SOCIEDAD DE BIBLIÓFILOS CHILENOS, fundada en 1945

Chile, fértil provincia, y señalada / en la región antártica famosa, / de remotas naciones respetada / por fuerte, principal y poderosa, / la gente que produce es tan granada, / tan soberbia, gallarda y belicosa, / que no ha sido por rey jamás regida, / ni a extranjero dominio sometida. La Araucana. Alonso de Ercilla y Zúñiga

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Editor: Neville Blanc

Sunday, June 13, 2010

PREMIANDO AL ESCRITOR


Preguntas, preguntas y preguntas

"¿Debe un premio como el Nacional fomentar escritores leídos y admirados en Chile, pero poco conocidos en el extranjero, o, al contrario, homogeneizar el gusto exterior con el nacional?". Una de las tantas interrogantes que el autor de La Deuda se plantea en torno a este discutido galardón.

Rafael Gumucio

El prestigio o la fama. ¿Qué hay que premiar? ¿Qué importa más: ser el número 1, o ser el número único? La eterna discusión. ¿Qué debe premiar un país en un escritor? Marín o Skármeta, Eltit o Isabel Allende, los competidores más seguros al Premio Nacional, representan así cada uno una respuesta distinta. ¿Debe el país premiar a los escritores? ¿Les debe el país algo a los escritores? ¿Le deben algo los escritores al país? ¿Sería yo, y tantos otros, el escritor que soy sin Marín y sin Skármeta? ¿No es eso también premiable, haber prestado su tiempo, su apoyo, su lectura a otros más jóvenes? ¿Habría que tomar en cuenta el trabajo de Marín, de Skármeta y de la propia Diamela Eltit en el diálogo con los más jóvenes? ¿O debería el jurado abstraerse de todo eso, y actuar como simples lectores? ¿Debería hacer lo que hizo Alone en su tiempo, y sacar de la sombra y el anonimato a un González Vera sólo para que alguien más disfrutara de sus libros inencontrables y clandestinos? ¿Debería premiarse la influencia (¿habría habido Detectives salvajes sin Skármeta?), la presencia, la salud (la envidiable salud literaria de Marín), las buenas o las malas acciones del pasado y el presente? ¿Debería limitarme a vocear mi preferencia personal con todas sus letras (Germán Marín), o debería disparar la pelota hacia el límite de la cancha como Edwards y votar por Óscar Hahn que es poeta y no le toca ser sorteado este año?

Preguntas y más preguntas: ¿Debe un premio que entrega el estado chileno optar por premiar uno de los fenómenos literarios y sociales más importantes de los últimos cincuenta años, la entrada de la mujer con voz y voto en el discurso público? ¿Y qué premiar en ese caso: el prestigio bien ganado de Diamela Eltit y la popularidad igualmente merecida de Isabel Allende? ¿Premiar Lumpérica o La casa de los espíritu s, dos bocanadas tan distintas de aire fresco que vinieron a contar a su manera cada una el reverso de una épica tramposa? Un premio como el Nacional, ¿debe fomentar escritores leídos y admirados en Chile, pero poco conocidos en el extranjero, o debe, al contrario, homogeneizar el gusto exterior con el nacional? ¿Habría que premiar la frescura de esos libros (o de Desnudos en el tejado o El palacio de la risa ), o castigar a los autores ya nombrados por todos los libros propios y ajenos que convirtieron sus hallazgos en fórmulas? ¿Debería indignarme, en el caso de Isabel Allende, por lo exitosa que es la fórmula, o esperar, como una solterona que abraza histéricamente a la novia, que por apoyarla se me pegue el espíritu santo y mis bodrios nerudianos vendan tanto como los libros de la postulada?

A mí en esto me interesan más las preguntas que las respuestas. Me interesa sobre todo el hecho de poder, de tener, que hacerse esas preguntas. Cuando el premio les toca a los poetas, estas preguntas no asoman la nariz. No se crítica a ningún poeta por ser demasiado popular, porque casi ninguno lo es. A Zurita se le sacó en cara salir en televisión, pero nadie pudo negarle un ápice de prestigio a su poesía. En la poesía -y eso es quizás lo que la está matando-, el prestigio campea solo sin contrapeso ni vigilancia. En la poesía están los pares y la academia (que sabe cada vez menos de literatura, pero sí mucho de estadística).

En la poesía, todos tienen muy claro, demasiado claro, qué es y qué no es la literatura. En la poesía basta una gota de verdad, una voz propia, una sintáctica inesperada. A veces también un incendio. Los que escriben novelas, en cambio -da lo mismo si son buenas o malas o más o menos-, se ven obligados a ensuciar su oficio con el negocio, los editores, los libreros. Tienen que hablarle a un lector distraído que está a punto de dormirse en la micro. Tienen que hablar de cosas feas y gente tonta. En la narrativa está la literatura, y también otra cosa. La pelea de Jacobo contra el ángel. El instinto y el súper ego que en la cima de un monte tratan de romperse mutuamente la rodilla. En la poesía, la impureza es una rebeldía; en la novela, una necesidad. Todo novelista debe, para serlo de verdad, traicionar su propio talento. La forma de esa traición, el peso de esa lealtad, el límite de esa lucha entre el yo y el mundo, entre el estilo y la verdad, el resultado de esa lucha es lo que se debería premiar en el Nacional o en cualquier premio de esa especie.

Quienes lo critican dicen que éste es un premio político. Y efectivamente premia también, y sobre todo, la manera en como un talento estrategiza su fuerza, dónde pone sus ejércitos, qué salva, qué sacrifica, qué administra, qué pierde y qué gana en cada entrega. Democracia y, al mismo tiempo, monarquía absoluta, cada narrador es su propio estado, aunque algunos, unos pocos -los mejores, para mi gusto-, son también su propia revolución.

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