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Editor: Neville Blanc

Wednesday, July 07, 2010

PAULA ILABACA





Ya El Mercurio martes 6 de julio de 2010
Paula Ilabaca
La joven promesa de la poesía chilena


De niña pequeña, lloraba cuando tenía que leer. Pero desde Mujercitas a los 9 años, no pudo parar de leer ni escribir más. Paula Ilabaca, la reciente ganadora del Premio de la Crítica de la Universidad Diego Portales por el libro de poesía La Perla Suelta, eso sí, aquí abre pedacitos de su vida. Una llena de aventuras, performances, perlas -sueltas, falsas y para comer- , alumnos, policías y poemas.

Por María Paz Cuevas. Fotografía: Ulises Nilo.

La chaqueta azul marino que cuelga en la silla de la oficina y tiene la placa de la PDI dice su nombre: Paula Ilabaca. Paula Ilabaca, profesora de comunicaciones, encargada de la gestión cultural y perito documental de la institución policial. Paula Ilabaca (31), quien hoy martes anda bien peinada, con botas con taco y tiene fotos de su familia y una postal de Gabriela Mistral al lado de su computador en la Escuela de Investigaciones en Pajaritos.

Paula Ilabaca que a principios de junio estaba al otro lado del mapa, de vacaciones en España junto a dos amigas y que un buen día, en un hostal de Madrid recibió un mail de la Universidad Diego Portales que decía:

"Necesitamos encontrarte urgente porque has sido la ganadora del Premio de la Crítica de la UDP por tu libro de poemas "La Perla Suelta", publicado por editorial Cuarto Propio a fines de 2009".

Entonces Paula que tiene los ojos grandes y vivos, lloró de felicidad. También de desconcierto. Porque era la primera vez que ella, licenciada en letras y en educación de la Universidad Católica, autora del libro "Completa" (2003), "La Ciudad Lucía" (2006) y "La Perla Suelta" (2009) y poeta de diversos libros de antologías, recibía un premio tras diez años de escritura. Porque lo recibía además por "La Perla Suelta" que era bien suelta. "El libro más warrior que he sacado".

Desde que lo había publicado, Paula había leído sus poemas haciendo las performances que siempre hace. En México, antes de leer un pedacito del libro en una ceremoniosa ronda de lecturas en el Instituto Geográfico de Ciudad de México, lanzó perlas que compró en Rosas en Santiago al piso, entre sus auditores. Y ahora en España, en la acción poética 31 Balas de Plata, se tragó un vaso lleno de perlitas plateadas para pasteles antes de leer: "Más allá, en otro espacio o bajo otro estado, el rey está profundamente dormido. Y no escucha. Y no siente. Y no sabe que la suelta espera y espera el momento justo en el que se hará la linda, para luego escapar".

"Me comí como 100 gramos de perlitas, casi me muero. Pero hago estas cosas porque me gusta. Siento que la poesía me hace más libre, que puedo hacer de todo", cuenta. Sin embargo, al menos en Chile, "La Perla Suelta" rebotó en el mundo sin reacciones. "Yo miraba el libro y pensaba que nadie iba a querer comentarlo porque era demasiado femenino, despelotado, intenso. Pero también me gustaba que nadie dijera nada. Por eso, Paula dejó a la Perla Suelta, suelta por el mundo, y siguió haciendo sus clases, escribiendo sus poemas en casa, viajando a España de vacaciones. Hasta que le dijeron del reconocimiento que entrega la Universidad Diego Portales en conjunto con Ediciones UDP para promover la difusión de la producción literaria nacional, y es el resultado de las lecturas que durante un año realizan varios críticos chilenos.

Ella, después de la emoción, llamó por teléfono a su papá, policía de la PDI en retiro, y le dijo: "¿Se acuerda, papá, que le dije que iba a ser la mejor?". Y le soltó la nomticia.

La marca de mujercitas

Lloraba la niña Paula a sus ocho años cuando tenía que leer un Papelucho para segundo básico. Lloraba, y su mamá, que se sentaba a su lado para ayudarla, le dijo un día: "Paulita, esto no puede ser. En esta casa se lee. Vamos a comprar un libro que va a ser para ti". En la casa de dos pisos de La Florida, con papá detective, mamá secretaria y dueña de casa y tres niños -Paula, Daniela (29) y Fernando (22)-, se leía. Había una biblioteca con literatura chilena, poesía y libros de arte. El televisor pasaba la mayor parte del tiempo apagado. Por eso, su madre fue a San Diego con su hija mayor y le regaló un libro gordo de 300 páginas: Mujercitas. Paula lo leyó un verano y no lo soltó más. Tenía 9 años. "Me marcó mucho Josephine, la escritora, porque escribiendo lograba cosas, viajaba, se iba de la casa". Entonces empezó a leer. Leer, leer, escribir y escribir. Primero, un diario de vida lleno de detalles. "Hoy fuimos con mi familia al Cajón del Maipo y comimos pollo asado". Y después, cuando había descubierto la poesía de Huidobro, ya tenía 12 años y le gustaban algunos compañeros, poemas. Instaló en su pupitre un cartel que decía: "Escritora trabajando", y elaboraba algunos para los amigos que vinieran a contarle sus historias de amor. "Empecé a escribir poesías, sin saber. Cuando me rimaban, las rayaba para que no rimaran tanto. Tenía el deber de que los poemas rimaran, porque así salían en los libros del colegio, pero Huidobro no rimaba. Entonces, ¿qué escribía yo?", recuerda ella.

Era un poco rara la lolita Paula. No se vestía a la moda como sus compañeritas. Cuando todas usaban el pelo largo, ella pidió una melena corta con chasquilla en la peluquería. Cuando todas iban a fiestas en casa, ella prefería quedarse encerrada en su pieza escribiendo. "¿Por qué no vas a la fiesta, Paulita?", le preguntaban sus papás asomados en la puerta de su habitación. "Porque prefiero escribir", les contestaba ella. Su cabeza estaba en poesías y un cuento de fantasía largo que escribió desde los 13 hasta los 15 años. Sus papás se preocupaban e insistían para que saliera. Entonces ella iba a esas fiestas, bailaba con sus amigas porque no era una niña antisocial, pero a la hora de los lentos, nadie la sacaba a bailar y ella, tempranito, llamaba a su mamá para que la fuera a buscar. "Tenía amigas, iba al Plaza Vespucio, bailaba en las fiestas, pero la escritura era todo. Era como mi casita".

Salió del colegio la joven Paula y esperó un año para entrar a periodismo, por hacer algo más seguro, como le decía su papá. Mientras hacía preuniversitario, entró a un taller de poesía en Balmaceda en 1997. Pero ahí dejó de escribir cuando su profesora leyó sus cuentos y le dijo: "Escribes puras tonteras. Ésta es como la Blanca Nieves del siglo XXI". En 1999 dio la PAA de nuevo. Ya estaba decidida por Letras y así se lo dijo a su papá. "¿Letras? ¿Qué es letras? Bueno, Paulita, pero tienes que prometerme que vas a ser la mejor", le dijo él. "Se lo prometo".

Entró a letras en la Católica y ahí retomó la escritura. Y conoció a su amigo del alma y colega, Héctor Hernández, con quien empezó a hacer performances en pleno patio de la universidad. Por hacer algo. Por romper la rutina. Un día Héctor le dijo: "Estoy aburrido. ¿Te das cuenta de que los cuicos tienen todo y no hacen nada?". Paula asintió.
Entonces un buen día, pegaron fotocopias anunciando "La Barbarie Baquedana" en los pilares del campus Oriente. Y Paula le cortó el pelo a Héctor en la mitad del patio mientras otro amigo tocaba el teclado. También colgaron muñecas de las ramas de los árboles mientras leían poesía. Héctor leía y al final, Paula le tiraba leche en caja en la boca abierta. Algunas alumnas lloraban sin entender nada. Pero ellos habían visto las acciones de arte de Raúl Zurita, de Diamela Eltit y se decían: "Cuando grandes, vamos a tener historias que contarles a nuestros nietos".

Con Héctor, entraron al taller de poesía de Sergio Parra en Balmaceda y ahí encontraron a chicos de otras universidades que también leían y escribían. Con ellos, organizaron lecturas. Los viernes en la tarde, en Campus Oriente, se reunían a leer textos propios y a poetas consagrados, con velas encendidas. La sociedad de los poetas nuevos. "Éramos súper engrupidos, pero fue una época preciosa, linda". Hasta que terminaron sus estudios y tuvieron que despegar.

Paula lo hizo estudiando pedagogía en castellano en la misma universidad. Hizo clases en dos colegios de La Florida a primero, segundo y tercero medio a la par de que el año 2003 saliera su primer libro de poemas:

Completa. Mientras sus compañeros de letras viajaban por el mundo, participando en encuentros de poesía, leyendo y mandándole fotos de sus logros literarios, Paula estaba en una sala de clases con chicos de 16 años que se portaban pésimo y le pedían que fuera una dictadora. "No voy a ser la vieja de castellano", les decía ella. Pero al cabo de unos años, ya estaba cansada, más seria y tenía cada vez menos tiempo para escribir, aunque seguía publicando en revistas literarias. "Envejecí. No me quejo: nadie me obligó a trabajar, pero yo quería hacerlo para independizarme, irme de la casa de mis papás". Hasta que una noche, Paula llegó a leer sus poemas a un encuentro de mujeres en La Chascona. Llegó en pleno invierno, con jeans, sin maquillaje, resfriada, sonándose, agotada y pálida. Pero leyó y la gente la aplaudió y la poeta Stella Díaz Varín brindó por su libro. Hasta que otro día, mientras iba en la micro camino al colegio a las siete de la mañana, la llamó su madre para decirle que había salido mencionada en el decálogo de la poesía nueva en Chile en el suplemento Artes y Letras de "El Mercurio".

La empezaron a llamar para felicitarla, mientras ella apagaba el teléfono para pararse en frente de sus alumnos. "Esa tarde, fui al Consejo de profesores y pensaba: y nadie sabe nada. Era una soledad tremenda".

"LA POESÍA ES MISTERIOSA"

Rindió sus frutos hacer clases: a los 25 años, Paula se compró un departamento en el centro y se fue a vivir sola. Viajó a Colombia por primera vez por culpa de la poesía. Y cuando supo de un concurso para entrar a Investigaciones, dejó de hacer clases y se puso a estudiar perito documental durante un año. El 2006 se ganó la beca del Consejo de la Cultura y de las Artes y escribió gracias a esta beca su segundo libro, La Ciudad Lucía, mientras estudiaba criminalística, veía cadáveres y sobre todo, aprendía a comparar letras para chequear firmas falsificadas o la originalidad del trazo en cartas suicidas. En un cuaderno de una mujer que se había quitado la vida, un día se encontró con sus palabras. "Cuando empecé a leerlo, pensaba que me recordaba a algo. Entonces me acordé: Mi angelito, mi niño que estás con Dios. Eran pedacitos de la Ciudad Lucía. La mujer había perdido a un bebé hacía 25 años y se había suicidado. Mierda. Llamé a Héctor porque me dio miedo, me descontrolé, me puse a llorar. Él me dijo: "Paula, la poesía es muy misteriosa, trabajamos con voces que no sabemos de dónde vienen". Y de dónde me viene a mí, me pregunté".

Ya lo sabe. Algo.

A Paula, la poesía le viene de la música, del ritmo, de las imágenes y del ruidito que tiene dentro y la mantiene maquinando. "Me vienen ideas de la música. Todos mis libros tienen epígrafe de canciones. Escucho de todo y le pongo atención a las letras. Ahora he escuchado a Américo, música clásica y la de un amigo que me ha provocado mucha escritura, Celia Cruz, Madonna, reggaetón. Paso por todo y oigo las letras en serio. También la poesía me viene de imágenes que tengo en la cabeza, cosas que veo. Cuando hago performances y las termino, quedo en otro estado. Antes, mis amigos me decían: "Ay, le dio el ataque de la diva". Pero no. Ahora saben que sólo quedo traspuesta, analizando. Siempre ando con un ruidito interno, pensando en muchas cosas".

"Buenos días, señor, buenos días", responde Paula en el ascensor de la Escuela de Investigaciones, donde todos la saludan cordialmente como la profesora. En los cuatro años que lleva haciendo clases, Paula jamás ha querido que un instructor la presente frente a un curso hablando de su trayectoria. Es ella quien dice: "Buenos días, mi nombre es Paula, soy profesora de castellano y escritora". Nada más. "Prefiero que nos vayamos conociendo durante el semestre. No me gusta predisponerlos. Ahora con el premio, muchos alumnos con quienes antes conversaba, de repente se pusieron súper respetuosos. Eso me da lata, teníamos otra relación, yo era su profesora", explica.

La profesora, que en su departamento de Providencia, donde vive con su gata Brenda Lee, escribe generalmente de noche. Ahora a mano en una libretita diminuta que tiene flores y pajaritos en la tapa, donde anota poemas, pero también teléfonos, cuentas y asuntos prácticos. A veces invita a amigos para comer y conversar. Ella cocina. Está soltera: "No me complica, pero siento presiones, el tú cuándo. Y de repente extraño una relación, eso de hablar y que te escuchen eternamente, pero tengo mi mundo privado". No tiene mayores pudores y tampoco tiene paradas de intelectual distante. Si hay que bailar, baila. Si hay que decir un garabato, lo dice. Cuando otros escritores o incluso algunos alumnos que la han googleado le preguntan si es ella u otra en las performances, contesta muerta de risa: "Bueno y qué te importa". Y escribe. Sobre todo los fines de semana. Ahora, mails y cartas a mano que envía por correo. "Estoy medio encerrada porque estoy en etapa de transformación, pensando mucho. Ya no quiero escribir de mujeres ni relaciones, me superó. Ahora me gustaría escribir de otras cosas.

He estado escribiendo, algo que me pasó cuando fui a México con la naturaleza y escribí temas con el agua, pero aún no sé de qué se trata". Pero una perlita salió post Perla Suelta: el libro de cartas Estados de mi Corazón, de editorial Catafixia de Guatemala. Son cartas que Paula escribió hace más de diez años para un viejo amor. Cartas que ahora, en la dedicatoria, son para Héctor Hernández, su amigo inseparable ("A mi viajero bienamado") y que ya hace diez años explicaban por qué escribir: "Escribo para la constancia, para la permanencia, en este dolor he crecido, he tocado lo espantoso, me he quedado conmigo y no he escuchado otra voz que la mía y me he abrazado a mis rodillas preguntándome, preguntándole, he caminado sola y me he sentido sola, verdaderamente, no he querido recurrir a ninguno porque ésta es la vez de Paula".

"La perla suelta es el libro más warrior que he escrito. En España, antes de leer mis poemas, me comí como 100 gramos de perlitas. Hago estas cosas porque me gusta. Siento que la poesía me hace más libre, que puedo hacer de todo".

"Me vienen ideas de la música. Todos mis libros tienen epígrafe de canciones. Ahora he escuchado a Américo, música clásica y la de un amigo que me ha provocado mucha escritura, Celia Cruz, Madonna, reggaetón".


Por María Paz Cuevas. Fotografía: Ulises Nilo..

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