NUESTROS SOCIOS OPINAN: HERNÁN RODRÍGUEZ VILLEGAS
Opinión "Más allá de los materiales, conservemos los volúmenes", pide Rodríguez.
Golpe a la arquitectura tradicional chilena
Del libro "Casas de Campo", de Pereira, Rodríguez y Maino, que recopilaba 38 casas patronales tradicionales del valle central, 30 de ellas sufrieron daños gravísimos. ¿Qué hacer más adelante? ¿Continuidad con nuestro origen o una ruptura?
Hernán Rodríguez Villegas
El Mercurio Artes y Letras Santiago de Chile domingo 7 de marzo de 2010 Actualizado a las 6:25 hrs.
Luego del terremoto es un desafío difícil escribir sobre patrimonio, porque el corazón está dividido entre dos sentimientos distantes: el duelo por las construcciones perdidas y el impulso vital de renacer, volver a levantarse. Debemos enfrentar, más que eso, creer en la muerte y resurrección de la arquitectura tradicional chilena. Estamos en un punto de inflexión que nunca antes se había producido, por la magnitud del daño y por la conciencia que hay hoy día sobre el valor del patrimonio. Eso nos obliga a una reflexión, a una actitud.
Hace pocos años, junto a Teresa Pereira y Valeria Maino publicamos el libro "Casas de Campo" donde con las fotografías del equipo que lideró Roberto Edwards dimos a conocer 38 casas patronales, desde el valle de Elqui hasta el de Maule. Treinta o más de esas casas, al sur de Santiago, sufrieron daños gravísimos, muchos irreparables. Pueden mencionarse entre las más dañadas Aculeo, Estacada de Guacarhue, Casas de Pencahue, Ana Luisa de Cunaco, Los Olmos del Huique, San José del Carmen del Huique, Calleuque, Peralillo, Mallermo y Santa Lucía de Quechereguas en Molina .
Entre Aconcagua y Maule se tejió la trama fundacional de Chile, en poblados, haciendas y valles que son raíz profunda de nuestra identidad. Colchagua, entre ellos, había reconocido ese valor identitario y con el esfuerzo de vecinos y empresarios logró construir un atractivo modelo de cultura local que sumó agricultura, patrimonio, turismo y artesanía. Tanto Colchagua como los valles más al sur que deseaban imitar su modelo hoy están destruidos. Cayó su arquitectura tradicional y la población y su quehacer han quedado sin marco, sin referencias. No sólo hay que sobreponerse a la tragedia humana. También hay que reconstruir y, cuando sea posible, restaurar.
La arquitectura tradicional es la respuesta histórica a nuestra geografía, es su complemento, su punto de equilibrio. En siglos de ejercicio alcanzó sabiduría emplazando construcciones y dándoles proporción y medida. Antes que discutir si usar adobe o concreto hay que lograr consenso en el deseo de conservar sus volúmenes simples, en replicar la extensión de sus corredores, en el ángulo de las cubiertas a dos aguas, en mantener la edificación continua en los poblados, y la verticalidad de puertas y ventanas (¡por favor, conserven la carpintería original!). La suma de esos detalles hacen de Guacarhue, Chépica, Lolol o Chanco creaciones sencilla pero potentes una cultura que hay que preservar.
Para que esto suceda tenemos que, primeramente, reconstruir nuestra legislación patrimonial. Una nueva Ley de Monumentos Nacionales. Eso permitiría dar cimiento sólido, permanente, a una arquitectura frágil. Permitiría recursos, gestión, incentivos, respuestas técnicas. Como las que hoy se necesitan. Porque, a pesar de la gran cantidad de construcciones de adobe, no hay o hay pocos expertos en ese material. No se le considera en la norma de construcción chilena, ni hay cursos sobre adobe en las carreras de arquitectura, ingeniería y construcción. ¿A quién acude entonces la autoridad o el vecino de Constitución, de San Javier, de Población? A esto se suma que se ha perdido el oficio y son pocos los buenos maestros adoberos, los que saben estucar con polvillo o intercalar escalerillas de madera, especialidades que otros países se esmeran en conservar.
Hay desafíos graves. Sobre todo los sectores antiguos de ciudades y pueblos tradicionales, con iglesias incluidas, y algunas casas patronales que son raíz e identidad de una localidad.
Se necesita calma para demorar demoliciones excesivas, y prisa para acercarse a especialistas e instituciones, para que comuniquen sus experiencias y colaboren a la gestión. Es a la vez drama y oportunidad, donde generaciones jóvenes de ingenieros, constructores y arquitectos pueden organizarse en torno a poblados y edificios patrimoniales destruidos, y los colegios profesionales, y corporaciones apoyando.
Pasado el impacto y solucionada la urgencia hay que reflexionar sobre qué ciudades, pueblos y paisaje queremos. Si continuidad con nuestro origen o ruptura. Estética o feísmo. Como nunca, la vida necesita aliciente de belleza y espíritu. Y ese es el mensaje que transmite la vieja arquitectura, que desde siempre nos ha contenido y nos proyecta.
Del libro "Casas de Campo", de Pereira, Rodríguez y Maino, que recopilaba 38 casas patronales tradicionales del valle central, 30 de ellas sufrieron daños gravísimos. ¿Qué hacer más adelante? ¿Continuidad con nuestro origen o una ruptura?
Hernán Rodríguez Villegas
El Mercurio Artes y Letras Santiago de Chile domingo 7 de marzo de 2010 Actualizado a las 6:25 hrs.
Luego del terremoto es un desafío difícil escribir sobre patrimonio, porque el corazón está dividido entre dos sentimientos distantes: el duelo por las construcciones perdidas y el impulso vital de renacer, volver a levantarse. Debemos enfrentar, más que eso, creer en la muerte y resurrección de la arquitectura tradicional chilena. Estamos en un punto de inflexión que nunca antes se había producido, por la magnitud del daño y por la conciencia que hay hoy día sobre el valor del patrimonio. Eso nos obliga a una reflexión, a una actitud.
Hace pocos años, junto a Teresa Pereira y Valeria Maino publicamos el libro "Casas de Campo" donde con las fotografías del equipo que lideró Roberto Edwards dimos a conocer 38 casas patronales, desde el valle de Elqui hasta el de Maule. Treinta o más de esas casas, al sur de Santiago, sufrieron daños gravísimos, muchos irreparables. Pueden mencionarse entre las más dañadas Aculeo, Estacada de Guacarhue, Casas de Pencahue, Ana Luisa de Cunaco, Los Olmos del Huique, San José del Carmen del Huique, Calleuque, Peralillo, Mallermo y Santa Lucía de Quechereguas en Molina .
Entre Aconcagua y Maule se tejió la trama fundacional de Chile, en poblados, haciendas y valles que son raíz profunda de nuestra identidad. Colchagua, entre ellos, había reconocido ese valor identitario y con el esfuerzo de vecinos y empresarios logró construir un atractivo modelo de cultura local que sumó agricultura, patrimonio, turismo y artesanía. Tanto Colchagua como los valles más al sur que deseaban imitar su modelo hoy están destruidos. Cayó su arquitectura tradicional y la población y su quehacer han quedado sin marco, sin referencias. No sólo hay que sobreponerse a la tragedia humana. También hay que reconstruir y, cuando sea posible, restaurar.
La arquitectura tradicional es la respuesta histórica a nuestra geografía, es su complemento, su punto de equilibrio. En siglos de ejercicio alcanzó sabiduría emplazando construcciones y dándoles proporción y medida. Antes que discutir si usar adobe o concreto hay que lograr consenso en el deseo de conservar sus volúmenes simples, en replicar la extensión de sus corredores, en el ángulo de las cubiertas a dos aguas, en mantener la edificación continua en los poblados, y la verticalidad de puertas y ventanas (¡por favor, conserven la carpintería original!). La suma de esos detalles hacen de Guacarhue, Chépica, Lolol o Chanco creaciones sencilla pero potentes una cultura que hay que preservar.
Para que esto suceda tenemos que, primeramente, reconstruir nuestra legislación patrimonial. Una nueva Ley de Monumentos Nacionales. Eso permitiría dar cimiento sólido, permanente, a una arquitectura frágil. Permitiría recursos, gestión, incentivos, respuestas técnicas. Como las que hoy se necesitan. Porque, a pesar de la gran cantidad de construcciones de adobe, no hay o hay pocos expertos en ese material. No se le considera en la norma de construcción chilena, ni hay cursos sobre adobe en las carreras de arquitectura, ingeniería y construcción. ¿A quién acude entonces la autoridad o el vecino de Constitución, de San Javier, de Población? A esto se suma que se ha perdido el oficio y son pocos los buenos maestros adoberos, los que saben estucar con polvillo o intercalar escalerillas de madera, especialidades que otros países se esmeran en conservar.
Hay desafíos graves. Sobre todo los sectores antiguos de ciudades y pueblos tradicionales, con iglesias incluidas, y algunas casas patronales que son raíz e identidad de una localidad.
Se necesita calma para demorar demoliciones excesivas, y prisa para acercarse a especialistas e instituciones, para que comuniquen sus experiencias y colaboren a la gestión. Es a la vez drama y oportunidad, donde generaciones jóvenes de ingenieros, constructores y arquitectos pueden organizarse en torno a poblados y edificios patrimoniales destruidos, y los colegios profesionales, y corporaciones apoyando.
Pasado el impacto y solucionada la urgencia hay que reflexionar sobre qué ciudades, pueblos y paisaje queremos. Si continuidad con nuestro origen o ruptura. Estética o feísmo. Como nunca, la vida necesita aliciente de belleza y espíritu. Y ese es el mensaje que transmite la vieja arquitectura, que desde siempre nos ha contenido y nos proyecta.
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