El andar al ritmo propio
Pedro Gandolfo
El Mercurio Sábado 19 de Enero de 2013
Del pasear
Las vacaciones son una ocasión para pasear, una entretención más bien morosa que favorece la conversación, la divagación y la ensoñación, actividades que escasean durante el período laboral. En "Cuento de Verano" -una película notable de Eric Rohmer-, los personajes se conocen y relacionan en medio de interminables paseos por la playa y los senderos que bordean una costa agreste y hermosa. El erotismo crece allí de manera luminosa y tentativa. Para Robert Walser, el gran escritor austríaco -él mismo un paseante inclaudicable-, en sus deslumbrantes narraciones el paseo es un tópico con una proyección casi ideológica: a contracorriente de la carrera predeterminada socialmente hacia el éxito, su obra propone el paseo azaroso como itinerario vital. En esta visión, el andar al ritmo propio (nada de trekking , esfuerzo ni metas que vencer, por favor), despreocupado y libre posibilita también una cierta conjunción -casi religiosa- con la naturaleza que, desde luego, el corredor, trotador, automovilista y, para qué decir, el motonetista, dilapidan por completo en la celeridad y autismo de su marcha.
El cultivo del paseo supone la existencia de una ruta a su medida, a la medida del andante: esa vía es el sendero. Paseo y sendero se corresponden como automóvil y carretera. En algunas regiones, más civilizadas, se ofrecen completos mapas de senderos que permiten al paseante ir cómodamente de un lugar a otro por caminos interiores delimitados y garantizados desde tiempos inmemoriales. Henry David Thoreau -el magnífico autor de "Walden" y de "La desobediencia civil", uno de los paseantes más convencidos y tenaces- escribió un par de opúsculos deliciosos sobre el caminar. Allí es posible encontrar las mejores razones dadas para esta práctica de vagabundos, ociosos y contemplativos. Es curioso cómo es usual que los autores -sean escritores, cineastas, filósofos- amantes del paseo introduzcan múltiples rastros y pausas de su vagar en la arquitectura de sus obras, siguiendo los zigzagueos de los protagonistas en su escritura o narración, incurriendo en sorprendentes elipsis y saltos, dejando historias sin concluir o abriendo digresiones de manera súbita, deteniéndose otras veces en escenas de modo semejante a quien se pone a descansar en una banca para mirar un paisaje. Esta forma muy suelta de narrar o pensar, que aparece también en "Las ensoñaciones de un paseante solitario", de Rousseau; en "Tristán Shandy", de Sterne, o en "Seymour. Una introducción", de J. D. Salinger, no hace perder la unidad de lo que se cuenta o se piensa y, a cambio, le confiere a su escritura esa cadencia andarina que es el equivalente en el texto o en las imágenes de un paseo donde lo importante es pasear.
El Mercurio Sábado 19 de Enero de 2013
Del pasear
Las vacaciones son una ocasión para pasear, una entretención más bien morosa que favorece la conversación, la divagación y la ensoñación, actividades que escasean durante el período laboral. En "Cuento de Verano" -una película notable de Eric Rohmer-, los personajes se conocen y relacionan en medio de interminables paseos por la playa y los senderos que bordean una costa agreste y hermosa. El erotismo crece allí de manera luminosa y tentativa. Para Robert Walser, el gran escritor austríaco -él mismo un paseante inclaudicable-, en sus deslumbrantes narraciones el paseo es un tópico con una proyección casi ideológica: a contracorriente de la carrera predeterminada socialmente hacia el éxito, su obra propone el paseo azaroso como itinerario vital. En esta visión, el andar al ritmo propio (nada de trekking , esfuerzo ni metas que vencer, por favor), despreocupado y libre posibilita también una cierta conjunción -casi religiosa- con la naturaleza que, desde luego, el corredor, trotador, automovilista y, para qué decir, el motonetista, dilapidan por completo en la celeridad y autismo de su marcha.
El cultivo del paseo supone la existencia de una ruta a su medida, a la medida del andante: esa vía es el sendero. Paseo y sendero se corresponden como automóvil y carretera. En algunas regiones, más civilizadas, se ofrecen completos mapas de senderos que permiten al paseante ir cómodamente de un lugar a otro por caminos interiores delimitados y garantizados desde tiempos inmemoriales. Henry David Thoreau -el magnífico autor de "Walden" y de "La desobediencia civil", uno de los paseantes más convencidos y tenaces- escribió un par de opúsculos deliciosos sobre el caminar. Allí es posible encontrar las mejores razones dadas para esta práctica de vagabundos, ociosos y contemplativos. Es curioso cómo es usual que los autores -sean escritores, cineastas, filósofos- amantes del paseo introduzcan múltiples rastros y pausas de su vagar en la arquitectura de sus obras, siguiendo los zigzagueos de los protagonistas en su escritura o narración, incurriendo en sorprendentes elipsis y saltos, dejando historias sin concluir o abriendo digresiones de manera súbita, deteniéndose otras veces en escenas de modo semejante a quien se pone a descansar en una banca para mirar un paisaje. Esta forma muy suelta de narrar o pensar, que aparece también en "Las ensoñaciones de un paseante solitario", de Rousseau; en "Tristán Shandy", de Sterne, o en "Seymour. Una introducción", de J. D. Salinger, no hace perder la unidad de lo que se cuenta o se piensa y, a cambio, le confiere a su escritura esa cadencia andarina que es el equivalente en el texto o en las imágenes de un paseo donde lo importante es pasear.
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