CON RICHARD FORD EN SANTIAGO EL 27 DE AGOSTO
RICHARD FORD
Agustín Squella
El Mercurio Viernes 21 de Agosto de 2009
Incendios
Cuenta Raymond Carver que le presentaron a Richard Ford en el vestíbulo del Hotel Hilton de Dallas, donde se alojaba media docena de escritores con motivo de un encuentro literario en la Southern Methodist University, y que ese fue el inicio de una auténtica amistad, que no es otra que aquella por la cual se está dispuesto a equivocar el camino. Dice Carver que Ford emanaba confianza y que había elegancia en su porte, en sus ropas, en su habla sosegada, cortés, sureña, atributos que podrán comprobar quienes le vean aquí, en Santiago, con ocasión del encuentro que el 27 de este mes tendrá con sus lectores en la Universidad Católica de Chile.
Ambos escritores se conocieron en 1978, y el relato de su primer encuentro está en el libro de Carver “La vida de mi padre”, que incluye “cinco ensayos y una meditación”, según los calificó el propio autor.En cuanto a la meditación, habría que decir que son apenas cinco páginas sobre dos frases de santa Teresa —“Las palabras llevan a las acciones… Preparan el alma, la alistan y la mueven a la ternura”—, a propósito de las cuales el desaparecido escritor norteamericano concluye que “las palabras exactas y verdaderas pueden tener el poder de los actos”. Una referencia que hizo que me acordara de otra cita de santa Teresa, magnífica también, que Truman Capote incluyó en el prefacio de “Música para camaleones”. Allí puede leerse que “se derraman más lágrimas por plegarias escuchadas que no escuchadas”, una reflexión que llevó a Capote a concluir que cuando Dios ofrece un don —por ejemplo, escribir—, al mismo tiempo entrega un látigo, y éste sólo tiene por finalidad la autoflagelación. Fue el recuerdo de que palabras exactas y verdaderas tienen el poder de los actos lo que me llevó a releer “Incendios”, una de las primeras novelas de Richard Ford, tal vez como un insignificante homenaje, privado y silencioso, a su inminente presencia entre nosotros. La tomé muy temprano un domingo en la mañana y leí durante esas horas preciosas en que una casa está en completo silencio, seguro de que me gustaría tanto como la primera vez. Conservaba vivo el recuerdo de una novela cuya atmósfera estaba dada por el tono llano y pulido que Ford era capaz de infundir al relato acerca de una familia que busca mejorar de fortuna en las proximidades del campo de golf donde el padre da lecciones de este deporte, mientras se desata una ola de incendios forestales que fascinan casi tanto como amenazan a los habitantes de Great Falls, el pueblo en que transcurre la historia.
Será el único consejo que te dé —dice hacia el final de “Incendios” el padre del protagonista, un joven de 16 años que asiste al quiebre del matrimonio de sus progenitores—, y es éste: “Uno a veces se apasiona por cómo fueron las cosas en el pasado, en lugar de hacerlo por cómo hacerlas mejor en el presente. No hagas eso nunca”. Una advertencia que cobra pleno sentido cuando se ha vivido largo tiempo con una misma pareja —como sucede a ese padre con su mujer—, puesto que si ambos sienten que algo ha muerto entre ellos, deberían sentir también que lo que aún queda no podría vivir de otra forma que permaneciendo el uno con el otro, juntos, “de un modo muy similar al del pasado”. Amistad y matrimonio —declara Carver a propósito de su primer encuentro con Ford— no son sino sueños compartidos, algo en que los participantes tienen que creer y desarrollar la confianza en que durará para siempre, aunque amistad y matrimonio sufran también, como todo, el gradual desaceleramiento de las cosas.“Incendios” es una magnífica puerta de entrada a Richard Ford, pero tanto si ensayas aproximarte a él por ese o por cualquier otro de sus libros, no podrás salir de entre quienes se cuentan como sus orgullosos lectores.
Cuenta Raymond Carver que le presentaron a Richard Ford en el vestíbulo del Hotel Hilton de Dallas, donde se alojaba media docena de escritores con motivo de un encuentro literario en la Southern Methodist University, y que ese fue el inicio de una auténtica amistad, que no es otra que aquella por la cual se está dispuesto a equivocar el camino. Dice Carver que Ford emanaba confianza y que había elegancia en su porte, en sus ropas, en su habla sosegada, cortés, sureña, atributos que podrán comprobar quienes le vean aquí, en Santiago, con ocasión del encuentro que el 27 de este mes tendrá con sus lectores en la Universidad Católica de Chile.
Ambos escritores se conocieron en 1978, y el relato de su primer encuentro está en el libro de Carver “La vida de mi padre”, que incluye “cinco ensayos y una meditación”, según los calificó el propio autor.En cuanto a la meditación, habría que decir que son apenas cinco páginas sobre dos frases de santa Teresa —“Las palabras llevan a las acciones… Preparan el alma, la alistan y la mueven a la ternura”—, a propósito de las cuales el desaparecido escritor norteamericano concluye que “las palabras exactas y verdaderas pueden tener el poder de los actos”. Una referencia que hizo que me acordara de otra cita de santa Teresa, magnífica también, que Truman Capote incluyó en el prefacio de “Música para camaleones”. Allí puede leerse que “se derraman más lágrimas por plegarias escuchadas que no escuchadas”, una reflexión que llevó a Capote a concluir que cuando Dios ofrece un don —por ejemplo, escribir—, al mismo tiempo entrega un látigo, y éste sólo tiene por finalidad la autoflagelación. Fue el recuerdo de que palabras exactas y verdaderas tienen el poder de los actos lo que me llevó a releer “Incendios”, una de las primeras novelas de Richard Ford, tal vez como un insignificante homenaje, privado y silencioso, a su inminente presencia entre nosotros. La tomé muy temprano un domingo en la mañana y leí durante esas horas preciosas en que una casa está en completo silencio, seguro de que me gustaría tanto como la primera vez. Conservaba vivo el recuerdo de una novela cuya atmósfera estaba dada por el tono llano y pulido que Ford era capaz de infundir al relato acerca de una familia que busca mejorar de fortuna en las proximidades del campo de golf donde el padre da lecciones de este deporte, mientras se desata una ola de incendios forestales que fascinan casi tanto como amenazan a los habitantes de Great Falls, el pueblo en que transcurre la historia.
Será el único consejo que te dé —dice hacia el final de “Incendios” el padre del protagonista, un joven de 16 años que asiste al quiebre del matrimonio de sus progenitores—, y es éste: “Uno a veces se apasiona por cómo fueron las cosas en el pasado, en lugar de hacerlo por cómo hacerlas mejor en el presente. No hagas eso nunca”. Una advertencia que cobra pleno sentido cuando se ha vivido largo tiempo con una misma pareja —como sucede a ese padre con su mujer—, puesto que si ambos sienten que algo ha muerto entre ellos, deberían sentir también que lo que aún queda no podría vivir de otra forma que permaneciendo el uno con el otro, juntos, “de un modo muy similar al del pasado”. Amistad y matrimonio —declara Carver a propósito de su primer encuentro con Ford— no son sino sueños compartidos, algo en que los participantes tienen que creer y desarrollar la confianza en que durará para siempre, aunque amistad y matrimonio sufran también, como todo, el gradual desaceleramiento de las cosas.“Incendios” es una magnífica puerta de entrada a Richard Ford, pero tanto si ensayas aproximarte a él por ese o por cualquier otro de sus libros, no podrás salir de entre quienes se cuentan como sus orgullosos lectores.
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