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Editor: Neville Blanc

Sunday, August 01, 2010

Acaba de publicarse en España La vida doble , de Arturo Fontaine


Una historia inmoral

La narrativa chilena, o al menos lo que de ella alcanza a percibirse desde España, cuenta con un importante caudal de novelas, como la última de Arturo Fontaine, que se proponen escrutar la historia más o menos reciente del país.
El Mercurio Revista de Libros Santiago de Chile
domingo 1 de agosto de 2010
Actualizado a las 10:53 hrs.


Acaba de publicarse en España La vida doble , de Arturo Fontaine, novela que relata convincentemente, con vigor y verosimilitud, la peripecia de una activista revolucionaria que, durante la dictadura de Pinochet, es capturada y, tras ser sometida a tortura, termina trabajando al servicio de sus antiguos enemigos.

Al parecer, "se sabe de al menos tres mujeres que, tras militar en algunos de los grupos armados que se resistieron a la dictadura, se transformaron en agentes de las centrales de inteligencia de Pinochet. Al término de la dictadura, dos de ellas se arrepintieron, contaron lo esencial de su historia y colaboraron con la justicia. Hoy viven ocultas". Fontaine tuvo la oportunidad de conversar largamente con una de ellas, y ese testimonio lo ayudó, dice, "a imaginar la atmósfera tanto de los grupos radicales chilenos como de las organizaciones represivas de la dictadura desde el ángulo de una mujer". Lo ayudó, también, "a imaginar las operaciones que realizaban".

Además de este testimonio, Fontaine se ha entrevistado "con varios agentes de inteligencia de la dictadura que trabajaron codo a codo con estas mujeres traidoras, persiguiendo a los movimientos armados" (el MIR, el FPMR, el Lautaro...). Se ha servido también del testimonio directo de antiguos militantes de estos movimientos. Y se ha nutrido de una amplia bibliografía que referencia al final de su libro y que constituye una pequeña guía para adentrarse en el infierno de la represión pinochetista y, más ampliamente, de las feroces dictaduras de América del Sur.

Los años invertidos tanto en la documentación como en la escritura de la novela confieren a La vida doble una solidez y una veracidad que resisten las eventuales grietas, ninguna muy grande, que puedan señalarse en la construcción de su protagonista o en la reconstrucción de la época. Por lo demás, Fontaine insiste -y conviene creerle- en que la suya no es una novela en clave, sino que, lejos de eso, todos los personajes y las situaciones que en ella se dan son inventados, por mucho que tengan una base real.

Pese a su trasfondo político, La vida doble discurre fundamentalmente sobre el tema de la traición, y en este sentido -y con independencia de las razones que muevan a leerla- es, mucho antes que una novela testimonial, una novela psicológica, que ilustra la fascinación que la víctima puede llegar a sentir por su verdugo, y que explora en los procesos conforme a los cuales puede uno combatir encarnizadamente aquello mismo a lo que se adhirió con absoluta convicción y apasionamiento. Pero es, sobre todo, una novela sobre la dificultad de asumir un pasado que escapa a todo ordenamiento moral y que debido a eso mismo se revela sustancialmente indecible.

Como dice la protagonista y narradora del relato a su interlocutor -un escritor que ha "comprado" su historia, y que toma apuntes mientras ella cuenta-, "la verdad es demasiado inquietante, espinuda, contradictoria y espantosa. La verdad es inmoral. No debe imprimirse".

Pese a lo cual, Fontaine se empeña en hacerlo, a fuerza de otorgar un valor moral al hecho mismo de aceptar que es así.

La narrativa chilena, o al menos lo que de ella alcanza a percibirse desde España (cuya propia narrativa, por cierto, suele eludir este compromiso), cuenta con un importante caudal de novelas que se proponen escrutar la historia más o menos reciente del país, proporcionando claves conforme a las cuales explicar o corregir el presente. La vida doble engrosa este caudal, si bien la atrocidad de cuanto narra pertenece, en definitiva, y pese al fuerte impacto que produce enterarse de todo ello, a los márgenes de la historia, no alcanza los resortes íntimos el horror, únicamente su mecanismo. Y es que el dibujo que traza de los servicios de inteligencia bajo la dictadura no deja de ser el de una pandilla de sádicos obsesionados en exterminar a los terroristas y, como dice uno de ellos, "desratificar el país", sin que en su proceder trasluzcan los hilos que movieron esa brutal maquinaria de represión. El tránsito, por parte de la protagonista, de un bando a otro, sugiere una cierta equivalencia y labilidad entre ambos, y todo parece jugarse, en efecto, en la guerra a muerte que sostienen los dos, fuera de toda legalidad y de toda correspondencia efectiva con la muda, sórdida tragedia que entretanto vivía el país entero, la gente común.

Llegada la democracia, el desvelamiento y el castigo de algunos responsables apenas sirvieron de pantalla tras la cual se escondía, más que la impunidad, la inmunidad de otros muchos, y sobre todo de "los de arriba", de los inductores de todo aquel horror. He aquí el punto de fuga en que conviene ordenar la lectura de La vida doble , que, aunque de un modo bastante elíptico, arroja una sombría lección sobre el presente.

En el relato mismo, las conexiones entre poder político y crimen organizado se revelan en el plano de los procedimientos empleados, quedando fuera de campo la naturaleza en sí misma criminal, y mucho más persistente, de las fuerzas reales en las que ese poder se sustentó. Pero esto último escapa a los propósitos de La vida doble , que se adentra, como va dicho, en territorios más escabrosos, y que en cualquier caso contribuye muy bien a ilustrar las dimensiones concretas que alcanzó el espanto de la represión.


CRÍTICA: LIBROS / NARRATIVA
Chile: política y ficción
CARLOS FUENTES

El Pais 17/07/2010

Arturo Fontaine utiliza la imaginación y el lenguaje con precisión y acierto. Si en sus anteriores libros explora las paradojas de la sociedad chilena, en La vida doble se adentra en los dilemas morales y la traición bajo el régimen de Pinochet.

Chile ha sido país de poetas: Vicente Huidobro, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Nicanor Parra: su verbo ha ocupado y expandido esa franja estrecha de tierra -Chile- que va de los desiertos de Capricornio a los hielos de la Antártica. Encontrar un espacio para la novela ha sido la tarea de la generación que arranca del gran José Donoso y su taller literario y nadie representa mejor a la narrativa chilena de hoy que Arturo Fontaine.

Tras cada asalto, político o tecnológico, la novela-Fénix resucita para decirnos lo que no puede decirse de otra manera
No es el único. De país de poetas, Chile pasó a ser país de novelistas, de Carlos Cerda a Antonio Skármeta, de Isabel Allende a Diamela Eltit, de Marcela Serrano a Carlos Franz y de Roberto Bolaño a Sergio Missana.

Pero acaso nadie, como Arturo Fontaine, representa mejor el tránsito de la realidad política y social de Chile a su realidad literaria, y a las tensiones, combates, incertidumbres, lealtades y traiciones de una sociedad en flujo.

Y ¿qué hace, qué dice la novela en esta sociedad -la chilena- y en todas las sociedades?

De tarde en tarde, se nos anuncia: "La novela ha muerto". ¿Quién la mató? Sucesivamente: la radiotelefonía, el cine, la televisión, el Macintosh, el iPhone, la Red y el Twitter. Y sin embargo, tras de cada asalto tecnológico, la novela-Fénix resucita para decirnos lo que no puede decirse de otra manera.

Me estoy acercando a uno solo de los múltiples significados de las novelas de Arturo Fontaine -Oír su voz, Cuando éramos inmortales-. Todas ellas afirmaciones apasionadas de la necesidad de oponer una palabra enemiga -se llama imaginación, se llama lenguaje- a la verborrea que nos circunda.

Imaginación y lenguaje: en Fontaine, estas dos fuerzas de la literatura entran en conflicto con un país que ha sido a la vez fragua y combustión, país de tremendas escisiones internas, dolores, esperanzas, nostalgias, odios, y fanatismos que al cabo se manifiestan en lenguaje e imaginación.

En Oír su voz, Fontaine explora el lenguaje como necesidad del poder -no hay poder sin lenguaje- sólo que el poder tiende a monopolizar el lenguaje: el lenguaje es su lenguaje posando como nuestro lenguaje.

Fontaine escucha y da a oír otra voz, o mejor dicho otras voces: hay una sociedad, la chilena. Hay negocios y hay amor. Hay política y hay pasiones. Sociedad, negocios, política tienden a un lenguaje de absolutos. La literatura los relativiza, instalándose -nos dice Fontaine- entre el orden de la sociedad y las emociones individuales.

En Cuando éramos inmortales, el autor personaliza radicalmente estas tensiones encarnándolas en un personaje -Emilio- cuyo nombre nos remite a Rousseau y a su doble ética: la del que educa y la del que enseña. Este, el educado, requiere la educación para salir de su naturaleza original, no mediante la tutoría espontánea del vicio y el error, sino gracias a una enseñanza que potencie la virtud natural -incluso mediante el vicio del engaño-. Cuando éramos inmortales no es, para nada, una exégesis del Emilio de Rousseau. Es una creación literaria que juega con la tradición para convertir a ambas -creación y tradición- en problemas.

Chile es un país paradójico. Han coexistido allí la democracia más joven y vigorosa y la oligarquía más vieja y orgullosa. Ambas coexisten, a su vez, con un ejército de formación prusiana que respetó la política cívica hasta que la política de la guerra fría la condujo a la dictadura.

Fontaine, con las armas del novelista, que son las letras, va al centro del asunto. Un orden viejo, por más estertores que dé, cede el lugar a un orden nuevo. Pero ¿en qué consiste este? Entre otras cosas, en su escritura. Pero ¿quién es el escritor? Es una primera y es una tercera persona que miran a la sociedad y la privacidad con lente de aumento, dirigiéndose a un lector que es el cocreador del libro. El libro es una partitura a la cual el lector le da vida. La lectura es la sonoridad del libro.

Hay un poderoso fervor quijotesco en Arturo Fontaine: él quiere poner en fuga a las telenovelas o confiar en que haya al fin un Cervantes telenovelero que las transforme, como Don Quijote a las novelas de caballería.

Glorioso empeño cuya derrota sería, sin embargo, una victoria. Porque la novela es, en sí misma, la victoria de la ambigüedad. Una ambigüedad que se propone como palabra e imaginación, lenguaje y memoria, habla y propósito. Entonces, ¿para qué sirve una novela en el mundo de la comunicación moderna: la comunicación instantánea del suceso comunicado? En un régimen totalitario, dice mi amigo Philip Roth, el novelista es llevado a un campo de concentración. En un régimen democrático -continúa- es llevado a un estudio de televisión.

Lo cierto es que tras cada asalto, político o tecnológico, la novela-Fénix resucita para decirnos lo que no puede decirse de otra manera.

Leer a Fontaine, por todo lo anterior, es importante en el momento político de Chile.

El vigor de la democracia chilena, sus caídas ocasionales, su renovación actual, los avatares de la tradición y la complejidad de la sociedad requieren la lectura atenta de las novelas de Arturo Fontaine. En ellas encontramos el trasfondo y el sedimento de la noticia política.


CRÍTICA: La vida doble. Arturo Fontaine
Confesión desde Estocolmo
FIETTA JARQUE

El Pais 17/07/2010

La lucha, la rabia, el deseo de acabar con el oponente, sea cual sea su naturaleza. La mística de la violencia. ¿Qué signo la justifica? Para Lorena, o Irene, una guerrillera entrenada para el combate, hay más preguntas que esa. La primera es por qué se dejó capturar.

La vida doble
Arturo Fontaine
Tusquets. Barcelona, 2010
302 páginas. 19 euros

La nueva novela de Arturo Fontaine (Santiago de Chile, 1952) hurga en los sótanos oscuros de la tortura bajo el régimen de Pinochet. Y no solo lo hace desde el que sufre el dolor y la humillación, el que ve degradado su cuerpo y su mente al nivel más animal, asombrado a su vez por la bajeza y ensañamiento inhumano de los verdugos, sino que se sitúa del lado de ellos, de los que persiguen y torturan a los que consideran peligrosos asesinos falsamente idealistas. Y todo a través del mismo personaje.

La vida doble es, en realidad, cuádruple. Lorena, o Irene, o la Cubanita, es una adolescente algo ingenua, madre soltera. Después, una combatiente de Hacha Roja. Y, tras un crítico momento de inflexión, traiciona, se convierte. Al final huye de Chile y se esconde de su pasado en Estocolmo. No resulta casual ese último lugar de destino para una torturada convertida a la causa de sus enemigos. Hay un famoso síndrome con ese nombre. Al contar esto no revelo el suspenso de la trama, todo queda establecido desde las primeras páginas. Porque esta novela lo cuenta todo a la vez y, sin embargo, crea el deseo de seguir leyendo, de adentrarse en los detalles que faltan. Que faltarán siempre. Las preguntas se suceden, se multiplican. Las respuestas van aflorando de manera velada. Las verdades, ¿cuáles son las verdades? La novela de Fontaine es la confesión de alguien que encontró su objetivo en el delgado placer de la delación. De la condena. En el poder letal del secreto.

Hubo casos reales como este durante la dictadura. El autor se ha basado en ellos y así lo deja traslucir al darle la forma de una conversación de la protagonista con el escritor. La mujer habla a través de estas páginas con autenticidad, con el lenguaje de la acción y del cuerpo. Nada resulta forzado, pese a las situaciones extremas. Tampoco se cede al facilismo del melodrama. Ni siquiera en las escenas de sexo y la historia de ¿amor? Lo importante para Fontaine es darle densidad y fluidez al relato y lo consigue no solo con la voz principal, sino con personajes como el Flaco, el Gato, el Macha, o el Espartano, Canelo, Rafa. Todas son identidades falsas y a ellas se añaden otros apodos o nombres ficticios. Apelativos de combate. Como si lo que sucedió tuviera que medirse en una realidad aparte donde la máscara nunca deja ver el vacío que oculta. Esto es ficción, pero de alguna manera sucedió. Y así lo atestigua la larga lista de fuentes utilizadas para su documentación.

La vida doble es un enfrentamiento constante, una guerra sucia. Una novela que no decae, aunque casi al final parezca que no va a poder resolverse. Y casi te obliga a volver al principio. Fontaine ha labrado frase a frase una historia de las que no acaban con la última palabra.

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