Don Gonzalo no quiso erigirse como lumbrera por sobre el bien y el mal
Editorial diario "La Tribuna", Los Angeles, VIII Región, 5 de noviembre de 2009
El legado de Gonzalo Vial Correa
No eran esperables halagos a quien se atrevió a no claudicar a sus propias convicciones, aunque no estuvieran “de moda” o se mostraran poco progresistas.
Las ciencias sociales tienen marcos diferentes a las ciencias exactas, justamente por ese margen de incertidumbre creado por la selección de datos, puesto que, a diferencia de estas últimas, las ciencias sociales tienen relación directa con el quehacer humano. En ese sentido, cuesta pensar en la generación de una historia “exacta” o con neutralidad absoluta. Por el contrario, quienes se dedican a este delicado tema, que nos hace ahondar en el pasado, para comprender mejor el presente y poder visualizar nuestro porvenir, son personas como todas, con sus propias sensibilidades, historias personales y familiares, así como visiones filosóficas, religiosas e ideológicas. Por tanto, no es posible juzgar a los historiadores por esto último, sino por su capacidad profesional de sondear, desde su perspectiva, lo ya acontecido, con la honestidad que se debe a sí mismo. Quienes verán el fruto de su trabajo, por cierto, serán los que recibirán la obra, según sean, a su vez, sus propias visiones de vida y las interpretaciones que hagan de ese trabajo, pero no pueden desconocer que existe. Así debe comprenderse la vida y obra de Gonzalo Vial Correa, quien falleció el pasado viernes, a los 79 años, dejando como legado un testimonio intelectual de alta factura, de relevante significado y de meritorio esfuerzo por conocer en profundidad fenómenos de nuestra historia patria. Quedan pequeñas las críticas a algunos episodios de su vida -como aquel que le asigna responsabilidad en parte de la redacción del Libro Blanco en contra del gobierno de la UP, en un momento de alta convulsión nacional-, cuando se verifica la enorme importancia de sus investigaciones y su obra reconocida en variados círculos. Eso es así, considerando que don Gonzalo no se amilanó a afrontar un desafío enorme y difícil, por el involucramiento que se podría tener con esos temas: principalmente revisar la historia más cercana, del siglo en que vivió. Visualizar el pasado muy lejano hace más fácil separarse de esa realidad, pero abordar aspectos de energía vigente hasta ahora, en lo político, social, cultural y económico, es una tarea ardua, expuesta a críticas. Pero a don Gonzalo le interesaban menos los críticos, que las generaciones lectoras de sus trabajos, entre ellos, la “completación” de la Historia de Chile, de Encina y Castedo, abordando con decisión y solvencia el período 1891-1973, en cinco tomos. No fue un ser neutro ni quiso mimetizarse en la niebla de la indefinición. Fue abiertamente católico y conservador y, desde esa perspectiva, iluminó sus trabajos, entre los cuales figuran, además de esa “Historia de Chile” del siglo XX, otras como “Pinochet, la biografía”, “Arturo Prat” y “Salvador Allende: El fracaso de una ilusión”, entre otras. No le recordamos únicamente como historiador y como prolífico difusor de investigaciones históricas a través de fascículos en revistas y periódicos. Fue cofundador de las revistas Portada y Qué Pasa, además de desempeñarse como columnista en el diario La Segunda. Además de abogado, periodista y académico, fue ministro de Educación, en el Gobierno Militar (1978 y 1979). También integró la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación (1990-1991), que elaboró el llamado “Informe Rettig” y en la Mesa de Diálogo (1999-2000). No eran esperables halagos a quien se atrevió a no claudicar a sus propias convicciones, aunque no estuvieran “de moda” o se mostraran poco progresistas. Uno de sus colegas, Alfredo Jocelyn-Holt, recuerda que “Vial es parte de una escuela conservadora historiográfica muy importante en Chile, a la que pertenecen Jaime Eyzaguirre, Mario Góngora, Alberto Edwards y Francisco Encina”, aunque no logró su estatura, acota. Tampoco recibió halagos de colegas, como Gonzalo Peralta y Gabriel Salazar, que intentan minimizar su obra, pero no se puede negar que, más allá de que ésta haya sido más o menos densa, su importancia radica en esta herencia cultural que deja, puesto que incluso hasta el crítico Gonzalo Peralta expresa que esta actitud historiográfica sirve como material de consulta. Don Gonzalo no quiso erigirse como lumbrera por sobre el bien y el mal, tentación de muchos, que desde arriba suelen criticar a los demás. Sí fue claro en expresar su perspectiva de la vida y, pensando en ella, fue configurando este legado para los chilenos de ahora y del futuro, que pueden conocer algo más de nuestra historia nacional, acercándose a ella a través de la capacidad investigadora de este insigne chileno.
No eran esperables halagos a quien se atrevió a no claudicar a sus propias convicciones, aunque no estuvieran “de moda” o se mostraran poco progresistas.
Las ciencias sociales tienen marcos diferentes a las ciencias exactas, justamente por ese margen de incertidumbre creado por la selección de datos, puesto que, a diferencia de estas últimas, las ciencias sociales tienen relación directa con el quehacer humano. En ese sentido, cuesta pensar en la generación de una historia “exacta” o con neutralidad absoluta. Por el contrario, quienes se dedican a este delicado tema, que nos hace ahondar en el pasado, para comprender mejor el presente y poder visualizar nuestro porvenir, son personas como todas, con sus propias sensibilidades, historias personales y familiares, así como visiones filosóficas, religiosas e ideológicas. Por tanto, no es posible juzgar a los historiadores por esto último, sino por su capacidad profesional de sondear, desde su perspectiva, lo ya acontecido, con la honestidad que se debe a sí mismo. Quienes verán el fruto de su trabajo, por cierto, serán los que recibirán la obra, según sean, a su vez, sus propias visiones de vida y las interpretaciones que hagan de ese trabajo, pero no pueden desconocer que existe. Así debe comprenderse la vida y obra de Gonzalo Vial Correa, quien falleció el pasado viernes, a los 79 años, dejando como legado un testimonio intelectual de alta factura, de relevante significado y de meritorio esfuerzo por conocer en profundidad fenómenos de nuestra historia patria. Quedan pequeñas las críticas a algunos episodios de su vida -como aquel que le asigna responsabilidad en parte de la redacción del Libro Blanco en contra del gobierno de la UP, en un momento de alta convulsión nacional-, cuando se verifica la enorme importancia de sus investigaciones y su obra reconocida en variados círculos. Eso es así, considerando que don Gonzalo no se amilanó a afrontar un desafío enorme y difícil, por el involucramiento que se podría tener con esos temas: principalmente revisar la historia más cercana, del siglo en que vivió. Visualizar el pasado muy lejano hace más fácil separarse de esa realidad, pero abordar aspectos de energía vigente hasta ahora, en lo político, social, cultural y económico, es una tarea ardua, expuesta a críticas. Pero a don Gonzalo le interesaban menos los críticos, que las generaciones lectoras de sus trabajos, entre ellos, la “completación” de la Historia de Chile, de Encina y Castedo, abordando con decisión y solvencia el período 1891-1973, en cinco tomos. No fue un ser neutro ni quiso mimetizarse en la niebla de la indefinición. Fue abiertamente católico y conservador y, desde esa perspectiva, iluminó sus trabajos, entre los cuales figuran, además de esa “Historia de Chile” del siglo XX, otras como “Pinochet, la biografía”, “Arturo Prat” y “Salvador Allende: El fracaso de una ilusión”, entre otras. No le recordamos únicamente como historiador y como prolífico difusor de investigaciones históricas a través de fascículos en revistas y periódicos. Fue cofundador de las revistas Portada y Qué Pasa, además de desempeñarse como columnista en el diario La Segunda. Además de abogado, periodista y académico, fue ministro de Educación, en el Gobierno Militar (1978 y 1979). También integró la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación (1990-1991), que elaboró el llamado “Informe Rettig” y en la Mesa de Diálogo (1999-2000). No eran esperables halagos a quien se atrevió a no claudicar a sus propias convicciones, aunque no estuvieran “de moda” o se mostraran poco progresistas. Uno de sus colegas, Alfredo Jocelyn-Holt, recuerda que “Vial es parte de una escuela conservadora historiográfica muy importante en Chile, a la que pertenecen Jaime Eyzaguirre, Mario Góngora, Alberto Edwards y Francisco Encina”, aunque no logró su estatura, acota. Tampoco recibió halagos de colegas, como Gonzalo Peralta y Gabriel Salazar, que intentan minimizar su obra, pero no se puede negar que, más allá de que ésta haya sido más o menos densa, su importancia radica en esta herencia cultural que deja, puesto que incluso hasta el crítico Gonzalo Peralta expresa que esta actitud historiográfica sirve como material de consulta. Don Gonzalo no quiso erigirse como lumbrera por sobre el bien y el mal, tentación de muchos, que desde arriba suelen criticar a los demás. Sí fue claro en expresar su perspectiva de la vida y, pensando en ella, fue configurando este legado para los chilenos de ahora y del futuro, que pueden conocer algo más de nuestra historia nacional, acercándose a ella a través de la capacidad investigadora de este insigne chileno.
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