NUESTROS CONSOCIOS OPINAN: ROBERTO AMPUERO
Roberto Ampuero
El Mercurio Jueves 22 de Octubre de 2009
El café de la otra esquina
Acabo de asistir a dos vibrantes encuentros internacionales de escritores, uno en Francia, celebrado por Belles Latinas; el otro en Chile, organizado por el Centro Cultural de España. ¿Lo que más me llamó la atención? La filosofía de ambas instituciones: fomentar la excelencia, la diversidad y el debate en cultura. Belles Latinas, que preside el franco-chileno Januario Espinosa, desciende de una revista chilena lanzada en Lyon en 1984 para informar sobre la situación bajo el régimen militar. Atenta a los cambios políticos, la organización se convirtió posteriormente en una prestigiosa difusora de la cultura latinoamericana en Francia, donde realiza desde hace ocho años, en varias ciudades, un festival al que concurre una veintena de escritores de diversas sensibilidades del continente.
A diferencia de organizaciones chilenas en el exterior que fenecieron o se redujeron a la insignificancia al quedar atrapadas en la denuncia de un Chile que ya no existe, Belles Latinas se transformó en una influyente plataforma para la promoción de la cultura regional, alcanzando así a editores y circuitos interesados en el continente. Y en lugar de convocar a intelectuales de un solo signo ideológico —práctica nada inusual en organizaciones semejantes—, la institución sin fines de lucro apuesta por la diversidad estética y política, se plantea como foro libre de debate intelectual, y es contraria a dictaduras, sean de izquierda o derecha, lo que ha potenciado su influencia y prestigio.
En el caso de Chile, el Centro Cultural de España organizó y financió el primer encuentro de escritores chilenos y españoles de novela “negra” o detectivesca, una actividad pionera en el continente, un encuentro que logró éxito de público y puede crear una tradición de proyecciones insospechadas a nivel regional. Gracias a la popularidad mundial del género, sus festivales convocan a escritores y lectores, pero también a miles de turistas, y generan debates y reflexión, y ejercen un impacto cultural y económico nada desdeñable, como lo prueban los festivales de Gijón, Barcelona, Getafe o Marsella.
Ambos encuentros, financiados con fondos europeos, me permitieron percibir, además, una convicción enraizada en Europa: la de que la cultura no es monopolio de nadie ni en términos estéticos ni ideológicos, la de que es fruto vital y contradictorio de una nación en diálogo y debate, y que en cultura hay que aprender a tolerar y convivir con quienes conciben las cosas de modo diferente. En Chile aún hay quienes se sienten discriminados por la cultura financiada mediante fondos públicos, borrados del panorama del mismo modo en que los estalinistas borraban de fotografías oficiales a quienes caían en desgracia. Pero en ambos encuentros pude percibir la honesta inquietud de sus organizadores por fomentar la pluralidad sin exclusiones, algo que debe contagiarnos en Chile. En el Berlín oriental de hoy existen dos cafés populares con nombres inspiradores: el “Entweder-Oder” (O esto o aquello) y el “Sowohl als auch” (Tanto esto como aquello). En la promoción de artes y letras conviene avanzar más en el reconocimiento de la cultura como el alma plural y contradictoria de la nación, el alma que nadie debe monopolizar. Hay que alejarse más del café “Entweder-Oder” y servirse el próximo cortado en la otra esquina, la del “Sowohl als auch”.
Acabo de asistir a dos vibrantes encuentros internacionales de escritores, uno en Francia, celebrado por Belles Latinas; el otro en Chile, organizado por el Centro Cultural de España. ¿Lo que más me llamó la atención? La filosofía de ambas instituciones: fomentar la excelencia, la diversidad y el debate en cultura. Belles Latinas, que preside el franco-chileno Januario Espinosa, desciende de una revista chilena lanzada en Lyon en 1984 para informar sobre la situación bajo el régimen militar. Atenta a los cambios políticos, la organización se convirtió posteriormente en una prestigiosa difusora de la cultura latinoamericana en Francia, donde realiza desde hace ocho años, en varias ciudades, un festival al que concurre una veintena de escritores de diversas sensibilidades del continente.
A diferencia de organizaciones chilenas en el exterior que fenecieron o se redujeron a la insignificancia al quedar atrapadas en la denuncia de un Chile que ya no existe, Belles Latinas se transformó en una influyente plataforma para la promoción de la cultura regional, alcanzando así a editores y circuitos interesados en el continente. Y en lugar de convocar a intelectuales de un solo signo ideológico —práctica nada inusual en organizaciones semejantes—, la institución sin fines de lucro apuesta por la diversidad estética y política, se plantea como foro libre de debate intelectual, y es contraria a dictaduras, sean de izquierda o derecha, lo que ha potenciado su influencia y prestigio.
En el caso de Chile, el Centro Cultural de España organizó y financió el primer encuentro de escritores chilenos y españoles de novela “negra” o detectivesca, una actividad pionera en el continente, un encuentro que logró éxito de público y puede crear una tradición de proyecciones insospechadas a nivel regional. Gracias a la popularidad mundial del género, sus festivales convocan a escritores y lectores, pero también a miles de turistas, y generan debates y reflexión, y ejercen un impacto cultural y económico nada desdeñable, como lo prueban los festivales de Gijón, Barcelona, Getafe o Marsella.
Ambos encuentros, financiados con fondos europeos, me permitieron percibir, además, una convicción enraizada en Europa: la de que la cultura no es monopolio de nadie ni en términos estéticos ni ideológicos, la de que es fruto vital y contradictorio de una nación en diálogo y debate, y que en cultura hay que aprender a tolerar y convivir con quienes conciben las cosas de modo diferente. En Chile aún hay quienes se sienten discriminados por la cultura financiada mediante fondos públicos, borrados del panorama del mismo modo en que los estalinistas borraban de fotografías oficiales a quienes caían en desgracia. Pero en ambos encuentros pude percibir la honesta inquietud de sus organizadores por fomentar la pluralidad sin exclusiones, algo que debe contagiarnos en Chile. En el Berlín oriental de hoy existen dos cafés populares con nombres inspiradores: el “Entweder-Oder” (O esto o aquello) y el “Sowohl als auch” (Tanto esto como aquello). En la promoción de artes y letras conviene avanzar más en el reconocimiento de la cultura como el alma plural y contradictoria de la nación, el alma que nadie debe monopolizar. Hay que alejarse más del café “Entweder-Oder” y servirse el próximo cortado en la otra esquina, la del “Sowohl als auch”.
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