SOCIEDAD DE BIBLIÓFILOS CHILENOS, fundada en 1945

Chile, fértil provincia, y señalada / en la región antártica famosa, / de remotas naciones respetada / por fuerte, principal y poderosa, / la gente que produce es tan granada, / tan soberbia, gallarda y belicosa, / que no ha sido por rey jamás regida, / ni a extranjero dominio sometida. La Araucana. Alonso de Ercilla y Zúñiga

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Location: Santiago de Chile, Región Metropolitana, Chile

Editor: Neville Blanc

Friday, June 29, 2007

UN PROYECTO DE LA UNIVERSIDAD DE CHILE


La historia moderna de la imprenta en Chile se inició con las siguientes palabras que Camilo Henríquez estampó en el prospecto de la Aurora de Chile:
"Está ya en nuestro poder el grande, el precioso instrumento de la ilustración universal, la imprenta. Los sanos principios el conocimiento de nuestros eternos derechos, las verdades sólidas, y útiles van a difundirse entre todas las clases del Estado. Todos sus pueblos van a consolarse con la frecuente noticia de las providencias paternales, y de las miras liberales, y patrióticas de un gobierno benéfico, próvido, infatigable, y regenerador. La pureza, y justicia de sus intenciones, la invariable firmeza de su generosa resolución llegará, sin desfigurarse por la calumnia, hasta las extremidades de la tierra. Empezará a desaparecer, nuestra nulidad política; se irá sintiendo nuestra existencia civil: se admirarán los esfuerzos de una administración, sagaz, y activa, y las maravillas de nuestra regeneración. La voz de la razón, y de la verdad se oirán entre nosotros después del triste, e insufrible silencio de tres siglos".
Hoy en día, aunque en una situación histórica muy distinta, si tuviésemos la necesidad de ponderar las múltiples posibilidades que ofrecen las diversas tecnologías digitales para la utilización de la información, difícilmente podrían encontrarse palabras más acertadas que aquellas, con la única salvedad de que ya no es la imprenta, sino que un complejo sistema de computadores, programas y redes los que facilitan esa tarea.
La profundidad y el alcance que esta verdadera "revolución informática" han tenido en el mundo hacen que incluso se hable de la "Era Digital", planteándose así la idea de que el mundo ha cambiado. Y efectivamente es así. Los diversos programas existentes permiten procesar textos con gran facilidad, realizar complejos cálculos en cuestión de una fracción de segundo, comunicarse en forma instantánea con personas ubicadas en lugares distantes e incluso transmitir imágenes y sonidos. El mundo, tal como lo percibimos, no como es, se ha convertido en un lugar más pequeño donde las distancias, aunque conservan su realidad física, se han acortado.
Las aplicaciones concretas de las tecnologías digitales son múltiples y ya entregan innumerables beneficios en diversas áreas del quehacer humano y, especialmente en los campos asociados al conocimiento y a la enseñanza. Y esta innovación ha llegado incluso a una disciplina que, quizás por una cuestión de denominación, está impregnada de "pasado", de "antigüedad", la historiografía.
Aceptando que la labor del historiógrafo es fundamentalmente de investigación, y que esta actividad consiste en la recopilación de información y en el procesamiento de ella según ciertos métodos y criterios específicos para alcanzar conclusiones que den luz sobre los hechos y procesos del pasado, las mismas que posteriormente deben difundirse, resulta incuestionable que las aplicaciones digitales son un aporte invaluable. Con la única salvedad del análisis cualitativo, propio del ser humano, estamos en presencia de herramientas que permiten la construcción de "bases de datos" con la información estampada en documentos originales, libros o fotografías, o con aquella más "pura", es decir, fechas, nombres, datos biográficos, estadísticas de todo tipo, bibliografías, etc., posibilitan un acceso rápido a todo tipo de fuentes de información, claro está, siempre que estas hayan sido incluidas en los sistemas correspondientes.
La utilidad de ellas es tal, que incluso es factible realizar análisis cuantitativos, si son requeridos, y redactar y modificar textos, los que también es posible publicar electrónicamente.
Ahora bien, si a todo esto agregamos la posibilidad que ofrece Internet, la "red global", tenemos como resultado que a dicha información se puede acceder desde cualquier parte del mundo.
Nuestra disciplina no puede permanecer al margen de esta corriente de innovación que ya resulta tan trascendental como el invento de Gutenberg.
Dos son las intenciones que nos han llevado a concretar este proyecto, que ya ha adquirido un carácter permanente y dinámico. Por un lado rescatar y salvaguardar, mediante la digitalización, una parte importante del contenido del patrimonio documental de nuestro país. Por otro, facilitar la investigación historiográfica y las labores docentes. Es por ello que básicamente trabajamos en dos iniciativas paralelas: la creación de un sitio web donde pretendemos reunir los textos documentales más importantes de los distintos períodos de la historia del país y también la construcción de una "herramienta" que facilite las labores de investigación y enseñanza a través de una base de datos que proporcione la posibilidad de una consulta más expedita de la información contenida en archivos y colecciones documentales impresas, la que eventualmente podría proyectarse a las fuentes manuscritas conservadas en distintos archivos e incluso, publicaciones periódicas especializadas.
Todo esto no implica que lo tradicional, el papel y la tinta, estén condenados a desaparecer. El placer de tomar un libro y recorrer sus páginas no es reemplazable por las teclas de un equipo. Sin embargo, se debe tener un criterio utilitario en estas materias, dado que las tecnologías digitales permiten realizar ediciones electrónicas de aquellos textos que han alcanzado la categoría de "raros y valiosos", y que en el "soporte" tradicional alcanzarían un gran volumen, con los consiguientes problemas de costos editoriales y de almacenamiento en las estanterías de las bibliotecas.
Un mundo verdaderamente fascinante se abre ante nuestros ojos e indiscutiblemente el patrimonio historiográfico y documental de nuestro país puede alcanzar grados de difusión nunca vistos.

Thursday, June 21, 2007

DIARIO DE JOSE MIGUEL CARRERA

Archivo del General José Miguel Carrera
Tomo V. Diario de viaje a los Estados Unidos de América.
Publicación que auspicia la Sociedad Chilena de Historia y Geografía. Transcripción, prólogo y notas de José Miguel Barros. Editorial Universitaria,Santiago, Chile, 1996.127 páginas
(Tirada especial numerada para la Sociedad de Bibliofilos Chilenos)
En el año 1983, en el seno de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía comenzó a gestarse el ambicioso proyecto de publicar el Archivo del General José Miguel Carrera. Debo dejar constancia que, desde el primer momento, fue el alma de esta iniciativa el por entonces Secretario General de la institución, Armando Moreno Martin, quién pasó a presidir una comisión que, con cambio de sus integrantes, ha tenido desde entonces la tarea de preparar el material, conseguir los recursos para su publicación y entregarlo bellamente impreso a la consideración de los investigadores. En ese tiempo yo ocupaba la presidencia de la Sociedad.
La publicación del Archivo Carrera debe ser calificada como una gran empresa intelectual y editorial, cuyo propósito es poner al alcance de los investigadores el contenido de más de 10.000 documentos en forma de cartas, bandos manifiestos, juicios criminales y civiles, oficios, decretos, proclamas, poderes, testamentos, certificados parroquiales, etc. Se estima que una vez concluida la publicación de esta colección, ella alcanzará a unos 25 ó 26 volúmenes, con dos tomos adicionales. Uno, sobre el viaje de Carrera a los Estados Unidos, que ahora comento, y otro con su famoso "Diario Militar" completo, sin las omisiones con que actualmente se conoce, enriquecido con amplias informaciones de carácter geográfico y con útiles índices de apoyo.
La preparación del "Diario de Viaje a los Estados Unidos de América" fue confiada por la comisión editora al académico, historiador y diplomático, José Miguel Barros Franco, quien ha cumplido esta difícil tarea con notoria calidad y profesionalismo.
En el Prólogo de que es autor, José Miguel Barros recuerda que, tras la batalla de Rancagua y restablecidas en Santiago las autoridades españolas, los jefes patriotas emigraron a Mendoza. Entre ellos va Carrera, quien ya no regresaría a su amada patria. Desde ese instante, pasa a ser involuntario actor en luchas ajenas a su interés por el bien de Chile, en las que se ve mezclado, sólo movido por su obsesión de volver con honor a su tierra natal. Sabemos que, enemistado con el Libertador general San Martín, quien se inclinó por favorecer al bando o'higginista, resolvió, después de superar infinitas dificultades, trasladarse en 1815 a los Estados Unidos, con el ánimo de conseguir apoyo para la causa emancipadora de Chile.
Como dice José Miguel Barros, pese a su desconocimiento del idioma, de su absoluta carencia de fondos y de la política neutralista que había asumido la nación del norte, Carrera logró montar allí una expedición con varias naves y un abigarrado cuerpo de oficiales de diversas nacionalidades, con la que regresa a Buenos Aires en 1816.
Su Diario de viaje registra todos los ingentes esfuerzos que debió realizar y las penurias que sufrió para lograr su propósito, todo lo cual culmina con una gran decepción pues en la capital argentina se le niega la autorización para pasar a Chile. Ello le obliga a permanecer en el Plata y le lleva a intervenir en las luchas civiles intestinas. Durante algún tiempo vive en Montevideo y allí hace uso de una pequeña imprenta para reiniciar su actividad política contra sus enemigos chilenos y argentinos. Sabemos que después quiso pasar a Chile por el norte, que buscó el apoyo de caudillos y que terminó encabezando una banda de guerrilleros, con el sueño obsesivo de regresar a su patria, rompiendo el cerco de obstáculos que le oponen sus adversarios. El drama de su vida llega a su fin al ser apresado en Punta del Médano, próximo a la ciudad de San Juan, donde sufre la derrota y la traición. LLevado como un bandido a Mendoza, fue allí fusilado el 4 de septiembre de 1821.
Los apuntes que Carrera fue haciendo durante su viaje a los Estados Unidos están contenidos e una pequeña libreta de 17 por 11,5 centímetros, con tapas de pergamino y 84 páginas, que se conserva en el Fondo Vicuña Mackenna de nuestro Archivo Nacional. En dicho Fondo se contienen otros papeles de Carrera, que su hijo José Miguel Carrera Fontecilla puso a disposición del historiador, pero la libreta con el Diario tiene un origen distinto. Informa José Miguel Barros en una nota al pie de su estudio preliminar, que ella fue obsequiada por las hermanas de D. Diego José Benavente al ilustre hombre público D. Antonio Varas y perteneció después al hijo de éste, D. José Miguel Varas Velásquez, quien la utilizó para su estudio "Don José Miguel Carrera en los Estados Unidos", publicado en la Revista Chilena de Historia y Geografía, Nºs 7 y 8, Santiago, 1912. Más tarde, la pequeña libreta ingresó a nuestro Archivo Nacional en circunstancias que se desconocen y fue agregada al Fondo Vicuña Mackenna.
También informa José Miguel Barros que en 1983 se hizo una transcripción bastante defectuosa de este diario, la que fue editada en fotocopia por el Instituto de Investigaciones Históricas José Miguel Carrera, precedida de un resumen y adicionada con un diagrama de los desplazamientos de Carrera en los Estados Unidos y de breves antecedentes biográficos de las personas que él menciona. Esta nueva versión preparada por Barros, que forma el Tomo V del "Archivo del General José Miguel Carrera", es una cuidadosa transcripción tomada directamente del original, sin las fallas de aquella.
Sin embargo, el diario que poseyó el Sr. Vargas Velásquez debió tener 92 hojas, en lugar de las 84 que tiene la libreta que se conserva en el Archivo Nacional. En otra nota, José Miguel Barros reproduce las anotaciones de estas 8 páginas faltantes, tomando sus textos del trabajo del Sr. Varas Velásquez.
El viaje a los Estados Unidos de Carrera se inicia el 9 de noviembre de 1815, en que zarpa de Buenos Aires a bordo de un bergantín norteamericano de propiedad de la firma D'Arcy y Didier. Sólo un chileno le acompaña, Mariano Benavente. Otro le ha precedido, Servando Jordán. Sólo porta $700.- en efectivo y cree poder recuperar otros $5.000.- enviados desde Chile en 1913 para la compra de una imprenta.
Llega el 11 de enero de 1816 a la región de Norfolk, cerca de la bahía de Chesapeake, de donde siguió a Annapolis. Gracias a su amigo Joel R. Poinsett, ex cónsul norteamericano en Chile, y a David Porter, ex comandante de la fragata Essex, que había estado en Chile durante la Patria Vieja, logra trasladarse a Washington y ser recibido por el Presidente Madison y por el Secretario de Estado James Monroe. Además de los nombrados, el diario menciona a José Bonaparte, el mariscal Grouchy, el general Clauzel, Aarón Burr, Henry Didier, John Skinner, Baptis Invine, Francisco Javier Mina, Pedro Gual, Lino de Clemente, Servando Teresa de Mier, el capellán Adams, John Randall Shaw, Charles W. Wooster y otros. También registra el diario los viajes de Carrera desde Annapolis a Baltimore, a Washington, a Nueva York, Huntington y Filadelfia.
En los primeros días de diciembre de 1816 deja los Estados Unidos con destino a Buenos Aires en la fragata Clifton. Regresa acompañado por un variado grupo de oficiales franceses, norteamericanos y chilenos, y por 19 artesanos que ha colocado bajo las órdenes del experto armero M. Hercule Ramel. También trae una imprenta, armas y municiones y ha dispuesto que le sigan las naves Savage, Regente, Davel y General Scott, las que sólo ha podido contratar aceptando condiciones verdaderamente leoninas.
Poco después se impone de que el Ejército de los Andes ha invadido Chile y obtenido una victoria en Chacabuco. El Director Supremo argentino, Pueyrredón, le impide el paso a Chile y se encuentra en la imposibilidad de proseguir con la empresa que ha soñado, de volver a su patria como libertador. Las naves lo abandonan, se dispersan los oficiales y artesanos que ha traído de Norteamérica y, prácticamente, queda solo en tierra extraña. Lo que sigue excede al propósito de este comentario.
El Diario de Carrera en los Estados Unidos es muy útil para apreciar su talento negociador y sus notables condiciones para superar las graves dificultades a que se ve enfrentado para hacer realidad su sueño de volver a Chile. Le mueve, sin duda, un hondo amor a su tierra y también el deseo de castigar a quienes le han agraviado y vengar la ominosa muerte de sus hermanos Luis y Juan José, fusilados en Mendoza el 8 de abril de 1818.
La vida de D. José Miguel Carrera, prócer mayor de nuestra Patria Vieja, puede decirse que tiene en su viaje a Norteamérica la última expresión de su voluntad de servir a Chile y vincular su limpio nombre a la historia de su patria. Desde allí en adelante, el infortunio será su compañero, la traición le ronda y las sombras empiezan a corroer su espíritu. El brillante astro ha alcanzado el cenit e inicia su dolorosa caída.
Las notas y comentarios que agrega José Miguel Barros facilitan al lector la comprensión de las diversas situaciones que se describen en el Diario y permiten una mejor identificación de las personas que en él se mencionan. Asimismo, los índices de carácter geográfico y onomástico que complementan esta edición, son de gran utilidad para los investigadores.
En resumen, corresponde celebrar la publicación de este Tomo V del Archivo del General José Miguel Carrera, agradecer a la Comisión Editora que preside Armando Moreno Martin por este nuevo esfuerzo enriquecedor de nuestra cultura histórica, y dejar testimonio de nuestro reconocimiento a José Miguel Barros por su excelente trabajo de transcriptor y glosador de este Diario.
La consulta de esta obra permitirá al lector formarse su propio juicio sobre la extraordinaria y discutida personalidad del general Carrera, sin que surjan los prejuicios, simpatías y antipatías que impregnan a la mayor parte de las obras de consulta. El prócer de la Patria Vieja bien merece ese juicio imparcial, justo y ponderado.
Sergio Martínez Baeza.

JOSE MIGUEL BARROS EN EL BOLETIN DE LA ACADEMIA CHILENA DE LA HISTORIA



DISCURSO LEIDO POR EL SEÑOR PRESIDENTE DE LA ACADEMIA CHILENA DE LA HISTORIA, DON FERNANDO SILVA VARGAS, EN LA PRESENTACION PUBLICA DEL BOLETIN Nº 115,
EL DIA MARTES 3 DE OCTUBRE DE 2006


La presentación del número 115 del Boletín de la Academia Chilena de la Historia había sido encargada al miembro de número don Julio Retamal Favereau. Inconvenientes imprevistos y de última hora que éste experimentó han privado a ustedes de la posibilidad de oír una de sus brillantes intervenciones, y deberán, por tanto, conformarse con la muy opaca de quien les habla.

La presentación de nuestra revista ha sido siempre un acto al que la corporación procura darle el mayor realce. Y se explica que así sea porque constituye la expresión de la labor anual de sus miembros. Es, en cierto sentido, un balance de nuestras actividades, pero, al mismo tiempo, un paso más en un camino que siempre debemos tratar de perfeccionar. La Comisión Editora del Boletín, al revisar el producto final, nunca queda enteramente satisfecha, y está bien que así sea, pues ello nos ha permitido ir mejorándolo paulatinamente. El próximo Boletín, retomando una tradición interrumpida en el decenio de 1960, volverá a tener dos entregas anuales, con lo cual, además, nos ceñiremos a una de las exigencias hoy impuestas a las revistas científicas.

Me detendré en un aspecto que siempre me ha interesado subrayar. Nuestra contribución al desarrollo de la historiografía nacional puede recibir muy variadas calificaciones, algunas de las cuales, probablemente, no coincidirán con nuestra propia apreciación. Pero hay un hecho muy concreto, y que consiste en que un grupo de personas, por simple amor a la historia, dedica esfuerzo y tiempo a investigar, a abrir nuevas perspectivas, a plantear hipótesis de trabajo, a discutirlas, a intercambiar conocimiento, a publicar. Ésta es la labor que se hace en la Academia Chilena de la Historia. Y, repito, no se cumple por estar sus miembros obligados a ello, como ocurre en los centros de educación superior, ni menos por recibir una retribución o por engrosar un currículo. Muy lejos está de nosotros esa compulsión por publicar que llevó a un destacadísimo americanista francés a explicar con brutal franqueza en el prólogo de un prescindible libro sobre Carlos V que esa obra aparecía sólo para cumplir con un requisito administrativo universitario. Más lejos está aún de nosotros ese pecado que en historia no tiene perdón, el plagio.

La libertad con que se procede en la Academia garantiza a sus integrantes el más amplio abanico de posibilidades en lo que se refiere a los trabajos históricos. No estamos centrados en áreas específicas de la historia, como ocurre con otras prestigiosas entidades nacionales. No tenemos, y espero que jamás tengamos, líneas de investigación centralmente determinadas. Incluso en nuestros proyectos comunes participan sólo quienes tienen interés en hacerlo. Son las afinidades con ciertas materias, la progresiva especialización, o bien la simple curiosidad, lo que está detrás de los trabajos que aparecen en el Boletín. El único requisito para asegurar su publicación es que cumplan las normas científicas propias de toda investigación histórica. No está de más advertir que muchas de estas contribuciones son previamente conocidos, al menos en sus líneas gruesas, por los académicos, pues lo habitual es que se expongan, cuando están aún en proceso de elaboración, en nuestras reuniones de trabajo. Y es muy notable comprobar cómo las críticas, el intercambio de opiniones y el aporte de nuevos antecedentes contribuyen al enriquecimiento de ellas.

Pero el Boletín no sólo es el vehículo de la labor intelectual de sus miembros. Cumple también la indispensable labor, expresión de una política sostenida a lo largo de muchos años, de dar a conocer las investigaciones de licenciados y doctores en historia que comienzan su carrera. Sabemos que no es fácil lograr la publicación de los trabajos de los historiadores noveles. La Academia ofrece, entonces, las páginas de su revista para aquellos estudios que constituyan un aporte de interés para nuestra disciplina.

Permítaseme hacer ahora un breve recorrido por el contenido de este número 115. Se abre con un artículo del académico don José Miguel Barros Franco basado en el diario que llevó el sobrecargo del mercante estadounidense “Maryland”, el suizo Isaac Iselin, del viaje de esa nave por Chile, Perú, México, las islas Sándwich y China. El autor se refiere a las anotaciones relativas a Chile, en cuyas costas, en particular en las de Coquimbo, permaneció el velero entre enero y octubre de 1806. El período es decisivo en el proceso de liquidación de los mecanismos comerciales diseñados por la Corona en el siglo XVIII, y el diario constituye un antecedente de primerísima mano para conocer las variadas prácticas en torno al contrabando.

El académico don Juan José Fernández Valdés, en su estudio “Gabriela Mistral (1889-1957). Cónsul de Chile y Premio Nobel”, hace un cuidadoso y documentado examen de la gestión consular de Gabriela en Madrid, abruptamente concluida por la publicación en Santiago de una terrible carta escrita por ella a Armando Donoso y María Monvel, que contenía apasionados juicios sobre los españoles, que despertó la indignación de la colonia residente; y sigue a la poetisa en sus desplazamientos por Petrópolis, San Francisco, Veracruz y Nápoles.

El académico padre Gabriel Guarda, O. S. B., en “De Valdivia a Europa, 1870-1930. Cultura, negocios, sociabilidad” ofrece un estudio sobre los periplos europeos de una elite local, la valdiviana, que, contrariamente a la santiaguina, no tenía su meta en París, sino en Berlín o en Viena. El historiador benedictino ha sido capaz de formar un completo elenco de viajeros, pertenecientes tanto a familias de origen colonial español como de origen alemán, que cumplieron ese verdadero rito por motivos de placer y de estudio, pero también, como en el caso de los miembros de la colonia germana, para mantener los vínculos familiares y contraer matrimonios.

“Provisiones judiciales de Amparo de Noble dictadas por la Real Audiencia de Chile (1643-1807)” es el título de un interesante estudio histórico-jurídico del académico don Luis Lira Montt. Se trata de una institución procesal muy poco conocida, propia del derecho nobiliario, materia en que el autor es un reconocido especialista, destinado a proteger las prerrogativas de los hidalgos residentes en Indias.

La académica Teresa Pereira de Correa, que ha destinado estos últimos años a la elaboración de un largo estudio sobre la familia chilena, ha preparado un artículo basado en el epistolario de Clara Schlayer y Paulino Alfonso, compuesto de casi 200 cartas escritas entre los años 1905 y 1907, y que arroja muchas luces sobre el amor conyugal y sobre la vida de un matrimonio de comienzos del siglo pasado.

El académico don Antonio Rehbein Pesce, en “Reducciones jesuíticas del Paraguay. La etapa Guayrá y Tape: siglo XVII”, estudia el establecimiento de misiones jesuitas en territorios limítrofes con los portugueses de Sao Pablo, y la aplicación en ellas del modelo de reducción para los indígenas guaraníes. Los ataques de los bandeirantes paulistas, que obligaron a una gigantesca evacuación de esa zona, fue seguida de ataques a las reducciones de Tape, hasta que en 1641 los guaraníes, bien provistos de armas de fuego por los jesuitas, derrotaron completamente a los bandeirantes.

“La consolidación de vales reales. El caso chileno (1805-1808)” es un estudio de quien les habla sobre las fórmulas discurridas por la monarquía, en vísperas de su desplome, para encarar la virtual quiebra de la real hacienda mediante la amortización de la deuda pública. Para ello se dispuso la enajenación forzosa de los bienes raíces pertenecientes a cofradías, obras pías y capellanías, imponiéndose los productos en una llamada Caja de Consolidación, a la cual también debían ir los censos redimidos de dichas fundaciones, incluyéndose los capitales dados en préstamo. La medida, que provocó fuerte resistencia en toda América, se aplicó aquí de una manera tan laxa mientras estuvo en el gobierno don Luis Muñoz de Guzmán, que podría sostenerse que nos encontramos ante el último e informal caso de incumplimiento de la ley en el Chile monárquico.

El académico don Isidoro Vázquez de Acuña analiza, en su artículo “La Santa condesa de la Vega del Ren (1685-1732)”, el caso de Catalina de Amasa Iturgoyen y Lisperguer, casada con el limeño Matías José Vázquez de Acuña y Zorrilla de la Gándara, después conde de la Vega del Ren. En la torturada espiritualidad de la condesa, de la que el autor proporciona numerosos e impresionantes antecedentes, aparecen rasgos que debieran calificarse de patológicos, y que, en cierto sentido, la aproximan, aunque con un signo diametralmente opuesto, a su tía abuela Catalina de los Ríos y Lisperguer.

“Chilenos en el Iquique peruano”, de Carlos Donoso Rojas, candidato a Doctor en Historia por la Universidad de Chile, es una interesantísima exploración sobre los nexos comerciales entre Valparaíso e Iquique y, específicamente, sobre los chilenos en Tarapacá, calificados habitualmente por las autoridades de la región de indeseables por su “condición, educación y malos hábitos”. Alude, asimismo, a las hostilidades que sufrieron los chilenos al iniciarse la guerra del Pacífico, que para el autor no obedecieron a motivaciones xenofóbicas.

El licenciado en Historia Sergio Salas Fernández reconstruye en el estudio “Sergio Fernández Larraín (1909-1983): una inquieta existencia”, la vida de ese notable parlamentario, embajador, historiador y coleccionista, quien también ocupó la presidencia de nuestra Academia Chilena de la Historia entre 1979 y 1983. Se trata de un útil sondeo en la multifacético vida de un hombre profundamente católico y destacado miembro del Partido Conservador, actor y testigo de un período complejo y conflictivo de la historia chilena del siglo pasado.

“La costumbre y la ley en tensión: las primeras mujeres universitarias en Chile, 1877-1893” es un estudio de la licenciada Karín Sánchez Manríquez sobre los orígenes del llamado “Decreto Amunátegui”, de 1877, que autorizó a las mujeres a rendir exámenes válidos para obtener títulos profesionales. La autora analiza la actitud de los sectores políticos frente a dicha iniciativa y, en especial, los efectos prácticos del decreto. Sólo cuatro años después de su dictación ingresó Eloísa Díaz a la Escuela de Medicina, cuya carrera es examinada en este artículo, al igual que lo hace con la segunda titulada en Medicina, Ernestina Pérez. También el caso de Matilde Throup, la primera abogada chilena, es objeto de un análisis muy ilustrativo para detectar las numerosas discriminaciones de que fue víctima, tanto durante sus estudios como cuando intentó ingresar a la judicatura.

Finalmente, en “Sierra y guerra: descripción y metáfora en el relato fundacional de la gobernación de Chile. Siglo XVI”, la doctora en Historia Alejandra Vega Palma ofrece un novedoso estudio sobre las relaciones entre la descripción geográfica del territorio y los textos del siglo XVI relativos a la conquista y la guerra. Los indios, dirá fray Diego de Ocaña, resumiendo lo que aparece reiterativamente en relaciones, memoriales e informaciones de servicios de la época, “habitan en las montañas sin tener pueblo formado... Y ésta es la causa por qué es esta tierra tan difícil de conquistar”. Se entendía por montaña en un primer momento la de Nahuelbuta, y más tarde la de los Andes. Cuando en 1571 es derrotado Miguel de Avendaño en los llanos de Purén, la sorpresa será mayúscula, y se sostendrá que es “cosa nunca oída ni vista en las Indias que indio se atreva a pelear con español sino en la montaña, donde hacen su fuerza como los moros de Granada”. La cordillera, expresa la autora, es sinónimo de amenaza y, a la vez, metáfora de la relación entre españoles e indígenas.

Se completa el número, como es tradicional, con las Notas Bibliográficas, que se refieren a siete obras de reciente aparición, tres de ellas de autoría de miembros de esta Academia.

Señoras y señores: quiero concluir subrayando que las revistas no las hacen sólo los autores y los miembros de las comisiones editoras. Hay un trabajo de edición siempre ingrato, pero imprescindible para llegar a un resultado como el que hoy presentamos. Quiero agradecer a nombre de la Academia Chilena de la Historia al director del Boletín, el académico de número don Horacio Aránguiz Donoso, su permanente dedicación a esta tarea, la que ha abordado con especial entusiasmo, tal vez por constituir para él un desafío tanto editorial como financiero. Debo agregar mi sospecha de que el exacto cumplimiento de sus objetivos obedece tanto a su profundo conocimiento de estas tareas como a una rara habilidad para lograr de la imprenta lo imposible: entregas oportunas y reducción en los costos.

Muchas gracias.

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