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Editor: Neville Blanc

Thursday, August 13, 2009

IDEOLOGIA Y FUNDAMENTALISMO

jueves 13 de agosto de 2009
Por Edison Otero / La Nación
PRIMERA PERSONA
Kolakowski
El Kolakowski que denuncia el sistema cerrado en el que el marxismo se había convertido, era sólo una parte del todo.
Escribo esta columna en un tono inevitablemente autobiográfico y a propósito del fallecimiento, hace unas semanas, del filósofo de origen polaco Lezsek Kolakowski (1927-2009).
Recién comenzaba la década de los ’70 y yo estaba experimentando, con ese dolor asociado a las pérdidas, una profunda desilusión respecto del marxismo y la izquierda política en general.
Como buen estudiante de filosofía, acudí a muchos textos en busca de consuelo.
Como si la máquina del tiempo me transportase a esa época, recuerdo con toda nitidez el potente impacto de iniciar la lectura de un libro de Kolakowski recién traducido.
Se llamaba "El hombre sin alternativa", y calzaba perfectamente con mis sentimientos. No tenía idea sobre Lezsek Kolakowski.
Unas egoístas referencias de la contraportada de la edición me enteraron que se trataba de un filósofo polaco que había sido expulsado del Partido Comunista, de la Universidad de Varsovia y, finalmente, había salido del país.
El libro era una recopilación de artículos escritos entre los ’50 y ’60. Simpatizante nato de los espíritus rebeldes e iconoclastas, no pude resistir a la fuerza de las ideas de Kolakowski.
Algunos capítulos simplemente capturaron mi admiración. Recuerdo, en particular, aquel titulado "Elogio de la inconsecuencia", que sostenía la tesis de que la esperanza de la civilización no dependía de los consecuentes, sino de los inconsecuentes; para el filósofo polaco, la cuestión a aplaudir no es la consecuencia entre pensamiento y acción, sino el valor de aquello respecto de lo cual nuestras ideas y acciones exhiben coherencia.
De lo contrario, en la lista de los consecuentes tendríamos que admitir a Hitler, Stalin y una larga enumeración de tiranos y genocidas. Ellos hicieron lo que pensaron, para desgracia de millones y millones.
En otro de los capítulos, Kolakowski realza la figura del bufón, capaz de ironizar y enfrentar la lógica del poder con humor e inteligencia.
El contrapunto del bufón es el sacerdote, portavoz y celador de verdades definitivas que no requieren análisis y, por tanto, lo prohíben.
Pero, en definitiva, el cordón umbilical que se tendió entre mis ojos y esas páginas era la declaración de la conversión del marxismo en una ideología, la ideología de la tiranía soviética.
Ese libro me habló directamente y me permitió salir del ahogo que sentía. Todo esto mientras el marxismo reclutaba acólitos a mi alrededor.
Pero el Kolakowski que denuncia el sistema cerrado en el que el marxismo se había convertido, era sólo una parte del todo. La prensa conservadora lo hizo una referencia obligada.
Digamos que eso no divertía, precisamente, al filósofo. En lo sustantivo, consistía en una operación de transformismo. En esta maniobra de trastocamiento se trataba de enaltecer al renegado y limitar a eso su importancia. En suma, ignorar al filósofo, dejar desapercibido al pensador.
Pero si Kolakowski descolocaba ya en los ‘60, constituye un rasgo permanente de sus reflexiones el continuar sorprendiendo. En 1972 publicó "Si Dios no existe: sobre Dios, el diablo, el pecado y otras preocupaciones de la llamada filosofía de la religión".
Difícilmente pueda hallarse una meditación tan diluyente, serena y distante, de los intentos filosóficos de respaldar la creencia en un ser superior. No menos inquietante, de fino escepticismo, es su "Horror metafísico", texto editado en 1988.
Su defensa de una ética sin códigos y un racionalismo austero y medido, su magnánimo reconocimiento de la imposibilidad de la certeza absoluta en materia de conocimiento, su afilado estilo analítico para desarmar las ideologías políticas predominantes, lo ubican entre los pensadores más notables de los últimos 60 años.
Preocupado del futuro de la humanidad, caracterizó las sociedades actuales como una cultura analgésica, obsesionada por huir del dolor y del sufrimiento, incapaz de hallar una fórmula razonable que medie entre nuestras necesidades de seguridad y de libertad.
Le rindo mi homenaje personal. Como los pensadores finos constituyen siempre un bien escaso, nos va a hacer falta su lealtad incondicional al pensamiento crítico.

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