ESCRITORES EUROPEOS Y PREMIO NOBEL DE LITERATURA
Opinión: Legitimidad en crisis
por Edmundo Paz Soldán
por Edmundo Paz Soldán
La Tercera 09/10/2009 - 09:54
Hubo un tiempo en que el Premio Nobel de Literatura tenía una vocación decididamente universal. Pero en los últimos 15 años, los miembros de la Academia Sueca han decidido convertirlo en una suerte de premio para escritores europeos. Es cierto que en esta década lo ganaron Coetzee, Naipaul y Xingjian, y también Pamuk (Turquía es una nación euroasiática), pero los otros 11 han sido europeos. De esos, algunos han sido nombres acertados, como Wislawa Szymborska, Günter Grass o Seamus Heaney; otros, sin embargo, son escritores de rango más limitado, como Imre Kertész, Le Clézio o Darío Fo. Europa ha dado origen a muchas de las mejores páginas de la literatura universal y hoy varios de sus escritores mantienen el listón muy alto, pero eso no debería hacer pensar a los que otorgan el Nobel que en los otros continentes ocurre poco o nada.
En sus mejores momentos, este galardón nos descubre a un escritor minoritario, incluso a una literatura de la que no sabíamos mucho. Pero, cuando uno ve sus últimas elecciones, parecería que, más allá del talento individual de sus escritores, con el Nobel de Literatura Europa se premia a sí misma. ¿Por qué nos sorprendemos? Porque, pese a sus equívocos y omisiones, este galardón se había forjado una legitimidad universalista que está comenzando a resquebrajarse. Incluso si hablamos de europeos, la literatura universal no pasa hoy por (Imre) Kertész o Elfriede Jelinek, escritores que le hablan a una parroquia limitada, sino por Javier Marías o Ismail Kadaré, cuyas propuestas estéticas son renovadoras y abren puertas para la literatura de este siglo.
De lo que se trata es de abrir el mapa, de ampliar la mirada. No es necesario premiar a un escritor muy conocido, como (Haruki) Murakami, (Philip) Roth o (Mario) Vargas Llosa. Si les dieran el premio a algunos menos conocidos, como Adonis o Assia Djebar, también estaríamos felices. Nos haría sentir que el Nobel puede acertar en grande, y no sólo mirándose a su propio ombligo.
Hubo un tiempo en que el Premio Nobel de Literatura tenía una vocación decididamente universal. Pero en los últimos 15 años, los miembros de la Academia Sueca han decidido convertirlo en una suerte de premio para escritores europeos. Es cierto que en esta década lo ganaron Coetzee, Naipaul y Xingjian, y también Pamuk (Turquía es una nación euroasiática), pero los otros 11 han sido europeos. De esos, algunos han sido nombres acertados, como Wislawa Szymborska, Günter Grass o Seamus Heaney; otros, sin embargo, son escritores de rango más limitado, como Imre Kertész, Le Clézio o Darío Fo. Europa ha dado origen a muchas de las mejores páginas de la literatura universal y hoy varios de sus escritores mantienen el listón muy alto, pero eso no debería hacer pensar a los que otorgan el Nobel que en los otros continentes ocurre poco o nada.
En sus mejores momentos, este galardón nos descubre a un escritor minoritario, incluso a una literatura de la que no sabíamos mucho. Pero, cuando uno ve sus últimas elecciones, parecería que, más allá del talento individual de sus escritores, con el Nobel de Literatura Europa se premia a sí misma. ¿Por qué nos sorprendemos? Porque, pese a sus equívocos y omisiones, este galardón se había forjado una legitimidad universalista que está comenzando a resquebrajarse. Incluso si hablamos de europeos, la literatura universal no pasa hoy por (Imre) Kertész o Elfriede Jelinek, escritores que le hablan a una parroquia limitada, sino por Javier Marías o Ismail Kadaré, cuyas propuestas estéticas son renovadoras y abren puertas para la literatura de este siglo.
De lo que se trata es de abrir el mapa, de ampliar la mirada. No es necesario premiar a un escritor muy conocido, como (Haruki) Murakami, (Philip) Roth o (Mario) Vargas Llosa. Si les dieran el premio a algunos menos conocidos, como Adonis o Assia Djebar, también estaríamos felices. Nos haría sentir que el Nobel puede acertar en grande, y no sólo mirándose a su propio ombligo.
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