Claude Lévi-Strauss dejó su impronta en las ciencias humanas del siglo XX.
Lévi-Strauss hizo dos expediciones al oeste brasileño.
Oeuvres Claude Lévi-Strauss
Oeuvres Claude Lévi-Strauss
Editorial Gallimard,
Bibliothèque de la Pléiade, París, 2008, 2.128 páginas.
Semblanza A la muerte del intelectual francés
Claude Lévi-Strauss: la marca de la fidelidad
No alcanzó a cumplir los 101 años, pero Claude Lévi-Strauss dejó su impronta en las ciencias humanas del siglo XX.
El Mercurio Artes y Letras domingo 8 de noviembre de 2009
Vincent Debaene, estudioso de su obra, ha escrito un libro sobre él y participó destacadamente en la edición de sus "oeuvres" para la Bibliothèque de la Pléiade. Aquí hace un recuento de su vida y su obra.
Vincent Debaene
Claude Lévi-Strauss celebró sus 100 años el 28 de noviembre del año pasado. Para captar la dimensión del aserto, hay que reformularlo, por ejemplo, en estos términos: el armisticio que pone fin a la Primera Guerra Mundial fue firmado algunos días antes de su décimo cumpleaños. Estaba a punto de cumplir los 60 en mayo de 1968. A sus quince años asistió a la creación de "Les Noces", de Igor Stravinski en el teatro de Châtelet, en junio de 1923, experiencia que describe más tarde como una "fulgurante revelación"; Marcel Proust había muerto algunos meses antes y, un año más tarde, fue publicado el primer "Manifiesto del surrealismo".
Tales ajustes de la mirada histórica son necesarios para comprender lo que significa la extrema longevidad. Bajo la etiqueta cómoda de "estructuralismo", asociamos (injustamente) el pensamiento de Lévi-Strauss con los de Roland Barthes y Michel Foucault, pero el primero es menor que Lévi-Strauss en siete años y el segundo, en dieciocho. El etnólogo es de la generación intelectual de Jean Paul Sartre, Maurice Merleau-Ponty, Raymond Aron, Simone de Beauvoir o incluso Maurice Blanchot. La diferencia es esencial, porque significa que él conoció la Gran Guerra, aunque no en el frente. Lévi-Strauss se volvió adulto en años en que el pacifismo era la ideología dominante y determinaba, para los intelectuales, la necesidad del compromiso político a la vez que su contenido. La primera parte de su formación se parece a la de numerosos miembros de la "generación de 1905". Asocia estudios universitarios (derecho y filosofía) y militancia de izquierda. Pero el poco eco ante sus iniciativas políticas, el nombramiento en liceos alejados de la capital, el asco que le inspira una filosofía que le parece un malabarismo intelectual y cuya enseñanza repetitiva lo aburre: todo esto lo lleva a abandonar tal proyecto de carrera doble. De esta manera, igualmente abandona un particular modo de conciliar reflexión teórica y acción política.
En 1933-1934 descubre la etnología. A través del trabajo de campo, esta disciplina parece prometer una combinación distinta entre teoría y práctica, y una relación armoniosa entre reflexión y acción. Habiendo marchado a Brasil en 1935 para ocupar la cátedra de sociología de la nueva universidad de São Paulo, Lévi-Strauss gana sus galones de etnógrafo gracias a dos expediciones al oeste brasileño, uno en 1935-1936, el otro en 1938. Sin embargo, como lo cuenta más tarde en "Tristes trópicos", esta experiencia no es tan satisfactoria como había soñado. Por cierto, recogió informaciones inéditas y sus trabajos son saludados por sus pares, pero ha estado confrontado con formas sociales moribundas y, sobre todo, tuvo el sentimiento que la realidad indígena permanecía inasequible en el curso de la investigación. Esto podía provenir de una insuficiencia circunstancial del terreno (habría habido que quedarse más tiempo, ir hacia poblaciones mejor preservadas), pero también puede querer decir que la realidad social es inaccesible mediante la experiencia y que sólo un trabajo teórico podía explicitar los principios que la gobiernan. La vuelta a Francia en 1939 es, así, un período de crisis a la vez intelectual y personal: se separa de su mujer Dina; sueña con escribir una novela (el título ya es "Tristes trópicos") y retoma el texto de una pieza de teatro titulada "La apoteosis de Augusto". Pone en escena a Cinna, un explorador de regreso a Roma después de diez años de aventuras, y a Augusto, su antiguo compañero, un emperador a punto de ser divinizado. Ambos se interrogan por el sentido que quisieron dar a sus vidas y, de nuevo, se plantea la cuestión de la realización propia en la acción o en el conocimiento.
En Nueva York
La movilización tras la guerra y el exilio no dejan a Lévi-Strauss el tiempo para proseguir estas reflexiones. Destituido de la enseñanza debido a las leyes raciales, es invitado a Nueva York en el marco del programa de "salvataje" de los profesores universitarios europeos llevado a cabo por la Fundación Rockefeller. En marzo de 1941, se embarca en el Capitaine-Paul-Lemerle , en una "travesía de galeotes" que lo lleva a la Martinica en compañía de otros artistas e intelectuales, entre ellos André Breton, al que reencuentra en Nueva York. Su estancia estadounidense es el momento decisivo de su formación intelectual, cuando menos por tres razones: descubre la antropología estadounidense y su enfoque muy atento a los detalles concretos y a las inmensas cantidades de datos acumuladas desde el siglo XIX; luego, frecuenta una comunidad de artistas (en particular surrealistas) y de profesores universitarios en el exilio, alrededor de los cuales se reinventan en parte las bases de la vida intelectual y política francesa de la posguerra; finalmente, conoce a Roman Jakobson, y la lingüística estructural le provee el marco teórico que le permite repensar íntegramente las cuestiones antropológicas que le preocupan. "Antes", dice, "hacía estructuralismo sin saberlo". En Nueva York escribe su tesis, "Las estructuras elementales del parentesco", obra fundamental tanto para la antropología como para el pensamiento del siglo XX.
Estructuralismo
El regreso definitivo a Francia, a fines de 1947, abre un nuevo período difícil. Aunque defiende su tesis en junio de 1948, sus numerosos artículos (sobre la noción de estructura, sobre las relaciones entre antropología y lingüística, sobre la organización social, etc.), reconocidos en los Estados Unidos, no tienen la acogida merecida. Después de un doble fracaso en el Collège de France , en 1949 y 1950, Lévi-Strauss es finalmente nombrado en la École pratique des hautes études , en la sección de ciencias religiosas, lo que le obliga a cambiar el objeto de sus estudios. Empieza la segunda parte de su carrera: después del parentesco, los mitos. Paralelamente, reconstruye su vida privada (se divorcia de su segunda esposa, vende su colección de arte "primitivo" comenzada en Nueva York y encuentra a la que se convierte en su tercera mujer, y que lo fue hasta la muerte del etnólogo). Más profundamente, Lévi-Strauss no se reconoce en Francia de posguerra, ni en su vida intelectual (todavía gobernada por las filosofías de la subjetividad, el existencialismo en primer lugar), ni en su vida política: el país no quiere reconocer que tuvo una derrota y que se transformó en una potencia "intermedia" a escala internacional, lo que confirma pronto el hundimiento de su imperio. De este malestar "Tristes trópicos" es, en cierto modo, el resultado. En este libro, escrito muy rápida y libremente, Lévi-Strauss reorganiza su experiencia pasada y prosigue la reflexión empezada con "Raza e historia", en 1952, sobre el lugar de la civilización occidental en el conjunto de las culturas. Paradójicamente, esta obra -la menos científica que haya escrito- le granjea el reconocimiento que no había podido obtener hasta entonces. Por todas partes, se saluda un libro que, en este período de guerra fría, de amenaza de tercera guerra mundial y de descolonización, responde a las preocupaciones de los más intranquilos. Lévi-Strauss se convierte en un intelectual reconocido; es elegido en el Collège de France en 1958, el mismo año en que se publica "Antropología estructural", recopilación que, por fin, da una amplia difusión al estructuralismo.
Buenos años
Los años 60 son los más fecundos de su carrera. En 1962 publica "El pensamiento salvaje"; después, de 1964 a 1971, los cuatro tomos de las "Mitológicas". Su influencia en la vida intelectual está en su apogeo y alcanza a todas las ciencias humanas: filosofía, historia, crítica literaria, etc. Él, sin embargo, se aparta de la moda del estructuralismo, etiqueta que se hace cada vez más una "llave maestra" y agota su contenido teórico. En los años 70 y 80, los honores suceden a los honores (la Academia Francesa en 1973), unos doctorados honoris causa a otros. Y las obras como "La vía de las máscaras" (1975), "La alfarera celosa" (1985), "Historia del lince" (1991) llevan la marca de la fidelidad. Fidelidad a los objetos (las poblaciones amerindias y sus producciones culturales) y fidelidad a sí mismo: Claude Lévi-Strauss no abandona los principios fundamentales del estructuralismo, ni la denuncia antihumanista de las filosofías del sujeto, ni la crítica de las ilusiones de la modernidad, ni el relativismo cultural fundamental que es el suyo y que, como en Montaigne, se acomoda muy bien con un cierto conservadurismo a su manera.
Esta constancia evidencia que un relato cronológico no es, sin duda, el mejor modo de hacer un recuento de su vida. Si hay un "arquitecto" que pueda ordenar los acontecimientos de su existencia, éste, escribía en 1955, debería ser "más sabio que su historia". En su pensamiento como en la percepción que tiene de sí mismo, Lévi-Strauss concibe siempre la historia como un factor fóraneo y productor de desorden. De modo que, si su obra todavía tiene mucho que decirnos, él es el primero en tener, respecto del siglo que atravesó, un sentimiento de distancia. Para él, que se interrogó muy tempranamente sobre las relaciones de los hombres y las sociedades con su entorno, toma la forma de una constatación implacable: "Cuando nací, había mil millones de hombres sobre la Tierra, y cuando entré en la vida activa, después de la titulación [en 1931], había mil 500 millones ; son seis mil millones ahora, y serán ocho o nueve mil mañana. Este mundo ya no es el mío".
Claude Lévi-Strauss celebró sus 100 años el 28 de noviembre del año pasado. Para captar la dimensión del aserto, hay que reformularlo, por ejemplo, en estos términos: el armisticio que pone fin a la Primera Guerra Mundial fue firmado algunos días antes de su décimo cumpleaños. Estaba a punto de cumplir los 60 en mayo de 1968. A sus quince años asistió a la creación de "Les Noces", de Igor Stravinski en el teatro de Châtelet, en junio de 1923, experiencia que describe más tarde como una "fulgurante revelación"; Marcel Proust había muerto algunos meses antes y, un año más tarde, fue publicado el primer "Manifiesto del surrealismo".
Tales ajustes de la mirada histórica son necesarios para comprender lo que significa la extrema longevidad. Bajo la etiqueta cómoda de "estructuralismo", asociamos (injustamente) el pensamiento de Lévi-Strauss con los de Roland Barthes y Michel Foucault, pero el primero es menor que Lévi-Strauss en siete años y el segundo, en dieciocho. El etnólogo es de la generación intelectual de Jean Paul Sartre, Maurice Merleau-Ponty, Raymond Aron, Simone de Beauvoir o incluso Maurice Blanchot. La diferencia es esencial, porque significa que él conoció la Gran Guerra, aunque no en el frente. Lévi-Strauss se volvió adulto en años en que el pacifismo era la ideología dominante y determinaba, para los intelectuales, la necesidad del compromiso político a la vez que su contenido. La primera parte de su formación se parece a la de numerosos miembros de la "generación de 1905". Asocia estudios universitarios (derecho y filosofía) y militancia de izquierda. Pero el poco eco ante sus iniciativas políticas, el nombramiento en liceos alejados de la capital, el asco que le inspira una filosofía que le parece un malabarismo intelectual y cuya enseñanza repetitiva lo aburre: todo esto lo lleva a abandonar tal proyecto de carrera doble. De esta manera, igualmente abandona un particular modo de conciliar reflexión teórica y acción política.
En 1933-1934 descubre la etnología. A través del trabajo de campo, esta disciplina parece prometer una combinación distinta entre teoría y práctica, y una relación armoniosa entre reflexión y acción. Habiendo marchado a Brasil en 1935 para ocupar la cátedra de sociología de la nueva universidad de São Paulo, Lévi-Strauss gana sus galones de etnógrafo gracias a dos expediciones al oeste brasileño, uno en 1935-1936, el otro en 1938. Sin embargo, como lo cuenta más tarde en "Tristes trópicos", esta experiencia no es tan satisfactoria como había soñado. Por cierto, recogió informaciones inéditas y sus trabajos son saludados por sus pares, pero ha estado confrontado con formas sociales moribundas y, sobre todo, tuvo el sentimiento que la realidad indígena permanecía inasequible en el curso de la investigación. Esto podía provenir de una insuficiencia circunstancial del terreno (habría habido que quedarse más tiempo, ir hacia poblaciones mejor preservadas), pero también puede querer decir que la realidad social es inaccesible mediante la experiencia y que sólo un trabajo teórico podía explicitar los principios que la gobiernan. La vuelta a Francia en 1939 es, así, un período de crisis a la vez intelectual y personal: se separa de su mujer Dina; sueña con escribir una novela (el título ya es "Tristes trópicos") y retoma el texto de una pieza de teatro titulada "La apoteosis de Augusto". Pone en escena a Cinna, un explorador de regreso a Roma después de diez años de aventuras, y a Augusto, su antiguo compañero, un emperador a punto de ser divinizado. Ambos se interrogan por el sentido que quisieron dar a sus vidas y, de nuevo, se plantea la cuestión de la realización propia en la acción o en el conocimiento.
En Nueva York
La movilización tras la guerra y el exilio no dejan a Lévi-Strauss el tiempo para proseguir estas reflexiones. Destituido de la enseñanza debido a las leyes raciales, es invitado a Nueva York en el marco del programa de "salvataje" de los profesores universitarios europeos llevado a cabo por la Fundación Rockefeller. En marzo de 1941, se embarca en el Capitaine-Paul-Lemerle , en una "travesía de galeotes" que lo lleva a la Martinica en compañía de otros artistas e intelectuales, entre ellos André Breton, al que reencuentra en Nueva York. Su estancia estadounidense es el momento decisivo de su formación intelectual, cuando menos por tres razones: descubre la antropología estadounidense y su enfoque muy atento a los detalles concretos y a las inmensas cantidades de datos acumuladas desde el siglo XIX; luego, frecuenta una comunidad de artistas (en particular surrealistas) y de profesores universitarios en el exilio, alrededor de los cuales se reinventan en parte las bases de la vida intelectual y política francesa de la posguerra; finalmente, conoce a Roman Jakobson, y la lingüística estructural le provee el marco teórico que le permite repensar íntegramente las cuestiones antropológicas que le preocupan. "Antes", dice, "hacía estructuralismo sin saberlo". En Nueva York escribe su tesis, "Las estructuras elementales del parentesco", obra fundamental tanto para la antropología como para el pensamiento del siglo XX.
Estructuralismo
El regreso definitivo a Francia, a fines de 1947, abre un nuevo período difícil. Aunque defiende su tesis en junio de 1948, sus numerosos artículos (sobre la noción de estructura, sobre las relaciones entre antropología y lingüística, sobre la organización social, etc.), reconocidos en los Estados Unidos, no tienen la acogida merecida. Después de un doble fracaso en el Collège de France , en 1949 y 1950, Lévi-Strauss es finalmente nombrado en la École pratique des hautes études , en la sección de ciencias religiosas, lo que le obliga a cambiar el objeto de sus estudios. Empieza la segunda parte de su carrera: después del parentesco, los mitos. Paralelamente, reconstruye su vida privada (se divorcia de su segunda esposa, vende su colección de arte "primitivo" comenzada en Nueva York y encuentra a la que se convierte en su tercera mujer, y que lo fue hasta la muerte del etnólogo). Más profundamente, Lévi-Strauss no se reconoce en Francia de posguerra, ni en su vida intelectual (todavía gobernada por las filosofías de la subjetividad, el existencialismo en primer lugar), ni en su vida política: el país no quiere reconocer que tuvo una derrota y que se transformó en una potencia "intermedia" a escala internacional, lo que confirma pronto el hundimiento de su imperio. De este malestar "Tristes trópicos" es, en cierto modo, el resultado. En este libro, escrito muy rápida y libremente, Lévi-Strauss reorganiza su experiencia pasada y prosigue la reflexión empezada con "Raza e historia", en 1952, sobre el lugar de la civilización occidental en el conjunto de las culturas. Paradójicamente, esta obra -la menos científica que haya escrito- le granjea el reconocimiento que no había podido obtener hasta entonces. Por todas partes, se saluda un libro que, en este período de guerra fría, de amenaza de tercera guerra mundial y de descolonización, responde a las preocupaciones de los más intranquilos. Lévi-Strauss se convierte en un intelectual reconocido; es elegido en el Collège de France en 1958, el mismo año en que se publica "Antropología estructural", recopilación que, por fin, da una amplia difusión al estructuralismo.
Buenos años
Los años 60 son los más fecundos de su carrera. En 1962 publica "El pensamiento salvaje"; después, de 1964 a 1971, los cuatro tomos de las "Mitológicas". Su influencia en la vida intelectual está en su apogeo y alcanza a todas las ciencias humanas: filosofía, historia, crítica literaria, etc. Él, sin embargo, se aparta de la moda del estructuralismo, etiqueta que se hace cada vez más una "llave maestra" y agota su contenido teórico. En los años 70 y 80, los honores suceden a los honores (la Academia Francesa en 1973), unos doctorados honoris causa a otros. Y las obras como "La vía de las máscaras" (1975), "La alfarera celosa" (1985), "Historia del lince" (1991) llevan la marca de la fidelidad. Fidelidad a los objetos (las poblaciones amerindias y sus producciones culturales) y fidelidad a sí mismo: Claude Lévi-Strauss no abandona los principios fundamentales del estructuralismo, ni la denuncia antihumanista de las filosofías del sujeto, ni la crítica de las ilusiones de la modernidad, ni el relativismo cultural fundamental que es el suyo y que, como en Montaigne, se acomoda muy bien con un cierto conservadurismo a su manera.
Esta constancia evidencia que un relato cronológico no es, sin duda, el mejor modo de hacer un recuento de su vida. Si hay un "arquitecto" que pueda ordenar los acontecimientos de su existencia, éste, escribía en 1955, debería ser "más sabio que su historia". En su pensamiento como en la percepción que tiene de sí mismo, Lévi-Strauss concibe siempre la historia como un factor fóraneo y productor de desorden. De modo que, si su obra todavía tiene mucho que decirnos, él es el primero en tener, respecto del siglo que atravesó, un sentimiento de distancia. Para él, que se interrogó muy tempranamente sobre las relaciones de los hombres y las sociedades con su entorno, toma la forma de una constatación implacable: "Cuando nací, había mil millones de hombres sobre la Tierra, y cuando entré en la vida activa, después de la titulación [en 1931], había mil 500 millones ; son seis mil millones ahora, y serán ocho o nueve mil mañana. Este mundo ya no es el mío".
Traducción: Patricio Tapia
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