"Añoro -decía Neruda- el castellano deshuesado de mi tierra".
El Mercurio Domingo 24 de Enero de 2010
El idioma de Dios
Vendrá el Rey de España a inaugurarlo, junto a nuestro Jefe de Estado. El año se iniciará en marzo, de cara al Pacífico, con este V Congreso de la Lengua Española, vehículo de una gran cultura e identidad, que es la nuestra.
Su antecesor, Carlos V, aprendió castellano sólo a los veinte años, para asumir los reinos de España. Amó el idioma, se hizo español sin dejar de ser universal. Preguntado -dicen las crónicas- cuál era su idioma favorito, respondió que para el comercio, el inglés; para la milicia, el alemán; para el amor, el francés, y, para hablar con Dios, el español. Era, para él, la lengua para el diálogo divino, el idioma de Dios. Con el concurso de los pueblos descubiertos por su abuela Isabel, hoy son más de 400 millones de personas quienes lo hablan. Es el segundo idioma del mundo.
"Añoro -decía Neruda- el castellano deshuesado de mi tierra". Es, en realidad, deshuesado, desde los extremeños, prolongación de Andalucía, que formaron el reino de Chile en tiempos del mismo Carlos V, enemigos de la letra s y de una dicción estricta. Con el tiempo, pronunciamos aún menos. Esto no importaría demasiado si no limitáramos nuestros vocablos a no más de mil y no ignoráramos tan flagrantemente esa gramática hispana...Un diálogo en el Metro entre dos jóvenes que conversaron diez minutos sin un verbo y sobre la base de "cachái" y las más variadas conjugaciones de la letra h, hace pensar en menos que un dialecto. Sin un mínimo de propiedad y vocalización no hay idioma; sin palabras, no hay pensamiento. No nos entienden y, a menudo, no nos entendemos. Urge una verdadera campaña pro idioma, y el encuentro de Valparaíso puede ser la ocasión de iniciarlo.
PARDIEZ
El idioma de Dios
Vendrá el Rey de España a inaugurarlo, junto a nuestro Jefe de Estado. El año se iniciará en marzo, de cara al Pacífico, con este V Congreso de la Lengua Española, vehículo de una gran cultura e identidad, que es la nuestra.
Su antecesor, Carlos V, aprendió castellano sólo a los veinte años, para asumir los reinos de España. Amó el idioma, se hizo español sin dejar de ser universal. Preguntado -dicen las crónicas- cuál era su idioma favorito, respondió que para el comercio, el inglés; para la milicia, el alemán; para el amor, el francés, y, para hablar con Dios, el español. Era, para él, la lengua para el diálogo divino, el idioma de Dios. Con el concurso de los pueblos descubiertos por su abuela Isabel, hoy son más de 400 millones de personas quienes lo hablan. Es el segundo idioma del mundo.
"Añoro -decía Neruda- el castellano deshuesado de mi tierra". Es, en realidad, deshuesado, desde los extremeños, prolongación de Andalucía, que formaron el reino de Chile en tiempos del mismo Carlos V, enemigos de la letra s y de una dicción estricta. Con el tiempo, pronunciamos aún menos. Esto no importaría demasiado si no limitáramos nuestros vocablos a no más de mil y no ignoráramos tan flagrantemente esa gramática hispana...Un diálogo en el Metro entre dos jóvenes que conversaron diez minutos sin un verbo y sobre la base de "cachái" y las más variadas conjugaciones de la letra h, hace pensar en menos que un dialecto. Sin un mínimo de propiedad y vocalización no hay idioma; sin palabras, no hay pensamiento. No nos entienden y, a menudo, no nos entendemos. Urge una verdadera campaña pro idioma, y el encuentro de Valparaíso puede ser la ocasión de iniciarlo.
PARDIEZ
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