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Editor: Neville Blanc

Sunday, January 20, 2013

Hoy, la mayoría de los llamados mapuches gozan los avances de la vida moderna y pocos conocen su antigua lengua y los viejos ritos.

Falsedades ancestrales


La conquista fue un proceso violento por ambos lados. Se ignora, sin embargo, que los indígenas se adaptaron a la dominación y la propiciaron.
Las tierras habían sido ocupadas arbitrariamente en parte, pero también habían sido vendidas a cambio de aguardiente o especies.
Hoy, la mayoría de los llamados mapuches gozan los avances de la vida moderna y pocos conocen su antigua lengua y los viejos ritos.

por Sergio Villalobos
 
La Tercera - 20/01/2013 - 04:00
 
 
DESDE HACE algunas décadas los movimientos de izquierda -cuyo fracaso político es evidente en el mundo- han levantado como un bastión la causa indigenista. Es una nueva forma de demagogia que ha contado con eco en la prensa, en los círculos políticos de toda índole y entre etnohistoriadores y antropólogos necesitados de fama.
La construcción del mito se inició cambiando el nombre inmemorial de araucanos por mapuches, que no tiene asidero en la lengua autóctona. Pero había que cambiar la designación española por una que pareciese indígena para atraer la simpatía y dar autenticidad a un movimiento.
La conquista fue un proceso violento y cruel por ambos lados. Se ignora, sin embargo, que los indígenas, a pesar de una resistencia por momentos tenaz, se adaptaron a la dominación y la propiciaron. Junto a españoles y chilenos hubo “indios amigos” que lucharon contra sus hermanos a causa de rivalidades y para vengar viejos agravios. Colaboraban, recibían recompensas y acompañaban a los destacamentos invasores. Junto a grupos de 100 o 200 cristianos marchaban mil o dos mil indios que eran esenciales en la victoria y ejercían la crueldad con los vencidos. También hubo caciques amigos o gobernadores que recibían sueldo.
Los dominadores representaban mucho para los nativos: traían el caballo y ganados, productos vegetales, vestimentas, el fierro, el vino y el aguardiente. El contacto era inevitable y se estableció el comercio. También se produjo el mestizaje, de modo que después de dos siglos los araucanos eran simplemente mestizos, igual que todo el bajo pueblo chileno. En los parlamentos se ratificaban los tratos pacíficos con el auspicio de la corona española.
Cuando llegó la República, miles de chilenos residían en La Araucanía, mientras los ganados, cultivos y el uso abundante de alcohol habían transformado a los araucanos.
Las tierras de los indígenas habían sido ocupadas arbitrariamente en parte, pero también habían sido vendidas por sus antiguos poseedores a cambio de aguardiente o especies, en transacciones que ambas partes manejaban engañosamente. Durante la ocupación, los jefes araucanos vendieron grandes espacios para radicar colonos y terrenos para erigir fuertes fueron cedidos sin gravamen. También se reservaron tierras para las comunidades araucanas con prohibición de venderlas.
Estos hechos han sido investigados y publicados, pero se prefiere ignorarlos, porque no acompañan la demagogia política.
Desde que se incorporó La Araucanía, el Estado entregó beneficios que han significado progresos para los autóctonos: caminos, ferrocarriles, puentes, escuelas, liceos y hospitales. Se han otorgado ayudas a las comunidades de mestizos araucanos, asesoría técnica, acceso a créditos, becas, planes de salud y extensas tierras adquiridas a particulares, incorporándose sostenidamente a la sociedad.
Numerosos han sido los empleados en oficinas fiscales y particulares, los maestros, miembros de las Fuerzas Armadas, profesionales universitarios, integrantes de las municipalidades y no han faltado los ministros de Estado.
Hoy, la mayoría de los llamados mapuches viven en las ciudades, gozan los avances de la vida moderna, se declaran cristianos y pocos conocen su antigua lengua y los viejos ritos. Han llegado a constituir un sector privilegiado si se les compara con el común de la gente pobre del país.

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