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Editor: Neville Blanc

Monday, November 30, 2009

FRANCISCO FRANCO EN PANTUFLAS


La Vida Privada de Franco

Autor: Juan Cobos Arévalo
Precio final: 14,50€
LA VIDA PRIVADA DE FRANCO Autor: Juan Cobos Arévalo

Sobre Francisco Franco se ha escrito mucho. Historiadores, periodistas y sociólogos han vertido en torno a su figura ríos de tinta, que glosan su ejecutoria como Jefe de Estado desde los más dispares puntos de vista. Sin embargo, el análisis de los hechos que jalonan su Dictadura adolece de una carencia: el retrato humano realizado a partir del testimonio de los más cercanos, de quienes compartían el día a día cotidiano del personaje histórico, odiado y ensalzado por unos y otros. Esta es la principal y gran aportación de este libro. Su autor fue durante años el servidor más cercano al dictador, la persona encargada -entre otras funciones- de disponer todo lo relativo a la capilla privada de Franco, y como tal, testigo de infinidad de anécdotas y aconteceres que, a pesar del ingente esfuerzo de los eruditos, permanecían hasta hoy ocultos al conocimiento público. Juan Cobos Arévalo brinda así un documento de incalculable valor y amenidad, imprescindible para todos aquellos que quieren indagar bajo la frialdad de los datos históricos. Personajes sobradamente conocidos figuran en sus páginas, al igual que abundante documentación que nos muestra la cara más desconocida de uno de los personajes que, al margen de ideologías concretas, forma parte ineludible del pasado reciente de este país.


El jarote Juan Cobos publica 'La vida privada de Franco'

Escrito por Beatriz Miranda

DIARIO EL MUNDO Lunes 16 de Noviembre de 2009 11:40

Las paredes no oyen. ¿O sí? Creía el caudillo que esas estatuas que convivían con él en el Palacio del Pardo en calidad de servicio doméstico guardarían para siempre los secretos de su intimidad. Lo que jamás imaginó es que, 34 años después de su muerte, los labios de estos fieles vasallos dejarían de estar sellados. El jarote, Juan Cobos Arévalo, mayordomo del dictador durante la última etapa al frente de España, lo cuenta todo en un libro a la venta a partir del 20-N sobre los detalles de La vida privada de Franco -el título de la editorial Almuzara-. Detalles que retratan los delirios de grandeza de una saga que se creía custodia de una nación pero que también cometió sus renuncios. Cobos, de 61 años, no era sólo quien servía la mesa o preparaba el reclinatorio de la capilla. Sus Excelencias en la residencia oficial. También era quien le abría la puerta del palacio a Ana Obregón en sus encuentros con Francis, el nieto mayor. «Va a venir la señorita Obregón. La pasa usted a mi dormitorio», le decía el joven al siervo con frecuencia. La pareja se veía en una sala con un recorrido histórico a la altura de la ilustre invitada, ya entonces en todas las salsas. «Esa habitación fue el despacho de Eva Perón y Abdullah de Jordania durante su estancia en España», recuerda. Desde 1969 hasta 1975, Cobos fue cómplice, que no partícipe, de la gélida rutina de un matrimonio que se vendía como paradigma de la estabilidad. «El dictador estaba colocado en tal pedestal que era Franco las 24 horas del día. Jamás hablaba de lo mundano. Se ponía la misma muralla frente a su familia que frente a cualquier ministro», sostiene. En esas eternas comidas que Carmen Polo y él siempre compartían con otras personas, era ella quien dirigía la conversación. «Él veía, oía y callaba. Había un mutismo total por su parte, pero se enteraba de todo. El silencio era su arma, así dejaba o no dejaba hacer. Nunca dijo nada de la pelea entre el marqués de Villaverde y su médico personal».


DELIRIOS DE GRANDEZA

Cobos sostiene que las conocidas ansias de los Franco por pertenecer a la realeza provenían directamente del matriarcado: «No noté que él quisiera poner a Carmen Martínez-Bordiú en la Zarzuela, pero nunca impidió que en el palacio se tratara de Altezas a los duques de Cádiz. En alguna ocasión, la abuela llegó a hacerle una reverencia a su nieta». Sometido a unas férreas instrucciones, los criados de los Franco jamás pillaron al dictador en un requiebro. «Debíamos anticiparnos a sus necesidades y hacernos los tontos. El "por favor" y el "gracias" no estaba en su vocabulario ni en el de su familia. Jamás me atreví a felicitarle por Navidad». Las exigencias de Franco empezaban por sí mismo. Su extrema disciplina se extendía, incluso, al control de sus esfínteres: «En los descansos de los consejos de ministros, los miembros iban al baño, pero él jamás». Eran muy pocos los que tenían confianza con el Generalísimo, a excepción de las mujeres de la casa y algún familiar excéntrico que se permitía ese lujo. Gonzalo de Borbón, por ejemplo, hizo alarde de su educación en una visita contando que había conocido a una joven que, cuando se la llevó a un hotel «resultó ser un tío». Franco se limitó a mirarle friamente. La muerte del dictador tampoco está exenta de anécdotas en la memoria del mayordomo. Cobos revela que Carmen madre e hija no renunciaron a su sesión de cine semanal en palacio los días previos al fallecimiento del caudillo, ya ingresado. Es más, rehuyeron con ayuda del servicio una visita protocolaria de consuelo a la familia para no perderse la película. «Nos sentó fatal», sentencia.

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