LA COLECCIÓN RAVEST SE REMATA
El coleccionista muestra un proyectil desactivado por su abuelo en la guerra del Pacífico.
La colección de Ravest es de las más completas en torno al tema
GUERRA DEL PACÍFICO
Manuel Ravest remata su colección:
De la pasión coleccionista al amor por la historia
Desde pequeño, la Guerra del Pacífico lo apasionó al punto de llegar a formar en su vida adulta una de las mayores colecciones en torno a ese episodio histórico. Este sábado sale a remate gran parte de ella. Pero Manuel Ravest no se queda sin nada, conserva su otra gran vocación: la historia.
El Mercurio Artes y Letra Domingo 15 de noviembre de 2009
Daniel Swinburn
Tal vez, la más completa colección de libros e impresos de la Guerra del Pacífico y de todo tipo de objetos relacionados con ésta se remata el próximo sábado, en la casa Enrique Gigoux Renard. Su dueño, Manuel Ravest Mora (75), abogado, confiesa que le costó mucho tomar la decisión, pues la afición de coleccionista lo acompaña desde su niñez. De hecho, quedan en su poder aún muchas piezas notables y de las que no sería capaz de deshacerse: libros, fotos, proyectiles...
Hijo único y nieto único, su abuela Isabel Jaraquemada, casada con el oficial de ejército Francisco Ravest, fue una de las personas que más influyeron en sus primeros años de vida. Mujer de físico imponente y ojos grises, "ya viuda me relataba cuentos de mi abuelo en la guerra, mientras yo jugaba con su sable, sus pistolas y charreteras. Poseía grandes dotes histriónicas, y sus relatos actuados eran muy vívidos. Sus cuentos me apasionaron y quiero suponer que esa experiencia tuvo algún efecto en este amor por estudiar la guerra". Su otra gran pasión ha sido la historia de la Revolución de 1891, producto también de los cuentos de su abuela, quien esta vez trasladaba sus recuerdos a la suerte de su esposo como balmacedista en dicha contienda civil: "Han sido las dos experiencias que me marcaron de niño. Tal vez hay en ello una base freudiana, por decirlo de alguna manera".
Su pasión de coleccionista se hizo sistemática desde los años setenta, cuando decidió mantener un aviso económico en "El Mercurio" con la leyenda: "compro fotos, armas de la Guerra del Pacífico". Llegaron muchos particulares a venderle. También adquirió mucho material en Perú. ¿Si hay alguien que le compita en esta afición? "No sé, tal vez el general Claudio López. Pero no conozco más gente que haya tenido esta obsesión de comprar todo lo relacionado con la guerra, desde el libro, el sombrero, la bala... Lo más importante, sin embargo, ha sido coleccionar impresos, libros; soy un bibliófilo, o un bibliómano si quiere. Creo que siempre habrá seres humanos que van a buscar el placer de tocar los libros, el placer sensorial de olerlos, o el agrado de abrir el libro intonso con el cuchillo abrecartas; no sé si habrá en ello también algo freudiano, de desfloración tal vez. Es un placer que produce una identificación muy fuerte con el objeto".
Conoció en el camino a grandes coleccionistas. Don Alamiro de Ávila y Martel fue uno de ellos. "Me regaló algo muy valioso: unas hojas sueltas que contenían poemas que fueron hechos para ser arrojados a los miembros de la escuadra triunfante cuando llegó a Valparaíso desde el Norte". También compartió su pasión con Sergio Fernández Larraín.
Pero pronto sintió incompleta su afición. "Me habría sentido muy frustrado si me hubiera quedado en la etapa de coleccionista. Partí como tal, pero me sentía insatisfecho con el mero acumular objetos. Ahí nació una segunda y fructífera vocación, la historia, que ha mantenido viva hasta años muy recientes. "Muchos coleccionistas que conozco no tienen ninguna pasión por la historia, y los mueve una obsesión, a veces patológica".
Lo primero que escribió estuvo vinculado a la compra de un cajón de papeles, que adquirió sin abrirlo. "Me enteré, al hacerlo, que contenía toda la correspondencia del oficial Juan Martínez, uno de los comandantes del Regimiento Atacama durante la Guerra del Pacífico. Estaba prácticamente toda su vida ahí". Ese libro parece haber actuado como un puente de plata que le permitió convertir su colección en un gran archivo de historia para sus futuros trabajos de investigación. Estudiar la guerra lo llevó luego a viajar hasta Londres a principios de los años 80 para investigar en la Guidhall Library los archivos de la Casa Gibbs, socia de la compañía de salitre de Chile, del siglo XIX. "Llegué hasta allá, junto con mi mujer, porque me obsesionaba tratar de dilucidar si realmente la decisión de Chile de ocupar Antofagasta en 1878 había sido una decisión honorable de defensa de principios jurídicos adquiridos, o bien la consecuencia de presiones indebidas de grupos económicos influyentes de esa época. Me fustigaba esclarecerlo".
La conclusión de ese dilema lo llevó a publicar, en 1983, "La compañía salitrera y la ocupación de Antofagasta (1878-1879)", en que transcribe la documentación encontrada en Londres y que, a juicio de Ravest, deja muy en claro que la decisión de Chile de ocupar Antofagasta y afrontar las consecuencias estuvo basada en el respeto al Tratado de 1874. "La infracción a ese tratado significó para Chile tener derecho a recuperar un territorio que había cedido bajo una condición, la de no imponerles tributo a las empresas chilenas que trabajaban allí. Creo que la decisión de Chile fue políticamente honesta".
Su labor como historiador culmina hace poco con un libro sobre Barros Arana y la cesión de la Patagonia a Argentina, "una deuda que tenía con mi padre, quien odiaba cordialmente a Barros Arana. Aunque con el libro queda claro, luego de la investigación que hice, que mi padre no estaba en lo cierto respecto a su opinión sobre el accionar diplomático del famoso historiador".
A juicio de Ravest, entre el material de primera fuente que aún queda por investigar respecto de la Guerra del Pacífico, uno muy valioso es la documentación que el Gobierno chileno devolvió a Perú hace un par de años. "Pude ver ese material de primera fuente durante un rato, y pude atisbar un material muy valioso". De las últimas publicaciones de historia en torno a la guerra reconoce -a pesar de la poca simpatía que tiene por su autor- haber leído un gran libro de William Sater, "Andes Tragedy". "A pesar de mis desacuerdos profundos con él en algunas tesis como la del heroísmo de Prat, en este último libro, aún no traducido, hace un manejo de fuentes extraordinariamente interesante en torno a la guerra".
Antecedentes de Jorge Inostrosa
Entre los impresos que se rematarán hay un capítulo para los libros literarios en torno al conflicto, donde figuran dos novelas escritas por Ramón Pacheco, un español que escribía folletines novelescos de historias sexuales entre clérigos que escandalizaron. Huyó a Iquique cuando comenzó la guerra, donde escribió los episodios literarios de la Jenerala Buendía y, luego, la Ex Jenerala Buendía. "Son malas novelas, pero me interesa rescatarlas como antecedentes muy claros de Jorge Inostrosa, y su famosa novela, si bien él jamás lo reconoció. La heroína de Pacheco -Emma- es la abuela de la Leonora Latorre de Inostrosa! Y tiene una base histórica, porque el general a cargo de las tropas peruanas Juan Buendía tuvo de amante a una muchachita chilena, Anita, personaje de carne y hueso que inspiró a Pacheco para crear su personaje Emma". No hay gran narrativa de la guerra, afirma Ravest, salvo unos cuentos de Guillermo Blanco y Pedro Sienna.
Tal vez, la más completa colección de libros e impresos de la Guerra del Pacífico y de todo tipo de objetos relacionados con ésta se remata el próximo sábado, en la casa Enrique Gigoux Renard. Su dueño, Manuel Ravest Mora (75), abogado, confiesa que le costó mucho tomar la decisión, pues la afición de coleccionista lo acompaña desde su niñez. De hecho, quedan en su poder aún muchas piezas notables y de las que no sería capaz de deshacerse: libros, fotos, proyectiles...
Hijo único y nieto único, su abuela Isabel Jaraquemada, casada con el oficial de ejército Francisco Ravest, fue una de las personas que más influyeron en sus primeros años de vida. Mujer de físico imponente y ojos grises, "ya viuda me relataba cuentos de mi abuelo en la guerra, mientras yo jugaba con su sable, sus pistolas y charreteras. Poseía grandes dotes histriónicas, y sus relatos actuados eran muy vívidos. Sus cuentos me apasionaron y quiero suponer que esa experiencia tuvo algún efecto en este amor por estudiar la guerra". Su otra gran pasión ha sido la historia de la Revolución de 1891, producto también de los cuentos de su abuela, quien esta vez trasladaba sus recuerdos a la suerte de su esposo como balmacedista en dicha contienda civil: "Han sido las dos experiencias que me marcaron de niño. Tal vez hay en ello una base freudiana, por decirlo de alguna manera".
Su pasión de coleccionista se hizo sistemática desde los años setenta, cuando decidió mantener un aviso económico en "El Mercurio" con la leyenda: "compro fotos, armas de la Guerra del Pacífico". Llegaron muchos particulares a venderle. También adquirió mucho material en Perú. ¿Si hay alguien que le compita en esta afición? "No sé, tal vez el general Claudio López. Pero no conozco más gente que haya tenido esta obsesión de comprar todo lo relacionado con la guerra, desde el libro, el sombrero, la bala... Lo más importante, sin embargo, ha sido coleccionar impresos, libros; soy un bibliófilo, o un bibliómano si quiere. Creo que siempre habrá seres humanos que van a buscar el placer de tocar los libros, el placer sensorial de olerlos, o el agrado de abrir el libro intonso con el cuchillo abrecartas; no sé si habrá en ello también algo freudiano, de desfloración tal vez. Es un placer que produce una identificación muy fuerte con el objeto".
Conoció en el camino a grandes coleccionistas. Don Alamiro de Ávila y Martel fue uno de ellos. "Me regaló algo muy valioso: unas hojas sueltas que contenían poemas que fueron hechos para ser arrojados a los miembros de la escuadra triunfante cuando llegó a Valparaíso desde el Norte". También compartió su pasión con Sergio Fernández Larraín.
Pero pronto sintió incompleta su afición. "Me habría sentido muy frustrado si me hubiera quedado en la etapa de coleccionista. Partí como tal, pero me sentía insatisfecho con el mero acumular objetos. Ahí nació una segunda y fructífera vocación, la historia, que ha mantenido viva hasta años muy recientes. "Muchos coleccionistas que conozco no tienen ninguna pasión por la historia, y los mueve una obsesión, a veces patológica".
Lo primero que escribió estuvo vinculado a la compra de un cajón de papeles, que adquirió sin abrirlo. "Me enteré, al hacerlo, que contenía toda la correspondencia del oficial Juan Martínez, uno de los comandantes del Regimiento Atacama durante la Guerra del Pacífico. Estaba prácticamente toda su vida ahí". Ese libro parece haber actuado como un puente de plata que le permitió convertir su colección en un gran archivo de historia para sus futuros trabajos de investigación. Estudiar la guerra lo llevó luego a viajar hasta Londres a principios de los años 80 para investigar en la Guidhall Library los archivos de la Casa Gibbs, socia de la compañía de salitre de Chile, del siglo XIX. "Llegué hasta allá, junto con mi mujer, porque me obsesionaba tratar de dilucidar si realmente la decisión de Chile de ocupar Antofagasta en 1878 había sido una decisión honorable de defensa de principios jurídicos adquiridos, o bien la consecuencia de presiones indebidas de grupos económicos influyentes de esa época. Me fustigaba esclarecerlo".
La conclusión de ese dilema lo llevó a publicar, en 1983, "La compañía salitrera y la ocupación de Antofagasta (1878-1879)", en que transcribe la documentación encontrada en Londres y que, a juicio de Ravest, deja muy en claro que la decisión de Chile de ocupar Antofagasta y afrontar las consecuencias estuvo basada en el respeto al Tratado de 1874. "La infracción a ese tratado significó para Chile tener derecho a recuperar un territorio que había cedido bajo una condición, la de no imponerles tributo a las empresas chilenas que trabajaban allí. Creo que la decisión de Chile fue políticamente honesta".
Su labor como historiador culmina hace poco con un libro sobre Barros Arana y la cesión de la Patagonia a Argentina, "una deuda que tenía con mi padre, quien odiaba cordialmente a Barros Arana. Aunque con el libro queda claro, luego de la investigación que hice, que mi padre no estaba en lo cierto respecto a su opinión sobre el accionar diplomático del famoso historiador".
A juicio de Ravest, entre el material de primera fuente que aún queda por investigar respecto de la Guerra del Pacífico, uno muy valioso es la documentación que el Gobierno chileno devolvió a Perú hace un par de años. "Pude ver ese material de primera fuente durante un rato, y pude atisbar un material muy valioso". De las últimas publicaciones de historia en torno a la guerra reconoce -a pesar de la poca simpatía que tiene por su autor- haber leído un gran libro de William Sater, "Andes Tragedy". "A pesar de mis desacuerdos profundos con él en algunas tesis como la del heroísmo de Prat, en este último libro, aún no traducido, hace un manejo de fuentes extraordinariamente interesante en torno a la guerra".
Antecedentes de Jorge Inostrosa
Entre los impresos que se rematarán hay un capítulo para los libros literarios en torno al conflicto, donde figuran dos novelas escritas por Ramón Pacheco, un español que escribía folletines novelescos de historias sexuales entre clérigos que escandalizaron. Huyó a Iquique cuando comenzó la guerra, donde escribió los episodios literarios de la Jenerala Buendía y, luego, la Ex Jenerala Buendía. "Son malas novelas, pero me interesa rescatarlas como antecedentes muy claros de Jorge Inostrosa, y su famosa novela, si bien él jamás lo reconoció. La heroína de Pacheco -Emma- es la abuela de la Leonora Latorre de Inostrosa! Y tiene una base histórica, porque el general a cargo de las tropas peruanas Juan Buendía tuvo de amante a una muchachita chilena, Anita, personaje de carne y hueso que inspiró a Pacheco para crear su personaje Emma". No hay gran narrativa de la guerra, afirma Ravest, salvo unos cuentos de Guillermo Blanco y Pedro Sienna.
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