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Editor: Neville Blanc

Sunday, November 01, 2009

DEL OPUS DEI A LOS MASONES


Dan Brown.
Con una fórmula probada, su nuevo libro ya entró al ranking.
El turno de los masones
El Mercurio Revista de Libros 1 de noviembre de 2009
Camilo Marks
A estas alturas, la única pregunta que cabe hacerse frente a un nuevo libro de Dan Brown es: ¿superará en insensatez a El código Da Vinci ? La respuesta depende de cada persona, ya que mientras la mayoría de sus seguidores devorará estos mamotretos, otros lectores con discriminación pasarán del asombro a la risa y de ahí a la perplejidad ante el diluvio de absurdos, desatinos e incoherencias de sus "abracadabrantes" novelas. Por estas razones y por varias más, entre ellas algunas tan básicas como las de orden gramatical, parece fácil demoler cualquier relato de Brown. Más aún, podría afirmarse que los textos suyos ni siquiera merecen una crítica literaria. Sin embargo, eso sería esquivar el bulto. Es un fenómeno editorial, un best seller de gigantescas proporciones, un éxito seguro y aunque sea preciso buscar las causas profundas de todo ello en disciplinas como la sociología o los análisis estadísticos, hay motivos de peso para considerar que Brown satisface las necesidades del público actual: revelaciones sensacionales, complots planetarios, tramas sanguinarias, devastadoras, anonadantes. En ese sentido, sus obras cumplen con el claro propósito de suspender todo juicio valorativo al zambullirnos en un océano de efectismo y acción, sin que las ingenuidades o ridiculeces que los acompañan importen en lo más mínimo.
El símbolo perdido (Planeta, 640 páginas, $16.900) nos trae de vuelta al egregio profesor de Harvard Robert Langdon, víctima de una trampa del siniestro Mal'akh, quien mantiene secuestrado a su amigo Peter Solomon y está a punto de asesinar a la doctora en ciencia noética Katherine, hermana de él; a poco andar, Mal'akh, por su cuenta, pone en jaque a la seguridad nacional de Estados Unidos y, como no, a la paz en el mundo. Langdon posee una reliquia que Peter le encomendó y que lo conduce a la explicación del origen y el destino de todas las cosas. Tal hallazgo, de dimensiones cósmicas, se resume en la francmasonería. En menos de un día y más de 600 páginas, el especialista en mitología sabrá que la ciudad de Washington está construida en base a signos masónicos, que los masones controlan el saber universal, que en sus manos hay un secreto tan explosivo que cambiará la faz de la Tierra y que de él depende la salvación o el hundimiento de la especie humana.
Tratándose de asuntos de tal magnitud, la CIA toma parte desde el comienzo en la persona de Inoue Sato, directora de una oficina secreta de la agencia. Junto al comisario Trent Anderson, jefe de policía en el Capitolio, emprenderán la persecución de Langdon y Katherine a través de pasillos, bóvedas, criptas y otro sin fin de instalaciones laberínticas o bien al aire libre mediante carros blindados, tanquetas, helicópteros.
El símbolo... descansa en una sucesión de capítulos alternados en los que, a la frenética cacería, unida a cruentos episodios, sobrevienen discusiones sobre la historia críptica de la hermandad secreta, con referencias a fundadores de la patria estadounidense -Je-fferson, Franklin, Adams- o figuras de la talla de Durero, Bacon, Newton. Por regla general, cada parte del extenso volumen culmina en descubrimientos que dejan con la boca abierta a cada uno de los personajes. Es inevitable que, ante una acumulación tan incesante de hechos sobrenaturales, la intriga termine desintegrándose en una mezcolanza de incidentes deshilvanados, sin relación entre sí. Nadie podría exigir a Brown un trabajo de caracterización psicológica, pero en este tomo no hay actores ni drama, sino meras funciones: el chofer, la experta, el mendigo, la tía, el guardia, etc.
Un problema adicional de El símbolo... reside en su vocabulario y, sin ser exhaustivos, con demasiada frecuencia encontramos armas paralizantes compuestas de ciclotrimetilentrinitramina con plastificante dietilhexil, la teoría de supercuerdas y modelos cronológicos multidimensionales, peines de femtosegundos y trampas magneto-ópticas, ruido cuántico-indeterminado o generadores de eventos aleatorios, memoria eidética... Huelga decirlo, la jerga computacional y la enumeración de artefactos electrónicos modernos copan la narración de principio a fin. La última entrega de Brown, pese a sus despliegues seudoeruditos en torno al ocultismo milenario, se basa, esencialmente, en la descripción de fenómenos vinculados con la tecnología de hoy.
El símbolo... , más que un producto masivo para mentes perezosas o apáticas, es un clarísimo síntoma de la cultura de estos días. Brown lo sabe a carta cabal. Por consiguiente, junto a la maquinaria propagandística asociada a su nombre, actúa para despertar la curiosidad de quienes viven en la somnolencia. El resultado está a la vista y no merece mayores comentarios.

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