SOCIEDAD DE BIBLIÓFILOS CHILENOS, fundada en 1945

Chile, fértil provincia, y señalada / en la región antártica famosa, / de remotas naciones respetada / por fuerte, principal y poderosa, / la gente que produce es tan granada, / tan soberbia, gallarda y belicosa, / que no ha sido por rey jamás regida, / ni a extranjero dominio sometida. La Araucana. Alonso de Ercilla y Zúñiga

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Location: Santiago de Chile, Región Metropolitana, Chile

Editor: Neville Blanc

Friday, August 31, 2012

Cafés con historia en Buenos Aires

Cafés con historia

ha defendido Jorge Edwards sus posiciones políticas democráticas

Jorge Edwards, cronista de su tiempo

Por Mario Vargas Llosa

Vargas Llosa rememora en este texto su larga amistad con Jorge Edwards: es un perfil, una relectura y el testimonio de una relación de cofradía hasta nuestros días que arrancó cuando se conocieron en París en los años sesenta.
       
 

Conocí a Jorge Edwards a comienzos de los años sesenta, cuando acababa de llegar a París como tercer secretario de la embajada chilena. Había publicado ya dos volúmenes de cuentos (El patio y Gente de la ciudad) y comenzaba a escribir su primera novela, El peso de la noche. Nos hicimos muy amigos. Nos veíamos casi a diario, para infligirnos noticias sobre nuestras novelas a medio hacer, y hablar, incansablemente, de literatura.
Jorge Edwards era un joven tímido, educadísimo y tan futre –un pije, dicen los chilenos– que daba la impresión de conservar el saco y la corbata hasta en el excusado y la cama. Había que intimar mucho con él para tirarle la lengua y descubrir lo mucho que había leído, su buen humor, la sutileza de su inteligencia y su inconmensurable pasión literaria. Sin embargo, de pronto, en el lugar menos aparente y dos whiskies mediante, se trepaba a una mesa e interpretaba una danza hindú de su invención, elaboradísima y frenética, en la que movía a la vez manos, pies, ojos, orejas, nariz y, estoy seguro, otras cosas más. Después, no se acordaba de nada. Pablo Neruda, que le tenía mucho aprecio y le pronosticaba un gran porvenir literario, juraba que, una vez, él y Matilde habían entrado a una sala de fiestas mal afamada, en Valparaíso, y que, petrificados de sorpresa, descubrieron a Jorge Edwards, el exalumno jesuita, el joven modelo, ¿haciendo qué? Trepado en un balcón y arengando así a la concurrencia: “¡Basta de hipocresías! ¡Empelotémonos todos!” Él lo niega, pero yo meto mis manos al fuego de que, en su juventud, Jorge fue capaz de eso y de espectáculos aun más excesivos.
Antes de ingresar a la carrera diplomática, había estudiado derecho, practicado el periodismo e intentado ser agricultor. Sus experiencias en el trabajo de la tierra fueron tan cómicas y catastróficas como las de Bouvard y Pécuchet. Así las recuerda él:
Se me pudrieron las cosechas. Me asocié con un amigo y alquilamos unas tierras. Hicimos un análisis químico de la tierra que nos parecía la cosa más moderna del mundo y el análisis dio unos resultados fenomenales. Pero resulta que la tierra aquélla tenía aguas subterráneas, y nos tocó el año más lluvioso de la historia de Chile. Recuerdo que hasta se ahogó un potrillo, porque todo nuestro campo se había convertido en una especie de laguna. Habíamos plantado cebollas, que crecían muy bien y con mucha fuerza porque, en efecto, la tierra era muy buena; pero en cuanto la raíz tocaba el agua, la cebolla se doblaba y crecía para adentro. Y las zanahorias crecían como árboles.
A menudo discrepábamos sobre libros y autores, lo que hacía más excitante nuestro diálogo, pero también teníamos muchos puntos de coincidencia. Uno era nuestro fetichismo literario, el placer que a los dos nos producía visitar casas y museos de escritores, olfatear sus prendas, objetos, manuscritos, con la curiosidad y reverencia con que otros tocan las reliquias de los santos. Solíamos dedicar los domingos a estas peregrinaciones que nos llevaban a la casa de Balzac en Passy, a la tumba de Rousseau en Ermenonville (hoy la Tumba de Rousseau en el Panteón de París. nota editor), a la casa de Proust en Illiers y del pabellón flaubertiano de Croisset a los vestigios de la ascética abadía de Port Royal de Pascal.
Otra coincidencia era Cuba. Nuestra adhesión a la Revolución era ilimitada e intratable, poco menos que religiosa. En mi caso se ejercía con impunidad, pero en el suyo implicaba riesgos. Recuerdo haberle preguntado algún 1o de enero o 26 de julio, mientras remontábamos la Avenue Foch hacia la embajada cubana, dispuestos a soportar un coctel revolucionario (tan enervante como los reaccionarios) si no lo inquietaba quedarse de pronto sin trabajo. Porque en esos momentos Chile no tenía relaciones con La Habana y Fidel lanzaba ácidos denuestos contra el presidente Eduardo Frei. Edwards admitía el peligro con una frase distraída, pero no cambiaba de idea, y con esa misma elegante flema, que, sumada a su apellido y a la urbanidad de su prosa, le dan un aire vagamente inglés, lo vi, en esos años, pese a su cargo, firmar manifiestos en Le Monde a favor de Cuba, trabajar públicamente por la tercera candidatura de Salvador Allende recabando el apoyo de artistas y escritores europeos, ser jurado de la Casa de las Américas, y, tiempo después, lo escuché en un Congreso literario en Viña del Mar defender la necesidad de que el escritor conserve su independencia frente al poder y de que el poder la respete, con motivo de una aparición en el Congreso del canciller chileno (su jefe inmediato), a cuya intervención dedicó incluso alguna ironía.
No se piense, sin embargo, que era un mal diplomático. Todo lo contrario. Su “carrera”, hasta que la dictadura de Pinochet lo cesó y echó de ella de un plumazo, fue muy rápida y es posible que su eficacia profesional hiciera que sus jefes cerraran piadosamente los ojos por esa época ante las libertades que se tomaba y ante una vocación literaria que, según confesión propia, no constituía una buena credencial entre sus colegas. Simplemente, era un escritor que se ganaba la vida como diplomático y no un diplomático que escribía. La diferencia no es académica, sino real, pues esa prelación, esa jerarquía clara y nítida de uno sobre el otro de los dos personajes, hizo posible que Jorge Edwards fuera capaz de vivir, primero, y luego escribir y publicar las experiencias que narra Persona non grata, el libro que lo dio a conocer ante un vasto público y que provocó en América Latina una de las más intensas y envenenadas polémicas literario-políticas que yo recuerde.
El Jorge Edwards de los cuentos de El patio (1952), Gente de la ciudad (1961) y de su primera novela El peso de la noche (1964) había sido, según opinión propia, un aprovechado lector de Azorín, Unamuno y la Generación del 98, de Léon Bloy y de Paul Claudel, de los cuentos y las novelas de Joyce, y tenía ya, como escritor, una personalidad bien definida, que, con los años, se iría afirmando y ampliando pero sin apartarse nunca de una dirección central: la de un escritor realista, apasionado por la historia, la ciudad, los recuerdos, dueño de una prosa clara, de andar lento, a ratos quieta, repetitiva, memoriosa, elegante y medida, en la que curiosamente coexisten la tradición y la modernidad, la invención y la memoria, vacunada contra los desbordes sentimentales, la cursilería y la truculencia. Esta prosa tan personal eclipsa las fronteras entre los varios géneros que ha cultivado a lo largo de su vida y da un aire de familia a sus obras de ficción, sus libros de crónicas y memorias y sus artículos y comentarios de actualidad.
A Jorge le debo haber descubierto y leído a muchos autores chilenos, como Blest Gana, por ejemplo, cuyas novelas El loco estero y Durante la reconquista, me prestó, y a la magnífica y misteriosa María Luisa Bombal. Durante un buen tiempo, Jorge fue contertulio de un programa semanal que yo dirigía en la Radio Televisión Francesa, “La literatura en debate”, en el que participaban también a menudo, entre otros, Jean Supervielle, Carlos Semprún y Julio Ramón Ribeyro. Comentábamos la actualidad literaria francesa y luego de grabar el programa proseguíamos la discusión en algún bistrot de los alrededores del estudio. Recuerdo con nostalgia aquellos intensos intercambios en los que Jorge hacía de valedor de Dostoievski contra Tolstói que era mi preferido, de Proust contra Flaubert, o de Faulkner contra Dos Passos, y de los autores latinoamericanos que él y yo descubríamos al mismo tiempo que los franceses.
Nuestro desencanto con el socialismo, al que ambos habíamos defendido en nuestros años mozos, fue simultáneo, y siguió un proceso parecido, a medida que íbamos conociendo los testimonios de los disidentes soviéticos que traspasaban la cortina de hierro y eran divulgados en Europa occidental, las revelaciones sobre el gulag, y, sobre todo, el desplome de las ilusiones que ambos habíamos tenido con la Revolución cubana y que Jorge, con tanto coraje como talento, documentó en Persona non grata, aparecido en 1973.
Se necesitaba más valor para publicar el libro que para escribirlo, por ser lo que era y por el momento político en que salió. Persona non grata rompió un tabú sacrosanto en América Latina de los años sesenta para un intelectual de izquierda: el de que la Revolución cubana era intocable, y no podía ser criticada en alta voz sin que quien lo hiciera se convirtiera automáticamente en cómplice de la reacción. El relato de Jorge Edwards constituyó una crítica seria a aspectos importantes de la Revolución, hecha desde una perspectiva progresista. El término “izquierda” estaba bastante prostituido y designaba ya cualquier cosa en esos años. La crítica de Persona non grata, aunque profunda, partía de una adhesión a la Revolución y al socialismo democrático, de un reconocimiento de que los beneficios que había traído a Cuba eran mayores que los perjuicios, y de una recusación explícita e inequívoca del imperialismo. Obviamente, el libro no gustó a la derecha (el gobierno de Pinochet se apresuró a prohibir la circulación de Persona non grata en Chile) ni a la izquierda beata, que, en la América Latina de entonces, era mayoritaria. Pero tal vez, en el fondo, la amenaza de una cierta marginalidad no fastidiaba demasiado a ese francotirador tranquilo que ha sido siempre Edwards. En cambio, era una decisión atrevida publicar el libro en momentos en que la democracia sufría un rudo revés en el continente con el golpe fascista chileno y la consolidación de regímenes totalitarios de derecha por todas partes: Brasil, Bolivia, Uruguay. El contexto político latinoamericano podía provocar malentendidos serios sobre las intenciones del libro y prestar argumentos abundantes a la mala fe. ¿Un relato de esta naturaleza destinado a la polémica, no iba a fomentar la división de la izquierda cuando era más necesaria que nunca la unidad contra el enemigo común?
Fue un gran mérito que Jorge Edwards decidiera correr ese riesgo. La sola existencia de su libro formulaba una propuesta audaz: que la izquierda latinoamericana rompiera el círculo del secreto, su clima confesional de verdades rituales y dogmas solapados, y cotejara de manera civilizada las diferencias que albergaba en su seno. En otras palabras, que desacatara ese chantaje que le impedía ser ideológicamente original y tocar ciertos temas para no dar “armas” a un enemigo a quien, precisamente, nada podía convenir más que la fosilización intelectual de la izquierda. El libro de Edwards se situaba en la mejor tradición socialista, la de la libertad de crítica, a la que el estalinismo canceló.



La forma elegida por Edwards para su exposición se hallaba a medio camino entre el relato autobiográfico y el ensayo. Pertenecía a un género que otrora floreció con esplendor en nuestra lengua y que él resucitó y enriqueció: el memorialista. Un género que, años después, daría esos espléndidos libros de Jorge dedicados a Pablo Neruda: Adiós poeta (1990) y a Joaquín Edwards Bello, El inútil de la familia (2004). Edwards en Persona non grataexponía sus reparos, anécdotas, alarmas en una prosa límpida y sugestiva, de soltura clásica, sin eufemismos, con una sinceridad refrescante, sin escamotear los hechos y circunstancias que podían relativizar e incluso impugnar sus opiniones. El libro era, a la vez, un testimonio y una meditación, más esto último que lo primero. La libertad irrestricta con que reflexionaba sobre las cosas que le sucedieron en su estadía en Cuba, como enviado diplomático del gobierno chileno (o creía que le sucedían) era reconfortante y del todo insólita en los escritos políticos latinoamericanos, en los que habían sido prácticamente abolidos el matiz, el tono personal y la duda. En el libro de Edwards todo lo que se dice está ligado a la experiencia concreta de quien narra y es esta peripecia personal la que fundamenta sus ideas o las hace discutibles. De otro lado, se halla totalmente exento de ese carácter tópico y esquemático al que buena parte de la literatura política contemporánea debe su aire abstracto, verboso e indiferenciable. Lo curioso, y también sano, tratándose de un libro eminentemente político, era que hubiera en él más dudas que afirmaciones. Edwards dudaba sobre lo que ocurrió a su alrededor, especulaba sin tregua y dudaba de sus propias dudas, lo que llevó a alguno de sus detractores a afirmar que Persona non grata era un documento clínico. Sí, en cierto modo lo era, y en ello estaba quizá el peso mayor de la crítica que el libro hacía al régimen cubano: haber provocado en su autor un estado de ánimo semejante y haberlo llevado, en el corto plazo de tres meses y medio y sin que mediara un plan premeditado, a bordear la neurosis.
Luego de Persona non grata, Jorge Edwards pasó a ser víctima de la inquisición internacional de la izquierda, que se las arregló por algunos años para negarle la admiración y los elogios –no se diga los premios– que su obra literaria habría merecido en América Latina y España si hubiera sido un intelectual menos independiente y menos libre.
Ni siquiera el haber sido expulsado de la diplomacia por el régimen de Pinochet y su militancia contra la dictadura, a favor de la democratización de su país, levantaron del todo, hasta muchos años después, esta cuarentena literaria, que restó difusión y rodeó de reticencias y mezquindad crítica a una obra que Jorge continuó edificando en los años setenta y ochenta perfectamente indiferente al vacío de que los modernos inquisidores pretendían cercarla.
Ya desde entonces la historia, el sexo y la política, junto con la memoria y la invención, eran la materia prima de las novelas de Edwards, como mostraron los libros de ficción que escribió luego de Persona non grata: Los convidados de piedra (1978), ambientada en los días del golpe de Estado de 1973 en Chile y, más todavía, en El museo de cera, una acerada alegoría de entraña política, de 1981.
El Marqués de Villa Rica sorprende un día a su bella esposa Gertrudis en una travesura galante con su profesor de piano. La literatura nos ha acostumbrado a pensar que los marqueses están condenados a que les pasen estas cosas. Lo que resulta menos usual es la reacción de este marqués ante lo sucedido. Luego de expulsar a la esposa infiel y a su amante, encarga a un escultor que reproduzca la escena adúltera, con figuras de tamaño natural e idénticas a los protagonistas y que lo esculpa también a él mismo, en el instante en que sorprende su deshonra. Así queda esta eternizada, en una residencia que el Marqués tiene en las afueras.
El museo de cera, una historia breve y astuta, como esas parábolas que estuvieron de moda en el siglo XVIII, dice menos de lo mucho que sugiere. ¿Por qué hace eso el Marqués? Nunca queda claro. La razón más obvia es sexual: el aristócrata es un voyeur, aquel episodio a la vez que lo humilla lo inflama.
Pero no es tan simple. También cabe la posibilidad de que, con este gesto, pretenda detener el tiempo, impedir el futuro. Porque el Marqués de Villa Rica es un hombre del pasado. Ha sido jefe muchas veces del partido de la Tradición y defensor de ritos, intereses, costumbres y personas que, como él, son anacronismos vivientes. No se puede descartar que, intuyendo la catástrofe que se cierne sobre su mundo, intente, con una operación inconsciente y simbólica, que petrifica el momento, demorar su ruina.
Los tiempos en que ocurre esta historia son arduos y revueltos: cunde el caos y se habla de expropiaciones. ¿Qué tiempos son estos? Un tiempo tan ambiguo como los caprichos del Marqués, porque en él coexisten las carrozas tiradas por caballos y la televisión, las levitas coloniales y los electrodomésticos japoneses, los bastones cortesanos y los cañones modernos. De pronto, descubrimos que las incongruencias no son tales. En el territorio donde vive el Marqués, como en el mito y en la magia, el pasado y el futuro desaparecen confundidos en un fantástico presente. Y algo semejante pasa con el lugar de la acción, que podría ser España, Chile o cualquier país de historia convulsa, con ricos y pobres, donde se hable español.
Pero que el espacio y el tiempo en El museo de cera sean imaginarios no quiere decir que la novela sea una ficción abstracta, un juego del espíritu. Tiene raíces en una realidad concreta y próxima. El país del Marqués de Villa Rica vive dos cataclismos: la revolución y la contrarrevolución. Durante la primera, el desorden se apodera de las calles, y tierras e industrias son arrebatadas a sus propietarios para transferirlas al pueblo. Unos jóvenes barbudos, vestidos de guerrilleros, toman posesión de la casa campestre que alberga las estatuas eróticas y muchachos sin sensibilidad para la fantasía las mutilan. Se vive en el desbarajuste, la demagogia y la inseguridad. La respuesta a este estado de cosas es una Reacción con mayúsculas: una violencia fría y uniformada, escarmientos que deben ser terribles a juzgar por los despojos que arrastra el río, y el restablecimiento del viejo orden.
La novela está escrita en ese estilo de crónica o memoria personal en el que Jorge Edwards se mueve con más desenvoltura. Quien refiere la historia no es un individuo sino un narrador colectivo, el grupo de amigos con quienes el Marqués solía reunirse en el Club y que, pasados los años, recuerda sus extravagancias y desgracias con sentimientos ambivalentes de nostalgia, conmiseración y desprecio. Pero es este último sentimiento el que prevalece y determina que la visión última que conserva el lector sea la de una caricatura feroz.
En este sentido hay continuidad entre El museo de cera y Los convidados de piedra. También en ella, lo que suele llamarse “el alto mundo” resultaba maltratado sin misericordia, descrito como una comunidad de pobres diablos egoístas, vacuos y ventrales, que viven al borde del abismo y no lo advierten, y que dilapidan sus energías en actividades masturbatorias y ritualísticas que solo sirven para aturdirse y negar el mundo. Los destellos de simpatía que brotan a veces por ese medio que fue también suyo –en él nació y se educó– no amortiguan la destemplada dureza con que, en ambas historias, Jorge Edwards ridiculiza a una clase social que, si tomáramos ambas novelas a la letra, parecería irse disolviendo en la abyección moral, intelectual y hasta física, como el vejete de El museo de cera, “cadáver seco o enjuto” que se transforma “en aserrín o en polvo, sin entrar en un proceso de licuefacción ni despedir olores”. A diferencia de Buñuel, Edwards no vislumbra en la burguesía encanto alguno.
Pero la literatura es la patria de las trampas y tomar lo que las ficciones nos cuentan en un sentido literal induce siempre al error. Es probable que en estas novelas suyas, esa burguesía grotesca y putrefacta sea símbolo de algo más sutil. ¿Qué pueden querer representar en su ignominia y decadencia semejantes fantoches? Acaso, simplemente, la impotencia humana para hacer la vida vivible. Porque si hay algo unánimemente compartido en ambas novelas es que nadie es feliz. Nadie tiene un destino que el lector pudiera envidiar. Por doquier se detecta una incapacidad esencial para encontrar fórmulas de vida que de alguna manera encaucen y aprovechen las virtudes y el talento de cada cual. Los ricos del Club son tan desdichados como los miserables de la otra ribera, aunque las razones por las cuales sufren sean distintas. Tal vez “sufren” no sea la palabra exacta. El sufrimiento compromete íntimamente al ser y lo estremece, es un estado del que pueden resultar grandes acciones. Los personajes de las novelas de Edwards suelen vegetar y agonizar delicadamente, incapaces de sufrir de veras, resignados de antemano a esa cosa chata, sórdida, ritualística, que es la vida en la que están sumidos. Su única escapatoria es embriagarse con quimeras, soñar, y, como el Marqués de Villa Rica, buscar algún subterfugio que simule rectificar una realidad que presienten todopoderosa e inmodificable.
En los años ochenta y noventa, por la fuerza de su propio valor, y también, acaso, por una cierta apertura ideológica que fue haciendo retroceder el dogmatismo y el extremismo intelectuales en España y América Latina, Jorge Edwards fue ganando, diríamos, derecho de ciudad. Se multiplicaron las ediciones de sus libros, se tradujeron, y empezó a recibir reconocimientos aquí y allá, como el Premio Comillas, el Premio Nacional de Literatura en Chile y, finalmente el Premio Cervantes, el más importante de la lengua, en 1991.



Su obra continuó creciendo, sin prisa y sin pausa: La mujer imaginaria (1985), El anfitrión (1988) y El origen del mundo (1996). Todas son muy buenas novelas, pero si yo tuviera que quedarme con una sola de ellas, sin vacilar me quedaría con la última: El origen del mundo, aunque tiene la apariencia de un divertimento lightes, en verdad, una alegoría del fracaso, de la pérdida de las ilusiones políticas, y, también, del demonio del sexo y de la ficción como ingredientes indispensables de la vida.
De todas las historias que ha escrito Edwards, esta es una de las más divertidas e inesperadas, la de más astuta construcción y también la que mejor representa esa personalidad suya de caballero a primera vista tan formal, tan anglófilo, tan controlado y serio, que, sin embargo, lleva consigo siempre, oculto, a su contrario y antípoda, un desmelenado, un inconforme, un incorregible capaz de todas las locuras, al que, de cuando en cuando, saca de la jaula y exhibe, como demostración de aquel aserto según el cual las personas no son nunca lo que parecen.
El doctor Patricio Illanes, Patito, médico setentón, protagonista de El origen del mundo, espoleado por celos retrospectivos, trata de averiguar, en los medios de chilenos exiliados en París, si su joven mujer, Silvia, fue también amante de Felipe Díaz, amigo, compañero de destierro, dipsómano y don Juan, cuyo suicidio inaugura la historia y crea la circunstancia propicia para desatar los recelos matrimoniales del médico. El doctor Illanes es un hombre de doble fondo, como todos los seres humanos, y la novela lo muestra, de manera vívida, en esa pesquisa disparatada y patética, en la que, a la vez que hace el ridículo y se desintegra moralmente, va revelando sus fantasmas, miedos y complejos.
El gran acierto de la novela es que, al final, lo que el lector descubre, gracias a la neurótica correría de Patito Illanes en pos de un fuego fatuo –los supuestos cuernos que le habrían puesto Felipe y su mujer–, es algo más general y menos deprimente que la peripecia tragicómica de un vejete. Que, sin el aderezo de esos embauques y fantasías, languidecería el amor, se atrofiaría el deseo y la vida sería una rutina empobrecedora y animal. Presa de su obsesionante ficción, el doctor Illanes sufre y se cubre de ridículo, sí, pero, también tiene su recompensa: revive el amor-pasión en sus años maduros, redescubre el milagro del placer y su dormido sexo se reanima, en ese sorprendente final, el cráter de la historia, en que vemos resucitar carnalmente al médico y hacer el amor con su mujer como un apasionado adolescente.
El tono amable y zumbón, el humor que sazona todos los episodios de la novela, es engañoso, pues parece que El origen del mundo fuera una intrascendente y amena farsa. En realidad, la recorre una poderosa carga erótica y una preocupación clásica: ¿para qué sirven las ficciones? Su anécdota es una metáfora de aquellos “fantasmas de carne y hueso”, de que está hecha la vida del deseo, y que Jorge Edwards había explorado ya en su libro de cuentos de aquel título en 1992. Todo ello está aludido en el pórtico de la novela, un cuadro célebre de Gustave Courbet, de 1866, que le encargó un rijoso bey de Turquía y que, al parecer, inflamó también con su provocadora imagen la casa de Jacques Lacan, antes de exhibirse al gran público, ya sin escandalizar a nadie, en estos tiempos permisivos, en el Museo de Orsay. Este cuadro desasosiega la memoria del doctor Illanes y es el dispositivo que pone en marcha sus celos. Al final, entendemos que el sensible Patito no descubre ni asocia nada; que todo lo inventa, para llenarse de emociones y sentimientos y para vivir otra vez. Porque sufrir y atormentarse es también una forma heroica de resistir a la vejez, de oponer una ilusión de vida al implacable avance de la muerte.
Estoy seguro de que Jorge, que acaba de llegar a la noble edad de ochenta años, no necesita para nada de los enrevesados sucedáneos de Patito Illanes a fin de entretener eso que llaman la tercera edad. Para eso él tiene la literatura, hermosa vocación que permite suplir y condimentar las deficiencias y humillaciones de la vida con todas las aventuras que la imaginación y los deseos son capaces de inventar y con la serenidad y risueña sabiduría que ha ido mostrando en los últimos tiempos en las cosas que escribe. De todo ello da testimonio su último libro: La muerte de Montaigne (2011).
No se trata de una novela, ni de un ensayo, sino de una crónica que se vale también de aquellos géneros, e incluso de la historia, para recrear, con comentarios personales y, a ratos, pinceladas de fantasía, la vida, la obra y, sobre todo, la sabia templanza con que supo encarar la vida y los desórdenes de la política el Señor de la Montaña.
El gran clásico francés, modelo y maestro de Azorín, que lo leyó y releyó toda su vida y de quien aprendió tal vez esa calmosa y casi inmóvil manera de escribir que fue la suya, es la columna vertebral del libro de Edwards, el tronco alrededor del cual se despliega su frondoso ramaje, los datos sobre su familia, su tiempo, sus peligrosos viajes a caballo por media Europa, las guerras de religión que desangraban a Francia, los reyes asesinados a puñaladas, las intrigas políticas. De pronto, en medio de toda esa rica materia, surge la ficción, en pequeñas escenas y episodios que añaden una orla imaginaria y pícara a la intensa recreación histórica. Los comentarios del autor son personales, astutos, inteligentes, y atestiguan una recóndita identificación con la psicología de Montaigne, el maestro que, con perfecto dominio de sí mismo y sin dejarse nunca arrebatar por los tumultos y riesgos que lo cercan, escudriña su entorno y lo comenta, a la vez que relee a sus amados clásicos helenos y latinos, con citas de los cuales ha pintarrajeado todas las vigas de la torre bordelesa donde se ha confinado a escribir y meditar.
Los largos intervalos sobre las conspiraciones, matanzas, odios y enredos en la corte ganan a veces el protagonismo y la figura de Montaigne se desvanece en ese fresco animado de las peripecias militares, sociales y políticas, pero luego reaparece y sus lúcidas y penetrantes reflexiones arrojan una luz que vuelve racional e inteligible lo que parecía caos, barbarie, incomprensible trifulca de gentes ávidas de poder. La fuente histórica principal de Jorge Edwards es Michelet, prosista eximio, pero relator parcial y a veces inexacto de las peripecias e intervenciones de Montaigne en la vida política, quien fue alcalde de Burdeos y amigo y consejero de Enrique III de Navarra antes de que llegara al trono francés.
El libro se lee con el mismo placer que ha sido escrito y el lector queda, al final, tan prendado del Señor de la Montaña como el propio Jorge Edwards o como lo estuvo Azorín. Edwards, eximio cronista, acaso el último cultor de un género poco menos que extinguido, en este libro, uno de los mejores que ha escrito, retorna al tema complejo de la vocación literaria, la manera como la literatura nace de la vida vivida y vuelve a ella a través de quien, inspirado en sus propias experiencias, fantasea, inventa una vida de sueños y palabras, y mediante lo que escribe impregna y sutilmente altera la vida verdadera, a veces para mejor, pero también algunas veces para peor.
En las páginas finales de La muerte de Montaigne hay unas reflexiones de autor sobre la muerte y el cementerio del balneario chileno de Zapallar que ponen una nota melancólica y triste en un libro que es un canto de amor a quien encarnó mejor que nadie la vida tranquila, la serenidad, la domesticación de los instintos y la pasión por la razón y las buenas lecturas.
¿Cómo pudo Montaigne sobrevivir al salvajismo de la vida política, del fanatismo religioso, del mundillo de intrigas de codiciosos, envidiosos y desalmados con quienes tuvo que codearse en los años de su quehacer cívico y en las relaciones con los poderosos de su tiempo a quienes frecuentó, a la vez que los observaba como un entomólogo para autopsiarlos en sus ensayos? Gracias a su extraordinaria prudencia, a su implacable serenidad. Nunca se dejó llevar por las emociones y es posible incluso que hasta refrenara su amor por la joven Marie de Gournay, que sería su devota editora, luego de hacer un ponderado balance de las conveniencias e inconveniencias de contraer una pasión senil (en su época la cincuentena era ya la vejez), guiado siempre por la inteligencia y la razón. Confieso que, a mí, tanta serenidad en una persona me impacienta y me aburre un poco, pero no hay duda de que, en un campo específico, el de la política, si prevaleciera la juiciosa actitud de Montaigne, habría menos estragos en la sociedad y la vida de las naciones habría sido más civilizada de lo que fue y es todavía.
Quisiera terminar esta charla con un elogio de la consecuencia y gallardía con que, a lo largo de toda su vida, ha defendido Jorge Edwards sus posiciones políticas democráticas, a veces más inclinadas a la izquierda y a veces a la derecha, sin importarle las consecuencias, sin temor a ir contra la corriente, jamás guiado por la conveniencia personal y siempre por la convicción y los principios. Y, siempre también, con la civilizada tranquilidad, como dice el refrán, de “quien no la debe, no la teme”. En todos los muchos años de amistad que nos unen, he aprendido muchas cosas de él, y estoy seguro de que en los que tenemos por delante –que ojalá sean muchos también– seguiré aprendiendo de su ejemplo.
Gracias y feliz cumpleaños, querido Jorge. ~

Lima, marzo de 2012
© Estudios Públicos125 (verano 2012)

Thursday, August 30, 2012

Revista Sociedad Chilena de Historia y Geografia, edición del Centenario




Revista Sociedad Chilena de Historia y Geografia
FROM:
  • Gastón Fernández 
TO:
  • Neville Blanc 
 
Wednesday, August 29, 2012 5:39 AM

Estimado Neville: Te adjunto el número especial de la Revista publicada en edición numerada con ocasión del centenario y que se lanzará en los próximos días.
 
Atte.
 
Gastón Fernández Montero
 
 
 
 
 
 
 
 


Edición numerada de 100 ejemplares
Ejemplar Nº




Revista Chilena de Historia y Geografía




Fundada por Enrique Matta Vial

el año 1911




D


irector



Sergio Martínez Baeza




C


onsejo Editor




Manuel Dannemann R.

Luz María Méndez Beltrán

Isidoro Vázquez de Acuña

Gastón Fernández Montero

Órgano Oficial de la

Sociedad Chilena de Historia y Geografía

Santiago de Chile, 2011

Año del Centenario de la Institución




La reproducción total o parcial de las colaboraciones que aparecen en este número

podrá hacerse siempre que se deje constancia completa de su origen.

Las opiniones expresadas por los autores son de su responsabilidad.

Se terminó de imprimir este número al cuidado de:

Ferrer Producciónes Gráficas.

e-mail: ferrerpg@gmail.com

Productora Gráfica Andros, Santa Elena 1955,

en el mes de agosto del año 2012.

ISSN 0176 – 2812

Sociedad Chilena de Historia y Geografía

Derechos reservados

El tema de la portada es el de una carátula de partituras

de danzas tradicionales, del Almacén de Música E.

Niemeyer & Inchirami, de comienzos del siglo XX.

Baile de la


cueca.




Fonofax: (56-2) 6382489

e-mail: sochigeol@gmail.com

www.historiaygeografia.cl

Londres 65 - Santiago Centro

Chile




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Geografía

en el

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entenario de su Fundación

1911 - 2011




7




AUTORIDADES DE LA INSTITUCIÓN




H. JUNTA DE ADMINISTRACIÓN

MESA DIRECTIVA

Presidente: Sergio Martínez Baeza

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Óscar Pinochet de la Barra (1991)




Mateo Martinić Beros (1992)




Sergio Valenzuela Patiño (1992)

Armando Moreno Martin (2000)

Sergio E. López Rubio (2007)

José Miguel Barros Franco (2009)

Bernardino Piñera Carvallo (2009)

Luz María Méndez Beltrán (2011)

Isidoro Vázquez de Acuña (2011)

Manuel Dannemann R. (2011)

Gastón Fernández Montero (2011)

Ernesto Márquez Vial (2011)




MIEMBROS ELECTOS DE LA H. JUNTA DE ADMINISTRACIÓN,

1911 - FUNDADOR Y ACTUAL - 2011




1. Domingo Amunátegui Solar Juan Guillermo Prado Ocaranza

2. Enrique Blanchard-Chessi Manuel Dannemann Rothstein

3. Gonzalo Bulnes Pinto Miguel Laborde Duronea

4. Guillermo Chaparro White Gustavo Tornero Silva

5. Alberto Edwards Vives Isidoro Vázquez de Acuña G.

6. Joaquín Figueroa Larraín Sergio Jiménez Moraga

7. Ramón A. Laval Alvear Pedro Prado Llona

8. Enrique Matta Vial Arturo Griffin Ríos

9. Ricardo Montaner Bello Ernesto Márquez Vial

10. Julio Pérez Canto Gastón Fernández Montero

11. Luis Riso-Patrón Sánchez Roberto Cobo de la Maza

12. Federico W. Riestempart R. P. Osvaldo Walker Trujillo

13. Ramón Serrano Montaner Luis Prussing Schwartz

14. Carlos Silva Cruz Luz María Méndez Beltrán

15. Gaspar Toro Hurtado Eduardo Rodríguez Guarachi

16. Julio Vicuña Cifuentes Salvador Valdés Pérez




9




Primera fila



(izquierda a derecha): Pedro Prado Llona, Sergio Valenzuela Patiño, Isidoro Vázquez de Acuña G.,




Monseñor Bernardino Piñera Carvallo, Sergio Martínez Baeza (Presidente), José Miguel Barros Franco, Luz María

Méndez Beltrán, Manuel Dannemann Rothstein.




Segunda fila



(izquierda a derecha): Arturo Griffin Ríos, Salvador Valdés Pérez, Juan Guillermo Prado Ocaranza,




Gastón Fernández Montero, RP. Osvaldo Walker Trujillo O.S.A., Jorge Vargas Díaz, Edith Neitzel Runge, Luis Prussing

Schwartz, Sergio Jiménez Moraga, Gustavo Tornero Silva, Ernesto Márquez Vial y Roberto Cobo de la Maza.




Faltan:



Miguel Laborde Duronea, Eduardo Rodríguez Guarachi, Óscar Pinochet de la Barra, Mateo Martinic Beros,




Armando Moreno Martín y Sergio A. López Rubio.

H. Junta de Administración del Centenario de la Sociedad

10

Almuerzo en el Club de la Unión (1961).




Primera fila:



Sres. Lazo Almeyda, Montt, González Madariaga y Donoso.




Segunda fila:



Sres. Martínez Baeza, Campos, Allendesalazar, Gunckel,




Looser, Heisse y Laval.

Junta de Administración de la Sociedad Chilena de Historia

y Geografía (1961).




CINCUENTENARIO DE LA SOCIEDAD EN 1961




11




70 AÑOS DE LA SOCIEDAD - 1981




Junta de Administración año 1981




Primera fila sentados:



Monseñor J. Joaquín Matte Varas, Humberto Barrera, Alejandro Méndez García de la Huerta,




Sergio Martínez Baeza (Presidente), Walterio Looser, Manuel Montt y Guillermo Krumm Saavedra.




De pie:



Luis Lira Montt, Horacio Aránguiz Donoso, Rafael Reyes R., Héctor Cathalifaud, Sergio Larraín Eyzaguirre,




Helga Brüggen Lenz, Hernán Villalobos, Óscar Pinochet de la Barra, Fernando Campos Harriet, Norma Figueroa

Muñoz, Ernesto Márquez Vial, Guillermo Donoso Vergara, Alberto Polloni Pérez, Alberto Marín M., Hugo R. Ramírez

Rivera, Manuel Reyno Gutiérrez, Ramiro Mayorga y Alfredo Rufín Dávila.

12




SUMARIO




Prólogo 13

ESTUDIOS

El fundador de la Sociedad Don Enrique Matta Vial 33

Introducción 34

Los Estudios Arqueológicos y la


Revista Chilena de Historia y Geografía.




Mario Orellana Rodríguez



37




El estudio de la Genealogía en el seno de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía

durante su existencia centenaria.


Isidoro Vásquez de Acuña García del Postigo 57




Los orígenes de la Legislación del Patrimonio Cultural en Chile.




Ángel Cabeza Monteira



83




La


Revista Chilena de Historia y Geografía y la Historia del Derecho Indiano.




Sergio Martínez Baeza



103




La Sociedad Chilena de Historia y Geografía y su aporte al conocimiento

de la Historia Económica Chilena y Americana.


Luz María Méndez Beltrán 117




Chile: Campo fértil para la Historia Militar. Testimonios en la Revista Chilena

de Historia y Geografía.


Marcos López Ardiles 137




La Geografía en cien años de vida de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía.




Jorge Vargas Díaz



y Ernesto Márquez Vial 157




Aportes de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía al estudio de la Cultura

Folclórica.


Manuel Dannemann 179




Montessus de Ballore y la sismología en Chile.


Armando Cisternas 197




Los Dres. Amado Pissis y Juan Brüggen, figuras de la Geología de Chile.




Francisco Hervé Allamand



207




RESEÑAS DE LOS ACTOS DEL CENTENARIO

Reseña de los actos conmemorativos del centenario de la Sociedad Chilena

de Historia y Geografía y su revista.


Sergio Martínez Baeza 225




MEMORIA DE LA INSTITUCIÓN

Cuenta de las actividades de la Institución en el año 2010, que rinde su Presidente 263

Cuenta de las actividades de la Institución en el año 2011

–de su centenario– que rinde su presidente 269

Palabras del Presidente de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía,

Sergio Martínez Baeza, en la tumba de Enrique Matta Vial 277

Discurso de Presidente de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía,

Sergio Martínez Baeza, en la sesión solemne de conmemoración del primer

centenario de la Institución 282

Discurso de Don Isidoro Vázquez de Acuña para hacer entrega a Don Sergio

Martínez Baeza del Diploma de Presidente honorario de la Sociedad Chilena

de Historia y Geografía 292




13




LA SOCIEDAD CHILENA DE HISTORIA

Y GEOGRAFÍA Y SU REVISTA




Al cumplirse el primer centenario de nuestra Sociedad y su Revista, la

H. Junta de Administración tomo el acuerdo de efectuar diversos actos

conmemorativos, entre los cuales está la publicación del presente número

especial de la Revista, destinado a destacar la labor realizada por nuestra

institución y su publicación, en este siglo de vida, en diversas disciplinas

de su interés. Así, diversos autores se refieren en este número especial al

aporte hecho por nuestra centenaria Sociedad en los campos de la geografía,

la historia económica, la historia militar, la historia del derecho, la genealogía,

el folclore, la geología, la sismología, la arqueología y el patrimonio.

En su conjunto, constituyen un balance parcial de su larga existencia y un

homenaje a quienes han formado en sus filas y contribuido, con generosidad

y talento, a su prestigio y al desarrollo cultural de Chile.

Los autores de estas diez monografías han sido cuidadosamente seleccionados

e invitados a colaborar en este libro del Centenario institucional,

en la certeza de que el mejor homenaje que podemos rendir a nuestra

benemérita Sociedad hoy, tras un siglo de existencia, es demostrar que su

obra ha sido fecunda y que sus miembros no han defraudado los sueños

y aspiraciones de sus fundadores.

La


Revista Chilena de Historia y Geografía precedió en unos meses a




la Sociedad, en su nacimiento en 1911. Su fundador, don Enrique Matta

Vial, con el primer número en sus manos, debió pensar en su continuidad

y en dar vida a una institución que la respaldara y pudiera llevarla

más allá de los límites de la efímera vida de un ser humano. Por eso,

recordó la existencia de una vieja institución, fundada en 1839 por los

señores Manuel Montt, Antonio Varas, Antonio García-Reyes. José Luis

Borgoño Vergara, Tomás Zenteno, Borja Solar, Santiago Aldunate Toro

y Cirilo Vigil, que nació con el nombre de Sociedad Chilena de Historia,

pero pronto, a iniciativa de don Antonio Varas, paso a llamarse Sociedad

Chilena de Historia y Geografía. Sin duda, el señor Matta Vial conocía

PRÓLOGO




14


PRÓLOGO




bien esta vieja Sociedad científica, que vivió por varias décadas, aunque

fue seriamente afectada por la creación de la Universidad de Chile,

que asumió muchas de sus tareas. Queda, sin embargo, el recuerdo de

esa vieja Sociedad de ocho miembros, en la estructura de la actual, con

elección de también ocho miembros cada cuatro años, para integrar una

Junta de Administración que es su máximo órgano directivo, de dieciséis

miembros electos, renovable por mitades.

Don Enrique Matta Vial había nacido en 1868. Se recibió de abogado

en 1890 e ingreso en 1891 al prestigioso estudio profesional de don Julio

Zegers. Fue Intendente de Tarapacá y trabajo en los Ministerios de Interior

y de Justicia, y como Subsecretario de Instrucción Pública. Cuando servía

este último cargo, solicitó y obtuvo del Ministro don Carlos A. Palacios, el

nombramiento por decreto de una comisión que diera vida a una Sociedad

Chilena de Historia y Geografía, inspirada en su antecesora de 1839. No

se logro en ese momento hacer realidad su propósito pero el señor Matta

Vial no abandono la idea y espero un momento más propicio, que llegó

en 1910, cuando el Gobierno encargó a don Luis Montt la preparación de

una Exposición Histórica del Centenario del Primer Gobierno Nacional.

El señor Montt falleció por esos días y el encargo recayó en el señor

Matta Vial. Al año siguiente, en el mes de marzo, vio la luz pública el

primer número de la


Revista Chilena de Historia y Geografía. Su éxito




fue inmediato y las muchas felicitaciones que recibió su fundador le

llevaron a pensar en la creación de una Sociedad que la apadrinara. Para

tal efecto, redacto lo que llamo las “Bases” de la proyectada institución,

donde se señalan sus características principales, que se han conservado

hasta el presente. Este documento tiene fecha 15 de junio de 1911 y señala

que serán miembros de la nueva Sociedad todos los que firmen su acta

fundacional antes del 1º de septiembre o que después sean aceptados por

la H. Junta de Administración que se elija en su primera asamblea. Esta

reunión fue convocada para el día 21 de septiembre de 1911 en el gran

salón central de la Biblioteca Nacional, que por entonces se ubicaba en

la esquina de las calles Bandera y Compañía.

Presidio la reunión don Tomás Guevara, aunque estaba previsto que lo

hiciera el Director del establecimiento don Carlos Silva Cruz, que debió

excusarse por enfermedad. Actuó como Secretario don Ramón A. Laval.

Asistieron 72 personas y el fundador señor Matta Vial, en un acto de

suma modestia, se quedo al final de la sala, semioculto por una cortina. Se

aprobaron las “Bases” redactadas por Matta Vial y, después, se procedió




PRÓLOGO


15




a la elección de los dieciséis miembros de la H. Junta de Administración,

en dos grupos de ocho, tal como en la Sociedad de 1839. Los electos,

que pasaron a formar el primer órgano directivo de la Sociedad fueron

los señores Domingo Amunátegui, Enrique Blanchard-Chessi Gonzalo

Bulnes, Guillermo Chaparro, Alberto Edwards Vives, Joaquín Figueroa

Larraín, Ramón A. Laval, Enrique Matta Vial, Ricardo Montaner Bello,

Julio Pérez-Canto, Luis Risopatrón, Federico Riestempart, Ramón Serrano

Montaner, Carlos Silva Cruz, Gaspar Toro y Julio Vicuña Cifuentes. Sus

nombres merecen ser recordados con admiración y gratitud.

A continuación, la asamblea acordó brindar un voto de aplauso a

don Enrique Matta Vial, por su iniciativa. También, acordó conceder

la calidad de Presidente Honorario a S.E. el Presidente de la Republica

do Ramón Barros Luco, quien había firmado las “Bases” y deseaba ser

contado como socio activo y contribuyente, y de Miembros Honorarios a

los señores Monseñor don Crescente Errazuriz, don José Toribio Medina

don Gonzalo Bulnes y el doctor Francisco Fonck. La presidencia de las

sesiones debería hacerse por turnos.

Además, a propuesta del R.P. fray Roberto Lagos, se discutió la posibilidad

de dar a la nueva institución el nombre de “Academia” en lugar

de “Sociedad”, similar a las de España y otros países. El señor Clemente

Barahona estimo, en cambio, que era preferible mantener el nombre propuesto

de “Sociedad”, para no retraer la presencia de algunas personas

cuya cooperación pudiese ser útil. Sometida a votación esta propuesta

del P. Lagos, ella fue rechazada.

El 25 de julio de 1912, la H. Junta de Admnistración acordó comisionar

al socio don David Montt para que gestionara la personalidad jurídica

de la Sociedad, lo que se sanciono por decreto supremo Nº 2849, de

11 de octubre de ese mismo año. Los estatutos fueron modificados en

1923, estableciéndose, entre otras materias, la elección de un Presidente

cada dos años. El primero electo fue don Roberto Huneeus Gana para

el bienio 1923-1924.

En esta primera etapa de su existencia, la Sociedad llegó a publicar

hasta cuatro ejemplares anuales de su Revista y ofreció charlas, exposiciones

y conferencias, que contaban con la entusiasta acogida de los

usuarios de la Biblioteca Nacional que la acogía. También, entregaba

medallas de oro a los mas destacados autores, como los señores Medina,

Errazuriz, Bulnes, Risopatron, Thayer Ojeda, Edwards y Montessus de

Ballore.; y se daban a las prensas importantes trabajos sobre literatura,




16


PRÓLOGO




como el


Bosquejo Historico de la Literatura Chilena, de Domingo




Amunátegui, o


Bibliografia Chilena, de Luis Montt; sobre música,




como


La Zarzuela Grande y la Zarzuela Chica, en Chile, de Manuel




Abascal; sobre geografía, como los trabajos sobre el Desierto de Atacama,

de Bowman, o sobre Chiloé, de Cavada; sobre sismología, como

fue la obra de Montessus de Ballore


Temblores y terremotos en Chile; o




sobre genealogía, como fueron


Familias Chilenas, de Cuadra Gormaz,




y


Familias del antiguo Obispado de Concepción, de Opazo Maturana;




por solo mencionar algunas.

En ese periodo funcionaron diversas Secciones de trabajo de la Sociedad,

con gran actividad y solvencia, hasta el punto en que algunas de

ellas terminaron por formar tienda aparte y buscar su autonomía. Ello

ocurrió en 1933 con la Sección de Estudios Coloniales, cuyo secretario

Jaime Eyzaguirre logro llevar a su transformación en la Academia Chilena

de la Historia, siendo su primer Presidente don Agustín Edwards,

que también lo era de la Sociedad y que, por algún tiempo, lo fue de

ambas instituciones.

Una segunda etapa en la vida institucional se inicia a fines de la década

de 1920, cuando la Sociedad pasa a desarrollar su acción más estrechamente

vinculada al Archivo Nacional, como consecuencia del apoyo que

recibe de sus Directores los señores Fanor Velasco y Ricardo Donoso.

En este periodo la Sociedad será estrecha colaboradora del Archivo y

su Revista pasara a ser órgano oficial de esa repartición pública. Ello se

refleja, además, en la larga presidencia que ejerce don Ricardo Donoso,

entre 1941 y 1956, quien será un gran sostenedor de la institución, reelecto

para los años 1969 a 1974. Este segundo periodo de la Sociedad

se extenderá hasta el año 1960, en que la institución puede adquirir una

sede propia, gracias a la gestión de su presidente don Manuel S. Montt,

y puede ampliar significativamente su acción.

En 1960, los miembros de la Sociedad, que también lo eran del Parlamento,

senador don Exequiel González Madariaga y diputados don

Guillermo Donoso y don René León, lograron la aprobación de una

ley que permitía la emisión de un sello de correos, recordatorio de la

expedición de Ladrillero a las región austral, cuyos primeros beneficios

debían entregarse a nuestra Sociedad para la adquisición de una sede y

para poner al dia sus publicaciones. Con estos fondos se pudo adquirir la

casa de calle Londres 65, Santiago-Centro, y su mobiliario mínimo, que

se fue incrementando hasta llegar a ser lo que hoy es nuestra sede social.




PRÓLOGO


17




Me correspondió en suerte ser parte de esta importante adquisición, pues

era Tesorero de la Sociedad y fui comisionado por la H. Junta de Administración

para buscar un inmueble adecuado y cuyo precio se ajustara a

nuestro presupuesto. Algunos miembros de la H. Junta eran partidarios de

adquirir un departamento de dos o tres ambientes, para biblioteca y sala

de sesiones, calefaccionado, asísmico e incombustible, pensando que el

dinero disponible no daría para más. Sin embargo, tuvimos la suerte de

encontrar la casa de calle Londres 65, muy bien ubicada, con un primer

piso separado y apto para ser rentado, de buena calidad arquitectónica y

bastante amplio. En compañía del Presidente Manuel Montt y del Secretario

General, Fernando Campos Harriet, me correspondió la tarea de hacer

salir del edificio a numerosos arrendatarios, después, remodelar algunos

espacios y restaurarlos, revisiones generales de electricidad, gas y alcantarillado,

pintura general, y amoblamiento. En esta última tarea contamos

con donaciones de algunos socios y pasamos muchos meses asistiendo a

remates y negocios de compraventa de muebles usados. En 1961, al cumplir

la Sociedad medio siglo de existencia, al fin pudo sesionar en casa

propia, aunque todavía faltaba mucho para poder hacerlo con la dignidad

requerida. Solo en 1980, la Sociedad pudo hacer un esfuerzo económico

para renovar parte del mobiliario, adquirir alfombras y tapices, encargar los

retratos al óleo de sus antiguos presidentes y, en general, mejorar mucho

la presentación de su sede. No cabe duda que la adquisición del inmueble

de calle Londres 65, consolidó la existencia de la Sociedad, pues sin ella

quizás no habría podido sobrevivir en los difíciles tiempos que ha debido

enfrentar, sin ayuda económica externa de ninguna clase.

En este último periodo, que llega hasta el presente, la Sociedad ha

seguido publicando su Revista, aunque no con la frecuencia de antes; ha

hecho otras publicaciones importantes, como los tomos faltantes de la




Actas del Cabildo de Santiago



, en colaboración con la Academia Chilena




de la Historia; patrocinado la publicación del


Archivo del general José




Miguel Carrera



, en 40 gruesos volúmenes; publicado la Suma y Epilogo




del Cautiverio Feliz



, de Núñez de Pineda y Bascuñan; dos tomos de la




Colección de Documentos Inéditos



de José Toribio Medina, en colaboración




con el Fondo Histórico y Bibliográfico que lleva su nombre; y

la


Bibliografía del Folclore Chileno y el Atlas del Folclore de Chile,




obras de su Sección de Folclore. Además, ha publicado una


Geografía




de Chile, Física, Humana y Económica



(1966) y la obra Colón en la ruta




de fenicios y cartagineses



, del socio Félix Gajardo; y cuatro índices de




18


PRÓLOGO




su Revista, que sirven a los investigadores para facilitar la consulta de

sus valiosos contenidos.

También en los últimos años, nuestra Sociedad ha estrechado muy valiosos

vínculos con todas las instituciones congéneres de España, Portugal

e Iberoamerica, otorgando la calidad de miembros correspondientes suyos

a distinguidas figuras intelectuales de esos países. Solo a modo de ejemplo,

cabe mencionar las investiduras en nuestra sede de los señores Martin Noel,

Alberto Palcos, P. Furlong, Torre Revello, Burzio, García Belsunce, Tau

Anzoategui y Martiré, de Argentina; P. Miguel Batllori, Cristobal Bermudez

Plata, Alfonso García Gallo, Ramón Menéndez Pidal, José Maria Ots Capdequi,

Claudio Sánchez Albornoz, Vicente Rodríguez Casado, de España;

Bejarano, López de Mesa, Rivas Zacconi y Arciniegas, de Colombia; y

muchos otros, entre los que cabe mencionar a Sir Vivian Fuchs, Presidente

de la Real Sociedad Geográfica de Londres, o a Rafael Fernández Heres,

Ministro de Educación de Venezuela, o a Rafael Eladio Velásquez, Rector

de la Universidad Católica de Paraguay; o a Víctor Cáceres Lara, Ministro

de Educación de Honduras; por solo mencionar a algunos.

Otra actividad destacable de este periodo ha sido el otorgamiento, en

solemnes sesiones, de la calidad de Miembros Honorarios de la institución,

a los señores Ricardo Donoso, Ernesto Greve, Tomás Thayer Ojeda,

Guillermo de la Cuadra Gormaz, Indalicio Téllez, Aniceto Almeyda,

Juan Luis Espejo, Eugenio Pereira Salas, P. Alfonso M. Escudero, Raul

Silva Castro, Manuel Abascal, Enrique Laval, Walterio Looser, Hugo

Gunckel, Jorge de Allendesalazar, Manuel S. Montt, Exequiel González

Madariaga, Alejandro Méndez García de la Huerta, Humberto Barrera,

Julio Heise, Augusto Pinochet, Fernando Campos, Sergio Martínez Baeza,

Guillermo Donoso, Manuel Reyno, Rafael González Novoa Monseñor




Matte Varas, Óscar Pinochet, Álvaro Jara, Mateo Martinić, Rafael Re


yes,




Sergio Valenzuela y Armando Moreno; a los que ahora, en ocasión

del Centenario institucional, se agregan Ernesto Márquez Vial, Manuel

Dannemann, Gastón Fernández Montero, Luz María Méndez Beltrán e

Isidoro Vázquez de Acuña.

En el campo de las relaciones internacionales, debe consignarse también

nuestra presencia en numerosos congresos de historia, como son los

de Historia de América, de Americanistas, del Instituto Internacional de

Historia del Derecho, de la Asociación Iberoamericana de Academias

de Historia, y a muchos otros convocados en ocasión de efemérides

particulares, de nuestro continente y de Europa.




PRÓLOGO


19




La participación de nuestra Sociedad en otros organismos también debe

ser mencionada. Nuestra institución, por medio de sus representantes,

forma parte del Consejo de Monumentos Nacionales, del Fondo Historico

y Bibliografico “José Toribio Medina”, del “Fondo Andrés Bello”, del

“Archivo O’Higgins” (hasta que paso a depender de la Academia Chilena

de la Historia) y de la “Fundación Manuel Montt”. El Consejo de Monumentos

Nacionales tuvo su origen en nuestra Sociedad. Nació como una

comisión interna, hasta que el gobierno de don Arturo Alessandri Palma, en

1925, advirtiendo su importancia, lo creo como entidad oficial por Decreto

Nº 3.500 de ese año. Debía ser presidido por el Ministro de Educación y su

Vicepresidente era el Presidente de la Sociedad, hasta que este último cargo

paso a ser servido por el Director de Bibliotecas, Archivos y Museos.

Sería muy largo mencionar todas la iniciativas de bien público que

han tenido su origen en nuestra Sociedad Chilena de Historia y Geografía,

y por eso solo nos limitamos a enumerar algunas. Sin embargo, no

pueden omitirse las Exposiciones que ella ha organizado. Exposición

Colonial en el Palacio de Bellas Artes (1929), o la que se presento en la

Galería Azul de la Biblioteca Nacional, con retratos, medallas, libros,

documentos, mapas y objetos, al cumplirse su 70º Aniversario (1981).

También, las trece conferencias públicas de Ricardo Latcham sobre

antropología, etnología y arqueología (1914) o las sesiones solemnes

para recordar las batallas de Boyaca y Ayacucho (1919 y 1924); o la

erección del monumento al general Juan Mackenna en la Alameda, entre

las calles Amunátegui y San Martin, la estatua a Simón Bolívar (1930)

y, en fecha más reciente la entrega de un monumento a don José Toribio

Medina, en la proximidad de su sede de calle Londres, o la reposición

de la estatua al general Las Heras en Talca, en el lugar en que tuvo lugar

la acción de Cancha Rayada.




L


os Presidentes de la Sociedad




Hemos dicho que, en su primera etapa, la Sociedad no tuvo un presidente

estable, sino que las sesiones de su H. Junta de Administración eran

presididas, por turno, por los dieciséis directores electos, cuyos nombres

señalamos anteriormente.

Pasamos a referirnos con detalle a cada uno de los Presidentes de

la institución, dado que, conforme a los estatutos, gran parte de la




20


PRÓLOGO




responsabilidad en su marcha y actividad recae en ellos. A partir de la

modificación estatutaria de 1923, paso a ser primer Presidente el señor

Roberto Huneeus Gana, diplomático, político y periodista, nacido en

Santiago en 1867, en el hogar de don Jorge Huneeus Zegers y doña

Domitila Gana Cruz. Se recibió de abogado en 1888 y fue nombrado

secretario de la Legación de Chile en Uruguay y Paraguay. En 1909 fue

Ministro de Guerra. Colaboro en “El Heraldo”, de Valparaíso y escribió

varias obras literarias. Fue casado con doña Mercedes Arrieta Cañas y,

en segundas nupcias, con doña Sofía Eastman Cox. Falleció en 1924.

Presidió la Sociedad un año, entre 1923 y la fecha de su muerte.

El segundo Presidente de la Sociedad fue don Vicente Zegers Recasens,

nacido en Valparaíso en 1861, hijo de don José Zegers Montenegro y de

doña Mercedes Recasens y nieto del fundador de su familia en Chile,

don Juan Francisco de Zegers. Ingreso a la Escuela Naval y después

completo su formación náutica en la escuadra británica. De regreso en

Chile, hizo la primera campaña naval de la Guerra del Pacifico y se

hallo en el Combate Naval de Iquique, a bordo de la “Esmeralda”, el 21

de mayo de 1879. Desempeño numerosas comisiones en el país y en el

extranjero. Entre 1900 y 1908 fue comandante de los navios “Presidente

Errázuriz”, “Blanco Encalada” y “Cochrane”. Ascendió a contralmirante

en 1908. Fue casado con doña Julia Ferreira. Falleció en Santiago el 26 de

septiembre de 1926 y sus restos fueron sepultados en el monumento a los

héroes de Iquique, en la Plaza Sotomayor de Valparaiso. Fue Presidente

de la Sociedad por dos años, desde 1924 hasta su muerte en 1926.

El tercer Presidente de la Sociedad fue el distinguido historiador

don Miguel Luis Amunátegui Reyes, que había nacido en Santiago en

1863 y era hijo de don Gregorio Victor Amunátegui Aldunate y de doña

Josefina Reyes Perez-Cotapos. Se recibió de abogado en 1884 y se consagró

a la docencia y al cultivo de las letras. A él se debe la publicación

de las Obras Completas de don Andrés Bello y varias obras sobre este

sabio maestro caraqueño. También, escribió varios libros sobre historia

del idioma, ortografía y gramática y, en el campo de la historia, cabe

recordar sus estudios biográficos sobre don Bernardo O’Higgins, don

Rafael Valdés y don Antonio García Reyes. Falleció en Santiago el 9 de

octubre de 1949. Presidio la Sociedad entre 1927 y 1929.

El cuarto Presidente de la Sociedad fue don Miguel A. Varas Velásquez,

nacido en 1871, hijo de don Miguel Varas Herrera y nieto del eminente

hombre púbico don Antonio Varas. Se recibió de abogado en 1904 y perteneció

a la generación de don Enrique Matta Vial, don Alberto Edwards




PRÓLOGO


21




Vives, don Ramón Laval, don Carlos Vicuña Mackenna, don Emilo Vaisse

y otros que dieron vida a la Sociedad y su Revista. Publicó numerosos

trabajos de investigación, entre los que destacan los que se refieren a la

guerra con España y al viaje de don José Miguel Carrera a los Estados

Unidos. Pero su obra mayor fue la publicación de la correspondencia de

su abuelo don Antonio Varas, en cinco volúmenes. Falleció el 11 de julio

de 1934. Ocupo la Presidencia de la Sociedad entre 1929 y 1931.

El quinto Presidente fue don Aureliano Oyarzún Navarro, nacido en

1858, en la isla de Chiloé. A los 25 años se graduó de médico y fue uno

de los primeros en Chile que se consagró a los estudios de la antropología.

Completo su formación en Europa y, a su regreso, junto al Dr. Max

Uhle, promovió los primeros trabajos sobre investigación arqueológica y

antropológica y fundó el primer museo de la especialidad, agregado más

tarde al Museo Histórico Nacional. Además, se ocupó de divulgar los

principios del método cultural histórico, de Schmidt y Koppers, mediante

traducciones y artículos en revistas. Falleció el 10 de marzo de 1947. Fue

Presidente de la Sociedad por un año, entre 1932 y 1933.

El sexto Presidente de la institución fue el eminente hombre público

don Agustín Edwards Mac Clure, nacido en 1878, en el hogar de don

Agustín Edwards Ross y de doña Maria Luisa Mac Clure Ossandon.

Desde muy joven sirvió al país, primero en el Congreso Nacional y después

como Ministro de Estado y diplomático ante el gobierno de la Gran

Bretaña. En todas sus actividades se desempeño con notable efectividad

y brillo. Su afición por los trabajos históricos se inicio en edad madura.

Sus primeras publicaciones vieron la luz pública en Londres, durante el

desempeño de su misión diplomática. En ese mismo tiempo representó a

nuestra Sociedad en el Congreso de Ciencias Históricas de Londres y, más

tarde, asistió al Congreso de Ciencias Históricas de Oslo, en 1928, con

igual representación. Después, publico una biografía del filántropo don

Federico Santa María Carrera y un trabajo titulado


Cuatro Presidentes,




sobre los gobiernos de Bulnes, Montt, Pérez y Errazuriz. En 1935 publicó

su estudio


Periodo de zozobras, que fue incluido en el libro de homenaje




a don Domingo Amunátegui, publicado por la Universidad de Chile. En

septiembre de 1932 fue elegido Presidente de nuestra Sociedad y, cuatro

meses después, al fundarse la Academia Chilena de la Historia, fue electo,

también, primer Presidente de esa corporación, lo cual demuestra el respeto

ciudadano a su gran personalidad. Falleció el 18 de junio de 1941. Fue

Presidente de nuestra Sociedad entre los años 1933 y 1935.




22


PRÓLOGO




Séptimo Presidente de la Sociedad fue don Domingo Amunátegui

Solar, nacido en 1860 en una familia de intelectuales, como hijo de don

Miguel Luis Amunátegui Aldunate y doña Rosa Solar Valdés. Fue un

laborioso historiador, educador y hombre público. En nuestra Revista

publicó numerosos trabajos: biografías, ensayos críticos y aportes documentales,

algunos de carácter mayor, como su


Bosquejo histórico de




la literatura chilena



(1915). Antes había publicado su libro Historia del




Instituto Nacional en sus primeros años



y su obra Mayorazgos y Títulos




de Castilla



(1903). Fue Rector de la Universidad de Chile por más de




una década. En 1937, siendo Presidente de nuestra Sociedad, asistió

al Primer Congreso Internacional de Historia de América, celebrado

en Buenos Aires. Falleció en Santiago el 4 de marzo de 1946. Presidio

nuestra Sociedad entre 1935 y 1939.

Sucesor del Sr. Amunátegui y octavo Presidente de la Sociedad fue

don Ernesto Greve Schlegel, nacido en Valparaíso en 1873. Hizo sus estudios

en el Instituto Nacional y en la Universidad de Chile hasta obtener

su título de ingeniero geógrafo. Se intereso primero en la astronomía,

trabajando en el Observatorio de Santiago, con ejercicio de la docencia

como profesor de astronomía, geodesia y topografía en la Universidad de

Chile. También, trabajo en la Dirección de Obras Publicas, en la Oficina

de Límites y en la Dirección de Impuestos Internos. Publicó sus primeros

trabajos en el “Boletín de la Sociedad de Ingeniería”, en los


Anales del




Instituto de Ingenieros de Chile



y en la Revista Chilena de Historia y




Geografía



. En colaboración con don José Toribio Medina, publicó en




1924 la


Cartografía Hispano-colonial de Chile y, entre 1938 y 1944, su




celebrada


Historia de la Ingeniería en Chile. Falleció en Santiago el 5




de enero de 1959. Fue Presidente de la Sociedad entre 1939 y 1941.

Noveno Presidente de la Sociedad fue don Ricardo Donoso Novoa,

nacido en Talca en 1896, hijo de don Ricardo Donoso Cruz y de doña

Hortensia Novoa Concha. Su persona estuvo ligada a nuestra institución

por un largo periodo. Después de sus estudios en el Instituto Pedagógico

se graduó de profesor de historia y geografía en 1927. Sus primeros trabajos

se publicaron en “El Mercurio”, “La Nación” y la revista “Atenea”.

En 1927 ingresa a nuestra Sociedad y se hace cargo de la dirección de

su Revista, por más de cuarenta años, hasta 1968, mostrando una gran

dedicación y apego a nuestra institución. Por segunda vez asumirá la

presidencia entre 1969 y 1974. Su obra literaria es muy extensa. Solo

cabe mencionar sus biografías de Benjamín Vicuña Mackenna, Diego




PRÓLOGO


23




Barros Arana, Antonio José de Irisarri, don Ambrosio O’Higgins y don

José Perfecto de Salas, o sus discutidas obras sobre Arturo Alessandri y

Francisco Antonio Encina, para aquilatar su vasta producción intelectual.

A ello habría que agregar sus trabajos sobre


La Sátira Política en Chile,




sobre el


Catecismo Político-Cristiano y sobre el precursor Juan José




Godoy



, mas gran cantidad de artículos publicados en Chile y el extranjero.




Fue, además, Conservador de Archivo Nacional desde 1927 a 1954,

profesor universitario, miembro académico de la Facultad de Filosofía y

Educación de la Universidad de Chile. En 1972 recibo el Premio Nacional

de Ciencias, con mención en Historia. Falleció en Santiago el 3 de

mayo de 1985. Presidio la Sociedad entre los años 1941 y 1956 y, como

se verá, será electo para un segundo periodo en 1969.

El décimo Presidente de la institución fue don Manuel S. Montt Lehuedé,

nacido en 1901, hijo del ilustre intelectual y hombre público don

Luis Montt y Montt y nieto del Presidente de Chile don Manuel Montt

Torres. Estudio Derecho y se recibió de abogado en 1928. Sobresale

como jurista y hombre de empresa y de allí pasa a la política. El Partido

Liberal lo hace elegir diputado por San Carlos en 1941 y forma parte

del Congreso Nacional hasta 1949. En nuestra Revista publica algunos

trabajos sobre la Hacienda San Jerónimo, sobre el Consejo de Estado,

sobre la labor literaria de su padre y sobre la correspondencia de su abuelo.

Durante su presidencia de nuestra Sociedad, con la ayuda de algunos

amigos parlamentarios, obtiene la dictación de una ley que permite la

adquisición de nuestra sede, la publicación de números atrasados de

la Revista y hasta la compra de dos locales comerciales cuya renta de

arrendamiento ayude a cubrir los gastos de funcionamiento social. Fue

elevado a la categoría de Miembro Honorario y falleció repentinamente

en 1983. Presidio la Sociedad entre los años 1956 y 1969.

El undécimo Presidente fue don Ricardo Donoso Novoa, que antes

lo había sido en calidad de noveno. Como ya se ha informado sobre su

persona y obra, pasamos a referirnos a su sucesor.

Don René León Echaiz fue el decimo segundo Presidente. Había

nacido en Curicó, en 1914, y era hijo de don Benedicto León León y de

doña Adelaida Echaíz Baeza. Estudio en la Universidad de Chile hasta

obtener su título de abogado a los 21 años. Muy joven ingresó a la vida

pública. Habiéndose destacado en el ejercicio de su profesión y en otras

actividades productivas, el Partido Liberal le ofreció la candidatura a

diputado por Curicó. Formó parte del Congreso Nacional entre 1941 y




24


PRÓLOGO




1946. Más tarde ocupó la Intendencia de Curicó. Su fuerte vocación por

la historia lo acerca a nuestra Sociedad y publica sus primeros trabajos en

nuestra Revista.


La evolución de los partidos políticos chilenos (1939),




Historia de Curicó



(1949), Interpretación histórica del huaso chileno




(1953),


Prehistoria de Chile Central (1957), El Paso de Freire por el




Planchón



(1964), El bandido Neira (1955), El Toqui Lautaro (1971,




Ñuñohue



(1972) y su Historia de Santiago (1975), que jalonan su vida




de historiador. Llegó a ser Miembro de Número de la Academia Chilena

de la Historia. Falleció el 21 de agosto de 1976. Ocupó la presidencia de

la Sociedad entre los años 1974 y 1976.

Décimo tercer Presidente de la Sociedad fue el profesor don Humberto

Barrera Valdebenito, quien ocupaba la Vicepresidencia al producirse la

muerte repentina de su antecesor. Un mes más tarde, resultó electo para

sucederle. Había nacido en Santiago en 1903 y estudió en el Instituto

Pedagógico de la Universidad de Chile, del que egresó como profesor

de matemáticas y física. Ejerció en las Escuelas de Construcción Civil

de las Universidades de Chile y Católica y, entre 1958 y 1965 obtuvo

“becas de honor” en Francia, España, Italia y Alemania, para el montaje

de un laboratorio de física y un planetario para el Instituto Nacional, y

de un Museo de Ciencia y Tecnología para la Universidad Técnica del

Estado. Alcanzó prestigio mundial en las especialidades de glaseología,

magnetismo terrestre y montañismo. Recibió condecoraciones y reconocimientos,

entre ellos el de la Federación de Andinismo de Chile, que en

vida dio su nombre al Museo institucional. En nuestra Revista hay muchas

colaboraciones suyas sobre geografía física e histórica y comentarios de

libros. En 1990 la Sociedad le concedió su”Medalla de Oro”. Falleció en

1996. Fue presidente de la Sociedad entre los años 1976 y 1978.

Sergio Martínez Baeza, el autor de esta reseña de la Sociedad y

su Revista, fue el decimo cuarto Presidente, nacido en Santiago en

1930, con estudios en el Liceo Alemán de Santiago y en la Facultad

de Derecho de la Universidad de Chile hasta obtener su título de abogado

en 1957. Fue abogado del Servicio de Impuestos Internos y de

la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Conservador de la

Salas Medina, Barros Arana y Bello, de la Biblioteca Nacional, y del

Museo Bibliográfico de Chile. Secretario General del Fondo Histórico y

Bibliográfico “José Toribio Medina”. Desde 1970, profesor de Historia

del Derecho de la Universidad de Chile y Profesor Honorario de la

Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, Director de Relaciones




PRÓLOGO


25




Internacionales del Ministerio de Educación (1983 a 1990), Conservador

del Museo Nacional “Benjamín Vicuña Mackenna” (1990-1995).

Secretario Nacional del “Convenio Andrés Bello”, representante en

Chile de “Unión Latina”, Secretario Ejecutivo de la Comisión Chilena

de Cooperación con la


UNESCO. En 1987, elegido Vicepresidente




de la Comisión de Cultura de la


UNESCO con sede en París, Francia.




Miembro de Número de la Academia Chilena de la Historia a partir

de 1981. Miembro Correspondiente de la Real Academia Española

de Historia, de la Academia Portuguesa y de sus similares de Brasil,

Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Ecuador, Colombia, Venezuela,

Costa Rica, Honduras, Guatemala, Puerto Rico, etc. Autor de una

docena de libros, entre ellos,


De la Teoría de la Ley en los Códigos




Civiles Latinoamericanos



, El Libro en Chile, Epistolario del Conde de




Maule



, La Biblioteca Nacional, La Fundación de Santa Cruz de Triana,




Rancagua



, Bello, Infante y el Derecho Romano, Vida del general




Juan Gregorio de Las Heras



, San Martín y O’Higgins. Sus Cartas.




Condecorado por los gobiernos y Academias de España, Argentina,

Venezuela, Portugal, Brasil, Ecuador, Colombia y Paraguay. Ingreso

a la Sociedad Chilena de Historia y Geografía en 1959 y ha ocupado

todos los cargos de su Mesa Directiva hasta llegar a la Presidencia en

dos periodos y ser distinguido con los títulos de Miembro Honorario

(1986) y Presidente Honorario Vitalicio (2011). Su primera Presidencia

se extendió a los años 1978 a 1986.

Decimo quinto Presidente fue Guillermo Donoso Vergara, nacido en

Talca en 1915, donde hizo sus estudios secundarios, pasando después a

la Universidad de Chile para estudiar Derecho. Se recibió de abogado

y fue diputado liberal por Talca desde 1941 hasta 1953 y desde 1957

a 1965. Fue Presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la

Cámara. Presidio la Federación de Cooperativas Vitivinícolas de Chile.

Fue Sub Director del diario “La Mañana” de Talca y Presidente del

Círculo de Periodistas de esa ciudad. A fines de la década de los 80 fue

Vicepresidente y Presidente del Consejo Económico y Social. Autor de

numerosas conferencia y artículos, la Universidad de Talca publicó, en

un volumen, con prologo del autor de este trabajo, sus más importantes

contribuciones a la historia de su ciudad natal. Ejerció la Presidencia de

la Sociedad entre 1986 y 1992.

Decimo sexto Presidente de la Sociedad, es el autor de este prólogo,

en un largo periodo que se extiende entre los años 1992 y 2011, lo que le




26


PRÓLOGO




ha permitido estar a la cabeza de esta benemérita institución al cumplir

ella su primer siglo de existencia.




L


os Directores de la Revista




El primer Director de la


Revista Chilena de Historia y Geografía fue su




fundador don Enrique Matta Vial, pero pronto el cargo se vio estrechamente

vinculado a la Secretaria General de la Sociedad, pasando a ser

desempeñado por don Ramón A. Laval Alvear. Este último había nacido

en 1862 y era hijo del ingeniero francés don Ramón Eduardo Laval y de

la dama chilena doña María Alvear. Estudio en el Colegio de la Recoleta

Dominica y en 1883 ingreso al servicio de Correos de Santiago, ascendiendo

hasta el cargo de Secretario General de esa repartición. En 1892

fue designado jefe de sección de la Biblioteca Nacional y allí ascendió a

Visitador de Imprentas en 1894, Secretario en 1905 y Subdirector en 1913.

El mismo año fue comisionado para estudiar en los Estados Unidos y en

Europa la organización de bibliotecas públicas y el canje de publicaciones

de la Biblioteca Nacional. Además, fue profesor en el Instituto Nacional

y en otros establecimientos de enseñanza, y autor de numerosos trabajos

vinculados al folclore, especialidad en la que llego a ser un verdadero

maestro. Además de ser socio fundador de nuestra Sociedad, lo fue también

de la Sociedad de Folclore Chileno y de la Sociedad Científica de Chile

y culminó su carrera como miembro de Número de la Academia Chilena

de la Lengua y correspondiente de la Real Española.

La


Revista Chilena de Historia y Geografía, bajo la dirección del Sr.




Laval, recibió en 1916, la Medalla de Oro en el Congreso Americano de

Bibliografía e Historia celebrado en la ciudad de Buenos Aires.

A partir de 1915 se acordó separar las funciones de Director de la

Revista y Secretario General y se eligió para servir el primer cargo a don

Carlos Vicuña Mackenna, quien era hijo de don Tomás Vicuña Vicuña y

de doña Dolores Mackenna Serrano y era pariente cercano del historiador

don Benjamín, de sus mismos apellidos. Estudio en el Colegio San

Ignacio y los continuó en Europa a consecuencia del exilio de su familia

tras la Revolución de 1891. De vuelta en Chile, ingresó a la redacción

de “El Mercurio” y se incorporo a la Sociedad Chilena de Historia y

Geografía. Colaboró en la Revista con numerosos artículos biográficos

y de historia militar y se desempeñó como Director de ella hasta el año

1918, en que volvió a dirigirla don Ramón A. Laval.




PRÓLOGO


27




En 1927 renuncio a su cargo el Sr. Laval y fue electo para sucederlo el

señor Fanor Velasco Velásquez, nacido en 1886, hijo de don Fanor Velasco

Salamó y de doña Carmela Velásquez Infante; abogado en 1909. Ingreso a

nuestra Sociedad e integro su Junta de Administración. En 1925 colaboró

activamente para la creación de un Archivo Nacional. El decreto de 30 de

mayo de ese año lleva las firmas del Presidente don Arturo Alessandri y de

su Ministro de Justicia don José Maza. Se trataba de recoger en una sola

institución, los documentos históricos que se guardaban en la Sección de

Manuscritos de la Biblioteca Nacional, y también los que correspondían

a los archivos notariales, judiciales y militares, vencidos ciertos plazos

fijados en el reglamento. El señor Velasco pasó a ser primer Director de

este establecimiento. En 1928 público una


Historia de la Constitución




de la Propiedad Austral



, en colaboración con su segundo don Ricardo




Donoso. Renuncio a la dirección del Archivo y a la dirección de la revista

en 1927 y fue sucedido en ambos cargos por el señor Donoso.

Don Ricardo Donoso Novoa ejerció por muchos años la dirección

de la Revista, entre 1927 y 1969, acompañándolo en los años finales el

autor de esta crónica, en calidad de subdirector. Los datos biográficos

del señor Donoso se han dado antes.

En 1969 el señor Donoso paso a ser Presidente de la Sociedad y fue

electo director de la Revista don Raul Silva Castro. Este distinguido

periodista y escritor había nacido en Santiago, en 1903, y se inicio en su

carrera como redactor de “El Mercurio” y de “Las Ultimas Noticias”, y

en la Biblioteca Nacional, donde llego a ser jede de la Sección Chilena.

Entre 1926 y 1930 fue director de la Revista “Atenea” de la Universidad

de Concepción. Fue Miembro de Número de las Academias Chilena

de la Lengua y de la Historia, La magnitud de su obra alcanza a unos

cincuenta libros y gran cantidad de artículos, unos treinta de los cuales

vieron la luz publica en las páginas de la


Revista Chilena de Historia y




Geografía



. Falleció en 1970.




Para sucederle en la dirección de la Revista fue electo en 1971 don

Julio Heisse Gonzalez, nacido en Valdivia en 1906, profesor de historia

y geografía en 1929 y abogado en 1940. Fue profesor de Historia

Constitucional de Chile en la Facultad de Derecho de la Universidad de

Chile. Cumplió una misión educacional en Venezuela y fue contratado

por la Universidad de Costa Rica. Fue Secretario y después Decano de la

Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile y autor de

numerosas e importantes publicaciones sobre historia política y econó


28




PRÓLOGO




mica. Se mantuvo a cargo de la Revista hasta 1979, en que fue sucedido

por el profesor de derecho don Manuel Salvat Monguillot.

El señor Salvat era hijo de catalanes y nació en 1913 en la Argentina,

antes de que sus padres resolvieran establecerse en Chile. Estudio derecho

en la Universidad de Chile, hasta obtener su titulo de abogado en

1942. Ejerció libremente su profesión y, paralelamente, hizo una brillante

carrera docente, llegando a ser profesor de Historia del Derecho en la

Universidad de Chile y en la Universidad Diego Portales. En 1973 ingreso

como Miembro de Número a la Academia Chilena de la Historia y fue

miembro del Instituto Internacional de Historia del Derecho Indiano.

Fue autor de numerosos libros y artículos, casi todos en su especialidad

histórico-jurídica y de historia literaria.

En 1981 entro a ocupar el cargo de director de la Revista don Óscar

Pinochet de la Barra, quien había nacido en Cauquenes en 1920. Abogado

en 1946 y diplomático de carrera. Ingreso al Ministerio de Relaciones

Exteriores en 1946 y llego a ser Subsecretario de esa cartera entre 1965

y 1968, Embajador ante la Unión Soviética (1968-1971 y ante el Imperio

del Japón (1971-1973). Fue un gran experto en los temas antárticos.

Participó en la Reunión Preparatoria del Año Geofísico Internacional

(París, 1955), en la Reunión de Washington del Tratado Antártico (1959)

y en la Reunión Consultiva Antártica de Nueva Zelanda (1972). Fue Representante

de Chile ante la Asamblea General de las Naciones Unidas

(Nueva York, 1963) y Director del Instituto Antártico de Chile. Escritor

y autor de más de una docena de libros y múltiples artículos en revistas

especializadas, es Miembro de Número de la Academia Chilena de la

Lengua y ha recibido numerosas distinciones y condecoraciones.

En 1986 es director de la Revista don Rafael Reyes Reyes, nacido en

Santiago en 1914, quien había seguido estudios universitarios de arquitectura

y teatro y era funcionario del Club Hípico de Santiago. Ingresado a la

Sociedad en 1972. Fue un estudioso de la genealogía y secretario general

del Instituto Chileno de Investigaciones Genealógicas y miembro correspondiente

en Chile de varias instituciones extranjeras de esa especialidad.

Antes de dirigir la publicación se había desempeñado como subdirector.

Permaneció en el cargo hasta el año 1992, en que la H. Junta de Administración

designo a la profesora señora Norma Figueroa Muñoz.

Un solo número de la Revista consigna el nombre de la profesora

Figueroa como Directora y es el Nº 160 del bienio 1992-1993. Doña

Norma Figueroa había nacido en Antofagasta y realizado sus estudios




PRÓLOGO


29




en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile hasta recibir el

titulo de profesora de Castellano. Además, estudio Bibliotecología hasta

graduarse en 1950. Durante los años 1952 y 1953 siguió cursos de perfeccionamiento

en Madrid, España. Fue bibliotecaria en la Universidad

de Chile y le correspondió trabajar bajo las órdenes de los profesores

Rodolfo Oroz y Eugenio Pereira Salas. Ingreso a la Sociedad por 1985

y colaboró con algunos artículos y reseñas de libros en la Revista.

A partir de 1994 y hasta el año 2003, ejerce la dirección de la Revista

el autor de esta crónica, quien se había desempeñado antes como subdirector,

a partir de 1963, en diversos periodos.

El año 2003, la H. Junta de Administración resuelve confiar la

dirección de la Revista al conocido académico don Manuel Dannemann,

quien había estudiado Filología Románica y Pedagogía en la

Universidad de Chile, hasta obtener su título de profesor de Estado en

español y doctor en literatura. Después, se ha especializado en temas de

lingüística, literatura medieval, folclore y etnomusicología. Es profesor

de la Universidad Católica y Director del Departamento de Artes Plásticas

de su Instituto de Estética. De allí pasa, en 1963, a ser profesor de

folclore en la Facultad de Ciencias y Artes Musicales y después en la

Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad de Chile. Vicerrector

de la Universidad Educares. Profesor invitado por las Universidades de

Indiana, EE.UU., Buenos Aires, Caracas y Madrid. Autor de numerosos

libros sobre folclore. Permanece a cargo de la Revista hasta el año 2010,

acompañado por la Comisión Editorial que, de conformidad con los

estatutos, se integra con el Presidente de la Sociedad, el Director de la

Revista y tres miembros designados por la H. Junta de Administración,

que lo fueron los señores Luz María Méndez Beltrán, Isidoro Vázquez

de Acuña y Gastón Fernández Montero.

A partir del año 2010, la Dirección de la Revista ha sido confiada a

dicha Comisión Editorial, que encabeza el Presidente de la Sociedad, en

calidad de Director responsable.




L


a Sociedad y su Revista en el Centenario




El 21 de septiembre del presente año 2011, la Sociedad su Revista cumplen

cien años de fecunda existencia y han resuelto celebrar este importante

aniversario con diversas iniciativas, una de las cuales es la publicación




30


PRÓLOGO




de este Número Especial, que pretende poner de relieve los aportes que

ellas han hecho, en un siglo de existencia, al desarrollo cultural de Chile,

en muy diversas disciplinas.

Comienza este Número Especial con el Editorial que firma el Presidente

de la Institución, y sigue con la Sección “Estudios”, que contiene

los trabajos solicitados a diversos autores sobre Arqueologia, Genealogia,

Patrimonio, Historia del Derecho, Historia Economica, Historia Militar,

Geografia, Folclore, Sismología y Geologia. El propósito ha sido destacar

los aportes de la Sociedad y su Revista en estos campos del saber, en el

transcurso de los cien años de vida que ambas han cumplido al servicio

de la cultura nacional. A continuación, en la Sección “Reseña de los actos

del Centenario”, se reproducen los artículos conmemorativos publicados

en “El Mercurio”, de Santiago, por Miguel Laborde y Daniel Swinburn;

en la revista “Estrategia”, por el Senador don Antonio Horwarth y el

homenaje rendido a nuestra Sociedad por la H. Cámara de Diputados.

Además, se publican algunos discursos pronunciados con ocasión de

esta efemérides, con fotografías, a fin de conservar tales testimonios

para la posteridad.

Con este Número Especial de nuestra Revista, creemos hacer un modesto

balance de cuanto ha aportado nuestra Sociedad y su publicación al

desarrollo cultural de Chile, durante los primeros cien años de su fecunda

existencia, al menos en las áreas temáticas antes señaladas.

 
 
Sergio Martínez Baeza


Presidente de la Sociedad Chilena de Historia y

Geografia y Director Responsable de su Revista

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