IMAGEN CHILE
Roberto Ampuero
El Mercurio Jueves 13 de Agosto de 2009
La imagen timorata
Una influyente cadena de televisión estadounidense, especializada en turismo, exhibió esta semana, en horario estelar, un reportaje de una hora sobre Chile que celebró a Valparaíso, viñas de San Antonio y Colchagua, y Torres del Paine. El programa, junto con subrayar la fascinación que ejerce el puerto, conquistó con seguridad nuevos turistas norteamericanos, un logro para las empresas chilenas que lo promovieron. Sin embargo, tras verlo, uno regresa a las interrogantes clásicas: ¿qué imagen tiene Chile afuera, y qué imagen pretende proyectar en EE.UU. o Europa?Percibo con desazón que aún no existe una imagen acotada de Chile en el estadounidense medio.
Cuando menciono el país, la mayoría lo identifica con la región, desde luego, pero subordinado a referentes mejor perfilados: México, Galápagos, Buenos Aires, Río de Janeiro. Muchos siguen asociándonos con Allende y Pinochet, algunos con la obra de Isabel Allende y Pablo Neruda, pero pocos —más bien sólo profesionales y turistas especializados— tienen noción del país relativamente moderno, estable y próspero que existe. En Alemania, que acabo de visitar, ocurre algo similar: muchos aún vinculan a Chile con golpe de Estado y exilio, pocos conocen su realidad actual. Para la mayoría en el mundo desarrollado seguimos siendo, me temo, otro miembro de la impredecible e inestable América Latina, pero uno que coloca productos de calidad en los supermercados.
No existe en América Latina una historia nacional reciente más exitosa —transición democrática con crecimiento económico y estabilidad política, reducción de la pobreza, oposición constructiva— y peor narrada que la nuestra. Afrontamos un problema con “el relato” que hacemos de nosotros mismos al mundo, algo que tal vez emerge de nuestra identidad y autopercepción. No hemos sabido convertir en imagen internacional ni lo que somos ni la modernización de los últimos 25 años, ni tampoco proyectar nuestra diversidad geográfica y cultural. Probablemente, en esto sigan perjudicándonos hasta hoy efectos de las justificadas denuncias contra el régimen militar; la morosa reconciliación verbal de la izquierda concertacionista con el libre mercado, que abrazó después del cepalismo y la utopía estatista, y los evidentes anticuerpos que a ratos crea nuestro éxito en la región.El “latinoamericanismo” que profesamos tampoco contribuye a nuestra singularización. Costa Rica aprendió la lección: afuera se presenta como democracia ambientalista y con playa al Caribe. Evita el concepto Centroamérica, que considera complicado para atraer turistas, y pule sin complejos su excepcionalidad. Argentina proyecta Buenos Aires, fútbol, la pampa, asados y vinos, y se aplaude como europea. Y cuando México proyecta su espléndido pasado prehispánico y colonial, eclipsa la corrupción, el narcotráfico y el drama que afrontan sus periodistas. Brasil, al ritmo de samba, no olvida recalcar que es un gigante de otra categoría; pero Chile, timorato para subrayar su propia excepcionalidad, aún no levanta imagen definida. Y cuando en la campaña presidencial se insinúa que un triunfo de la centroderecha será el retorno del pinochetismo, se alimenta una visión añeja, clisé y errónea del país.A Chile le urge proyectar imagen internacional. Los encargados deben identificar los aspectos que impulsen a las personas a cruzar continentes para disfrutarlos, y no pensar que nuestras fortalezas estriban en las semejanzas que guarden con el país del turista. La celebración de Valparaíso y el elocuente rechazo a Santiago del programa deben hacer reflexionar a quienes estiman que la modernidad de parte de Santiago es lo que encanta de Chile al turista estadounidense, como lo sugiere la premura con que los pasajeros de transatlánticos son trasladados del puerto a la capital en cuanto ponen un pie en tierra.
Una influyente cadena de televisión estadounidense, especializada en turismo, exhibió esta semana, en horario estelar, un reportaje de una hora sobre Chile que celebró a Valparaíso, viñas de San Antonio y Colchagua, y Torres del Paine. El programa, junto con subrayar la fascinación que ejerce el puerto, conquistó con seguridad nuevos turistas norteamericanos, un logro para las empresas chilenas que lo promovieron. Sin embargo, tras verlo, uno regresa a las interrogantes clásicas: ¿qué imagen tiene Chile afuera, y qué imagen pretende proyectar en EE.UU. o Europa?Percibo con desazón que aún no existe una imagen acotada de Chile en el estadounidense medio.
Cuando menciono el país, la mayoría lo identifica con la región, desde luego, pero subordinado a referentes mejor perfilados: México, Galápagos, Buenos Aires, Río de Janeiro. Muchos siguen asociándonos con Allende y Pinochet, algunos con la obra de Isabel Allende y Pablo Neruda, pero pocos —más bien sólo profesionales y turistas especializados— tienen noción del país relativamente moderno, estable y próspero que existe. En Alemania, que acabo de visitar, ocurre algo similar: muchos aún vinculan a Chile con golpe de Estado y exilio, pocos conocen su realidad actual. Para la mayoría en el mundo desarrollado seguimos siendo, me temo, otro miembro de la impredecible e inestable América Latina, pero uno que coloca productos de calidad en los supermercados.
No existe en América Latina una historia nacional reciente más exitosa —transición democrática con crecimiento económico y estabilidad política, reducción de la pobreza, oposición constructiva— y peor narrada que la nuestra. Afrontamos un problema con “el relato” que hacemos de nosotros mismos al mundo, algo que tal vez emerge de nuestra identidad y autopercepción. No hemos sabido convertir en imagen internacional ni lo que somos ni la modernización de los últimos 25 años, ni tampoco proyectar nuestra diversidad geográfica y cultural. Probablemente, en esto sigan perjudicándonos hasta hoy efectos de las justificadas denuncias contra el régimen militar; la morosa reconciliación verbal de la izquierda concertacionista con el libre mercado, que abrazó después del cepalismo y la utopía estatista, y los evidentes anticuerpos que a ratos crea nuestro éxito en la región.El “latinoamericanismo” que profesamos tampoco contribuye a nuestra singularización. Costa Rica aprendió la lección: afuera se presenta como democracia ambientalista y con playa al Caribe. Evita el concepto Centroamérica, que considera complicado para atraer turistas, y pule sin complejos su excepcionalidad. Argentina proyecta Buenos Aires, fútbol, la pampa, asados y vinos, y se aplaude como europea. Y cuando México proyecta su espléndido pasado prehispánico y colonial, eclipsa la corrupción, el narcotráfico y el drama que afrontan sus periodistas. Brasil, al ritmo de samba, no olvida recalcar que es un gigante de otra categoría; pero Chile, timorato para subrayar su propia excepcionalidad, aún no levanta imagen definida. Y cuando en la campaña presidencial se insinúa que un triunfo de la centroderecha será el retorno del pinochetismo, se alimenta una visión añeja, clisé y errónea del país.A Chile le urge proyectar imagen internacional. Los encargados deben identificar los aspectos que impulsen a las personas a cruzar continentes para disfrutarlos, y no pensar que nuestras fortalezas estriban en las semejanzas que guarden con el país del turista. La celebración de Valparaíso y el elocuente rechazo a Santiago del programa deben hacer reflexionar a quienes estiman que la modernidad de parte de Santiago es lo que encanta de Chile al turista estadounidense, como lo sugiere la premura con que los pasajeros de transatlánticos son trasladados del puerto a la capital en cuanto ponen un pie en tierra.
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