ULISES & JOYCE
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Dublín goza a lo grande con la fiesta del Bloomsday en honor de James Joyce y de su obra cumbre, 'Ulises' - Los participantes emulan a los personajes del libro
EDUARDO LAGO
Dublín goza a lo grande con la fiesta del Bloomsday en honor de James Joyce y de su obra cumbre, 'Ulises' - Los participantes emulan a los personajes del libro
EDUARDO LAGO
- Dublín - 16/06/2010
El 16 de junio de 1904, un escritor en ciernes que respondía al nombre de James Joyce invitó a Nora Barnacle, una atractiva joven que trabajaba como empleada en un hotel de Dublín, a dar un paseo por la ciudad. Fue el comienzo de una relación que solo se truncaría con la muerte, pero, sobre todo, aquel paseo fue importante porque en él se encerraba el germen de uno de los proyectos novelísticos más ambiciosos de la historia de la literatura universal.
El 16 de junio de 1904, un escritor en ciernes que respondía al nombre de James Joyce invitó a Nora Barnacle, una atractiva joven que trabajaba como empleada en un hotel de Dublín, a dar un paseo por la ciudad. Fue el comienzo de una relación que solo se truncaría con la muerte, pero, sobre todo, aquel paseo fue importante porque en él se encerraba el germen de uno de los proyectos novelísticos más ambiciosos de la historia de la literatura universal.
Al autor le gustaban el teatro, los chistes y, sobre todo, oír y contar una historia
La conmemoración encierra una paradoja difícil de explicar
La conmemoración encierra una paradoja difícil de explicar
El 16 de junio es el día en que se desarrolla toda la acción del Ulises, novela de más de 700 páginas considerada la obra cumbre de la prosa en lengua inglesa. A lo largo de una trama que comprende tan solo 24 horas se lleva a cabo un recorrido tan completo de la ciudad de Dublín que, al decir de su autor, si algún día una catástrofe la borrara de la faz de la tierra, su texto sería suficiente para reconstruirla en su totalidad tal y como era cuando se publicó la novela en 1922. Año tras año, y a pesar de las dificultades que planteaba y sigue planteando su lectura, los hechos narrados por Joyce han logrado capturar la imaginación de propios y extraños de tal modo que la acción ha pasado a convertirse en propiedad de toda la ciudad.
Hoy día, cuando llega el 16 de junio, son miles los dublineses que se echan a la calle para conmemorar en clave festiva los diversos episodios descritos por James Joyce en el Ulises, en una celebración irrepetible conocida como Bloomsday, en honor del protagonista del libro, el afable Leopold Bloom, el más común de los mortales. Además de los dublineses, toman parte en la celebración innumerables seguidores del escritor irlandés, procedentes de las más remotas partes del mundo.
A Joyce le gustaban el teatro, los chistes, las adivinanzas, los juegos de palabras, las baladas y canciones populares y sobre todo, oír y contar una buena historia, sin que tuviera demasiada importancia que fuera verdadera o fabulosa. Y quizás más que nada: vivir y observar la gama de situaciones que surgen mientras un grupo de parroquianos a la antigua da cuenta de una larga serie de tragos en el singular entorno que aporta un pub dublinés, donde las más de las veces no resulta fácil distinguir la realidad de la fantasía.
El primer Bloomsday se celebró en 1954, con motivo del cincuentenario del paseo ficticio descrito en la novela. En 2004 se sumaron a Dublín numerosas ciudades, con celebraciones parciales, pero nada de ello es comparable a lo que sucede en la capital de Irlanda y sus alrededores, donde el espíritu del Ulises se apodera de toda una comunidad, en una suma de espectáculos que comprenden desde actos culturales, incluida la lectura completa del texto (realizada en numerosos puntos), dramatizaciones de episodios, paseos callejeros, bailes y toda suerte de actividades presididas por el signo de un abierto desenfadado.
La celebración del Bloomsday encierra una paradoja que resulta bastante difícil de explicar. El año pasado, un reportero del Irish Times recorrió los distintos escenarios donde se congregaban los joycianos, debidamente disfrazados con sus trajes eduardianos de época, con un objetivo específico: averiguar qué porcentaje de celebrantes había leído la novela de principio a fin. El resultado fue cuando menos llamativo: nadie. Tan solo al final de su larga encuesta, el periodista dio con un extranjero, escritor por más señas, aunque no quiso dar su nombre, que sí había leído el libro (varias veces). Y fue el desconocido quien le dio la clave. La gente celebra el logro de Joyce, aunque no entienda la parafernalia técnica de que se sirve para llevar a cabo su proyecto literario. El logro del irlandés consiste en haber sabido encapsular en el complejo armazón de su novela el espíritu de todo un pueblo.
Es posible, pero no cabe la menor duda de que la cosa va más allá del entorno puramente dublinés: son muchos, cada vez más, los que sienten una atracción difícil de explicar por la obra del irlandés, y muchos, cada vez más, quienes se acercan hasta Dublín para dar testimonio de ello, lo cual ahonda el misterio. Una manera simbólica de sumarse al homenaje es participar en la lectura del texto. Hace unos años se quedó pequeño el James Joyce Center, donde tradicionalmente tenía lugar, siendo necesario habilitar un escenario situado en una plaza del céntrico barrio de Temple Bar.
De entre quienes vienen de fuera a participar en el festín literario ha llamado la atención de los irlandeses un improbable grupo de escritores españoles que desde hace tres años acude imperturbable a Dublín a fin de celebrar en español el día del Ulises. Se trata de los Caballeros de la inclasificable Orden del Finnegans, que ayer presentó en la capital de Irlanda un libro homónimo en el que rinden (de manera también inclasificable) homenaje a James Joyce.
Los preparativos de este año empezaron hace semanas, con un festival en Phoenix Park, paraje joyciano por excelencia. Desde última hora de ayer, los dublineses tenían puesta la vista en un elemento que puede darle un vuelco a las celebraciones: la lluvia. En la larga tarde de verano, lucía un sol esplendoroso. El taxista que me lleva desde el aeropuerto no deja de señalarlo: "Vamos a tener un Bloomsday glorioso", anuncia feliz, y me pregunta de qué país vengo.
Hoy día, cuando llega el 16 de junio, son miles los dublineses que se echan a la calle para conmemorar en clave festiva los diversos episodios descritos por James Joyce en el Ulises, en una celebración irrepetible conocida como Bloomsday, en honor del protagonista del libro, el afable Leopold Bloom, el más común de los mortales. Además de los dublineses, toman parte en la celebración innumerables seguidores del escritor irlandés, procedentes de las más remotas partes del mundo.
A Joyce le gustaban el teatro, los chistes, las adivinanzas, los juegos de palabras, las baladas y canciones populares y sobre todo, oír y contar una buena historia, sin que tuviera demasiada importancia que fuera verdadera o fabulosa. Y quizás más que nada: vivir y observar la gama de situaciones que surgen mientras un grupo de parroquianos a la antigua da cuenta de una larga serie de tragos en el singular entorno que aporta un pub dublinés, donde las más de las veces no resulta fácil distinguir la realidad de la fantasía.
El primer Bloomsday se celebró en 1954, con motivo del cincuentenario del paseo ficticio descrito en la novela. En 2004 se sumaron a Dublín numerosas ciudades, con celebraciones parciales, pero nada de ello es comparable a lo que sucede en la capital de Irlanda y sus alrededores, donde el espíritu del Ulises se apodera de toda una comunidad, en una suma de espectáculos que comprenden desde actos culturales, incluida la lectura completa del texto (realizada en numerosos puntos), dramatizaciones de episodios, paseos callejeros, bailes y toda suerte de actividades presididas por el signo de un abierto desenfadado.
La celebración del Bloomsday encierra una paradoja que resulta bastante difícil de explicar. El año pasado, un reportero del Irish Times recorrió los distintos escenarios donde se congregaban los joycianos, debidamente disfrazados con sus trajes eduardianos de época, con un objetivo específico: averiguar qué porcentaje de celebrantes había leído la novela de principio a fin. El resultado fue cuando menos llamativo: nadie. Tan solo al final de su larga encuesta, el periodista dio con un extranjero, escritor por más señas, aunque no quiso dar su nombre, que sí había leído el libro (varias veces). Y fue el desconocido quien le dio la clave. La gente celebra el logro de Joyce, aunque no entienda la parafernalia técnica de que se sirve para llevar a cabo su proyecto literario. El logro del irlandés consiste en haber sabido encapsular en el complejo armazón de su novela el espíritu de todo un pueblo.
Es posible, pero no cabe la menor duda de que la cosa va más allá del entorno puramente dublinés: son muchos, cada vez más, los que sienten una atracción difícil de explicar por la obra del irlandés, y muchos, cada vez más, quienes se acercan hasta Dublín para dar testimonio de ello, lo cual ahonda el misterio. Una manera simbólica de sumarse al homenaje es participar en la lectura del texto. Hace unos años se quedó pequeño el James Joyce Center, donde tradicionalmente tenía lugar, siendo necesario habilitar un escenario situado en una plaza del céntrico barrio de Temple Bar.
De entre quienes vienen de fuera a participar en el festín literario ha llamado la atención de los irlandeses un improbable grupo de escritores españoles que desde hace tres años acude imperturbable a Dublín a fin de celebrar en español el día del Ulises. Se trata de los Caballeros de la inclasificable Orden del Finnegans, que ayer presentó en la capital de Irlanda un libro homónimo en el que rinden (de manera también inclasificable) homenaje a James Joyce.
Los preparativos de este año empezaron hace semanas, con un festival en Phoenix Park, paraje joyciano por excelencia. Desde última hora de ayer, los dublineses tenían puesta la vista en un elemento que puede darle un vuelco a las celebraciones: la lluvia. En la larga tarde de verano, lucía un sol esplendoroso. El taxista que me lleva desde el aeropuerto no deja de señalarlo: "Vamos a tener un Bloomsday glorioso", anuncia feliz, y me pregunta de qué país vengo.
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