GONZALO VIAL POR PEDRO VIAL
Vial, Pedro
La Segunda Martes 03 de Noviembre de 2009
La última columna
Cuando el lunes 21 de septiembre, Gonzalo Vial no pudo escribir su columna habitual y nunca fallida desde marzo de 1981, empezaba el camino duro y doloroso de la última etapa de su enfermedad. Recuerdo su preocupación y su negativa completa a dictarla. El pensaba tecleando con sus dedos largos.
El papá partió. Detrás de él, los martes de cada semana —el día de su columna de La Segunda— parece hacer silencio. Pero no es así. Se oyen y recuerdan sus palabras, sus grandes batallas.
Quizás la siguiente cita, aún inédita, permita entender a este hombre inmenso:
“Es triste pensar que, probablemente, mi período de fecundidad como historiador ha concluido. Pero habiendo durado sesenta años, no puedo extrañarme del hecho. Y hay una cierta satisfacción en saber que, ya no muy tarde, conoceré definitivamente la verdad del pasado histórico —al interior de la otra verdad, la inimaginablemente dulce y total—, que es el único objeto y acicate de la profesión que elegí”.
Cuando el lunes 21 de septiembre, Gonzalo Vial no pudo escribir su columna habitual y nunca fallida desde marzo de 1981, empezaba el camino duro y doloroso de la última etapa de su enfermedad. Recuerdo su preocupación y su negativa completa a dictarla. El pensaba tecleando con sus dedos largos.
El papá partió. Detrás de él, los martes de cada semana —el día de su columna de La Segunda— parece hacer silencio. Pero no es así. Se oyen y recuerdan sus palabras, sus grandes batallas.
Quizás la siguiente cita, aún inédita, permita entender a este hombre inmenso:
“Es triste pensar que, probablemente, mi período de fecundidad como historiador ha concluido. Pero habiendo durado sesenta años, no puedo extrañarme del hecho. Y hay una cierta satisfacción en saber que, ya no muy tarde, conoceré definitivamente la verdad del pasado histórico —al interior de la otra verdad, la inimaginablemente dulce y total—, que es el único objeto y acicate de la profesión que elegí”.
Quería a Dios y su familia. Era de cariños humildes, quitado de bulla. En sus funerales sólo hablaron aquellos que más quería: los papás de los colegios de la Fundación Educacional Barnechea y sus colegas historiadores.
Recordaba el padre Francisco, su amigo que lo asistió hasta el final, no sólo su devoción a los sacramentos, sino su siempre viva curiosidad sobre la nueva vida. Recordaba también cómo ese amor de Dios lo llevó a dar muchas batallas.
Recordaba el padre Francisco, su amigo que lo asistió hasta el final, no sólo su devoción a los sacramentos, sino su siempre viva curiosidad sobre la nueva vida. Recordaba también cómo ese amor de Dios lo llevó a dar muchas batallas.
En una breve conversación, hace meses, me dijo que no podía pedir más: sus hijos y nietos eran buenas personas (Gonzalo Vial dixit) y eso bastaba. Hasta que tuvo el don de la palabra, pocos días antes de morir, fue cordial y amable con todos y amoroso hasta el detalle con la mamá. Daba las gracias por todo. Lo que lo aliviaba y lo que le dolía.
Recuerdo el impacto genuino y definitivo que le causaron las palabras de Juan Pablo II: “Los pobres no pueden esperar”. Aunque muchos años antes ya había partido el trabajo de la Fundación, se sintió interpelado.
Y no cejó. Guardaba con celo cada dato, cada noticia, sobre la pobreza y su causa —la precaria calidad de nuestra educación—, para luego machacarnos sin piedad, pero sin ofender jamás, la necesidad de cambiar. Luchó por el valor de la subvención. Luchó por que no se promulgara el Estatuto Docente y nos explicó que la inamovilidad y la falta de real evaluación docente eran parte del fracaso de la política educacional. Luchó por la libertad y la calidad de la enseñanza. Insistía en explicar los problemas de los CMO, de la PSU y de los diversos programas fallidos.
Si sus palabras son hoy inspiradoras, su acción concreta a través de la Fundación es el fruto vivo de sus ideas y ejemplo de que se puede derrotar la pobreza por medio de una buena educación.
Y no cejó. Guardaba con celo cada dato, cada noticia, sobre la pobreza y su causa —la precaria calidad de nuestra educación—, para luego machacarnos sin piedad, pero sin ofender jamás, la necesidad de cambiar. Luchó por el valor de la subvención. Luchó por que no se promulgara el Estatuto Docente y nos explicó que la inamovilidad y la falta de real evaluación docente eran parte del fracaso de la política educacional. Luchó por la libertad y la calidad de la enseñanza. Insistía en explicar los problemas de los CMO, de la PSU y de los diversos programas fallidos.
Si sus palabras son hoy inspiradoras, su acción concreta a través de la Fundación es el fruto vivo de sus ideas y ejemplo de que se puede derrotar la pobreza por medio de una buena educación.
El que más le importaba era el derecho a la vida. Su defensa fue completa. La plasmó en su trabajo por los Derechos Humanos, particularmente en la Comisión Rettig. Se sentía personalmente comprometido, pues, considerando siempre legítimo el Golpe Militar de 1973, intentó a través de la verdad reparar el daño. Creyó siempre tener una deuda, aunque ya desde 1975 levantó la voz en defensa de muchos.
La defensa a la vida también lo llevó a condenas permanentes y eficaces del aborto y la píldora del día después (si tienes dudas y el derecho a la vida está en juego, abstente, era su mensaje). Todo ello lo transformó en un dolor de cabeza para muchos y le trajo incomprensión, que supo callar y llevar en las manos del Señor.
La defensa a la vida también lo llevó a condenas permanentes y eficaces del aborto y la píldora del día después (si tienes dudas y el derecho a la vida está en juego, abstente, era su mensaje). Todo ello lo transformó en un dolor de cabeza para muchos y le trajo incomprensión, que supo callar y llevar en las manos del Señor.
Siempre creyó en la familia como la base social para derrotar la ignorancia y la pobreza. Le irritaba la superficialidad con que se debatía sobre la Ley de Divorcio: sabía que generaría la más grande de las miserias en las personas más carentes.
De la obra histórica, que otros hablen. Puedo decir que su libro querido era el de Arturo Prat, a quien admiraba por cumplir su deber. De la familia que queda, lo sabemos nosotros y lo vivimos con el cariño efectivo que nos regaló siempre. De sus batallas, Dios le permita ver la victoria de sus ideas.
Queda su trabajo más querido. A los que más hemos resistido a caer en la redes de la Fundación Educacional Barnechea, nos toca ahora subirnos al barco. Igual que a tantos y tantos que han alabado su obra. Me robo las palabras del padre Francisco: Se necesitan más granos de arena. Y también rocas. Sus fieles lectores tienen la palabra.
Queda su trabajo más querido. A los que más hemos resistido a caer en la redes de la Fundación Educacional Barnechea, nos toca ahora subirnos al barco. Igual que a tantos y tantos que han alabado su obra. Me robo las palabras del padre Francisco: Se necesitan más granos de arena. Y también rocas. Sus fieles lectores tienen la palabra.
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