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Editor: Neville Blanc

Sunday, August 16, 2009

CARITAS IN VERITATE

Escribe Pedro Morandé
El Mercurio Artes y Letras 16 de agosto de 2009
La advertencia sobre la técnica en la última encíclica papal
Caritas in veritate: El ambiguo rostro de la técnica

El "estallido de la interdependencia planetaria, comúnmente llamada globalización", es uno de los fenómenos sobre los que reflexiona la nueva encíclica papal. Según Benedicto XVI, el horizonte de la justicia y de la paz sobrepasa hoy las fronteras del poder político local y de los estados nacionales para considerar esta nueva forma de relacionalidad que afecta a todas las personas y pueblos de la tierra. "El desarrollo de los pueblos -dice la encíclica- depende sobre todo de que se reconozcan como parte de una sola familia, que colabora con verdadera comunión y está integrada por seres que no viven simplemente uno junto al otro".
Evidentemente, esta nueva escala planetaria del fenómeno humano no sería posible sin la técnica. Primero, se vinculó a la imprenta y al transporte. Ahora, la revolución electrónica de las comunicaciones ha permitido la circulación de capitales y de informaciones de todo tipo a nivel mundial, así como también la presencia virtual de personas y acontecimientos, en tiempo real, en cualquier sitio de la tierra.
Esta poderosa herramienta, de la cual la humanidad se ha beneficiado con abundantes frutos, está alterando, sin embargo, la propia mentalidad de los pueblos, con el peligro consiguiente de dejar de buscar el sentido último de todo.
El cómo y el porqué
Dice Benedicto XVI en su nueva encíclica: "El desarrollo tecnológico puede alentar la idea de la autosuficiencia de la técnica, cuando el hombre se pregunta sólo por el cómo, en vez de considerar los porqués que lo impulsan a actuar. Por eso, la técnica tiene un rostro ambiguo. Nacida de la creatividad humana como instrumento de la libertad de la persona, puede entenderse como elemento de una libertad absoluta, que desea prescindir de los límites inherentes a las cosas. El proceso de globalización podría sustituir las ideologías por la técnica, transformándose ella misma en un poder ideológico, que expondría a la humanidad al riesgo de encontrarse encerrada dentro de un a priori del cual no podría salir para encontrar el ser y la verdad".
La frase me recuerda muy directamente la afirmación de Nietzsche de que el nihilismo es aquella situación en que falta la finalidad, falta la respuesta a la pregunta por el porqué. Ahora pareciera no sólo faltar la respuesta, sino hasta la misma pregunta. Nietzsche apelaba a la insatisfacción de las respuestas ofrecidas por la metafísica frente al destino humano, pensando que ella situaba los valores en una esfera que el ser humano no podía alcanzar.
Ahora, en cambio, pareciera que la tecnología trae los valores al alcance de la mano de un gran número de personas. Sin embargo, tales valores no se refieren al "porqué", sino sólo al "cómo", con el riesgo de encontrar respuestas sólo para la pregunta por la eficiencia y la utilidad.
¿Peligro eventual?
Por ello, afirma el Papa que la sustitución de las ideologías por la técnica la transforma a ella misma en un poder ideológico, sobrepasando su condición de instrumento hasta convertirse en criterio de juicio y en oferta de una suerte de pseudofinalidad. Desgraciadamente, no se trata de un peligro eventual, sino que de una situación que podemos constatar cotidianamente en la política, la economía, los medios de comunicación social y hasta en los mismos fenómenos culturales, como atestigua la difundida new age .
Pero en el ámbito en que resulta más gravoso que en ningún otro es, ciertamente, el de la manipulación biotecnológica de la vida humana misma, despojándola de su carácter de don recibido para transformarla en producto encargado a la industria correspondiente.
La nueva encíclica quiere ofrecer un criterio de juicio diferente, sapiencial, que permita salir del encierro del a priori tecnológico hacia la verdad del ser. Para ello es necesario restituir la pregunta por la finalidad. Así, continúa el texto: "Cuando el único criterio de verdad es la eficiencia y la utilidad, se niega automáticamente el desarrollo. En efecto, el verdadero desarrollo no consiste principalmente en hacer. La clave del desarrollo está en una inteligencia capaz de entender la técnica y de captar el significado plenamente humano del quehacer del hombre, según el horizonte de sentido de la persona considerada en la globalidad de su ser".
Un hecho profundamente humano
Este horizonte de sentido es el que se propone desde la clave de lectura que representa observar todos los acontecimientos sociales con los ojos de la "caridad en la verdad". La antropología cristiana suele resumirlo en la fórmula "ser para el don", puesto que toda la inteligencia y la libertad humanas se juegan en la respuesta que las personas quieran dar al don de la vida recibida y aceptada como don.
Desde este horizonte, la misma técnica se descubre en su humanidad. Dice la encíclica: "La técnica -conviene subrayarlo- es un hecho profundamente humano, vinculado a la autonomía y libertad del hombre. En la técnica se manifiesta y confirma el dominio del espíritu sobre la materia".
La visión de Heidegger
Esta prioridad que pone el magisterio en la dimensión subjetiva del trabajo humano sobre su dimensión objetiva es lo que lleva a la inteligencia a descubrir el desarrollo como vocación, como respuesta a esa exhortación original del amor creador de Dios que pone al ser humano en camino hacia su destino.
Como explica muy bien Heidegger, la técnica es un modo de aproximación a la realidad que considera a ésta esencialmente como magnitud, es decir, como algo susceptible de ser medido y comparado en su cantidad. Pero esta es una capacidad que tiene la propia inteligencia humana que descubre también y al mismo tiempo que esta capacidad no la puede aplicar a la vida del espíritu, que desborda toda magnitud cuando comprende la gratuidad del amor y de la vida misma.
Desde la propia técnica se suele dar a este "más allá" de la técnica el nombre de "casualidad", palabra que expresa la confesión de perplejidad, de no saber la causa o el origen de la realidad considerada. Para la inteligencia misma del espíritu no puede existir la casualidad, puesto que el acto mismo del comprender, incluida la expresión "casualidad", está antecedido o anticipado por la exhortación inicial que suscita en la inteligencia el acto de preguntar y que pone a ésta en el camino del pensar. Por ello, la inteligencia que busca la verdad está abierta a la caridad que, por su propia naturaleza, es desmesura, sobreabundancia del don.
Una necesidad apremiante
Desde el punto de vista de la acción, la libertad que nace y se comprende a sí misma desde esta apertura humana al don no es indeterminación o indiferencia, sino la búsqueda de la responsabilidad de los actos propios y de los demás seres humanos con que se permanece en relación, para conducirlos al camino que realiza la vocación.
Por ello afirma el Papa que "la libertad humana es ella misma sólo cuando responde a esta atracción de la técnica con decisiones que son fruto de la responsabilidad moral. De ahí la necesidad apremiante de una formación para un uso ético y responsable de la técnica. Conscientes de esta atracción de la técnica sobre el ser humano, se debe recuperar el verdadero sentido de la libertad, que no consiste en la seducción de una autonomía total, sino en la respuesta a la llamada del ser, comenzando por nuestro propio ser".
En este sentido se entiende también la responsabilidad que tienen los seres humanos por la realización del bien común, que no es un genérico bien general del conjunto de los hombres, sino aquel bien que relacionalmente compartido permite la realización recíproca de la vocación.
Los cristianos sabemos que esta vocación humana que se realiza en el bien, en la verdad y en la belleza se llama santidad. Pero aún quien no ha recibido el don de la fe podrá comprender que los bienes que espera sólo pueden ser fruto de la responsabilidad moral asumida en la comunión que nace de una cultura compartida.
Técnica y poder ideológico
Muchas personas podrían entender el mensaje de esta encíclica como una respuesta a la crisis económica y financiera experimentada por el mundo en los últimos dos años. Encontrarán numerosos pasajes de este texto pontificio que son iluminadores a este respecto. Pero los desafíos que identifica el Pontífice en esta hora de la emergencia de una sociedad mundial, de una interdependencia planetaria, como la llama, son mucho más profundos y de largo aliento.
Mientras Pablo VI y Juan Pablo II habían podido identificar todavía, en sus respectivas épocas, los errores antropológicos que se anidaban en las ideologías que buscaban legitimar diferentes formas de poder, la nueva encíclica de Benedicto XVI identifica más bien a la técnica con la pretensión de la autosuficiencia humana o a la técnica convertida ella misma en un "poder ideológico".
Con ello, el interlocutor del discurso pontificio ya no son sólo los poderes del Estado y de sus gobiernos, sino todos los seres humanos que se valen de la técnica para producir y gobernar el ritmo cotidiano de su trabajo y de su toma de decisiones. La tradicional distinción entre la esfera pública y la privada está hoy día atravesada igualmente por la técnica: desde la economía a la salud, desde el deporte a la educación formal, desde la familia a la procreación, desde los medios de comunicación de masas hasta la política.
En todas estas áreas y en muchas otras, la técnica encarna esta nueva forma de autosuficiencia que desorienta a los seres humanos respecto a cuál es su finalidad y, consiguientemente, respecto adónde pueden poner confiadamente su esperanza.
La invitación, en consecuencia, es a pasar de las preguntas por "el cómo" a las preguntas por "el porqué", de tal manera que sean una respuesta a los anhelos de infinito de quienes han sido creados a imagen y semejanza de su Creador, respuesta que es la única que puede garantizar una convivencia social en justicia y paz.

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