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Editor: Neville Blanc

Wednesday, November 04, 2009

Hipatia fue uno de los grandes mártires del pensamiento y de la ciencia de Occidente

Retrato imaginario de Hipatia,
por Rafael Sanzio.
Edwards, Jorge

La Segunda Viernes 30 de Octubre de 2009

Hipatia de Alejandría
Uno de los personajes de actualidad en la España de hoy es una mujer del siglo IV después de Cristo, Hipatia de Alejandría. Agora, la última película de Alejandro Amenábar, cineasta español de origen chileno, cuenta a su manera la historia de Hipatia. En los días de la salida de la película encontramos en los mesones de los libreros, en los lugares más destacados, cuatro o cinco novelas y ensayos históricos sobre el tema. Nadie se ha puesto de acuerdo de antemano. Ni Amenábar tuvo en cuenta los libros que se encontraban en preparación, ni los autores, que trabajaban en sus respectivos textos desde hacía un buen rato, calculaban que su aparición coincidiría con el estreno de la película. La historia de Hipatia, que es en sí misma apasionante, ha servido probablemente de pretexto a historiadores, novelistas, gente de cine, entre otras cosas, para un alegato a favor de las libertades, en contra de los fanatismos de todo orden, los de hoy y los del pasado, en apoyo de la independencia y la autonomía intelectual de las mujeres.
Escribo muchas veces después de una larga familiaridad con un tema determinado, pero también suelo escribir a partir de un descubrimiento, de una curiosidad que recién despierta. Hace poco tenía un vago conocimiento de Hipatia. La había encontrado a la vuelta de alguna página, y hasta ahora no sé si una Hiparchia que menciona Montaigne con gran interés corresponde a este personaje. Pues bien, llegué a Madrid, hace un poco más de dos semanas, y dos o tres amigos me llevaron a la presentación de un libro en la sala del Círculo de Lectores: El sueño de Hipatia, obra del novelista e historiador José Calvo. A través de las palabras de los presentadores, y sobre todo en las del autor, aprendí muchas cosas y además conocí o, por lo menos, vislumbré el tamaño de mi ignorancia. Tendría que dedicarme en mi próxima reencarnación, pensé, a seguir la pista de estos primeros siglos de la era cristiana: a estudiar el fin de la antigüedad clásica y la afirmación triunfal, después de largas luchas, de la religión nueva.
Es evidente que algunas de las claves mayores de la historia de Occidente se encuentren en aquellos años turbulentos. Hipatia nació en Alejandría a fines del siglo IV, hacia el año 370 o un poco antes, y era hija de un hombre de ciencias y filósofo conocido, Teón de Alejandría. Sólo se tiene algunos datos comprobados acerca de ella y su familia, pero hay bases para pensar que su padre se preocupó de educarla en forma esmerada y que trató de convertirla en la mujer más perfecta de su tiempo. Era hermosa, de inteligencia superior, y su padre se ocupó incluso de su educación física, de su régimen alimenticio, de su forma de vida, aparte de inculcarle los conocimientos filosóficos y científicos más avanzados de la época. En su juventud ya era profesora en una academia y llegaban discípulos de todos los rincones del imperio a seguir sus enseñanzas. Era experta, según se nos explica, en las filosofías de Platón y de Plotino, y practicaba, bajo la orientación de su padre, investigaciones superiores en temas de astronomía. Descubrió formas curvas que permitieron explicar el movimiento en elipse de la Tierra y de las estrellas alrededor del Sol: líneas en el espacio que muchos siglos más tarde fueron rescatadas por la ciencia europea. Los historiadores de su tiempo y los modernos tienden a ponerse de acuerdo en un retrato en gran parte imaginario: coinciden en su belleza física y en su decisión de renunciar al amor y al erotismo para dedicarse por completo al estudio. No sé si esto último se puede afirmar en forma segura. Es posible que la noción de una mujer filósofa y astrónoma vaya acompañada, por lo menos en las mentes tradicionales, de la idea o la exigencia de la castidad. Testimonios diferentes indicarían que contrajo matrimonio con un personaje de su mismo ambiente académico y social y que se mantuvo virgen. Pero aquí entramos en la especulación pura, y esto podría prestarse mejor para la fantasía de pintores, novelistas, cineastas. Porque salta a la vista, por ejemplo, que Hipatia no sólo ha estado de moda en el Madrid de estos días. Hay un retrato suyo inventado por Rafael Sanzio en pleno Renacimiento italiano: es una joven de cara más bien redonda, de abundante pelo rubio, de expresión entre sencilla e irónica. Un prerrafaelista inglés, en cambio, la representó desnuda, cubierta a medias por una larga cabellera, en un escenario decadente, medio destruido, sembrado de algunos escombros. En el retrato inglés no es una joven simple, de mirada vivaz: es una seductora consumada, una provocadora de ojos velados, de mirada esquiva, que ofrece su cuerpo y a la vez mira para otra parte. Tiene algo de diosa, algo de demonio, y de intelectual virgen, absolutamente nada.
Alejandro Amenábar trazó un retrato personal dentro de un marco de Hollywood. El resultado es ameno, un poco delirante, vagamente surrealista, con insinuaciones que nos llevan a la pintura de Moreau, de los románticos alemanes, del surrealista Max Ernst. La Alejandría del siglo IV reconstruida en estudios, en cartón piedra, alcanza a ser divertida para todos: niños, ancianos, gente ingenua, intelectuales exigentes. Supongo que cosechará abundantes críticas negativas y notables éxitos de taquilla. A mí me dio la impresión de que Agora admite lecturas muy diversas. La única relación amorosa, no consumada, desde luego, se produce en la película con un simpático joven esclavo, uno de los pocos seres de toda esta historia que no incurren en el fanatismo colectivo. Los cristianos de Amenábar, que ya no son los primeros, que ya salieron hace rato de las catacumbas y se hallan en proceso de conquistar el poder, se parecen mucho a los fanáticos de épocas recientes. Queman los papiros de la antigüedad, como los nazis; demuestran una desconfianza visceral frente a filósofos y hombres de ciencia, como discípulos de José Stalin; derriban los viejos ídolos, como talibanes. Todo es un “entertainment”, pero eso no nos impide quedar pensativos, con un sabor de boca un tanto amargo.
Se sabe poco de Hipatia, como ya dije, pero se conocen detalles espeluznantes acerca de su muerte. Una banda de fanáticos religiosos que circulaba en Alejandría la encontró en la calle y la arrastró por el suelo entre golpes e insultos. Ella tenía sesenta años de edad o un poco menos. Le habían preguntado en público, hacía poco, si creía en la fe cristiana y ella había contestado que creía en la filosofía. La llevaron a un templo, la desnudaron y la mataron a pedradas. Después arrastraron el cuerpo a otro recinto y lo quemaron. No se sabe si obedecían órdenes superiores o si todo era un acto espontáneo de brutalidad. En todo caso, Hipatia fue uno de los grandes mártires del pensamiento y de la ciencia de Occidente, a la altura de Galileo, de Miguel Servet, de Giordano Bruno, de tantos otros.

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