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Editor: Neville Blanc

Sunday, June 12, 2011

ARCHIPENKO




ARCHIPENKO
ABRIENDO HUECO

Si el lector quiere dar un repaso a muchas de las más interesantes novedades que se desarrollaron en la escultura a lo largo del siglo XX y desea además hacerlo contemplando la obra de uno de los primeros artistas que las introdujeron, entonces inevitablemente debe aproximarse a la obra de Alexander Archipenko (1887-1964), uno de los ejemplos más claros de cómo el concepto de vanguardias artísticas puede aplicarse no sólo a la pintura de comienzos de ese siglo, sino también (y muy merecidamente) a la escultura, que encuentra en él uno de sus mejores exponentes.

Archipenko nació en Kiev, ciudad ucraniana entonces perteneciente al Imperio Ruso, y allí realizó sus primeros estudios artísticos, completados a continuación en Moscú. Pero al igual que otros artistas rusos de su generación, nuestro escultor decidió dar un salto definitivo en su trayectoria y acabó por instalarse en 1909 en París, donde en breve plazo estableció un pequeño taller en Montparnasse y tomó contacto con algunos de los más destacados representantes de las vanguardias artísticas, hasta el punto de que un año después participaba ya en el XXVI Salón de los independientes, junto con cubistas destacados como Leger o Delaunay. El cubismo es, por tanto, la orientación de sus esculturas de este primer periodo, con figuras reducidas a sus volúmenes más simples y con una evidente tendencia a la geometrización.

Pero Archipenko, que también practicó la pintura, estaba interesado en explorar nuevos caminos en la plástica tridimensional, y acabó por introducir en el cubismo escultórico una serie de novedades que pueden considerarse pioneras. No se trata ya de que descomponga los planos y formas, como hacían los pintores cubistas, sino de aprovechar otras posibilidades. Entre ellas, aunque pueda parecer paradójico, el artista ucraniano localiza un tema que va a resultar fundamental en todo el desarollo posterior de la escultura del siglo XX. Hasta entonces la preocupación básica de un escultor ha sido dar forma a una masa determinada. Ahora el hueco, lo puramente antimaterial, será un elemento determinante de la propia escultura, proporcionando nuevas formas vacías y sugiriendo ritmos. Sin mucho temor a equivocarnos, puede afirmarse que la obra en la que refleja a una mujer que camina, con un torso casi inexistente y con el juego de volúmenes cóncavos y convexos, marca un verdadero antes y después en la escultura del siglo XX.

Siempre inquieto, en otros casos el artista ensaya con la estilización de los volúmenes, investiga las posibilidades del movimiento en la escultura, les aplica color, emplea materiales hasta entonces poco convencionales o inventa los que él mismo denominó como "esculto-pinturas", tratando de combinar las dos artes que siempre le atrayeron. En 1923 Archipenko trasladó su residencia de forma definitiva a los Estados Unidos, país del que acabaría por adquirir la ciudadanía. Allí siguió experimentando nuevas posibilidades escultóricas: trabajó con terracotas, empleó materiales plásticos a los que insertó luz interior e incluso realizó algunas incursiones en la escuiltura abstracta. Como decía de él Juan Gris: "Archipenko cambió la manera tracional de entender la escultura". No le faltaba razón.

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