Gabriel Zaid
“Organizados para no leer” (Gabriel Zaid)
Ahora que festejaremos, una vez más, el día del libro, no pueden dejar de leer el siguiente ensayo de Gabriel Zaid en el que reflexiona sobre las diversas maneras de incorporarse con éxito a la “vida literaria” sin tomarse el tiempo ni la molestia (faltaba más) de leer libros:
La esencia de la vida literaria está en leer, que es una actividad mental y solitaria, aunque puede vivirse como un diálogo, hasta con cierta animación corporal. Por esto, como señaló Vasconcelos, hay libros que se leen de pie; libros que nos mueven a hacer cosas, tomar notas, consultar un diccionario, ver el jardín con otros ojos.
Por esto, también, una extensión normal de la vida literaria es compartir esa animación hablando de la experiencia de leer, de lo que dice el libro y cómo lo dice, de lo que gusta o decepciona. Ese diálogo estimulante puede extenderse a la actividad de escribir, también mental y solitaria, dialogal, animada, ambulatoria.
Hay muchas extensiones de la vida literaria. Algunas tan indirectas que no requieren la lectura. Algunas tan ajetreadas que no dan tiempo de leer. Paradójicamente, las actividades que pueden prosperar sin necesidad de leer han llegado a ser vistas como “la vida literaria”.
1. Conocer nombres de autores y de libros en cápsulas informativas y valorativas de enciclopedias, solapas de libros, cubiertas de discos, letreros de museos, programas de espectáculos, anuncios, noticias, entrevistas, frases o juicios escuchados. Información valiosa para alternar en la conversación, orientarse y elegir, porque no hay tiempo de leer todo, y las noticias pueden funcionar como lectura previa, en muchos casos más que suficiente.
2. Conocer libros por la encuadernación, la tipografía, las ilustraciones. Mejor aún, tenerlos en opulentas bibliotecas, para sentirse acompañado y enseñarlos, así como fotos, bustos, ediciones firmadas y otras reliquias de autores eminentes. Objetos que dan calor (no sólo prestigio) cultural, que decoran, ambientan, embellecen, y que no hace falta leer.
3. Conocer autores por la encuadernación social. Estar al día de chismes literarios, artísticos, culturales, con todas sus ramificaciones sociales, sexuales, conflictivas, de fama, de poder, de fortuna. Mejor aún, tratarlos personalmente y de tú, en reuniones que pueden conducir a una familiaridad de muchos años, aunque no necesariamente a la lectura.
3. Conocer autores por la encuadernación social. Estar al día de chismes literarios, artísticos, culturales, con todas sus ramificaciones sociales, sexuales, conflictivas, de fama, de poder, de fortuna. Mejor aún, tratarlos personalmente y de tú, en reuniones que pueden conducir a una familiaridad de muchos años, aunque no necesariamente a la lectura.
No faltan tímidos que se avergüenzan de estar en una cena de homenaje a un autor, por su reciente libro, sin haberlo leído. Pero la gente más mundana sabe que lo importante es el brindis, la alegría, el sentirse parte de una comunidad culta, las sabrosas ocurrencias y chismes de la celebración: lo que dice la fiesta, no lo que dice el libro.
Tampoco faltan inocentes que dan excusas por lo caro que están los libros, lo difícil que es conseguirlos (no lo tuvieron en cuatro librerías) y la falta de tiempo para leer; aunque el libro cueste menos que la cena, y leerlo tome menos horas que reunirse, celebrarlo y volver a casa.
Lo importante de las reuniones son las reuniones, no los libros, aunque se hagan con el pretexto de los libros. Lo importante de tratar a los autores es tratarlos, no leerlos. Convivir con el Establishment. Dejar caer, como no queriendo, la alusión que provoca la sorpresa: Pero… ¿lo conoces?
4. Organizar actos públicos de presentación de autores y libros. Suelen ser menos divertidos que las cenas privadas, pero más democráticos: la entrada libre es una oportunidad para los no invitados a las cenas. Ahí está, lo pueden ver, quizá hasta dirigirle una pregunta. Pueden sentir que forman parte de la vida literaria. Quizá (aunque el porcentaje no es muy alto) animarse a comprar sus libros, sobre todo si los firma con amables dedicatorias. Pero si fuera posible saber cuántos leyeron el libro, antes o después del acto, y no sólo del público (escaso, pero admirable, frente a las peripecias de llegar a tiempo), sino de los mismos organizadores y presentadores, quedaría claro para qué es el acto.
Lo importante de la presentación de libros es la presentación, no la lectura. Lo importante es el montaje teatral de un acto que sirve para adquirir presencia en la vida social, pagando anuncios y generando noticias en los periódicos, la radio y la televisión. Para lo cual es innecesario que los participantes hayan leído el libro o piensen leerlo. Basta con que se difunda la manifestación de que el libro existe, el autor existe, la editorial existe, los distinguidos oficiantes del acto y la institución que lo cobija existen, en beneficio de todos ellos. Lo importante es lo que dice el acto, no lo que dice el libro…
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