GONZALO VIAL POR CLARA SZCZARANSKI
Szczaranski, Clara
La Segunda Martes 03 de Noviembre de 2009
Recuerdos desde el CDE
Esta era una carta que no alcancé a enviar. Hoy martes, Gonzalo estará lejos del Consejo de Defensa del Estado, de la tradicional sesión semanal. Hoy, también, era su día en La Segunda, y ya no buscaré su tradicional página, la que siempre leí con interés por sus contenidos y perpleja por su capacidad de realizar tantas cosas a la vez.
Para lo que no es tarde es para testimoniar mi gran afecto, mi admiración por su inteligencia y por su capacidad de escuchar y modificar, si era necesario, su opinión, luego de atender a los argumentos de los demás.
Gonzalo era fuerte en el comportamiento ético, y el deber ser fue siempre el camino del que nunca se desvió. En el Consejo, una vez adoptado un acuerdo por la mayoría legal, él pasó siempre por encima de su pensamiento político, a la defensa total del acuerdo, con lealtad de caballero.
Cuando por mi cargo, como Presidenta del CDE, tuve que asumir los alegatos pidiendo el desafuero del general Pinochet, Gonzalo me acompañó, junto a dos consejeros y, en la Corte Suprema, sus amigos y defensores del general mucho se alegraron al verlo, invitándolo a sentarse con ellos; él los saludó cordialmente y, ante la estupefacción de todos, dijo: “No, me siento aquí, vengo acompañando a la Clarita”. Creo que no he conocido en la función pública a otra persona así, tan transparente, sin cálculos de oportunidad o conveniencia personal, sin disimulos.
No era un intelectual grave; era agudo, irónico y con sentido del humor. Buen compañero de cenas y jornadas fuera del edificio del CDE. Goloso, lleno de anécdotas y de risas. Recuerdo una noche, en la que nos juntamos a cenar en mi casa unos seis consejeros. Gonzalo no llegaba. Esperábamos preocupados y los “antipasti” se dilataban, hasta que se nos ocurrió llamarlo al celular (que efectivamente usaba). Andaba perdido, sin anteojos y sin... documentos. Ya sentado en casa, dijo riendo con picardía que rápidamente se pondría a nuestro nivel en el consumo de los aperitivos. Así lo hizo mientras otros consejeros contaban sus gracias como conductor, pues, a menudo, después de las sesiones, los llevaba en auto... y conversando, manejando con el bastón al lado, mirando a los interlocutores y sin tener mucho en consideración las reglas del tránsito.
Claro, ese nivel de interacción y soltura llegó con el tiempo. Inicialmente en el Consejo nos observábamos algo sorprendidos. Creo que ambos nos preguntábamos —desde las respectivas rocas y la distancia de nuestros espontáneos prejuicios—:“Vaya, no puedo sino coincidir con lo que plantea”. Teníamos algo en común desde la base: ambos desconfiábamos de los prejuicios y no nos gustaba acomodar la verdad ni tomar partido por las razones llamadas “políticas”. En una ocasión, con sus humoradas cariñosas, le acotó a la canciller Alvear, que nos visitaba: “Ministra, en este Consejo la Clarita representa a la extrema derecha y yo a la extrema izquierda”.
Cuando dejó de ser consejero, sentí que el Consejo se inclinó. Empezó a faltar un fuerte pilar que diera sustento de nuestra tradición colegial. Nuestra sociedad también debe así sentir, ahora, la ausencia del hombre que desde su integridad buscó con valor lo justo, como cuando integró la comisión Rettig y la Mesa de Diálogo, para encontrar verdadera respuesta sobre cada detenido desaparecido, y justicia para sus familiares.
No firmó el acuerdo de la Mesa de Diálogo. Yo tampoco lo habría hecho, pues mi prioridad es conocer la verdad. Gonzalo propuso dar fuertes alicientes, hasta pagar por la información, para dar con el paradero de los desaparecidos y saber la verdad. Yo sigo creyendo que sólo con fuertes estímulos procesales, garantías, atenuantes y hasta eximentes por colaboración eficaz, la obtendremos. La mayoría opinante y determinante en la sociedad chilena ha preferido mantener altas las banderas de lucha antes de saber dónde están las víctimas; y los que saben, temen decirlo, pues serán severamente castigados sin esperanza de indultos ni beneficio alguno. Son opciones de política criminal que no puedo compartir, pues el derecho penal es algo demasiado serio para utilizarlo en dejar señales políticas. Y el drama de los familiares de las víctimas es demasiado fuerte como para dejarlo sin respuesta.
Bueno, en asuntos de esa hondura estábamos muy cerca.
Con gran pena por tu ausencia, te despido formalmente, Gonzalo.
Esta era una carta que no alcancé a enviar. Hoy martes, Gonzalo estará lejos del Consejo de Defensa del Estado, de la tradicional sesión semanal. Hoy, también, era su día en La Segunda, y ya no buscaré su tradicional página, la que siempre leí con interés por sus contenidos y perpleja por su capacidad de realizar tantas cosas a la vez.
Para lo que no es tarde es para testimoniar mi gran afecto, mi admiración por su inteligencia y por su capacidad de escuchar y modificar, si era necesario, su opinión, luego de atender a los argumentos de los demás.
Gonzalo era fuerte en el comportamiento ético, y el deber ser fue siempre el camino del que nunca se desvió. En el Consejo, una vez adoptado un acuerdo por la mayoría legal, él pasó siempre por encima de su pensamiento político, a la defensa total del acuerdo, con lealtad de caballero.
Cuando por mi cargo, como Presidenta del CDE, tuve que asumir los alegatos pidiendo el desafuero del general Pinochet, Gonzalo me acompañó, junto a dos consejeros y, en la Corte Suprema, sus amigos y defensores del general mucho se alegraron al verlo, invitándolo a sentarse con ellos; él los saludó cordialmente y, ante la estupefacción de todos, dijo: “No, me siento aquí, vengo acompañando a la Clarita”. Creo que no he conocido en la función pública a otra persona así, tan transparente, sin cálculos de oportunidad o conveniencia personal, sin disimulos.
No era un intelectual grave; era agudo, irónico y con sentido del humor. Buen compañero de cenas y jornadas fuera del edificio del CDE. Goloso, lleno de anécdotas y de risas. Recuerdo una noche, en la que nos juntamos a cenar en mi casa unos seis consejeros. Gonzalo no llegaba. Esperábamos preocupados y los “antipasti” se dilataban, hasta que se nos ocurrió llamarlo al celular (que efectivamente usaba). Andaba perdido, sin anteojos y sin... documentos. Ya sentado en casa, dijo riendo con picardía que rápidamente se pondría a nuestro nivel en el consumo de los aperitivos. Así lo hizo mientras otros consejeros contaban sus gracias como conductor, pues, a menudo, después de las sesiones, los llevaba en auto... y conversando, manejando con el bastón al lado, mirando a los interlocutores y sin tener mucho en consideración las reglas del tránsito.
Claro, ese nivel de interacción y soltura llegó con el tiempo. Inicialmente en el Consejo nos observábamos algo sorprendidos. Creo que ambos nos preguntábamos —desde las respectivas rocas y la distancia de nuestros espontáneos prejuicios—:“Vaya, no puedo sino coincidir con lo que plantea”. Teníamos algo en común desde la base: ambos desconfiábamos de los prejuicios y no nos gustaba acomodar la verdad ni tomar partido por las razones llamadas “políticas”. En una ocasión, con sus humoradas cariñosas, le acotó a la canciller Alvear, que nos visitaba: “Ministra, en este Consejo la Clarita representa a la extrema derecha y yo a la extrema izquierda”.
Cuando dejó de ser consejero, sentí que el Consejo se inclinó. Empezó a faltar un fuerte pilar que diera sustento de nuestra tradición colegial. Nuestra sociedad también debe así sentir, ahora, la ausencia del hombre que desde su integridad buscó con valor lo justo, como cuando integró la comisión Rettig y la Mesa de Diálogo, para encontrar verdadera respuesta sobre cada detenido desaparecido, y justicia para sus familiares.
No firmó el acuerdo de la Mesa de Diálogo. Yo tampoco lo habría hecho, pues mi prioridad es conocer la verdad. Gonzalo propuso dar fuertes alicientes, hasta pagar por la información, para dar con el paradero de los desaparecidos y saber la verdad. Yo sigo creyendo que sólo con fuertes estímulos procesales, garantías, atenuantes y hasta eximentes por colaboración eficaz, la obtendremos. La mayoría opinante y determinante en la sociedad chilena ha preferido mantener altas las banderas de lucha antes de saber dónde están las víctimas; y los que saben, temen decirlo, pues serán severamente castigados sin esperanza de indultos ni beneficio alguno. Son opciones de política criminal que no puedo compartir, pues el derecho penal es algo demasiado serio para utilizarlo en dejar señales políticas. Y el drama de los familiares de las víctimas es demasiado fuerte como para dejarlo sin respuesta.
Bueno, en asuntos de esa hondura estábamos muy cerca.
Con gran pena por tu ausencia, te despido formalmente, Gonzalo.
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