FRANCISCO AYALA MURIO EN NOVIEMBRE
La «avidez vital» de un escritor
por EMMA RODRÍGUEZ
El Mundo
por EMMA RODRÍGUEZ
El Mundo
En 'Recuerdos y olvidos', su especial y delicioso libro de memorias, Francisco Ayala alude a su «impaciente, imperiosa avidez vital», una actitud que le acompañó desde su infancia, que nunca hubo de abandonarle y desde la que hay que acercarse, recorriéndola, a una vida prolífica en años, en obras, en hallazgos, en destinos, en emociones...
Una vida vivida intensamente, sin rendiciones, como él mismo reconocía en una entrevista concedida a este periódico cuando cumplió los 100 años. «Nunca me he parado, todos los días he abierto los periódicos... Siempre he procurado tomar las cosas como vienen, vivir el presente en cada momento». He ahí seguramente la fórmula de la longevidad de Ayala, ese secreto por el que tanto le preguntaban. Un vaso de whisky diario, una dieta frugal, un poco de genética y muchas dosis de buena suerte, solía responder jocoso, mientras la avidez de la mirada, la chispa siempre encendida de los ojos, remitía a una profunda querencia de mirar siempre adelante, de no aferrarse al pasado, a ninguno de sus pasados.
Nació el escritor en Granada un 16 de marzo de 1906, en el seno de una familia burguesa que proporcionó nutriente a su temprana sensibilidad e imaginación, siendo muy importante la figura de la madre, una mujer liberal, amante de la lectura y que pintaba lienzos ante los ojos curiosos del niño.
Uno de esos lienzos, el del jardín de la casa del abuelo, con una niña jugando al aro, que el escritor se trajo consigo a Madrid tras la vuelta del exilio, resulta clave en 'El jardín de las delicias', donde se recrea la escena familiar que dio origen al cuadro y se capta la manera de mirar el mundo del escritor: desde una clarividencia inteligente no exenta de un alto contenido emocional.Su niñez estuvo llena de ráfagas felices, pero el escritor en ciernes ya percibía que esa felicidad se esfumaba enseguida y que había que atraparla interiorizándola, un proceso que traslada a muchos de sus relatos y que se refleja en una anécdota que permanecía intacta en su memoria: el día que su padre trajo de Nueva York un juguete, un gorrión mecánico que voló ante los ojos del niño de tres años. «Pensé que sería un regalo para mí, pero no fue así. Lo habría traído para usarlo en algo o para dárselo a otra persona, pero aquello para mí, a esa edad, fue una desolación», contaba.
A principios de la década de los 20, Francisco Ayala llegó a Madrid y abrió un capítulo esencial en su trayectoria. Cursó estudios de Filosofía y Derecho, que compaginaba con sus primeros escritos –debutó en la novela con 'Tragicomedia de un hombre sin espíritu' con apenas 20 años–; empezó a colaborar en publicaciones como La Gaceta Literaria o La Revista de Occidente y se hizo asiduo de las célebres tertulias de la época. En este punto, recorrer su biografía supone un enriquecedor paseo por una época brillante de la cultura española. Por las páginas de 'Recuerdos y olvidos' transitan, entre muchos otros, personajes como Ramón Gómez de la Serna, al que retrata en su mezcla de genialidad y crueldad; Ortega y Gasset, que ejerce una gran fascinación sobre él; María Zambrano, de la que destaca tanto su cabeza filosófica como sus bonitas piernas; Rosa Chacel, Cansinos-Assens, González Ruano, García Lorca y un «oscuro» escritor llamado Manuel Azaña en el que nadie podía vislumbrar aún a la figura política en que se convertiría.El aprendizaje, la toma de contacto con otras realidades, prosigue en Berlín, capítulo que Ayala inicia con una escena de travestistas en la Friedrich Strasse en una época en la que ya se perciben los primeros presagios del nazismo. Allí se hace con una lengua que le era completamente ajena y en la que posteriormente habría de traducir obras de Thomas Mann o Rainer Maria Rilke; escribe piezas influenciadas por la experiencia en la fría ciudad como 'Erika ante el invierno' o 'San Silvestre' y queda deslumbrado ante la permisibilidad con que los alemanes afrontan las relaciones sexuales. «Era como caer de repente en otro planeta», llega a confesar.
La experiencia vanguardista ya ha hecho mella en el espíritu del inquieto escritor (Historia de un amanecer), quien, a la vuelta de Alemania, inicia su andadura como profesor universitario de Derecho Político. La historia sigue su curso y Ayala se ve inmerso en su torbellino. Se proclama la República, a la que se adhiere entusiasta. Estalla la Guerra Civil, poco después del golpe que supuso la muerte de su madre. Se pone del lado del bando republicano y desempeña cargos de responsabilidad hasta que emprende el largo camino del exilio, ya casado y con una hija –su única hija– Nina. «Desde mi regreso de Alemania hasta el exilio en Buenos Aires, mi actividad literaria quedó en suspenso», relata en sus memorias, dando cuenta de una etapa en la que se entregó a su faceta de ensayista, una vertiente que se bifurca hacia la sociología, y la crítica literaria, fraguándose el retrato de hombre abierto a los distintos campos del saber, de sabio renacentista.Ayala ha vivido, se ha inmiscuido, ha atrapado el siglo XX en sus escritos ['El escritor en su siglo', 'En qué mundo vivimos', 'El escritor y la sociedad de masas', 'El escritor y el cine', 'Las plumas del fénix'...] Ninguna circunstancia le fue ajena y cuando le llegó la hora del exilio lo afrontó desde una actitud abierta, como de renacimiento.
Cuando se embarcó en un mercante inglés, rumbo a Cuba, después de haber liberado a su hermano Vicente de un campo de concentración, se disponía simplemente a rehacer su vida al otro lado del Atlántico, sin dramatismos, dejando detrás el profundo dolor de la contienda, acentuado por el fusilamiento del padre en el presidio de Burgos. «Con la Guerra Civil había perdido no sólo mi casa y todas mis pertenencias reunidas en ella, sino mi posición oficial como letrado de las Cortes y catedrático de la Universidad, e incluso el nombre que como escritor tenía ganado y que el régimen franquista se empeñó, no sin algún éxito, en borrar y tachar –esto sin mencionar pérdidas mucho más irreparables–», cuenta en 'Recuerdos y olvidos'.
Sus pasos llegaron a Chile, Buenos Aires, donde colaboró en la revista Sur y compartió afinidades con el círculo de Borges y las hermanas Ocampo, y Estados Unidos, donde se fraguó su prestigio como profesor. Allí conoció a la hispanista Carolyn Richmond, quien se convertiría al cabo de los años en su segunda mujer y en una de las más fervientes estudiosas de su obra.Ejemplo de austeridad, de conciencia moral, de compromiso, de espíritu indomable, de clarividencia, Francisco Ayala volvió a España definitivamente en 1980 y empezaron los reconocimientos –la entrada en la Real Academia Española, el Príncipe de Asturias, el Cervantes...–, así como el acercamiento a una obra en la que destacan títulos como 'La cabeza del cordero', 'Historia de macacos', 'Muertes de perro', 'El fondo del vaso' y 'El jardín de las delicias'.
Llegó a cumplir 100 años –y los superó con creces– y sobrevivió a múltiples homenajes, sintiéndose al final, como él mismo decía, un observador a distancia de su propia vida –o vidas–. Nunca dejó de disfrutar de la buena mesa, de la buena lectura, de la buena conversación, de la buena amistad. Nunca paró ni se rindió.
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