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Editor: Neville Blanc

Friday, December 17, 2010

UNA NOVELA DE ARTURO FONTAINE


¿Una doble vida?
posteado por: Daniel Mansuy



La última novela de Arturo Fontaine, cuyo título es La vida doble, nos introduce sin rodeos ni anestesia en esas zonas de nuestra historia que, a veces, no querríamos ni mirar. Son los subterráneos oscuros, los rincones siniestros del Chile de los `80, allí donde nadie tenía demasiados escrúpulos a la hora de elegir los métodos para combatir la amenaza terrorista. Es, a no dudarlo, un momento particularmente sombrío de nuestro pasado reciente, y Fontaine tiene el mérito innegable de traerlo a la luz con una gran historia.

La vida doble es una novela que se deja leer porque está muy bien escrita. La narración en primera persona le da una fuerza singular al relato, porque el autor (y el lector) es constantemente interpelado por la protagonista que habla. Esto genera un diálogo a tres voces, donde sólo la narradora tiene la palabra, pero donde otros dos van respondiendo. El autor nos describe además el mundo de los grupos revolucionarios, y la realidad paralela de los organismos de inteligencia. Son mundos de misterio, de puntos, de misiones, de peligros y de múltiples realidades que se reflejan unas con otras, y donde nadie sabe muy bien dónde está el espejo, si es que acaso lo hay. Son mundos de vértigos y de compromisos vitales de una radicalidad que ya nos cuesta siquiera concebir.

El hilo central puede resumirse del modo siguiente: Irene cree en la Revolución y en la Historia. Como tal, forma parte de una célula subversiva que organiza un asalto. Éste falla, e Irene cae detenida mientras su compañero -Canelo- muere en el combate. En seguida, Irene es víctima de torturas indecibles -que Fontaine narra con sobriedad sin eludir nada- y sin embargo resiste, no delata. Semanas después es dejada en libertad, pero vuelve a ser detenida al poco tiempo. En rigor, su libertad sólo era un ardid para rastrearla mejor y descubrir su punto débil. En ese momento, todo cambia: Irene no sólo habla, no sólo dice todo lo que sabe, sino que además se produce en ella una suerte de conversión, y pasa a formar parte activa de la célula antiterrorista. Se convierte en miembro del servicio, tiene un arma, interroga a los detenidos y entrega datos cruciales.

Una pregunta recorre toda la novela: ¿cómo puede alguien cambiar de piel de modo tan absoluto y repentino?, ¿cómo puede alguien pasar de ser una ferviente devota de la revolución proletaria a colaborar activamente con los servicios de inteligencia de Pinochet? Ése es el fenómeno que se intenta comprender, y ciertamente la novela tiene la virtud de moverse en ese plano: acá no hay condenas facilistas ni juicios expeditivos, sino más bien cierta perplejidad. La misma Irene no deja de vacilar respecto de su propia historia. La vida doble es, en muchos sentidos, la historia de una vida frustrada, de una vida que nunca pudo seguir la máxima de Píndaro: Irene nunca pudo a llegar a ser lo que era, en parte porque nunca lo supo y en parte porque nadie puede impunemente vivir dos vidas en una. Irene no pudo vivir su vida en ninguna dirección porque una vida doble es algo así como una vida que no es ninguna.

Pero volvamos al relato. Irene admira a sus camaradas caídos en combate: ellos no tuvieron que entregarse, ellos no fueron violentados en sus convicciones. La muerte transformó a Canelo en un héroe, mientras que a ella la vida la transformó en una delatora. Irene recuerda a Winston Smith, el personaje central de 1984, quien también busca combatir a un régimen al que considera injusto y opresivo. Su subversión fracasa porque el poder totalitario descrito por Orwell no admite ninguna grieta, ninguna salida. Pero también fracasa por otro motivo, motivo que Evelyn Waugh viera con tanta lucidez: la rebelión de Winston fracasa sobre todo porque, en el fondo, su rebelión es falsa. La Fraternidad a la que se suma es una réplica del poder totalitario. De hecho, para ingresar a ella, Winston debe estar dispuesto a realizar todo tipo de acciones sin limitaciones de ningún tipo. Para oponerse, debe renunciar a su libertad moral. El proceso de Irene es parecido, pues también debe aceptar que la revolución conlleva “hectolitros de sangre joven”: ella lo admite y consiente sin reflexionar ni buscar razones. ¿Qué la motivaba? “Mi destino era vengar. En mis oídos zumbaba el silencio de los muertos”, nos dice. La máxima es: por la causa, todo. Winston e Irene dan así un paso sin vuelta atrás. En la noche que antecede el asalto fallido, Canelo también tiene estas dudas: pero a él lo absolvió la muerte. A Camus lo obsesionaba el mismo problema, y el sólo hecho de enunciar sus dudas en esa estremecedora obra llamada Los justos le valió la enemistad de casi toda la intelligentsia de su época: ¿debe el verdadero revolucionario estar dispuesto a todo?, ¿no hay acaso en esa decisión una especie de perversión moral, una suerte de transgresión que termina yendo en el mismo sentido de lo que se quiere combatir?

En La vida doble estas preguntas son inevitables porque el cambio de piel de Irene es súbito e instantáneo. “Mi confesión, dice, terminó siendo un vómito de odio a mis hermanos, a mi misma, la de antes”. Ya no era Irene, ahora era de los otros, pero el sentimiento permanece idéntico: sólo cambió el objeto de su odio. Pero para que tal cosa pueda ocurrir, debe haber una identidad invisible entre ambas pieles, un túnel secreto que comunique ambas existencias. Ella misma lo admite cuando asume que el día del asalto decidió entregarse. Y lo que constituye su verdadera tragedia es su incapacidad de entender qué fue lo que le pasó. Por eso, hasta el final, se niega a sí misma, niega las dos modalidades que asumió su propio ser. Y su tragedia es también la de Chile, la tragedia de todos nosotros, porque todos somos, de algún modo, Irene. Aunque no la queramos mirar.

Créditos: Foto Claudio Pérez

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