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Editor: Neville Blanc

Sunday, May 16, 2010

El combate de Iquique según las impresiones de la marinería



Un testimonio Vicuña Mackenna visita la Covadonga:
El combate de Iquique según las impresiones de la marinería
La llegada triunfante de la Covadonga a Valparaíso, en junio de 1879, fue motivo para que Benjamín Vicuña Mackenna subiera a la nave para realizar una entrevista a su tripulación. Quería entregarles a los lectores un relato emotivo y de primera mano de las circunstancias del combate de Iquique.

El Mercurio Artes y Letras Santiago de Chile domingo 16 de mayo de 2010 Actualizado a las 6:16 hrs.
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA Extracto
El sábado 28 de junio, víspera de la fiesta del apóstol del mar, estábamos sobre la cubierta de la nave más batalladora, más aguerrida y más afortunada que ha poseído Chile y que haya surcado el Pacífico en la última mitad del siglo.

La Covadonga es una goleta esencialmente histórica, como en breve pasará a ser en la crónica de la marina universal una embarcación legendaria.

Es, ante todo, un corcel de batalla, como el Caballo de Espronceda. En los 20 años escasos que cuenta de vida, se ha batido cinco veces, y en todas partes con gloria.

***

¿Y cómo no sentir dentro del pecho los ecos de esta vida de combates, cuyas vibraciones todos hemos oído -Papudo, Abtao, Iquique, Punta Gruesa, Antofagasta, todos nombres y triunfos del Pacífico? Cuando la Covadonga deje de ser buque será un libro.

Y, como tal, habrá de tener derecho a ocupar un puesto de honor.

***

Los grupos de las estrechas puertas de la cámara habíanse vuelto todo lenguas para contestarnos, cuando, como figura dominante, adelantóse un marinero de la tez morena y quebrajada por los años y el cierzo. Era el "capitán de altos" Juan González Concha, y como capitán, eclipsó a los marineros con su voz y su arrogancia. -Donde manda capitán... parecían decir su gesto y su apostura, como un refrán vivo.

En dos palabras contónos González su historia. Era de Concepción. Su madre se llamaba Juana Concha, y lo echó al agua como quien lo hubiera echado a la chigua. Tenía más de un cuarto de siglo de navegación y, de ésta, la mitad con ingleses. Había estado, por consiguiente, en "Londra", en "Gualtimore" (Baltimore) y en la China cinco veces, y sabía inglés como un delfín.

-Pero, ¡vamos! Cuéntanos cómo sucedió el combate.

-Voy a decirle, señor; pero ¡cuidado con chistar! dijo a los otros con gesto de mando, y casi sacando el pito de la faltriquera.

-Cuando el tipo dijo: ¡Humos al norte!, todos nos pusimos a mirar para los lados de abajo por la batayola. (Ya hemos dicho que el capitán de altos González Concha es escribano).

-Y ¿quién descubrió al Huáscar?

-Se descubrió solo el bárbaro. Cuando asomó la cera, venía muy pegado a la costa, y como adrede echaban tanto humo aquellos diablos, nadie podía conocerlos. Decían unos que eran amigos, otros que eran la Unión y la Pilcomayo, y otros que eran el diablo. Hasta que el buque delantero, como guapo, viró hacia el oeste para encerrarnos, y entonces le vimos los dos palitos pelados y sin crucetas, y todos dijimos: ¡El Huáscar, es el Huáscar!

-¿Y qué hicieron?

-Nos quedamos calladitos, mirándonos unos a otros y mirando todos a mi comandante.

-¿Y éste qué hacía?

-Se paseaba por el puente sin soltar el anteojo, y de repente mandó disparar un cañonazo. Era la señal para que viniese la Esmeralda.

-Y luego, añadió el viejo marino, con voz casi balbuciente, llegó la pobre mancarrona, andando así, así, como coja y con muletas, al pasito, porque al moverse se le reventó un caldero. Parecía que le venían doliendo los piés.

-¿Y...?

-Se pusieron al habla con la bocina mis dos comandantes, -mi comandante Condell con mi comandante Prat.

-¿Y qué se dijeron?

Aquí el capitán de altos encartuchó su mano derecha e hinchando los robustos cachotes como un tiburón, comenzó a referir, o más bien, a remedar el diálogo sublime:

"Co-man-dan-te Prat, te-ne-mos al Huáscar y la In-de-pen-den-cia a la vis-ta"; así, sílaba por sílaba, como sale de los ecos de la garganta de metal de la bocina.

-¿Y qué contestó el comandante Prat?

-Contestó: ¡Cada uno a sus puestos y a cumplir con su deber!

-¿Y qué dijo Condell?

En esta parte encontróse en sus canchas y en su buque, y asumiendo una actitud fiera y británica, escupiendo a un lado y limpiándose los labios con el revés de la mano, contestó con voz estentóreo:

-¡All right!

Palabra que quedará en la historia y que quiere decir breve, pero valerosamente: -¡Está bien!

-¿Y no preguntó también el comandante Prat si había almorzado la gente, y no mandó reforzar las cargas en los cañones?

-Sí, señor, pero eso fue por señales, con banderas.

Hízose aquí una pausa en el rápido diálogo, porque no era nuestro deseo que el verboso capitán de altos nos contase de plano lo que había visto, sino simplemente lo que había hecho; y estábamos viendo patentemente que quería pasar por ojo a todos sus camaradas, sin dejarles ni resollar, sobre sus hazañas.

***

-¿Y entonces?, volví a preguntar, limitando mi interrogación a una palabra para dejarlas todas al locuaz capitán de altos.

-Entonces... ¡Ah! cuando estábamos hablando con la Esmeralda... el Huáscar se atravesó, echó abajo su murada y... ¡zum!, vino la bomba como un toro, medio a medio de los buques.

Y entonces ya no nos miramos, ni miramos al comandante, sino que gritamos todos: ¡Viva Chile!... Y ¡viva Chile! respondió la Esmeralda y comenzó la fiesta. ¡Y guaraca con ellos!

***

Y aquí el capitán de altos comenzó en su estilo, y en su lengua a contarnos el lance asombroso tal cual lo sabemos por los partes oficiales, y tal cual en otro lugar lo hemos narrado.

-Pero tú, ¿qué hiciste?, volvimos a decirle, encerrándolo dentro de su exuberante personalidad.

-Yo, como capitán de altos, contestó González, me trepé con cuatro marineros a la cofa del trinquete, y allí nos parapetamos con coyes, que quedaron hechos estopa con las balas; pero a nosotros no nos hicieron los negros ni rasguños. ¡Qué cholos tan vilotes para la puntería, y esto que tiraban con ametralladoras! (...)

***

-Y a todo esto, ¿qué hacían el comandante y los oficiales?

-Lo que hacían era pelear y... ¡fuego, muchachos! Yo aguaitaba al comandante para ver si se ponía detrás de la chimenea. Pero ¡bueno el chiquitín! ni pestañeaba siquiera, y manda que manda y ¡orza a babor! -A estribor la caña! -¡Fuego, muchachos! -Adelante la máquina! -Fuego y fuego, y ¡viva Chile! y golpes con la espada retando a los negros. ¡Qué hombre tan guapazo y tan formal entre las balas! Como yo estaba en el trinquete, tenía a mi capitán Condell a la vista ¡no le perdía pisada!

***

Nunca el hombre, como las fieras, despliega mayor intensidad de pensamiento y de acción que en el combate. Su cerebro vibra, su mirada centellea. Todo lo ve y todo lo adivina. La vida defendiéndose, ha llegado a su apogeo en todas sus manifestaciones morales y externas, y de aquí los héroes y los Hércules. Por esto mismo, los que caen perforados por el plomo no languidecen con gemidos sobre el puente. La vida estalla en el ser físico como la caldera que el vapor hincha y destroza, y sólo deja paso al alma, convertida en centella de fuego.

***

Íbamos en esta parte de nuestra demanda, cuando sintiese el toque acelerado de la campana del dique. Ha cesado la hora de la charla y comienza la del trabajo. Es el momento de partir.

¡Adiós!, bravos muchachos, y un trago por la patria y la bandera. -Y tú, barca de batalla y reliquia de la gloria, valerosa Virgen de Covadonga, acaba pronto de ceñirte la coraza, y como la Madona de tu nombre en las montañas de Asturias, guía otra vez a los valientes de Chile en medio del océano, ¡porque ya has encontrado en Condell tu Pelayo!

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