LOS CONSOCIOS ESCRIBEN
David Gallagher
El Mercurio Viernes 31 de Julio de 2009
Una mujer terrible
Es difícil imaginarse una mejor versión de “Lady Macbeth de Mtsensk” que aquella que se dio recién en el Municipal. Las voces estuvieron impecables. Dimitri Jurowski, un director ruso de sólo 29 años, logró que la orquesta diera con todas las sutilezas de una partitura que se debate entre la crueldad, la caricatura, la crudeza y la ternura. La régie de Marcelo Lombardero captó bien el ambiente turbio que busca Shostakovich, que por algo escogió para su ópera este cuento de Nicolai Leskov, de 1865, uno de los más descarnados de la literatura rusa.Lombardero sitúa la ópera hacia 1955, y en un panel proyecta el texto ruso de un artículo que salió en Pravda en 1936, atacando la ópera por incurrir en nada menos que “formalismo pequeñoburgués”. La ópera había sido visitada dos días antes por un temible cuarteto: Stalin, Mikoyan, Molotov y Zhdanov, el inculto comisario de la cultura. Bastó el artículo para que la ópera tuviera que cerrar. En 1948, en un infame Congreso de Compositores, Shostakovich, todavía cuestionado, confesó en público sus persistentes transgresiones musicales. De rodillas le pidió a Zhdanov que le enseñara a componer.
En cuanto al autor del cuento: Leskov es un escritor de culto en Rusia, pero en el extranjero es poco conocido. Su prosa, con sus copiosos juegos de palabras, es muy difícil de traducir. Chéjov lo consideraba su maestro. Gorky lo elogió por estar libre de influencias extranjeras: un elogio cabe decir que muy ruso. Nada más ruso que el tema del cuento: el fatal aburrimiento de una mujer, un tema recurrente en la literatura rusa del siglo diecinueve.La mujer se llama Katerina y está casada con Zinovi, un mercader mucho mayor que ella. Según el narrador, Katerina padece de “ese aburrimiento ruso, ese aburrimiento de casa de mercader que, según dicen, hace que sea agradable que a uno lo ahorquen”. En ese estado, se deja caer en los brazos de Serguei, un joven empleado de Zinovi. Su suegro los pilla, y para que no cuente nada, los amantes lo matan. Después matan a Zinovi, cuando él vuelve a Mtsensk, tras una ausencia que les ha permitido vivir un breve e imposible idilio. En el cuento, pero no, felizmente, en la ópera, incurren hasta en un tercer asesinato: matan a un niño por ser sobrino y heredero de Zinovi. A Katerina y Serguei los descubren y los mandan a Siberia. Allí él le es infiel con una convicta más joven. Ella no aguanta y ahoga a la convicta, ahogándose después ella misma.
Katerina es casi analfabeta. En su casa hay un solo libro, sobre los santos. No tiene ella la avidez intelectual de las mujeres aburridas que después describiría Chéjov. No tiene la finura, el corazón noble que tendrá la Ana Karenina de Tolstoi. Es una mujer cruda, terrible: dice el narrador que todavía, en Mtsensk, su recuerdo hace que a la gente se le paren los pelos de punta.
En un análisis del tema de la mujer rusa aplastada y frustrada, Dostoievski contrasta a la Tatiana de Pushkin con Ana Karenina, quien abandona a un marido pomposo y calculador para vivir un gran amor. Según Dostoievski, Tatiana no se deja tentar como Ana, y permanece fiel a su marido viejo, porque sabe que “no se puede basar la felicidad en la infelicidad de otro”. Tatiana, según Dostoievski, es, en su sacrificio, la verdadera mujer rusa, a diferencia de Ana. Para qué hablar de Katerina, cuya breve felicidad se basa en la muerte violenta de otros. La infidelidad de Ana parece casi inocente al lado, lo que no impide que ella también se suicide.Los poco feministas escritores rusos liberaban a estas mujeres frustradas, para después propinarles un inapelable castigo.
Es difícil imaginarse una mejor versión de “Lady Macbeth de Mtsensk” que aquella que se dio recién en el Municipal. Las voces estuvieron impecables. Dimitri Jurowski, un director ruso de sólo 29 años, logró que la orquesta diera con todas las sutilezas de una partitura que se debate entre la crueldad, la caricatura, la crudeza y la ternura. La régie de Marcelo Lombardero captó bien el ambiente turbio que busca Shostakovich, que por algo escogió para su ópera este cuento de Nicolai Leskov, de 1865, uno de los más descarnados de la literatura rusa.Lombardero sitúa la ópera hacia 1955, y en un panel proyecta el texto ruso de un artículo que salió en Pravda en 1936, atacando la ópera por incurrir en nada menos que “formalismo pequeñoburgués”. La ópera había sido visitada dos días antes por un temible cuarteto: Stalin, Mikoyan, Molotov y Zhdanov, el inculto comisario de la cultura. Bastó el artículo para que la ópera tuviera que cerrar. En 1948, en un infame Congreso de Compositores, Shostakovich, todavía cuestionado, confesó en público sus persistentes transgresiones musicales. De rodillas le pidió a Zhdanov que le enseñara a componer.
En cuanto al autor del cuento: Leskov es un escritor de culto en Rusia, pero en el extranjero es poco conocido. Su prosa, con sus copiosos juegos de palabras, es muy difícil de traducir. Chéjov lo consideraba su maestro. Gorky lo elogió por estar libre de influencias extranjeras: un elogio cabe decir que muy ruso. Nada más ruso que el tema del cuento: el fatal aburrimiento de una mujer, un tema recurrente en la literatura rusa del siglo diecinueve.La mujer se llama Katerina y está casada con Zinovi, un mercader mucho mayor que ella. Según el narrador, Katerina padece de “ese aburrimiento ruso, ese aburrimiento de casa de mercader que, según dicen, hace que sea agradable que a uno lo ahorquen”. En ese estado, se deja caer en los brazos de Serguei, un joven empleado de Zinovi. Su suegro los pilla, y para que no cuente nada, los amantes lo matan. Después matan a Zinovi, cuando él vuelve a Mtsensk, tras una ausencia que les ha permitido vivir un breve e imposible idilio. En el cuento, pero no, felizmente, en la ópera, incurren hasta en un tercer asesinato: matan a un niño por ser sobrino y heredero de Zinovi. A Katerina y Serguei los descubren y los mandan a Siberia. Allí él le es infiel con una convicta más joven. Ella no aguanta y ahoga a la convicta, ahogándose después ella misma.
Katerina es casi analfabeta. En su casa hay un solo libro, sobre los santos. No tiene ella la avidez intelectual de las mujeres aburridas que después describiría Chéjov. No tiene la finura, el corazón noble que tendrá la Ana Karenina de Tolstoi. Es una mujer cruda, terrible: dice el narrador que todavía, en Mtsensk, su recuerdo hace que a la gente se le paren los pelos de punta.
En un análisis del tema de la mujer rusa aplastada y frustrada, Dostoievski contrasta a la Tatiana de Pushkin con Ana Karenina, quien abandona a un marido pomposo y calculador para vivir un gran amor. Según Dostoievski, Tatiana no se deja tentar como Ana, y permanece fiel a su marido viejo, porque sabe que “no se puede basar la felicidad en la infelicidad de otro”. Tatiana, según Dostoievski, es, en su sacrificio, la verdadera mujer rusa, a diferencia de Ana. Para qué hablar de Katerina, cuya breve felicidad se basa en la muerte violenta de otros. La infidelidad de Ana parece casi inocente al lado, lo que no impide que ella también se suicide.Los poco feministas escritores rusos liberaban a estas mujeres frustradas, para después propinarles un inapelable castigo.
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