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Editor: Neville Blanc

Saturday, December 15, 2012

DE NUESTROS SOCIOS: HUGO ZEPEDA

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El Mercurio Sábado 15 de Diciembre de 2012



La locura por el fin del mundo se arrastra desde hace milenios

Richard García

La leyenda cuenta que cuando Rómulo fundó Roma se le presentaron 12 águilas que le revelaron un número místico, correspondiente a los años que duraría su existencia. Algunos, posteriormente, sugirieron que cada ave representaba 10 años y que por ende el fin llegaría al cumplirse 120 años, el año que hoy conocemos como 634 antes de Cristo. Pero nada ocurrió y, aunque los agoreros recalcularon la fecha, Roma se mantiene en pie hasta hoy.

Fue uno de los primeros augurios del fin de los tiempos que nunca llegaron y, desde entonces, la cultura occidental ha vivido decenas de anuncios semejantes.

El más persistente es el que está relacionado con la segunda venida de Jesucristo, conocido como milenarismo, y que en un principio debió cumplirse el año mil. De hecho, el 31 de diciembre del año 999, las crónicas cuentan que muchos creyentes esperaron en las iglesias -temerosos de Dios- un Juicio Final que nunca llegó.

"Cerca del año mil, hubo muchos cambios en la cristiandad para bien. Muchos acreedores perdonaron a sus deudores, había una mejor conducta de la gente, un sentido de paz, todo por temor al fin del mundo, pero duró poco", cuenta el abogado, teólogo y profesor de historia Hugo Zepeda.

La alerta vino nuevamente a través del astrólogo español Juan de Toledo. Afirmó que una alineación planetaria bajo la influencia de Libra generaría, en 1186, grandes calamidades como terremotos y tormentas.

"El terror se extendió por casi todo el mundo conocido por los europeos. En Alemania y en el Medio Oriente, las personas cavaron refugios subterráneos o se escondieron en cuevas y cavernas, tal como hoy algunos han construido refugios especiales. El arzobispo de Canterbury llegó a decretar ayuno general como una forma de expiar los pecados y como preparación para el Juicio Final", dice el periodista y escritor Juan Guillermo Prado, quien en 1997 publicó el libro "Predicciones del fin del milenio".

Pero nada ocurrió. En cambio, algo que nadie había vaticinado -la temible peste negra, entre 1347 y 1353- estuvo por arrasar con el Viejo Mundo por completo. Al menos para un tercio de la población fue realmente el fin de todo.

Un responsable

Tanto Zepeda como Prado coinciden en que uno de los principales gatilladores de los movimientos milenaristas surgidos en los dos últimos siglos del segundo milenio fue el jesuita chileno Manuel Lacunza.

El sacerdote está entre los miles de religiosos de la orden expulsados en 1767 desde los territorios españoles. Convertido en una especie de ermitaño en Imola, Italia, la ciudad donde vivía su exilio, escribe bajo el seudónimo de Josafat Ben Ezra el libro "La segunda venida del Mesías en gloria y majestad". "En realidad, él no da una fecha para el fin del mundo, sino que hace una intepretación de los tiempos finales a partir de las escrituras bíblicas", precisa Zepeda.

El texto tiene gran éxito, pese a que pasa a formar parte del índice de libros prohibidos de la Iglesia. En 1816, se publica en Londres. "Muchos clérigos protestantes se vuelven locos con esta teoría del padre Lacunza y comienzan a seguir sus enseñanzas sobre el reino milenario de Jesús, con la nueva Jerusalén, que va a descender de los cielos, algo que vienen predicando hasta hoy", dice Prado.

Y ahí surge con fuerza un movimiento que luego trasciende a EE.UU. y que dará origen con el tiempo al Adventismo.

Uno de sus seguidores, el granjero William Miller, anuncia que el fin del mundo tendrá lugar en 1843, y publica una serie de libros. "Más de 50 mil personas venden sus propiedades y se van con él a los cerros de Nueva Inglaterra a esperar sus últimos días en la Tierra con túnicas blancas, pero no pasó nada", relata Prado.

Miller dice que calculó mal y fija una nueva fecha y luego otra, y otra más. Varios seguirán sus pasos, incluyendo Charles Taze Russell, que funda los Testigos de Jehová, conocidos entonces como los Investigadores Serios de la Biblia.

El siglo XX transcurre por completo bajo la espada apocalíptica. Ya en 1910, el astrónomo Camille Flammarion advierte que la cola del cometa Halley arrasaría con la vida en la Tierra. Tres años después, los Testigos de Jehová juran que en 1914 ahora sí que todo se acabará. Pero lo que realmente llega es la Primera Guerra Mundial. Y nuevamente otro gran azote de la humanidad no está en los cálculos de los agoreros: la gripe española, que se llevó entre 50 y 100 millones de personas entre 1918 y 1920, más de las que murieron en combate.

Apenas una generación después, el planeta padeció la Segunda Guerra Mundial y con ella llegó la bomba atómica, el Armagedón encarnado en tecnología. Las alarmas de apocalipsis se encendieron nuevamente en 1962, con la crisis de los misiles, y en 1983, con el despliegue de una generación de proyectiles más mortífera que ninguna otra. Y aquí no fueron los profetas, sino los medios de comunicación los que auguraban el fin.

La ola final de presagios apocalípticos llegó con la última década del siglo. Abarcó desde teorías sobre el inminente choque de un cometa, pasando por el supuesto cumplimiento de las profecías más oscuras de Nostradamus, hasta la crisis de los computadores con el cambio de siglo.

Con la fiebre por el apocalipsis maya, el siglo apenas inicia su curso. Una de las más espectaculares profecías está muy próxima a cumplirse. Hace unos 900 años, San Malaquías construyó la lista de los Papas y -de acuerdo con ella- sólo falta uno.

Para Hugo Zepeda, ello no quiere decir que sea el fin del mundo. Su apuesta es que, más que el fin del papado, "lo que podríamos esperar es una renovación de la Iglesia", sostiene.

Y si salimos ilesos del fin del papado, todavía quedan para preocuparse varios asteroides que podrían chocar con la Tierra durante esta centuria, según han calculado algunos alarmistas.

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