece la verdad cristalina construyéndola con todos los
materiales del conocimiento…
Recuerdo una vez, y era tarde, y desde los altos Andes habían
bajado cubriendo nuestras vecinas habitaciones las tinieblas frías
del invierno de Chile. Aquel día lo había visto yo a mi amigo en su
laboratorio y había soportado el tormento de que me mostrara uno
a uno tumores y probetas, cifras hormonales, pizarras llenas de
números: todos los elementos de su lucha fructífera con el cáncer…
De pronto sonó el teléfono, en la noche. Era su voz que me
decía, excusándose con la extrema cortesía que es el escudo de su
noble audacia: «No puedo, Pablo, resistir. Debo transmitirle esta
maravillosa poesía», y por quince minutos, trabajosamente, me
tradujo verso por verso, páginas y páginas de Lucrecio [De Rerum
Natura]. Su voz se elevaba con el entusiasmo. En verdad, la
espléndida esencia materialista me pareció flagrante, instantánea,
como si desde la casa de Los Guindos la más antigua sabiduría y
poesía iluminaran, en la sombra de mi ignorancia, el amanecer
nuclear, el despertar del átomo.
—de Neruda, “El hombre más importante de mi país”, en OC, IV,
1187-1190
Aparte el doctor Lipschütz, Neruda conoció durante su vida y trabó
amistad con importantes figuras de la ciencia del siglo XX, entre ellos los
marxistas Frédéric Joliot-Curie, Paul Langevin y John Desmond Bernal,
sintiéndolos próximos a su propia actividad de poeta, incluso más próximos
que ciertos escritores de profesión. En particular, uno de sus más
entrañables amigos fue el científico inglés de fama mundial John Desmond
Bernal, profesor de física entre 1938 y 1963, y de cristalografía entre 1963 y
1968 en la Universidad de Londres, y que realizó también importantes
investigaciones en el campo de la biología molecular. Cuando Neruda supo
de la muerte de Bernal en 1971, él mismo atravesaba una fase difícil de su
vida, complicada entre otras cosas por los crecientes síntomas de una grave
enfermedad y por sus tareas de embajador en París, aparte el Premio Nobel
de ese año, pero se dio tiempo para el recogimiento y para escribir unos
versos privados en homenaje y memoria de su amigo, de los cuales leo un
fragmento:

Bernal, esta palabra
tiene fuego y sonido.
Si la gritamos desde un campanario
sucede un vuelo blanco de palomas,
se despliegan las ondas de la luz.
Bernal! Bernal!
Un hombre
silencioso.
Vino de un laberinto
hacia nosotros.
Son terribles los libros,
las montañas,
los subterráneos del conocimiento:
la materia
hecha número,
la exactitud
del infinito,
la fórmula del miedo,
las llaves de la piedra,
los ojos
de la energía inmóvil
lista para saltar y destruir,
allí
en el laberinto
donde todo es número y línea.
Cuidado!
Todo está vivo y arde!
Este número cuatro es un volcán.
Este número siete es un león.
El Maestro bajó del laberinto,
sencillo como un viejo domador
que desafió al misterio tantas veces
y se dispuso a andar entre nosotros,
a darnos su sencillez y su sabiduría.
Trabajó demasiado con nosotros.
No supimos cuidarlo.
[…]
Profesor, compañero,
muchas gracias por todo,
por tu valor, por tu sabiduría,
por tu nombre.
Seguiremos cantando
desde lo alto.
Bernal!
Bernal!
Y volarán palomas.

[“Para Bernal”, en OC, V, 325-327]

En este homenaje a Bernal se advierte la perspectiva totalizante de
Neruda, en la que la admiración hacia el trabajo científico se mezcla a la
inquietud por los riesgos de una utilización inhumana de la aplicación
tecnológica de las conquistas de la ciencia. Lo cual significa que para
Neruda la ciencia, como el arte y la literatura, no es separable del
comportamiento político y social de quienes investiguen y exploren y
desafíen los misterios de la materia, de la vida, y en particular de quienes
controlen y se apropien de sus resultados. Neruda nunca fue indiferente a
este problema. Mucho menos lo sería hoy.
Para concluir, que Neruda se despida de ustedes con un texto suyo
que quizás sea el más afín al programa de ponencias y discusiones que
animará este congreso en Pucón. De Pablo Neruda, su “Oda al hígado”
incluida en la Nuevas odas elementales (1956):

Modesto,
organizado
amigo,
trabajador
profundo,
déjame darte el ala
de mi canto,
el golpe
de aire,
el salto
de mi oda:
ella nace
de tu invisible
máquina,
ella vuela
desde tu infatigable
y encerrado molino,
entraña
delicada
y poderosa,
siempre
viva y oscura.
Mientras
el corazón suena y atrae
la partitura de la mandolina,
allí adentro
tú filtras
y repartes,
separas
y divides,
multiplicas
y engrasas,
subes
y recoges
los hilos y los gramos
de la vida, los últimos
licores,
las íntimas esencias.
Víscera
submarina,
medidor
de la sangre,
vives
lleno de manos
y de ojos,
midiendo y trasvasando
en tu escondida
cámara
de alquimista.
Amarillo
es tu sistema
de hidrografía roja,
buzo
de la más peligrosa
profundidad del hombre,
allí escondido
siempre,
sempiterno,
en la usina,
silencioso.
Y todo
sentimiento
o estímulo
creció en tu maquinaria,
recibió alguna gota
de tu elaboración
infatigable,
al amor agregaste
fuego o melancolía,
una pequeña
célula equivocada
o una fibra
gastada en tu trabajo
y el aviador se equivoca de cielo,
el tenor se derrumba en un silbido,
al astrónomo se le pierde un planeta.
Cómo brillan arriba
los hechiceros ojos
de la rosa,
los labios
del clavel
matutino!
Cómo ríe
en el río
la doncella!
Y abajo
el filtro y la balanza,
la delicada química
del hígado,
la bodega
de los cambios sutiles:
nadie
lo ve o lo canta,
pero,
cuando
envejece
o descarga su mortero,
los ojos de la rosa se acabaron,
el clavel marchitó su dentadura
y la doncella no cantó en el río.
Austera parte
o todo
de mí mismo,
abuelo
del corazón,
molino
de energía:
te canto
y temo
como si fueras juez,
metro,
fiel implacable,
y si no puedo
entregarme amarrado a la pureza,
si el excesivo
manjar
o el vino hereditario de mi patria
pretendieran
perturbar mi salud
o el equilibrio de mi poesía,
de ti,
monarca oscuro,
distribuidor de mieles y venenos,
regulador de sales,
de ti espero justicia:
Amo la vida! Cúmpleme! Trabaja!
No detengas mi canto.

[“Oda al hígado”, en OC, II, 331-334]

No me permitiré ningún comentario sobre la exactitud o sugestión
ni sobre los eventuales desvíos o equivocaciones de esta “Oda al hígado”.
Dejo la tarea al Prof. Dr. Alejandro Cotera, que entre sus diálisis, bisturís,
trasplantes, lecciones, sesiones de departamento, le dedica algún tiempo a
leer, a releer y a examinar los recovecos de esta oda de Neruda, y me ha
prometido un ensayo al respecto. Para quienes conocen la sensibilidad y la
curiosidad cultural del Prof. Dr. Cotera, o sea para todos ustedes, lo que
digo no es una novedad. Quedamos en espera del resultado.
Y un último mensaje. Si ustedes no las conocen pero si tendrán
ocasión o voluntad de visitar las dos bibliotecas personales que dejó Pablo
Neruda, la más antigua conservada por el Archivo Central de la
Universidad de Chile desde 1954 y la más reciente conservada por la
Fundación Neruda, estoy cierto de que quedarán sorprendidos y hasta
maravillados por la cantidad y por la belleza de los antiguos libros
científicos que el poeta adquirió en todos los rincones del mundo, libros
que nunca faltaban en el velador de su dormitorio, y cuyos textos y
grabados releía y acariciaba cada noche. No sólo libros europeos o
manuales de malacología sino en particular libros relativos a nuestro país,
como el de Amado Pissis, Geografía física de la República de Chile (1875),
o los clásicos de Philippi y de Claudio Gay sobre las aves de Chile, entre
muchos otros. Yo creo que Neruda, dondequiera que esté, se sentirá feliz si
tras conocer las bibliotecas del poeta cada uno de ustedes se sentirá aún
más estimulado a superar las barreras entre las dos culturas y a introducir
en sus propias bibliotecas de médicos o investigadores, abierta o
subrepticiamente, algunos libros de ese alimento indispensable que es la
literatura y, en particular, la poesía.

Abreviaturas
CHV Pablo Neruda, Confieso que he vivido / Memorias. Barcelona, Seix
Barral, 1974, y en OC, V, 395-789.
OC Pablo Neruda, Obras completas, edición de Hernán Loyola, 5
volúmenes. Barcelona, Galaxia Gutenberg & Círculo de Lectores, 1999-
2002.
VDP Pablo Neruda, “Las vidas del poeta. Memorias y recuerdos”, diez
crónicas autobiográficas, en O Cruzeiro Internacional, Rio de Janeiro,
enero-junio 1962.

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