ALPATACAL, historia y legado, de LUIS VALENTIN FERRADA WALKER
En la Escuela Militar, el patio principal lleva el nombre de Alpatacal y se reconoce a los cadetes con un premio homónimo. Foto:El Mercurio
Tras el accidente ferroviario de Alpatacal, los militares chilenos sobrevivientes desfilaron en Buenos Aires. Fueron ovacionados.
El Mercurio Domingo 19 de Agosto de 2007
Tras la tragedia militar en tierras argentinas:
El viaje de regreso a Alpatacal
80 años después de ocurrido el accidente ferroviario en el que murieron 14 militares chilenos, una delegación de la Escuela Militar viajó a Argentina a reencontrarse con la memoria de los dramáticos hechos: se reunieron con los habitantes del pueblo Cadetes de Chile, con lugareños devotos de los jóvenes fallecidos y con el insólito equipo de fútbol creado en su honor. También presentaron a los argentinos el libro "Alpatacal, historia y legado".
GABRIEL PARDO Desde Argentina
Extrañamente, en la ciudad argentina de Mendoza hay un gaucho fanático de Chile. Es Carlos "Tito" Nieva, un hombre rechoncho que no se quita las botas, las bombachas, el pañuelo al cuello y un largo cuchillo enfundado en la espalda. Tiene 56 años y hace ya varios que se está preocupando de recordar una tragedia ferroviaria que significó la muerte de 14 militares chilenos en la estación argentina de Alpatacal el año 1927.
"Es que, mirá, esa tragedia -dice en tono recitado el gaucho- y el heroísmo de los cadetes chilenos que murieron y los que luego desfilaron en Buenos Aires, marcó a la Argentina". Él es sólo uno más de los argentinos devotos de un hecho ocurrido hace ochenta años. "Salven a los cadetes" Habían salido desde la estación Mapocho el día 6 de julio de 1927. Una delegación de la Escuela Militar partía en ferrocarril a Buenos Aires para participar en un acto en honor al prócer trasandino Bartolomé Mitre. Todos al mando del director de la escuela, el coronel José María Barceló. Estaban alegres. Familiares y amigos los fueron a despedir a la estación.Y aunque llegaron a Mendoza sin problemas, el rumbo del ferrocarril hacia Buenos Aires se vería interrumpido.Eran las 4.12 horas de la madrugada y algo sucedió. Primero un fuerte estruendo. "Se escuchan gritos angustiosos, voces de mando nos sacan sorpresivamente de nuestro profundo sueño, ¿qué había sucedido? -se interrogó el cadete Quevedo, aún somnoliento. 'Abro la puerta del departamento, salgo al pasillo, levanto la ventanilla y el viento de la pampa me cala los huesos. Afuera, oscuridad completa, gritos y ayes de dolor. Vuelvo la cabeza y veo llamas' ".
Es uno de los pasajes del libro "Alpatacal, historia y legado", de Luis Valentín Ferrada Walker.
El tren que transportaba a la delegación chilena había chocado con un tren procedente de Buenos Aires. Las locomotoras se volcaron. Y junto con ellas los vagones dormitorios que ocupaban los chilenos, furgones de equipaje y el vagón jaula para los caballos. Todo comenzó a arder. La incandescente luz que emitían los vagones incendiados incluso ayudó a ubicar la tragedia a quienes fueron a socorrer a los heridos."Para quienes viajaban en los primeros carros del convoy de la Escuela Militar el despertar fue brutal. Algunos murieron en el acto; otros, aturdidos, permanecían inertes en medio de los restos del tren", relata la obra de Ferrada. Algunos, aprisionados entre los fierros, pedían ayuda. Otros, a gritos clamaban que los ultimaran para terminar con su dolor.El incendio fue de tal magnitud que los escombros ardieron por 36 horas. Los carros se quemaban mientras los termómetros marcaban menos seis grados de temperatura. Entre los gritos y las acciones de rescate de los militares que habían salvado ilesos, el director de la Escuela Militar -en una frase que es recordada hasta hoy- gritaba maltrecho entre las llamas "salven primero a mis cadetes". Más tarde se enterarían de que la tragedia había sido en las cercanías de la estación Alpatacal.Pese a los esfuerzos de militares y de trabajadores ferroviarios, murieron 14 chilenos, 18 argentinos y se contaron más de 30 heridos. Era la tragedia ferroviaria más grave ocurrida en Argentina. Pero tras el horror vino lo más sorprendente. Quizás lo que marcaría para siempre la memoria de esa catástrofe. "¡Viva Chile!", gritaban en Buenos Aires
Ese mismo día, recibieron una orden del mismo vicepresidente de la República, el coronel Carlos Ibáñez del Campo. Los militares chilenos sobrevivientes continuarían su viaje a la capital trasandina. Tenían sus uniformes quemados y sucios, estaban doloridos y aún afectados por las llamas y la muerte, pero desfilaron por las calles de Buenos Aires de todos modos, frente al monumento a Bartolomé Mitre. No contaban con banda, pero los porteños, emocionados, salieron por miles a las calles a aplaudirlos. Los diarios de la época, hablaban de un espectáculo apoteósico. Los jóvenes sobrevivientes fueron acompañados a la estación en andas mientras la gente gritaba "¡Viva Chile!, " y en las calles la gente les regalaba ropa, les daban de comer y los vitoreaban por su valentía. El editorial de "La Nación" de Buenos Aires tras la tragedia señalaba: "Y por lo mismo que costó a Chile la flor de sus soldados 'en comisión de servicio' para el homenaje común a nuestros más grandes recuerdos, no hemos de olvidarlos nunca". "Quiero morir en Cadetes de Chile"
Ochenta años después, una nueva delegación chilena encabezada por el general de Brigada, Eduardo Aldunate, comandante de la división de escuelas del Ejército, y por el director de la Escuela Militar, el coronel Humberto Oviedo, llega a Mendoza. Esta vez en avión y sin inconvenientes, arriban junto a un comandante, dos capitanes, y cuatro cadetes entre los que se cuenta una joven de sólo 19 años. A ellos se suma el autor de "Alpatacal, historia y legado", Luis Valentín Ferrada. Es un viaje inédito. El primer día son homenajeados en la casa de gobierno de la ciudad. Luego marchan hasta el pueblo de La Paz, de unos 60 mil habitantes. Es el más próximo al lugar del accidente. Ahí está de nuevo el gaucho Carlos "Tito" Nieva, quien se ha encargado espontáneamente de recordar la tragedia cada año junto a la estatua que se instaló en el lugar de los hechos. El monumento -terminado en 1930- era una mujer; le decían "La chilenita", aunque en realidad se llamaba "El dolor ante la fatalidad" y medía cuatro metros. Lamentablemente, en agosto del año pasado, alguien la robó y nada más se supo de ella. Hoy el intendente de La Paz, Gustavo Pinto, asegura que quiere instalar una nueva. Pero no es el único recuerdo. En las cercanías de La Paz permaneció hasta los años 80 el pueblo ferroviario Cadetes de Chile, que llegó a tener unos 300 habitantes. Los llamados "cadetinos" aún existen. Y llegan a saludar al coronel Oviedo efusivamente recibiendo a cambio medallas de la Escuela Militar. Una de ellos es Ana Ortiz, una cadetina ya mayor a la que su madre le contaba sobre el incendio de los carros aquel año 1927. Según ella, en el poblado la gente les rezaba a los cadetes fallecidos e incluso hacían milagros. "Yo quiero volver a morir a Cadetes de Chile, ese es mi sueño", afirma emocionada la pequeña señora. Tal es su devoción por el pueblo que la vio crecer.Al encuentro también llega el fundador del club de fútbol "Cadetes de Chile", el moreno anciano Ramón Donaire, un cadetino de nacimiento. Muestra la camiseta del equipo, que todavía lleva una bandera chilena en el pecho y un ribete negro en señal de luto por los muertos del accidente. Lo acompañan los jugadores del equipo: jóvenes de campo que sueñan con jugar en el futuro en Boca Juniors o River Plate y que le tienen cariño a Chile. La delegación regresa a Mendoza, presenta el libro "Alpatacal, historia y legado" y exhibe el documental "Caballos en llamas", del mendocino Daniel Pacheco, quien también quiso rememorar la tragedia con ojos argentinos. Reaparece la memoria. Al evento se allega la hija del doctor que atendió a los heridos esa lejana madrugada del año 27, la nieta de la dueña de la estancia más cercana al incendio, un pariente del maquinista que murió esa noche al mando de la locomotora. "Yo todavía guardo botones del uniforme de los cadetes que murieron. Para mí es un tesoro", dice la mendocina Analía Matus, que escuchaba entre lágrimas cuando era niña los relatos de su abuela sobre el día en que, pese a la tragedia, los jóvenes chilenos desfilaron en suelo argentino.
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